THIS HAPPY BREED (1944, David Lean) La vida manda
En no pocas ocasiones he sometido a reflexión propia, el hecho de la libertad que cualquier aficionado o comentarista ha de poner en práctica, a la hora de valorar el conjunto de la filmografía de cualquier cineasta de relieve. Partiendo de la base de mi notable aprecio por la obra de David Lean –aunque no llegue al extremo de sus más acérrimos seguidores-, mi valoración en torno a su filmografía circula por lo general de forma muy libre, sin buscar en ello intención alguna de epatar. Por ello, a la hora de valorar THIS HAPPY BREED (La vida manda, 1944), primero de los títulos que Lean filmó en solitario, de entrada aparecen opiniones contrapuestas. En su país de origen emerge como todo un clásico –mientras tantos y tantos títulos excelentes de dicha cinematografía, siguen sin merecer entre sus críticos la más mínima consideración-. Por su parte, en su extraordinario libro dedicado al cineasta, mi admirado colega Tomás Fernández Valentí, no dudaba en considerarlo el peor título de su obra, atendiendo ante todo a la molesta carga ideológica que, a su juicio, limitaba en gran medida su posible alcance como producto cinematográfico Ante tales referencias contrapuestas, lo cierto y verdad es que para mi ha supuesto una pequeña sorpresa, en la medida que considero que los servilismos que sobrelleva, debidos ante todo a la base argumental propuesta por Noël Coward –en aquellos momentos con tanto ascendente en el cineasta-, estimo que son sobrellevados con una extraña delicadeza, por un Lean que ya había adquirido, a mi juicio, una capacidad para el intimismo, que iría prolongando en el posterior discurrir de su cine.
Centrada argumentalmente en el recorrido de la vida de la familia Gibbons entre 1919 y 1939, THIS HAPPY BREED se inicia y cierra de la misma manera. En la secuencia de apertura, ayudado por la voz en off introductoria de Laurence Olivier, la cámara se acercará a una típica manzana de viviendas unifamiliares, penetrando en el interior de una de dichas viviendas, huérfana de moradores durante cierto tiempo –las huellas en las paredes delatan esa pasada vida, y la presencia de unas cartas en el suelo, inducen a pensar en ese lapsus transcurrido-. Solo lo romperá la presencia de esa llave que usará Frank Gibbons (Robert Newton), ocupando junto a su familia una vivienda que se extenderá en esas dos décadas. Un plano de similar construcción en sentido opuesto, se alejará de esas vivencias cotidianas e intimistas, que habrán forjado los mejores y también más trágicos momentos de dicha familia. Hay que reconocerlo, una mirada a primera instancia, puede diluir la valía del film de Lean, atendiendo a esa visión en primer plano, como un supuesto cántico del conservadurismo y las convenciones de la familia inglesa de su tiempo. Retomando una base dramática que se daba en otra adaptación del repertorio teatral de Coward –CAVALCADE (Cabalgata, 1933. Frank Lloyd)-, la película se conformará como una sucesión de momentos cotidianos, y otros de referencia histórica, delimitando una tragicomedia que, al contrario de la mostrada en el film de Lloyd, apuesta de manera más clara en el referente de una familia representativa en torno a la clase media – trabajadora del país. No conviene olvidar que cuando se rueda esta película, Inglaterra se encuentra aún sufriendo las carestías y penalidades de la II Guerra Mundial, y aunque su recorrido argumental no aborde directamente el mismo, resulta evidente que la razón principal de la presencia, aparece como elemento alentador de moral entre la población, tal y como de manera más directa había proporcionado el anterior título de Lean –en aquella ocasión firmado al alimón con el propio Coward –IN WICH WE SERVE (Sangre, sudor y lágrimas, 1942)-.
Con sinceridad, estimo que para poder paladear el caudal de sensibilidad que atesora el título que nos ocupa, hay que intentar dejar de lado el convencionalismo ideológico que pueden proporcionar sus elementos dramáticos de partida, y dejarse llevar por todo aquello que proporciona verdad a sus personajes. Con THIS HAPPY BREED sucede como con tantos títulos del cine británico, en los que muchas veces hay que esforzarse para leer en la letra pequeña. En ese intimismo que lograron poner en práctica como piedra angular de su cine, y que quedaba tamizado en secuencias, momentos e instantes, que en ocasiones aparecían como de transición, dentro de argumentos en teoría más ambiciosos. Es algo que aparece plenamente demostrado en esta sensible producción, que entrelaza mediante un oportuno uso de la elipsis, diferentes aspectos de la vida de la familia protagonista en esas dos décadas, integrándola desde la culminación de la I Guerra Mundial, hasta la amenaza de la II. Un ámbito en el que el matrimonio formado por Frank y Ethel Gibbons (Celia Johnson), vivirá el periodo central de sus vidas, atravesando desde un estadio de seres adultos, a los prolegómenos de su vejez. Veinte años en los que contemplarán la muerte del rey Jorge V, o la amenaza de la presencia del fascismo en tierras inglesas, pero en el que para ellos se contemplará el crecimiento de sus hijos, y también la muerte de uno de ellos. Estos serán Vi (Eileen Erskine), Queenie (Kay Walsh) y Reg (John Blythe). Pero junto a ellos y sus padres, vivirá la madre de Ethel –Mrs. Flint (Amy Veness), siempre refunfuñona-, así como la hermana del patriarca –Sylvie (Alison Leggatt), caracterizada por su personalidad timorata-. Dominada por la suave tonalidad del cromatismo propuesto por el posterior director Ronald Neame –entonces estrecho colaborador de Lean, y también uno de los adaptadores de la obra en forma de guión cinematográfico-, THIS HAPPY BREED es, hay que reconocerlo, una apología de lo cotidiano. Una mirada a la letra pequeña de unas vivencias que en apariencia devienen acomodaticias, pero que en sus costuras dejan entrever la amargura de no haber podido ser asumidas de otra manera. Es cierto que en el caso de Queenie –y también en el de Sam, muy pronto convertido en esposo de Vi, al tiempo que apagados su ardores revolucionarios-, representa en la familia el deseo de emerger de esa mediocridad que contempla en la experiencia de sus padres.
