CATTLE DRIVE (1951, Kurt Neumann)
De entrada, contemplando CATTLE DRIVE (1951, Kurt Neumann), ha venido a mi memoria el recuerdo de dos títulos precedentes. De un lado el igualmente ignorado y apreciable SIERRA (1950, Alfred E. Green), el apreciable western rodado en el seno del mismo estudio, protagonizado por un jovencísimo Audie Murphy –y de la que es bien visible se extrajeron secuencias para esta película-. De otra, el muy entrañable THE HAPPY YEARS (1950, William A. Wellman), que pese a desarrollarse en un ámbito universitario, narraba una historia de Coming of Age, protagonizada por el que para mi siempre será el mejor niño prodigio surgido en el cine norteamericano; Dean Stockwell. Es más, recordemos que en aquel mismo 1950, tanto Stockewell como, sobre todo, Joel McCrea, protagonizaban una de las obras mayores –que ya es decir- del gran Jacques Toruneur; STARS IN MY CROWN. Es decir, que la existencia de esta modesta pero estimulante producción de Aaron Rosemberg para la Universal, debe verse como una prolongación de todos estos títulos, unido al olfato de la propia estrella adulta del relato, un Joel McGrea quye no dudó en prolongar su imagen como modesto referente del cine del Oeste, a través de productos como el presente, claramente imbricados en la serie B, y que bajo una duración que apenas alcanza los ochenta minutos de duración, se erige en una doble parábola en torno a la realización personal. Para ello, el alemán Neumann, que prolongaría su carrera con una experta al tiempo que irregular pericia en el cine de género, combina un material dramática que funciona a dos vertientes. La primera, que inicia su discurrir, incide en la descripción del comportamiento caprichoso y déspota, del pequeño y atildado Chester Graham Jr. (Stockwell). Sobreprotegido en el interior de uno de los ferrocarriles que dirige la empresa de su padre –Chester Graham sr. (Leon Ames)-, desde el primer momento hará valer ante el personal del ferrocarril su despótica e insufrible personalidad, que no será capaz de amortiguar un padre, incapaz de asumir dicha condición y, por el contrario, enfrascado en todo momento en sus negocios.
La parada del ferrocarril y la bajada del niño a tierra firme, en los agrestes territorios de Utah, será el detonante para que este, en realidad, comience a vivir, rompiendo esa antipática coraza que le ha protegido, dada su condición de representante de una privilegiada clase social. Incapaz de acceder del barranco al que ha descendido, se quedará solo por aquellos rocosos parajes, combinados por la presencia del sol inclemente, hasta que en un momento dado se encuentra, de manera inesperada, con un hombre. Se trata del cowboy Dan Matthews (McCrea), un hombre a punto de encaramarse a la madurez, de carácter sereno y pacífico, que desde el primer momento mirará con simpatía al muchacho, por más que este inicialmente no desprenda más que su hasta entonces cuestionable comportamiento. La cámara de Neumann, con el aporte de la gama cromática que imprime la fotografía de Maury Gerstman –ayudado por el especialista en Technicolor William Friztsche-, componen un fondo plástico dominado por la aridez y los fondos terrosos. Ello servirá de valioso soporte al acercamiento de los dos principales personajes de la película, introduciendo Dan al pequeño en el entorno de su grupo de transportistas de ganado, en donde encontrará como aliado a Dallas (Chill Wills), el cocinero de la expedición, y como reticente compañero a Jim (el siempre insólito Henry Brandon, años antes de ejercer de piel roja en la fordiana THE SEARCHERS (Centauros del desierto, 1956). Y es curioso señalar esta circunstancia fortuita, ya que por momentos, nos encontramos con una película que aparece relativamente cercana al tono intimista que poco tiempo antes había experimentado el propio Ford en la casi ignorada y muy entrañable 3 GODFATHERS (1948). Esa serenidad narrativa. Esa sinceridad que se establece entre el hombre curtido que se encarama a la veteranía, y solo desea comprarse un rancho para culminar su existencia, y la mirada inicialmente hostil, pero poco después curiosa, y paulatinamente revestida de cariño, está expresada con una inusual sensibilidad, alentada por la química que se establece entre McCrea y Stockwell. Es por ello que los mejores pasajes de la película, se encuentran precisamente en ese contraste entre la madurez y la enseñanza que poco a poco va exteriorizando Matthews, y la paulatina evolución que ello marcará en un muchacho hasta entonces insufrible. Se ha hablado de las influencias que esta película mantiene con el CAPTAINS COURAGEOUS (Capitanes intrépidos, 1937. Víctor Fleming), y algo hay de ello, trasladando el ámbito de la aventura marina por la dureza del mundo del Oeste. Tengo un recuerdo muy lejano –y no demasiado estimulante- del título de Fleming, que con el paso del tiempo ha ido aumentando su prestigio. Sin embargo, en esta ocasión por fortuna se encuentra ausente ese molesto sentimentalismo que, a mi modo de ver, lastraba aquella lejana producción y, en su oposición, se plantea una mirada cercana y creíble que, como señalaba al inicio de estas líneas, se centró en buena parte de las producciones que protagonizó Stockwell, ya que en su precoz personalidad artística, se plasmaba el ejemplo perfecto de niño encaramado a la madurez, pese a una corta edad.
En cualquier caso, y con ser un título apreciable, lo cierto es que se pierde la oportunidad de articular un relato más complejo. CATTLE DRIVE no alcanza la misma altura cuando se inserta en el terreno de las diversas andanzas vividas. La peligrosidad de esa estampida, provocada involuntariamente por Chester –que ha querido contribuir a la doma del semental negro que ha capturado Dan- y por el propio Jim, que supondrá un punto de inflexión, en la relación hasta entonces esquiva del segundo hacia el pequeño. Es cierto incluso que no se logra incardinar con la suficiente consistencia, la doble metáfora del muchacho domesticado, y ese caballo negro que capturará Dan. Sin embargo, preciso es reconocer la emotividad que preside la legada del muchacho a la localidad donde se encuentra su padre –por momentos, parece un ligero apunte de la admirable conclusión de SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick)-, aunque la película concluya con un apunte, ciertamente divertido, y hasta cierto punto transgresor que, sin embargo, considero se incorpora al relato como un auténtico postizo.
Calificación: 2’5
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Palmira Figatova -