SING YOUR WAY HOME (1945, Anthony Mann) [El código del amor]
A pesar de la ligereza y aparente falta de personalidad que esgrime SING YOUR WAY HOME (1945), lo cierto es que Anthony Mann ya había dado probadas muestras de su destreza en el ámbito de la serie B, dentro del engranaje de la RKO. Esta sería la octava obra de una andadura centrada hasta entonces en propuestas de cine policíaco y dramas lindantes con el misterio. Ni que decir tiene, que en aquel entonces nadie podía adivinar ni de lejos, el cineasta de primera fila que muy pronto iba a despuntar, en ese mismo marco de producciones de bajo presupuesto. Pero, si más no, hay que reconocer que pese a su apresurado y poco atractivo inicio, el título que comentamos queda delimitado según va transcurriendo su muy ajustado metraje –poco más de setenta minutos de duración-, como una simpática comedia romántica y musical, en la que sotto vocce, se trata la problemática del retorno de heridos y soldados, tras su participación en la II Guerra Mundial
La acción de SING YOUR WAY HOME, se inicia en la Francia ocupada, en la que se describe el hastío del egocéntrico corresponsal de guerra Steve Kimball (Jack Haley), deseoso de retornar a su actividad periodística en Estados Unidos. Dada la escasez de oportunidades para ello, solo tendrá la oportunidad de retornar en un buque, si se hace cargo de un grupo de adolescentes conocidos por formar un grupo musical. Un colectivo en teoría de quince muchachos, pero entre el que se encuentra una joven que en principio Kimball estará dispuesta a denunciar a las autoridades del barco, pero a la que decidirá utilizar, enviando mensajes a su periódico de cabecera, utilizando el denominado “código del amor”, y encubriendo con ello las crónicas de guerra que traslada a la imprenta. Mientras se sucede esta circunstancia, la joven –Briget Forrester (Marcy McGuire)- se enamorará de manera creciente del arrogante periodista, mientras que este –del que descubriremos nunca ha mantenido relación alguna con una mujer-, hará lo propio con la atractiva cantante Anne Jeffreys (Kay Lawrence), con la que ha tenido un accidentado encuentro a la llegada al barco.
Con todos estos ingredientes, el todavía dubitativo Anthony Mann compone una ligera historia a modo de comedia, en la que personalmente me resulta chirriante la presentación de su protagonista. Es verdad que retrata a un ser arrogante y antipático, pero no es menos cierto que el intérprete que lo encarna resulta detestable –algo que lastrará el conjunto de la película-. Será un rasgo que acentuará en cierto modo en las carencias de este título discreto pero que, de manera paradójica, va ofreciendo un creciente interés, en su incardinación de esos elementos de comedia slapstick, la relativa agilidad de sus números musicales, el elemento romántico que proporciona le relación del cronista con Anne, y los ecos que entre secuencia y secuencia, se ofrece en torno al drama de los retornos de guerra, en ocasiones soldados heridos y mutilados.
Quizá sea demasiado pedir que se profundizara en cualquiera de sus vertientes, en una pequeña película que solo se erige como complemento de programa doble de la época. Sin embargo, lo que podría ser el punto de partida de una producción desdeñable –como lo pudo ser HONEYMOON (1947, William Keighley)-, poco a poco se erige como una agradable comedia –es el elemento que más destaca en su discurrir-, en el que podremos contemplar personajes episódicos tan disparatados como el oficial del buque que no deja de intentar el recuento de los jóvenes, buscando esa polizón que una y otra vez se le escapa en sus cómputos, o ese pasajero que recibirá constantemente golpes en la cabeza con objetos que atrae como un imán. O la divertida secuencia en la que el tutor – periodista duerme en una improvisada cama en medio de la separación de chicos y chicas que ha establecido con innecesaria severidad. O el episodio en la que sentirá su orgullo herido, cuando en la librería en la que compra un ejemplar de su libro para obsequiar a Ann, el dependiente no deja de soltar improperios en contra de las supuestas calidades del mismo, hasta el punto de regalárselo. O, en definitiva, la disparatada situación –digna del mejor Preston Sturges- que Anne ha provocado de manera inesperada, al ampliar ese supuesto telegrama amoroso que descubre ¡Y que estallará en un conflicto diplomático internacional!
Pero junto a con esa vertiente amable, que se ensañará con la figura de ese cargante periodista, la ligereza del film de Mann proporciona algunos números musicales de ágil disposición, un entramado sentimental de escueta presencia, y también esas pinceladas melodramáticas, encaminadas a resaltar el esfuerzo de guerra. Una intención que revelará no solo la presencia ocasional de jóvenes ubicados en silla de ruedas en un segundo término en algunas de las secuencias en plano general –la actuación de los jóvenes protagonistas, en la conexión establecida con Steve- sino, sobre todo, en el episodio en el que se describe la misa dominical en el barco, provisto de una especial temperatura emocional, aportando un curioso carácter ecuménico, a un fragmento que queda despejado del conjunto del film, erigiéndose como una extraña evocación, muy a tono con su momento de realización.
Calificación: 2
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