Pese a esa acusación de conformismo, personalmente percibo esa sensación de amargura soterrada. De resignación ante un destino al que no pueden escapar, por más que Frank ahogue su rutina existencial en ese jardín, que para él supone la perfecta metáfora de la vida inglesa, o en inofensivas juergas nocturnas con su vecino Bob Mitchell (Stanley Holloway), quien con el paso del tiempo se convertirá en su consuegro. Por más que en ocasiones las secuencias dominadas por lo coral aparezcan dominadas por cierto pintoresquismo, lo cierto es que el film de Lean gana, y mucho, en esas secuencias “a dos”, en donde considero que los posibles esquematismos de sus personajes, permitir finalmente descubrir una sinceridad en sus manifestaciones, perfectamente moduladas por la cámara de un realizador, especialmente diestro en la noción de utilización del plano, o en la propia y siempre magnífica prestación de todo su reparto, del que no podría omitir destacar a una excepcional Celia Johnson, auténtica representación de la madre sufrida de la familia. Esos instantes casi a voz callada, proporcionan una sensación de verdad, que no impedirán en ocasiones una extraña modulación en su tono de tragicomedia –tal y como expresa el fragmento que describe la fuga de Queenie de su casa, en una noche en la que su padre y su amigo Bob llegan a la misma tras vivir una divertida velada. La destreza de Lean para hacer oscilar la tonalidad del episodio resulta modélica a este respecto. Y siguiendo en esa importancia de los pequeños momentos, THIS HAPPY BREED omite por completo centrarse en episodios revestidos de importancia. O bien se apelará a la elipsis, o la cámara se encontrará en la antesala o la consecuencia de cualquier cita importante para los Gibbons. Y dentro de esta elección formal, no se omitirán los instantes tristes e incluso trágicos, que tendrán su expresión más conmovedora en la secuencia que describirá en el off narrativo, el inesperado anuncio de la muerte en accidente de Reg y su esposa. Una noticia anunciada en la cotidianeidad del rito del té -¡Esa presencia obsesiva de la película!-, que dejará paso a la soledad del salón, solo rota por el sonido de esa radio que emite una música festiva que casi hiere el ambiente inesperadamente trágico, mientras la cámara describe un sombrío travelling lateral, solemnizando la tragedia en medio de la cotidianeidad que viven sus padres en el jardín, hasta que estos se integren rotos, sin pronunciar palabra, en el salón, incorporándose a la terrible noticia. Una secuencia memorable, asombrosa, que no debe hacernos oscurecer episodios magníficos, como el que describe el regreso de Queenie, anunciada por su eterno enamorado –Shorty Blake (John Mills)-, describiéndose en el rostro de su madre, esa rápida traslación del rencor al amor, que hace que nos olvidemos de la definición de la joven como un rol negativo. O, finalmente, la secuencia de despedida entre Bob y Frank, en la que bajo un aparente ropaje amable, a mi modo de ver se encuentra escondida en segundo término, la amargura de unas vidas mediocres, que han sepultado cualquier ambición en juergas amables. Es la mirada de dos seres que, en el fondo, no saben si reír o llorar. Que han visto transcurrir sus vidas entre penurias y servilismos, y que con sonrisas envueltas en una nada oculta melancolía, ven con claridad el ocaso de sus vidas.
Bajo su aparente tamiz conformista, THIS HAPPY BREED es una prueba tangible de la humanidad que late en el buen cine británico, y que por causas que no acierto a comprender, ha quedado oscurecida durante décadas. Esa capacidad para profundizar en sus personajes en los instantes en apariencia menos relevantes, es una de las claves para reconocer que fue en dicho ámbito creativo, donde el melodrama adquirió un tinte más analítico, y al mismo tiempo tan cercano y lleno de humanidad.
Calificación: 3
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