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CINEMA DE PERRA GORDA

ICE STATION ZEBRA (1968, John Sturges) Estación polar Cebra

ICE STATION ZEBRA (1968, John Sturges) Estación polar Cebra

Aquellos escasos aficionados que en algún momento tengan la curiosidad de “escarbar” entre los vestigios de la crítica española de finales de los sesenta e inicios de los setenta, estoy seguro que solo encontrarán referencias desprovistas de cariño, hacia la andadura de cineastas de probada experiencia, enfrascados en superproducciones que, casi sin dirimir ni penetrar en su grado de calado, fueron despachadas en bloque. Títulos en general de probado éxito comercial, extendidos en líneas generales al ámbito bélico, la aventura o la ciencia-ficción, que podrían ir desde THE LONGEST DAY (El día más largo, 1962. Ken Annakin, Andrew Marton y Bernard Wicky) hasta FANTASTIC VOYAGE (Viaje alucinante, 1966. Richard Fleischer). Propuestas que por lo general buscaban la anuencia de lujosos repartos, repartidos en roles episódicos, cuidados diseños de producción, basados en argumentos que de entrada gozaran de cierto impacto. Como experimentado exponente del cine de géneros, John Sturges fue uno de los nombres convocados a dicho ámbito, firmando tras la sombría HOUR OF THE GUN (La hora de las pistolas, 1967), ICE STATION ZEBRA (Estación polar Cebra, 1968), que supuso su segunda incursión en un ámbito que ya había probado con anterioridad en THE SATAN BUG (Estación 3 Ultrasecreto, 1965), y que prolongaría con MAROONED (Atrapados en el espacio, 1969). Películas todas ellas que además de insertarse en el ámbito antes señalado –el título que comentamos se basa en una novela de Alistair MacLean, de cuya pluma partió la base de THE GUNS OF NAVARONE (Los cañones de Navarone, 1961. John Lee Thompson) o la ya citada THE SATAN BUG-, combinando ficción bélica, un claro trasfondo el deshielo soviético, con ecos bastante evidentes a la iconografía bondiana.

Entremezclando ambos elementos, no faltarán detalles hoy día entrañables, como la respetuosa presencia de un entreacto y un intermedio, que permitía a los espectadores de la época asistir a espectáculos de larga duración –en este caso dos horas y media-, con más respeto que en nuestros días. Más allá de este detalle tan anecdótico como revelador, lo cierto es que ICE STATION ZEBRA muestra a las claras los servilismos, y al mismo tiempo las virtudes, inherentes por un lado al contexto de producción en que se inserta el relato, y por otro la profesionalidad que le aplica un cineasta, cierto, acostumbrado a películas encuadradas en géneros muy codificados, delimitadas en presupuestos mucho más reducidos. En el primer apartado, preciso es admitir que el primer tercio del film acusa de manera algo premiosa, las convenciones del cine “de submarinos”. Dejando de lado la precisión de su secuencia de apertura, su discurrir se estanca cuando se presentan los personajes y el personal del submarino, asistiendo igualmente a una premiosa mirada en torno a las directrices que harán discurrir un submarino, que de manera periódica se irá mostrando en esos planos generales, punteados por la luminosa fotografía de Daniel L. Fapp y el impactante tema musical de Michel Legrand –otro elemento acostumbrado en este tipo de producciones-. Hasta ahí, hay que reconocer que ICE STATION ZEBRA no se sale, para bien o para mal, del contexto en que se encuentra inmersa. Por fortuna, poco a poco vamos percibiendo una clara voluntad de Sturges por aplicar una puesta en escena revestida de sobriedad y sequedad, que beneficia al conjunto de un relato, a partir del inicio de la misión que tienen marcada, acudiendo hasta la estación que se encuentra en el Polo Norte, para rescatar a los hombres que allí se encuentran y han enviado unas llamadas de socorro.

De manera paulatina, con la ayuda de un muy ajustado reparto –Hudson, el estupendo McGoogan, Borgnine, Brown e incluso el joven Tony Bill- y con una adecuada utilización de la escenografía del interior del submarino, el espectador se va sumergiendo –nunca mejor dicho- en una intriga en la que quizá el macguffin no revista especial significación –esa cámara que ha fotografiado bases americanas y soviéticas, que de caer en malas manos podría provocar un peligro global-. No obstante, la interacción de sus diferentes personajes, por más que su desarrollo dramático no se encuentre apurado hasta sus máximas consecuencias, hay que reconocer que se beneficia de la agudeza en la realización de Sturges, capaz de combinar sobriedad y una desdramatizada aplicación de la intriga, que con tanto acierto plasmó en BAD DAY AT BLACK ROCK (Conspiración de silencio, 1955). Las situaciones en apariencia  desprovistas de incidencia dramática, son descritas con una creciente y encomiable sentido de la progresión narrativa. De manera paulatina, viviremos el sobrecogedor episodio del discurrir de la nave, navegando por debajo de la gruesa capa de hielo polar, los intentos por emerger y romper dicha capa, o la inesperada inundación, que además de provocar una situación de caos y una víctima mortal, servirá para constatar la presencia de sujetos que desean provocar un sabotaje. A partir de la llegada al polo –por medio de la abrupta presencia del submarino, emergiendo a una superficie nevada y en plena tormenta-, se sucederán diversas aventuras, todas ellas descritas con una encomiable sequedad. Es más, incluso todo el largo fragmento descrito en un supuesto exterior polar y dominado por tormentas, aunque en realidad rodado en estudio, beneficia por esa misma circunstancia, ese grado de irrealidad cinematográfica. Incluso, percibimos en no pocos momentos –el asedio de las fuerzas soviéticas a las fuerza americanas que dirige el comandante Ferraday (Rock Hudson)-, unos evidentes ecos westernianos, que Sturges no solo no oculta, sino que potencia con claridad.

Así pues, ICE STATION ZEBRA discurre con una interiorización en la dosificación de la intriga, una clara apuesta por la distensión, en aquellos años tan tensos a nivel mundial, y el grato regusto de asistir a una superproducción de dos horas y media, que transcurren con un ritmo de creciente interés. Una película en la que el respeto a las convenciones de una característica superproducción de Martin Ransohoff, logró confluir en un drama de intriga y aventuras, dotado con notable tersura, carente de servilismos visuales con las modas de su tiempo, y que estimo, ha logrado sobrepasar con nota positiva el paso del tiempo.

Calificación: 3

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