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CINEMA DE PERRA GORDA

WUSA (1970, Stuart Rosenberg) Un hombre de hoy

WUSA (1970, Stuart Rosenberg) Un hombre de hoy

El encuentro entre el actor Paul Newman y el realizador Stuart Rosenberg –anteriormente casi centrado en una dilatada andadura televisiva-, propició la tan celebrada como a mi juicio sobrevalorada COOL HAND LUKE (La leyenda del indomable, 1967), y a lo largo de los años otras tres colaboraciones más entre ambos. WUSA (Un hombre de hoy, 1970) fue la segunda de ellas, y hay que señalar que sería la peor, si no estuviera a continuación la lamentable POCKET MONEY (Los indeseables, 1972), uno de los puntos más bajos de la ya de por sí irregular filmografía. Lo cierto es que el título que centra estas líneas ya fue en el momento de su estreno motivo de controversia y, para ser más precisos, un fracaso de público y crítica casi estrepitoso. Cierto es que con el paso del tiempo hay títulos que en su momento vivieron situaciones similares, y años después han sido justamente rehabilitados. Me viene a la mente la valiosa SECONDS (Plan diabólico, 1966) obra de uno de los cineastas mayores de la misma generación de la televisión a la que perteneció Rosenberg;  John Frankenheimer.

Sin embargo, no podemos decir que nos encontramos con un ejemplo de similares circunstancias. WUSA fue una extravagancia planteada al inicio de la década de los sesenta, y se mantiene como una olvidable mediocridad casi cuarenta y cinco años después de su estreno. Ambientada en un New Orleans que hay que reconocer aparece descrito con bastante eficacia, por momentos la película parece asumir una de sus influencia en ese mismo rasgo que esgrimía la reciente, galardonada –e igualmente sobrevalorada- MIGDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969. John Schlesinger). En medio de un contexto abúlico dominado por la apatía, el calor y una extraña sensación de falsa placidez, contemplaremos la llegada del joven Rheinhardt (Pual Newman), un locutor venido de un lugar innombrado, adicto a la bebida, que ha decidido establecerse en la ciudad, conociendo muy pronto a una prostituta que se encuentra en el inicio de la madurez –Geraldine (Joanne Woodward)-. Casi de inmediato el protagonista formará parte de la nómina de colaboradores de una emisora de radio local llamada Wusa, encabezada por Bingamon (Pat Hingle), caracterizada por su marcada tendencia ultraderechista, orientando todos sus mensajes en soflamas incluso de carácter racista.

Rheinhardt se irá a vivir junto a Geraldine a un avejentado apartamento, en donde prolongarán una extraña relación, conociendo allí a Rainey (un estupendo Anthony Perkins, en una de sus composiciones más matizadas y perdurables), un hombre encargado de inspeccionar las ayudas sociales concedidas a las minorías –sobre todo a los negros-, y contrario a que estas se reduzcan. Poco a poco tanto el rol encarnado por Newman como Rainey se irán conociendo, al tiempo que acercándose al malsano ambiente que intenta describir y centrar la película. Uno de ellos conociendo más de cerca y poniendo a prueba su cinismo a la hora de acercarse al entorno del poderoso Bingamon, y el inspector comprobando con creciente desilusión la conexión existente incluso entre hombres de raza negra –es el caso del despreciable Clotho (Moses Gunn)-, con el entorno fascista de ese hombre ávido de poder, instalando en la comunidad un modo de pensamiento de tintes totalitarios.

Nada habría en realidad que reprochar de antemano en la adaptación de la novela de Robert Stone –al mismo tiempo encargado de la elaboración de su guión-. Se percibe en ella la tensión latente y la intención de plasmar en la pantalla un estado de ánimo bastante presente en la Norteamérica de su tiempo. E incluso para ello se tomarán referencias de títulos ya clásicos en el cine USA más o menos reciente –la referencia de THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962) también de Frankenheimer deviene pertinente, y no solo por la presencia del habitualmente molesto Lawrence Harvey, en esta ocasión encarnando a un predicador de turbias intenciones-. Sin embargo, una cosa son las intenciones y otras los resultados. Y lo cierto y verdad es que el film de Rosemberg aparece como una propuesta descompensada por completo entre las intenciones que busca y los resultados que alcanza. Desde ese hortera desfile típicamente americano que inicia su mensaje, hasta la huída final de Rheinhardt tras haber contemplado la catarsis producida en una convención convocada por Bingeman y el posterior suicidio de Geraldine, de entrada se percibe el hecho de encontrarnos ante un título destinado ante todo al lucimiento del matrimonio Newman – Woodward, destacando el primero de ellos por su eterna y molestísima composición de hombre arrogante y dominado por la misantropía, que le permitirá todo tipo de pones y “tics”, en este caso más evidentes por la autentica carencia de entidad del personaje.

A partir de la carencia de roles provistos de la necesaria hondura, WUSA casi deviene una involuntaria parodia de los males que se encontraban presentes en una Norteamérica que combinaba la revolución Hippy –representada en la película de manera casi ridícula con esos jóvenes que simbolizan el movimiento de manera caricaturesca- o el drama de la guerra del Vietnam. Hay una casi escandalosa ausencia de densidad en los manejos de Bingeman -¿Cuál es el motivo de esa convención donde se propducirá la tragedia?-. La empatía en la pareja encarnada por Newman y la Woodward aparece cansina y llena de diálogos sin interés, destinados de forma muy clara al lucimiento de ambos –y hay que reconocer que, como siempre, es ella la que sale mejor parada-. Es más, las secuencias finales, consumado su suicidio, la dolorosa noticia apenas modificará la conciencia de ese ser al menos exteriormente carente de sentimientos, por más que la visita a la tumba de la que fue su amante y que perdió en una de sus discusiones, aparezca como un extraño climax antiromántico, incapaz de trascender a la pantalla su carga de profundidad, hasta el punto de que de nuevo Rheinhardt se marche a la búsqueda de otro entorno en donde desarrollar su existencia, tal y como hiciera en esta ciudad a la que abandona tras contemplar como testigo pasivo –aunque activo en la medida que no ha luchado contra lo que ha visto-, de una sociedad en estado de descomposición. Nada de ello impide, sin embargo, que WUSA deje de ser no solo una mediocridad sino, lo que es peor, una ocasión desperdiciada para haber podido penetrar en las entrañas de un contexto en el que el aparente progreso encubría un substrato maloliente. Tendrían que llegar títulos como THE PARALLAX VIEW (El último testigo, 1974. Alan J. Pakula) o varios otros, para plasmar dicho estado de las cosas con auténtica pertinencia.

Calificación: 1’5

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