SMOKE SIGNAL (1955, Jerry Hopper) Cara a la muerte
Dentro de la caherística “politica de los autores”, la figura del norteamericano Jerry Hopper (1907 – 1988), no merecería ni media línea. Extendido en una sucesión de aportaciones de género para programas dobles de los años cincuenta, tiempo después trasladó su oficio y grisura al ámbito televisivo. Sin embargo, incluso en el ámbito de un profesional tan poco estimulante –recuerdo con horror su THE PRIVATE WAR OF MAJOR BENSON (La guerra privada del mayor Benson, 1955)-, aparecen títulos que hablan de la eficacia de un sistema de producción. De esa apócrifa “política de las películas”, que en no pocas ocasiones permitían resultados más que estimulantes. Así pues, en el mismo año 1955 en que había dado vida la ya citada e inocua comedia de ambiente militar, Jerry Hopper firmó SMOKE SIGNAL (Cara a la muerte, 1955), que estaría casi dispuesto a destacar como su película más destacable, si no fuera por que no he tenido aún ocasión de contemplar el policíaco NAKED ALIBI (1954), que en los últimos tiempos va gozando de creciente valorización. Lo cierto es que nos encontramos con un atractivo western de los llamados “de itinerario”, que en buena medida viene a preludiar corrientes, que muy poco después se insertarían en el cine del Oeste con mayor contundencia.
Desde sus primeros compases, esta producción de la Universal queda dominada por los colores terrosos y ásperos de Clifford Stone, transmitiendo el público la aridez de un ámbito que muy pronto se revelará como marco idóneo para un conflicto que trascenderá con agudeza, el presunto maniqueismo que inicialmente podía inducirnos a pensar un preámbulo que habla de un enfrentamiento entre oficiales e indios. Cierto. También podría apelar a un relato de acoso a un acuartelamiento situado en plenas tierras desérticas, de la cual el cine ha ofrecido ejemplos de gran interés. Sin embargo, el argumento de George F. Slavin y George W. George pronto introducirá los elementos necesarios para que más adelante su discurrir ofrezca un atractivo giro. La llegada del capitán Harper (eficazmente hierático Wiliam Talman) con su no muy abundante destacamento de soldados al acuartelamiento, se verá acompañada por la incorporación del explorador Garode (estupendo Douglas Spencer). Ya en el camino la presencia del cadáver de un soldado, además de apercibir del acoso a que se encuentra sometido dicho recinto, servirá para mostrarnos una secuencia impactante, casi sacada de nuestro Cantar de mío Cid; la utilización del mismo, montado a caballo, para que sirva de señuelo en el más que probable ataque de los indios. Gracia a este ardid, los hombres de Harper podrán introducirse en un recinto en donde se huele a caos y desolación. Casi todo su personal ha sido aniquilado. Entre ellos reina el pesimismo y una extraña incomodidad, ya que se puede percibir incluso un cierto malestar psicológico que trasciende su instinto de supervivencia. Quizá lo brinde la presencia, atado a unos postes, de Brett Halliday (magnífico, como siempre, Dana Andrews), en quien se depositarán las iras de todos los presentes. Antiguo oficial del ejército, desertor huido e integrado en el mundo indio –donde incluso se casaría con una componente de dichas tribus-, su captura será el primer paso para juzgarlo y, previsiblemente, ejecutarlo. Todo el odio que, por diferentes motivos, genera Halliday, aparece casi como el detonante para que la fauna humana que le rodea, se encuentre a si misma, revelando la verdadera faz de unas personalidades mezquinas, dominadas por prejuicios, receptivas o, finalmente, comprensivas. Un amplio abanico de perfiles psicológicos, que muy pronto se manifestará dentro del ámbito dramático, a través de la sugerencia que el preso brindará, como única posibilidad de huída, utilizando las canoas que a punto han estado de ser destrozadas para servir como leña, para con ellas huir por el peligroso río Colorado, dominado por fuertes corrientes y recovecos.
A partir de ese momento, el conflicto dramático de SMOKE SIGNAL se funde y evoluciona en la odisea del colectivo humano que huirá en esas dos pequeñas barcazas, sorteando el serpentear de un río lleno de riesgos, envueltos en la sobrecogedora belleza de las ásperas y erosionadas montañas que los circundan, y sometido al creciente temor de la amenaza latente de los indios, presente mediante las huellas de humo y el sonar de los tambores. Será todo ello el contexto de la progresiva modificación de la perspectiva que ofrece Halliday, que se iniciará con la intuición demostrada por Laura Evans (Piper Laurie), hija del mando militar que había redactado el pliego militar contra este. Su pericia, la nobleza de su por otra parte pasiva actitud, poco a poco irá marcando la aprobación de los soldados que comparten esta peligrosa aventura. Habrá dos excepciones. La primera, el ya citado Harper, dominado por completo en su férrea disciplina militar. La segundo, mucho más cuestionable, la espiral de animadversión que hacia Halliday brindará el joven teniente Ford (Rex Reason) según Laura, su novia, vaya acercándose al detenido, vislumbrando en él esa otra persona que se ha empeñado en ocultar hasta entonces. Con un notable sentido de la densidad dramática, alternando episodios donde la acción se hace exterior –los peligros del discurrir por el río-, con otros donde la misma se intuye latente, dejando paso a la reflexión de sus personajes, la película se articula de forma casi modélica, hasta tal punto que la relativa recurrencia a las sobreimpresiones no lega a molestar en un conjunto en donde el dominio del ritmo está presente, ligado con el preciso retrato de la evolución que presenta esa decreciente fauna humana que lucha por su supervivencia, pero que al mismo tiempo no deja de asumir que la imagen que se habían establecido de un hombre despreciado en principio por todos, en el fondo no supondrá más que la metáfora para intentar vislumbrar un renovado futuro vital. Futuro para el propio Halliday ligado a Laura, y futuro también para ese militar de mentalidad cerrada y férrea, que solo cederá, a través de lo que marca la propia normativa, en una conclusión abierta a la esperanza.
Hasta ese momento el film de Hopper se desarrolla como una estupenda y tensa propuesta del género, que asimila elementos del cine de aventuras o incluso el de suspense –la persistente y latente amenaza de los indios, la progresiva revelación de la oculta personalidad del que, en realidad, es un falso culpable-, y ofrece algunos pasajes deslumbrantes. Entre ellos, no puedo dejar de resaltar todos aquellos episodios en los que los pedregosos laterales del cañón aparecen como mudos protagonistas, ese ominoso picado que muestra la pavorosa magnitud del Cañón de Colorado, en donde Ford exteriorizará su intención de liquidar a Halliday, con consecuencias inesperadas. Sin embargo, si algún fragmento de SMOKE SIGNAL pasará a las antologías del cine americano de su tiempo, por méritos propios, será el ataque de los indios desde la orilla del río a los protagonistaS de la huída, cuando la escasa profundidad del caudal ha hecho impracticable la navegación, teniendo los soldados que “andar” literalmente sobre las aguas. Uno de ellos, con los ojos vendados por una herida de bala recibida, clamará la ayuda de sus compañeros, caminando aterrado sin rumbo fijo por las aguas, mientras sus compañeros se intentan proteger de las balas, hasta que caiga abatido. Una imagen irrepetible, para una propuesta digna de no poca atención.
Calificación: 3
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Luis -