ELYSIUM (2013, Neil Blomkamp) Elysium
Que la ciencia-ficción es un género que se encuentra en pleno apogeo, es evidente. Que se ofrece como una de las franquicias genéricas más comerciales de la actualidad, resulta ago innegable. Y lo es ante todo por el interés que sobre la misma manifiestan las más significativas “estrellonas” de nuestros días. Ahí podemos destacar el ejemplo de Tom Cruise, quizá el intérprete que se ha tomado con más seriedad e interés dicha implicación –y el ejemplo de OBLIVION (Joseph Kosinski. 2013) resulta especialmente destacable-. Pero al mismo cabría ligar la apuesta de Brad Pitt con WORLD WAR Z (Guerra mundial Z, 2013. Marc Foster). Resulta claro que Matt Damon no podía quedar al margen de dicha corriente, y al mismo tiempo demostrar que pese a superar la cuarentena puede convertirse en un musculoso y auténtico cachas luchador. Me van a perdonar la ironía de este enunciado, pero a la hora de la verdad, la esencia de ELYSIUM (2013, Neill Blomkamp), se centra en la posibilidad de brindar a Damon un nuevo rol de estas características, que logre convertirle en un vigoroso héroe de acción futurista –intención que desgraciadamente se queda a mi modo de ver a medio camino-. Sin embargo, lo que más lamento del título del director surafricano, reside en la manera con la que desaprovecha las posibilidades de un relato no demasiado original –preciso es reconocerlo-, pero que en sus manos es incapaz de ser trascendido mediante una realización por completo convencional, en la que los aciertos de ambientación se diluyen en un conjunto previsible, y incluso por momentos ridículo.
Pero no adelantemos precisiones. ELYSIUM se recrea en una humanidad agobiada y superpoblada en 2154. La aglomeración humana se encuentra a unos niveles alarmantes –en ello hay que reconocer que los primeros instantes del relato describen dicha circunstancia con pertinencia, por medio de unas ciudades dominadas por edificios de enormes alturas y asfixiante configuración, donde los terráqueos sin posibilidades se hacinan –un poco como en el estupendo SOYLENT GREEN (Cuando el destino nos alcance, 1973) de Richard Fleischer-. Para evitar vivir dicha circunstancia, una determinada elite de terráqueos han logrado diseñar una gigantesca estación espacial –la denominada Elysium, -imitando en su diseño coso del 2001 de Kubrick-, donde se encuentran todo tipo de comodidades y un nivel de vida confortable e incluso cercano a la naturaleza. Un lugar privilegiado, comandado por la fría y calculadora Delacourt (una Jodie Foster que poco puede hacer con el estereotipo de elegante villana sin escrúpulos que se le endosa), que en un momento determinado intentará promover un golpe de estado para adueñarse de los dominios, y someterlos a una coyuntura claramente fascista y militarizante.
Todo ello se aunará con la andadura vivida por Max (Damon), uno de tantos trabajadores alienados –aunque se le defina en su personalidad individualista y rebelde-, que en una de sus jornadas laborales –caracterizadas por su dureza- sufra una radiación que en cinco días acabará con su vida. Ya antes habremos podido observar el dominio que la tecnología mediante robots dirigidos y dotados de amplios poderes, tienen sobre la masa obrera de esta inmensa factoría, que en cuanto el protagonista reciba la descarga, se desentenderá de su casi inapelable destino. Será el momento en el que Max se pondrá en contacto con un viejo amigo, líder de un gang de delincuentes, a quien se encomendará para que lo traslade de manera clandestina hasta Elysium, único lugar donde se le podría curar de su irremediable radiación. Su amigo se comprometerá a ello, a cambio de servirle como cebo en la operación que sirva para extraer del dueño de la empresa en la que sirvió, la información secreta archivada en su cerebro, que permita descubrir los turbios manejos de Delacourt.
A tenor del argumento expuesto –obra del mismo director-, no se puede decir que ELYSIUM sea una propuesta dechada de originalidad. Más allá de las referencias antes señaladas, lo cierto es que la película bebe mucho –a mi juicio demasiado- de la olvidable estética “Mad Max”, aunque cuenta en su debe con la precisión a la hora de describir el entorno de degradación que se vive en la tierra –sin duda el rasgo más valioso de la previa DISTRICT 9 (Distrito 9, 2009), que dio a conocer a su director-. No obstante, la película deviene decepcionante y previsible. Todo se articula de entrada con una descripción de personajes carente de la más mínima profundidad, lindando por el contrario con los estereotipos más ramplones. La parábola en torno a los totalitarismos no puede presentarse de manera más simplista y, lo que es peor, la puesta en escena de Blomkamp apenas se sale lo más mínimo de los cánones más vulgares del cine de acción más convencional. A partir de lo exiguo de dichas premisas, hablar del acierto en el diseño de vestuarios futuristas puede parecer algo irrelevante en una producción de considerables medios, o destacar el detalle de la inclusión de secuencias de bondage de Damon atado y sometido en su boca por un enorme tubo. Pero lo cierto es que todo en su conjunto no deja de ser más que una propuesta casi de serial, ausente en su guión de la más mínima entidad, y que ni siquiera su diseño de producción permite superar en sus clamorosas insuficiencias.
Es llegados a este punto, cuando uno se sorprende que títulos tan mediocres como este reciban la más mínima atención –más allá de la mediática que ofrezca la presencia de su estrella protagonista-, mientras que por el contrario la última aportación de Andrew Niccol –THE HOST (La huésped, 2013)-, fuera casi clamorosamente masacrada. Todo ello, cuando en su interior aportaba una sensibilidad en su realización que uno echa de menos en esta propuesta tan costosa –cerca de ciento veinte millones de dólares, cierto es que otras han gozado de superiores costes-, como a mi modo de ver tan previsible, rutinaria y, lo que es más triste, desaprovechada.
Calificación: 1’5
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