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CINEMA DE PERRA GORDA

MY SON, THE HERO (1943, Edgar G. Ulmer)

MY SON, THE HERO (1943, Edgar G. Ulmer)

Hay un momento, sobre la mitad del metraje de MY SON, THE HERO (1943, Edgar G. Ulmer) en que uno de sus principales personajes –Kid Slug (Maxie Roseblom)-, llega a mirar a la cámara y manifiesta “¡Que locura de película!”. Perfecta definición para esta producción de la PRC, en la que el gran cineasta se estrenaba con algo más acierto en el ámbito de la comedia –terreno al que volvería años después con la brillante ST. BENNY, THE DIP (1955), en la que introduce de nuevo determinados elementos temáticos ya presentes en esta ocasión-. Todo para una producción de escasos medios –en ocasiones más que hablar de serie B podemos apelar a la serie Z-, pero que el cineasta logra revertir por completo, en esa poco más de una hora de duración que desarrolla un argumento que, en no pocos momentos, me recordó el utilizado por Frank Capra en su excelente LADY FOR A DAY (Dama por un día, 1933) –que sigo considerando su obra maestra-, y que volvió a utilizar en el brillante remake que cerró su filmografía; POCKETFUL OF MIRACLES (Un gángster para un milagro, 1961). En definitiva, Ulmer parece asumir en esta modestísima pero por momentos delirante comedia, una extraña mezcla entre el mundo de Damon Runyon –de quien nuestro director era amigo- y las mejores películas de los Marx Brothers.

Ya en su sorprendente inicio, parece indicarnos que se trata una propuesta del cine de boxeos, pero muy pronto veremos que no será más que el punto de partida para presentarnos al protagonista del relato, un caradura llamado Big-Time Morgan (Roscoe Karns), imbricado en el mundo de las apuestas, y manager del ya citado Kid Slug, que no llegado ni a aguantar un solo asalto en un combate por el que ha cobrado veinticinco dólares. Será el inicio de la descripción de la ruina en la que se encuentra tanto Morgan como el resto de personajes que le rodea. A saber, además de Slug, se encuentra un emigrante italiano de disparatadas maneras, que no deja de invocar nombres de su patria –desde Mussolini a Cristóbal Colón-, o la mujer del boxeador –Gerty (Patsy Kelly)-. En pocos minutos asistimos a su modus vivendi, en la habitación de un hotel al que deben dinero, mientras que el líder del grupo se gasta con facilidad el poco montante que dispone en unas apuestas que de nuevo le dejarán sin blanca. De manera inesperada, se enterará por la prensa de que su hijo –Michael (Joseph Allen)- se ha convertido en un héroe en el ejército, enterándose al poco de que dos días después va a visitarlo. Ello será el inicio de una serie de peripecias de suplantación, al objeto de que su hijo siga manteniendo la mentira que su padre le ha transmitido sobre su situación. Para ello, tendrá que pedir ayuda a las personas que rodean, en especial a Gerty, con cuya mediación logrará que un amigo suyo le preste una mansión para poder ubicar allí la farsa en la visita de dos días de su hijo.

Una premisa bastante similar a la de los dos títulos citados de Capra, que nos permitirá asistir a un divertido y en ocasiones casi atropellado recorrido, donde el sentido del timming de comedia resultará sorprendente, dentro de un hombre de cine caracterizado por el contrario por unas realizaciones sombrías. Sin embargo, el autor de DETOUR (1945) asumió esta modestísima producción con la clara intención de insertar en él otro de sus acostumbrados apólogos morales, destinado en esta ocasión en la figura de su protagonista, buscando en esta ocasión la plasmación fílmica de la redención de ese simpático sinvergüenza que ha logrado llevar a todos de calle durante largo tiempo, y al cual de manera inesperada se le dará la oportunidad de reencontrarse con su antigua esposa y su propio hijo, permitiéndole salir de un modo de vida indeseable. Pero lo bueno de MY SON, THE HERO, es que esta premisa está envuelta en los ropajes de una comedia divertidísima, a la que sin duda las carencias de producción y de casting –aunque en general los actores se revelen eficaces-, también una mayor duración-  limitan su alcance, pero de la que en última instancia no podemos dejar de mantener la sensación de haber asistido a una sorprendente aportación al género que, caso de haber contado con más medios, bien pudiera haberse considerado un logro casi absoluto dentro del mismo.

No obstante, en cualquier antología del género merece ser incluida esta muestra, quizá más valiosa que otras coetáneas mejor valoradas al estar inmersas en la política de estudios, al tiempo que ofrecerse como insólita mirada de un cineasta que a partir de sus fotogramas, demostraba no solo un cariño especial por el mismo, sino además un profundo conocimiento de sus engranajes. Así pues, Ulmer se mostrará diestro a la hora de describir con pequeños trazados la psicología de la fauna humana que poblará su función. Sus anhelos y frustraciones, sus vicios –esa manera de describir la inveterada inclinación del protagonista por las apuestas, la torpeza del veterano púgil, la entereza y nobleza de Gerty…-. Lo ofrecerá con un sentido del ritmo admirable, que tendrá especial significación a partir de la puesta en marcha de la pantomima, pero que brindará instantes tan hilarantes como la convincente petición de la mencionada Gerty de la suntuosa vivienda al atolondrado Sam –la conversación telefónica resultará impagable-. Una vez en la misma, es cuando en realizad se acelerará ese rasgo absurdo propio de las películas de los Marx Brothers, teniendo especiales aliados en el emigrante italiano y, sobre todo, el veterano y sonado púgil –sensacional el mostrarnos como se depila los brazos mientras el resto de “visitantes” recorren las habitaciones de la mansión.

Ulmer muestra su destreza en el juego de cámara, en la elección de una planificación que busca el seguimiento de sus actores, en la que no se obvia su gusto escenográfico –la inclusión de elementos decorativos en determinados instantes, como al mostrar a Sam en la conversación antes citada, junto a la pequeña estatua de una figura mitológica que indica sutilmente la llamada del amor-. Poco a poco, el relato irá sumergiéndose en una vertiente cercana al absurdo, especialmente con la celebración de una fiesta –que parece un preludio en pobre de las filmadas décadas después por Blake Edwards-, en la que pese a la carencia de medios no dejaremos de encontrar numerosos motivos de regocijo. La aparición reiterada de parejas usando el mismo traje, la mezcla de ilustres invitados para adquirir bonos, con otros procedentes de los bajos fondos, para entregar a Morgan ese dineral que –sin él imaginárselo- ha ganado merced a la torpeza de ese sonado y ajado púgil, que en última instancia se erigirá como el máximo atractivo de una comedia que deviene sutil y divertida a partes iguales, demostrando una faceta más de unos de los cineastas más enigmáticos y fascinantes de la Historia del Cine; Edgar G. Ulmer.

Calificación 3

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