MIDDLE OF THE NIGHT (1959, Delbert Mann) En la mitad de la noche
Es curioso señalar como al hablar de los orígenes de la “generación de la televisión” o del propio alcance de la obra de ese irregular pero más que estimable artesano que fue Delbert Mann, se recurra al detalle historicista del éxito coyuntural que brindó su debut en la gran pantalla con MARTY (1955), una pequeña película en el momento de su estreno, que sigue igual de pequeña, humilde, modesta, discreta –táchese lo que no proceda- en nuestros días. Fue el inicio de una andadura que en sus primeros años se prolongó con la colaboración con el escritor y guionista Paddy Chayefsky, que dio como fruto la sombría THE BACHELOR PARTY (La noche de los maridos, 1957) y la posterior y más olvidada MIDDLE OF THE NIGHT (En la mitad de la noche, 1959). Y hasta cierto punto es comprensible dicho olvido, pese a resultar –creo que con cierta diferencia- no solo la mejor colaboración entre el director y Chayefsky sino sobre todo una de las obras más sensibles y logradas rodadas por Delbert Mann en su carrera.
Figura especialmente diestra en la plasmación de los recovecos del melodrama y en la capacidad de observación demostrada en sus tratamientos dramáticos, podríamos decir que MIDDLE OF THE NIGHT se erige como una inesperada prolongación de la inmediatamente precedente SEPARATE TABLES (Mesas separadas, 1958). En efecto, parece que el rol encarnado de manera eminente por Fredrick March en el título que comentamos, aparece como ampliación y actualización del que interpretara de manera no menos memorable por David Niven en la adaptación de la obra de Terence Rattigan, con la que el gran actor inglés recibió el Oscar el mejor actor del año. Quizá conocedor del alcance del éxito de SEPARATE TABLES, Delbert Mann tuvo la suficiente intuición de llevar a la pantalla la que sería su última colaboración con Chayefsky –llevada a los escenarios newyorkinos de manos de Joshua Logan-, dejando de lado los servilismos tardo neorrealistas de los dos títulos antes señalados en la colaboración de ambos, dando más cabida a elementos ligados al melodrama clásico, una mayor densidad en el tratamiento de personajes y, en consecuencia, una superior credibilidad y fuerza dramática en su enunciado. Porque, a fin de cuentas, lo que nos relata la obra de Mann, es la desesperada lucha de un hombre encaminado a la vejez, por intentar revertir un recorrido sin vuelta atrás, agarrándose al asidero de la proyección juvenil que puede proporcionarle la relación con una de sus jóvenes empleadas. Él es Jerry Kingsley (March), propietario de un próspero negocio de ropa, bastantes años viudo, viviendo con su posesiva hermana Evelyn –que siente por él una extraña relación que roza de manera latente lo incestuoso-. Jerry lleva una vida tan acomodada como rutinaria. Puede decirse que vegeta dentro de unos ciclos diarios dominados por la reiteración y carencia absoluta de vitalidad.
La evidencia de su soledad, el desapego de sus hijos, la carencia absoluta de estímulos emocionales y, por encima de todo, como una temible sombra latente, la irreversible cercanía de la mente. Casi como una versión más edulcorada del rol encarnado por Victor Sjostrom en la inolvidable SMULTRONSTÄLLET (Fresas salvajes, 1957) de Ingmar Bergman, Kingsley contempla con creciente incomodidad la imposibilidad de emerger de un contexto en el que sus compañeros solo hablan de los amigos que han fallecido o se encuentran hospitalizados, o un lecho familiar que le impide salir de establecido como conveniente y, como tal, a sus cincuenta y seis años de edad, jamás verá con buenos ojos cualquier desliz que lo aparte de su condición de viudo respetable. Pero ello tendrá lugar de manera inesperada con la joven Betty (Kim Novak), recepcionista de la empresa caracterizada por su atractivo y moderación. Contra lo que nadie podrá suponer, ambos intentarán en primera instancia una relación espontánea, que poco a poco irá profundizando, hasta que en muy pocos meses se plantee en ellos la posibilidad de la boda. Será el instante en que ambos tendrán que someterse a las reticencias de sus respectivas familias, de similar hostilidad aunque dispar expresión. Por un lado, la hermana y la hija de Jerry harán lo que puedan para disuadir a este de su decisión irrevocable. Sin embargo, será aún más lamentable la actitud demostrada por la madre, hermana y compañera de Betty, quienes ni siquiera por la posibilidad de asumir una comodidad económica, dejarán de exteriorizar su hostilidad a la relación entre nuestros dos protagonistas –la descripción que ofrece Mann del entorno familiar de la empleada es particularmente sórdida-.
Sin embargo, lo que realmente pervive de MIDDLE OF THE NIGHT es, bajo mi punto de vista, la pudorosa mirada que tanto su realizador como el conjunto de elementos que ofrece la película, articulan en torno a esa relación contra corriente, que se establece entre este hombre maduro y acaudalado, y una mujer joven y bella, que en el fondo no ha conocido el amor ni siquiera cuando estuvo prematuramente casada. Hay una especial delicadeza a la hora de plasmar la gama de matices de una ligazón en la que no se sabe a ciencia cierta si realmente hay amor, o si en realidad estamos asistiendo a la mutua protección de dos seres solitarios y, en el fondo, desvalidos. Dos seres quizá provistos de una sensibilidad superior a la del resto de personas que lees rodean, y que se sienten impotentes a la hora de poder contar con la aprobación de todos ellos a la hora de hacer realidad ese deseo compartido de vivir el futuro unidos. Ese contraste que se establece en las secuencias de exteriores –dominadas por la fuerza casi abrasadora del blanco y negro de Joseph C. Brun-, con aquellas en las que sus personajes se desnudan de sus intimidades con la presencia de una cámara siempre estratégicamente situada, que sabe seguirlos como un confidente más de las mismas. Es algo que nos demostrará con especial perfección la secuencia “a dos” entre Jerry y su veterano compañero Walter Lockman (impagable Albeert Decker), siempre jactándose de sus conquistas amorosas con jóvenes, pero que no dudará ene confesar a su amigo la realidad de la terrible soledad que le ha acompañado la vivencia de más de un cuarto de siglo con una mujer que no le ha amado.
Unido a ello, el film de Mann destaca en la manera que tiene de dejar en la sugerencia del espectador aquellos momentos en apariencia más intensos, desplegando con encomiable acierto el uso de sutiles elipsis, que al mismo tiempo permiten que el fluir del relato prosiga el sendero buscado, de un drama tan intenso como delicado, tan hondo en sus sombras como sutil en su trazado, que culmina con un inesperado grito de rebeldía, del que serán testigos algunos pequeños vecinos que retozan por la escalera del viejo edificio de apartamentos en donde reside Betty junto a su familia. Una conclusión atrevida y vitalista, para una propuesta notable, dotada de un considerable calado, y merecedora de una consideración bastante más acusada que la que goza en nuestros días, que la ha despojado casi hasta el olvido.
Calificación: 3
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