THE WALKING HILLS (1949, John Sturges)
THE WALKING HILLS (1949) es el octavo largometraje firmado por John Sturges, hasta entonces siempre dentro de los confines de la serie B, y el último que firmaría dentro de la siempre modesta Columbia Pictures. Nos encontramos ante un periodo aún bastante poco conocido de sus primeros pasos como cineasta, en el que sin embargo no puedo dejar de destacar la única propuesta de este periodo que había contemplado hasta la fecha, el intenso melodrama gótico THE SIGN OF THE RAM (El signo de Aries, 1948), que no dudo en situarla entre las películas más atractivas de toda su filmografía. Precisamente, al año siguiente, Sturges rueda THE WALKING HILLS, en donde parece iniciar un tipo de cine áspero, físico, árido incluso, que tendría su prolongación en la inmediata THE CAPTURE (1950), ésta ya iniciando su incorporación en el ámbito de la serie B de la Metro Goldwyn Mayer. Serán películas que se insertarán en un determinado ámbito de crítica de elementos de la sociedad USA, oponiéndose de manera tímida al macartismo, y sumándose a una corriente que en aquellos años expresaban cineastas como Joseph Losey, Edward Dmytryk o Cyril Endfield. En cualquier caso, esa inclinación apenas de encuentra presente de manera episódica en sus instantes iniciales, descritos con dinamismo en una ciudad situada en las fronteras de Estados Unidos y México, de donde parten buena parte de las interrogantes que se irán desvelando, poco a poco, en el devenir del relato. Veremos como discurre por las calles de esta población un muchacho -Shep Wilson (William Bishop)-, que cruzará su mirada a través de un escaparate con una muchacha -Chris Jackson (Ella Raines)-, mientras el primero es seguido por Frezee (John Ireland), un agente de gobierno, espoleado por un anciano de aspecto huraño.
Casi de inmediato la entraña de la película se dirime en una partida de póker, donde se reunirán de manera inesperada sus protagonistas, y en la que se planteará, casi de un fotograma a otro, la posibilidad de encontrar en el desierto el botín de oro que se encontraba en una caravana, cuyos vestigios ha contemplado casualmente el componente más joven de la partida -Johnny (Jerome Courland)-. Sus indicios animarán a los presentes, entre los que se encontrará el inesperado líder del grupo -Jim Carey (Randolph Scott)-, así como el muy veterano y cascarrabias Willy (el extraordinario Edgar Buckanan). A mi modo de ver, el corto alcance de THE WALKING HILLS se encuentra precisamente en esta inesperada escena, que se articula como precipitada y esquemática presentación de una galería de personajes que, hay que reconocerlo, en muy pocos momentos se encuentran alejados del estereotipo. Es cierto que asistimos a un relato de corto presupuesto que no alcanza los ochenta minutos de metraje, pero no cabe duda que la manera de tratar este retrato coral será una rémora que impide que una modesta propuesta de ciertas cualidades, no se eleve finalmente por encima de la medianía, o incluso la discreción, precisamente por intentar abordar de manera débil una serie de retratos psicológicos que se escapan de la fisicidad de sus imágenes, sin duda su elemento más valioso.
Así pues, el film de Sturges, que justo es reconocer preludia un sendero más adelante expresado con mayor acierto en su cine, asume en sus modestas costuras una mezcla de western contemporáneo y propuesta de aventuras, con ecos de la muy cercana THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE (El tesoro de Sierra Madre, 1948. John Huston), la coetánea y bastante más atractiva LUST FOR GOLD (1949, S. Sylvan Simon), asumiendo el aura fronteriza de tantos títulos de su tiempo. Es más, me atrevo a señalar que preludia algunos perfiles de la posterior ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder). En todo caso, lo más atractivo del relato se dirime cuando el colectivo de aventureros se introduce en las rocosas montañas que muy pronto darán paso a las arenas del desierto -magníficamente descritas con una serie de misteriosos planos generales, en donde destacará la rugosidad fotográfica de la iluminación en b/n de Charles Lawton, Jr., el mayor aliado de Sturges en la película-. A partir de este momento, su discurrir se dirimirá en una serie de peripecias, unas con más atractivo que otras, concluyendo en una especie de huis clus en donde cada peregrino albergará su propio drama personal, y al que se sumará la aguerrida Chris, incorporada al grupo una vez este ya se encuentra internado en el desierto. Así pues, Freeze intentará atrapar al asesino -accidental- de un muchacho, por encargo de su padre -el anciano huraño que hemos contemplado al inicio-, quien se comunicará con este por medio de señales a través de espejos en la lejanía. Y esa culpabilidad equívoca será asumida, al mismo tiempo, por Shep y Johnny, insertando el relato, en dos secuencias confesionales del primero con la joven, sendos breves flashbacks que evocan por un lado la relación que este mantuvo cuando la conoció tiempo atrás, y por otro la muerte accidental que provocó y le atormenta. Por su parte, esta no dejará de dudar en todo momento entre recuperar su atracción hacia Wilson o, quizá, hacerlo con Carey, con quien también mantuvo otra relación, aunque este siempre la evoque desde una distanciación, debida sobre todo a un mayor grado de experiencia existencial.
En medio de este cruce de pensamientos, incertidumbres, pesares y anhelos, lo cierto es que lo mejor, lo más atractivo de THE WALKING HILLS surge en la expresión de un relato físico y directo, que tendrá su plasmación más oportuna en la descripción de la tormenta de arena, inicialmente prevista con demasiada ligereza por Willy, pero que más adelante se incorporará al clímax del relato casi como auténtico protagonista del mismo. En cualquier caso, este no llega a ser integrado más que como prueba de supervivencia, más no como deseada catarsis del mismo. Y dentro de ese capítulo cabría señalar de manera más discreta el hastío que irán desprendiendo las tareas de búsqueda y desenterramiento de los indicios que se irán encontrando en torno a esa deseada caravana, que finalmente quedará como un sueño no alcanzado, o quizá no tanto.
En última instancia, y por encima del desaprovechamiento de personajes e incluso de intérpretes que muy pronto despuntarían dentro de los géneros ‘duros’ -más allá de Randolph Scott, podríamos incluso destacar el desaprovechamiento que se brinda a Arthur Kennedy-, en mi opinión uno de los aspectos más atractivos de esta modesta película se centra en el joven Johnny, al que una inesperada y tonta pelea contra Freeze dejará herido en la columna. Será en torno a él donde, esta vez sí, se podrá percibir un cierto crescendo dramático, no solo al escuchar las tribulaciones del noble muchacho -quien de manera equívoca se considera culpable de un hecho leve-, sino que en torno suyo se articularán buena parte de los momentos más intimistas, confesionales y valiosos de esta pequeña producción. Es curioso, sin embargo, que cuando se verifique su muerte, ni siquiera se ofrezca una pequeña secuencia de entierro en las arenas del desierto. Y es que esos claroscuros son los que definen este relato tan atractivo y físico en sus mejores momentos, como provisto de tantos agujeros argumentales y psicológicos en su desarrollo. En el que uno entiende que sobran souls de Josh White, pero se echa de menos una mayor complejidad dramática en su galería de personajes, para evitar en algunos momentos asistir a una propuesta en la que importa mucho más, el continente, que el contenido.
Calificación: 2
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