Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

JENNIFER (1953, Joel Newton)

JENNIFER (1953, Joel Newton)

Nunca dejará el cine de ofrecernos sorpresas. Películas apenas reseñadas, caracterizadas por su irregularidad de planteamiento, producción o resultados… pero que en última instancia adquieren el marchamo de lo fascinante. Es el ejemplo que nos brinda esta desconocida producción de la Monogram. JENNIFER (1953) aparece de entrada como la única película dirigida por Joel Newton, de quien no se tiene la más mínima referencia –ni siquiera en IMDB-, que adquiere su máxima notoriedad a efectos de producción, en su condición de ser uno de los cuatro títulos que protagonizaron la pareja formada por Ida Lupino y Howard Duff, cuando ambos eran matrimonio en la vida real. Es este, por otra parte, el único elemento de producción destacable, en una película que ondea los planteamientos de la serie Z. Es decir, escasez de intérpretes, siendo rodada su acción en el decorado de una mansión de falso estilo español. Eso sí, su significativa banda sonora, viene avalada por la firma del posteriormente oscarizado Ernest Gold, y se cuenta con la significativa presencia del gran James Wong Howe como operador de fotografía. Son, sin lugar a dudas, dos elementos de especial importancia en esta extraña fantasmagoría, que bien podría aparecer como una insólita propuesta ligada a un fantastique contemporáneo, o bien un drama, centrado en la personalidad psicológica de su protagonista –Agnes Langley (Lupino)-. Esa ambigüedad del planteamiento del relato, es el que en última instancia le brinda su verdadera personalidad, logrando que los desequilibrios del conjunto, reviertan en un relato por momentos hipnótico, que aprovecha al máximo el alcance de una misteriosa atmósfera, tomando como base un guión casi inexistente.

En realidad, JENNIFER narra la obsesión de la recién llegada Agnes, centrada en torno a la que fuera su antecesora como responsable de la mansión, que ha desaparecido de la misma de manera misteriosa. Poco sabemos del pasado de la antigua huesped, pero también escaso es lo que conocemos del de la recién llegada, de la que poco a poco iremos descubriendo las razones de su drama interior. Estuvo a punto de casarse y su novio la abandonó, resignándose desde entonces a un modo de vida, solitario e introvertido. Es por ello que su acceso a esta extraña mansión, supone para ella una especie de exorcismo interior, en el que tendrá como único asidero exterior la presencia de Jim Hollis (Duff), que desde el primer momento se ha visto atraído por ella, intentando un constante acercamiento, que la nueva inquilina intentará desoír. Así pues, con una base tan escueta, y de entrada, tan poco estimulante, la película deviene en una pura exhibición de atmósfera, centrada en los recovecos de esa abandonada mansión, que la cámara de Newton y la iluminación de Wong Howe, recorren con delectación, sin dejar de asomar en la misma una cierta sensación de abandono, ya que las propias carencias de producción, nos inducen a pensar que la película se rodó en una auténtica mansión abandonada, para ahorrar costes. Por el contrario, esta posible circunstancia enriquece una película rodada casi a ras de tierra, que tiene un importante centro de atención en la fuerza, intensidad y desconcierto que ofrece la performance de la Lupino. Su voz rasgada, su mirada huidiza, el progresivo descubrimiento de ese diario que le hará quedar hechizada por esa mujer misteriosa que, sin conocerla, parece estar tan cerca de ella.

A partir de esa circunstancia, JENNIFER aparece casi como un puente perdido, entre propuestas fantastiques como la maravillosa THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel) y las posteriores THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961, Jack Clayton) y la mismísima L’ANNÉE DERNIÈRE À MARIEMBAD (El año pasado en Mariembad, 1961. Alain Resnais). Es decir, como si fuera una versión contemporánea y pobre de un relato caracterizado por una vigorosa atmósfera. Por un ámbito casi yermo, en donde por momentos uno parece situarse en la frontera de lo onírico. Un ámbito en donde la protagonista recorrerá rincones deshabitados, vivirá el temor en medio de estancias a oscuras. Toda una sinfonía de extrañas imágenes, potenciadas por la sintonía de Gold, hasta el punto de crear un aura de embrujo, que se eleva muy encima de su menguada propuesta argumental, hasta el punto de transmitir al espectador esa extraña aura en la que vive envuelta la protagonista. Secuencias como la casi inicial en la que esta vivirá la sensación de que alguien se encuentra a su lado, al escuchar ruidos. El descenso por unas escaleras de cotidiana apariencia –aunque abandonadas-, pero con aire amenazante. El instante en el que se encuentra en el sótano junto al ayudante Orin, asistiendo a una reparación, que culminará con la huída de Agnes. El aire ausente de ese jardinero, que le deja más incertidumbre que certezas. Y, sobre todo, el aterrador pasaje, en el que una ya sugestionada Agnes, encuentra una anotación que indica que Jennifer se puede encontrar escondida en la sala de calderas. La capacidad de sugerencia, la tensión del momento, la capacidad de potenciar esa atmósfera malsana, y el horror que produce la aparición de ese rostro en medio del líquido, llegan a provocar la inquietud del espectador, en una apuesta claramente ligada con el cine de terror. Dejemos de lado por ello la escasa entidad de los personajes episódicos –ese molesto Orin, del que no se extrae el más mínimo aliciente, como oculto enamorado de la protagonista-, e incluso esa tan rápida explicación racional, que rompe por completo con la atmósfera casi opresiva que se había logrado con anterioridad. Detengámonos, por el contrario, en secuencias tan insólitas, como la desarrollada en la sala de audiciones, donde Jim propone a Agnes mediante mímica y tras una lámina de cristal, acudir con él a cenar. O, por supuesto, esa fantasmagórica sombra femenina que se cierne sobre la mansión en los títulos de crédito, y que aparecerá interrumpida en la primera secuencia, que servirá de presentación a la llegada de la protagonista al edificio. Sin embargo, cuando en apariencia la intriga se ha resuelto, ese retorno final a dicha sombra, describiendo un inquietante ascenso por la escaleras exteriores del jardín, suponen probablemente una arbitraria recuperación de ese elemento fantasmagórico, pero es innegable que funciona, y contribuye a diluir esa sensación de burdo cartesianismo elegida para concluir la película. En definitiva, un título que avala la validez del cine como elemento proclive a la plasmación de atmósferas perturbadoras, al tiempo que demuestra que aún nos queda mucho por redescubrir, en los sótanos de los denominados “estudios pobres” de Hollywood.

Calificación: 3

1 comentario

Hildy Johnson -

Ay, qué ganas. Y aumentas su atractivo con las referencias que empleas (como Suspense).

Y sí adoro esas películas que además crean una atmósfera (que tiene vida propia, como un personaje más).

E Ida Lupino es otro aliciente.

Beso
Hildy