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CINEMA DE PERRA GORDA

THE TALES OF HOFFMANN (1951, Michael Powell & Emeric Pressburger) Los cuentos de Hoffmann

THE TALES OF HOFFMANN (1951, Michael Powell & Emeric Pressburger) Los cuentos de Hoffmann

En 1948, el tandem The Archers, formado por Michael Powell y Emeric Pressburger, alcanzaba uno de los más grandes éxitos de carrera con THE RED SHOES (Las zapatillas rojas), en el que se afianzaban de manera decidida por un cine en el que el elemento sensorial y su fusión con diversas disciplinas artísticas, conformara un relato de casi asfixiante riqueza, del cual el espectador recordará ante todo sus extraordinarios ballets, arriesgados, y siempre al límite con el exceso, con los que ambos directores apostaban de manera directa con el denominado film d’art. Fue algo que tendría su debida prolongación en unas claras inquietudes estéticas que fueron moneda corriente en su siempre atractiva obra, y que tuvo en THE TALES OF HOFFMANN (Los cuentos de Hoffmann, 1951), su exponente más atrevido, hasta el punto de desarrollar todo su metraje en medio de una estructura musical, en diversas de las disciplinas que conlleva dicha adscripción –ballet, canciones-. Una apuesta expresada dentro de una dimensión marcada por la fantasía, la irrealidad y el recargamiento estético, adaptando la ópera de Offenbach y Barbier, y centrada en la figura de Hoffman, que aparecerá como personaje central, tanto en su leve base argumental, como en las tres historias que él mismo relatará en una taberna, en las que describirá sendos amores desarrollados en Paris, Venecia y Grecia, ambas desarrolladas en el época romántica

Una muy débil premisa dramática, a partir de la cual estimo que los dos vértices de The Archers quisieron brindar una apuesta total, arriesgada al límite, a la hora de transmitir al espectador un cúmulo de sensaciones y goces estéticos y plásticos, a  través de una fotografía en color de indudable raíz cromática, a cargo de Christopher Challis. También un esmerado cuidado en la escenografía y el vestuario, e incluso una en ocasiones brillantísima apuesta por falsas perspectivas e ilusiones a través de una decoración que modifica y falsea aquello que contemplamos en pantalla. Sin embargo, no siempre en el cine, las ambiciones se corresponden con los resultados, y aquello que en un momento determinado puede provocarnos la admiración, en su conjunto quizá acuse la irregularidad, o la sensación de que los árboles no es que no dejen ver el bosque, sino simplemente que tal bosque no existe. Es por ello, que pese al determinado grado de culto que alberga esta película en círculos minoritarios, y pese a la admiración que comparto por la obra de Powell y Pressburger, pocas veces como en esta ocasión, los dos cineastas se dejaron cegar por el falso oropel de una traslación dramática que se ahogaba en sí misma, sin ofrecer más que la plasmación de un espectáculo, y obviando en todo momento que cualquier propuesta cinematográfica ha de brindar un porque y un equilibrio dramático, del que esta película carece. En la ya señalada THE RED SHOES, los extraordinarios ballets que provocaban la admiración de los espectadores, eran la lógica consecuencia de su entramado dramático, como lo aportaría el extraordinario episodio del concierto en la magnifica I’VE ALWAYS LOVED YOU  (La gran pasión, 1946) de Frank Borzage). Incluso cuando en el cine italiano se plantea un esfuerzo de similares características con la posterior CAROSELLO NAPOLETANO (Carrusel napolitano, 1954. Ettore Giannini) –en donde por cierto, se recupera al actor Léonide Massine, presente en los dos títulos de ascendencia musical ya señalados-, este logra erigirse como el alma de la ciudad de Nápoles, sirviendo sus diversas composiciones musicales como nexo de unión para describir la evolución de la población.

Por desgracia, nada de ello sucede en THE TALES OF HOFFMANN, o quizá yo tuve la mala suerte de no conectar con una supuesta entraña dramática que fui incapaz de atisbar, partiendo siempre de la base de mi admiración por el cine de la pareja. Por el contrario, entiendo que nos encontramos ante una grabación que parte de entrada de la espantosa dotación como actor del tenor Robert Rounseville –encarna al amante Hoffman-, y de la falta de credibilidad que impone una película que en su totalidad está sonorizada en playback. No voy a negarlo, en el conjunto de sus tres historias se esconden numerosos detalles que avalan el talento y la creatividad visual de los cineastas. Hay pasajes incluso deslumbrantes, como esa escenografía modernista que describen algunos de los instantes del episodio parisino, la tenebrista conclusión del fragmento desarrollado en Venecia –quizá el episodio más atractivo visualmente del conjunto-, o la querencia expresionista que preside el rol encarnado en la historia griega por el ya citado Massine, que adquiere en su caracterización y comportamiento connotaciones expresionistas, en la medida que nos recuerda poderosamente el Max Schreck del NOSFERATU de Murnau.

Sin embargo, creo que el gran inconveniente de THE TALES OF HOFFMANN, reside quizá en la incapacidad de Powell y Pressburger para no haber intuido la imposibilidad real de mantener en un largometraje, esa sensación de desvarío estético, que si trascendía esos ballets que servían de crescendo dramático a THE RED SHOES, en esta ocasión se diluyen en una continua y, por momentos, cansina, sucesión de canciones, que en muy pocos momentos prenden la deseada atención como tal exponente dramático. Así pues, nos encontramos ante un producto arriesgado, y como tal merece el reconocimiento, en su intento que recorrer nuevos caminos a la hora de plantear unos recovecos plásticos, en los que se plasmaran las personalísimas inquietudes plásticas y estéticas de sus responsables. A este respecto, me gustaría señalar que cuatro años después, la pareja de cineastas proseguía con este sendero, a través de OH, ROSALINDA!! (Oh, Rosalinda!, 1955), que sigue siendo uno de los títulos menos conocidos de ambos cineastas. Powell ya en solitario, aún seguiría parcialmente con esa querencia musical, con la infravalorada visión de la personalidad española que planteaba LUNA DE MIEL (1959. Michael Powell), en donde se insertaban números musicales llenos de garra y fuerza expresiva. Por el contrario, creo en este caso que, como por otro lado sucedió con otros realizadores de prestigio y estilo definido –el mismo Max Ophuls recayó en alguna ocasión en esta misma circunstancia-, esa misma apuesta por la estética, no quedaba sustentada por una mínima entraña dramática, sirviendo todas las intenciones a algo tan indefinible como la nada. Por ello queda para mí esta producción, como uno de los títulos menos relevantes de sus artífices, y conste que lamento señalarlo.

Calificación: 2

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