STRICTLY DYNAMITE (1934, Elliot Nugent) [Un escritor en Nueva York]
Completamente olvidada en nuestros días, sin grandes cualidades y al mismo tiempo conservando una cierta simpatía, STRICTLY DYNAMITE (1934, Elliot Nugent) es una de las numerosas muestras que Hollywood brindó, prolongando una corriente de comedia, que combinaba cierta herencia del slapstick mudo, aunando en ella un componente musical y de vaudeville. Un ámbito en el que se podrían introducir incluso determinados títulos de los cómicos más célebres –estoy pensando en obras sonoras de Laurel & Hardy e incluso Buster Keaton, con sus interludios musicales-, pero en el que encajaría de manera más definitoria la producción de los Marx Brothers. Algo de ello aparece en esta pequeña producción de la Radio Pictures, centrada en el mundo del espectáculo newyorkino, y en la que uno echa de menos un mayor alcance en su articulación disolvente. En esa capacidad subversiva, que sí alcanzaban por lo general las muestras cinematográficas de Groucho y sus hermanos. Aquí, en su lugar, nos encontramos con dos parejas que viven paralelamente una situación por completo divergente. Por un lado tenemos a la famosa estrella del espectáculo Moxie (Jimmy Durante) y su compañera Vera (la exótica Lupe Velez). En su oposición encontramos a otra pareja, en este caso de jóvenes, más escoradas en el entorno de las limitaciones de la Gran Depresión norteamericana. Me refiero al incipiente escritor Nick (encarnado por el posterior realizador Norman Foster, que hizo bien en abandonar la interpretación) y su novia Sylvia (Marian Nixon). La crisis creativa y de guiones sufrida por el egocéntrico Moxie, será la inesperada circunstancia que permitirá –mediante las ardides de su novia y el manager del escritor-, que sus textos lleguen a las manos del desesperado cómico, un hombre incapaz de atender a la realidad, y que de manera inesperada logrará encontrar en esa mezcla de escritos, aderezado con esos viejos manuales de chistes utilizados por los gagman, convertir a Nick en un cotizado escritor para el mundo del espectáculo, siendo acosado por numerosos clientes, en el despacho que ha montado.
Dicho cúmulo de circunstancias, hará que este joven de débil voluntad se vera invadido de esa erótica, que incluso facilitará que se vaya acercando a la alocada Vera, aunque para ello deje de lado el normal desenvolvimiento de su despacho y, lo que es peor, el trato debido a su novia, una cada vez más decepcionada Sylvia. Así pues, pronto llegará la decadencia del joven escritor, seguido al mismo tiempo por los esbirros de Moxie, siempre temeroso de que su chica lo abandone por este. No obstante, todo acabará de forma amable, ya que al final aflorará el auténtico talento de Nick –la poesía-, que será recibida con entusiasmo por la excéntrica estrella, como material para servir de base a un nuevo rumbo en su andadura artística. Elliot Nugent dirige sin preocuparse en exceso por emerger de una cierta nerviosa teatralidad, intentando combinar el elemento de comedia sentimental que se brinda en los desprecios de Nick por su novia, con una mayor inclinación a la hora de mostrar los manejos y entretelas del mundo del espectáculo de su tiempo. Desde la pobreza que los patrocinadores del programa radiofónico que protagonizan Moxie y su chica, observan en el material que les proporciona Bailey (Franklin Pangborn). La recurrencia que observamos en la utilización por parte de todos los cómicos, de viejos manuales de chistes, que tan solo se han de molestar en actualizar. Los recelos de Moxie por compartir sus actuaciones con Vera –esto parece como algo heredado de títulos canónicos como la coetánea TWENTIETH CENTURY (La comedia de la vida, 1934. Howard Hawks), y que tendría su continuidad en el Joseph Tura de la impagable TO BE OR NOT TO BE (Ser o no ser, 1942. Ernst Lubitsch)-. Es más, el film de Nugent nos reservará una escena rodada en el suntuoso y al mismo tiempo recargado y kitsch dormitorio de la estrella, presidido en la cabecera con una estridente “M” de gran tamaño, viendo al mismo tiempo como la pareja de guardaespaldas son, en realidad, dos payasos que en todo momento hacen prueba de fe de su inquebrantable adhesión a su jefe –y de paso recordándonos la pasión de nuestra patria Belén Esteban por su hija-. Sin embargo, los episodios más suculentos de una película que por su propia modestia y previsibilidad deviene finalmente simpática, son aquellos en los que el manager de Nick logra enredar al verborreico y, en el fondo, poco lúcido Moxie, engatusándolo en una catarata de cifra en un supuesto regate para comprar material para sus números, que finalmente le llevarán no solo a elegir la cifra más elevada sino, lo que es peor, concluir la negociación creyendo que ha logrado el acuerdo más ventajoso posible. Es quizá la situación en la que la película da la medida del ámbito del absurdo que podría haber logrado asumir –tomando como referente la comicidad no solo de los Marx, sino de figuras tan exitosas en el aquel momento del género, como W. C. Fields-. Lamentablemente, su discurrir sigue senderos más previsibles, aunque ello no limite su discreto margen de encanto.
Calificación: 2
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