MANDALAY (1934. Michael Curtiz)
MANDALAY (1934. Michael Curtiz) aparece en no pocos momentos, como un melodrama exótico y fascinante, combinando en su discurrir ese regusto por entornos más o menos proclives a dicha condición, pero albergando en su esencia, imbricándolo con pertinencia, en la entraña de su propuesta dramática, y describiendo a su través la búsqueda de redención por parte de dos almas torturadas, alcanzando de manera inesperada una soledad compartida. La acción se inicia en Birmania, donde de inmediato nos familiarizaremos con Tanya Borodoff (Kay Francis), el autentico hilo conductor de la película, una refugiada rusa perdidamente enamorada del nada recomendable Tony Evans (Ricardo Cortez). Este se dedica a turbios negocios de contrabando de armas, dejando a Tanya en el turbio club nocturno que regenta el lúbrico Nick (Warner Oakland), y huyendo para poder prolongar sus actividades. Poco a poco, esta se convertirá en la animadora del local, seduciendo a sus clientes con su belleza y sensualidad, al tiempo que precisamente por ello, se vayan provocando incidentes que le pongan en un aprieto ante la autoridad de la zona, hasta el punto que decida marcharse hasta Mandalay, intentando buscar un nuevo sentido a su existencia. Para ello, camuflará su nombre y se embarcará en un buque, en el que coincidirá con otra alma errante. En este caso se trata del joven Gregory Burton (un estupendo Lyle Talbot), un doctor que atesora alcoholismo, intentando encubrir con ello una negligencia profesional que asume como cobardía, decidiendo internarse en una población que sufre una peligrosa epidemia. Dos seres perdidos y en busca de redención que, de manera inesperada, se verán reflejados y, en muy poco tiempo, mientras el barco discurre por su ruta, se establecerá un mutuo afecto, que para el hundido médico supondrá un inesperado abandono de la bebida. Por desgracia para ellos, Tony se incorporará el barco en una de sus paradas, renovando con su presencia el eco de una pasión perdida pero aún latente en Tanya. Ese inevitable acercamiento con Evans, hará que ella deje de lado la cercanía con Burton, recayendo este de nuevo en la bebida. El aviso detectado por Tony de que va a ser detenido por los agentes, hará que simule un suicidio, desapareciendo de manera repentina, y dejando una serie de indicios que llegarán a implicar a Tanya como culpable de su asesinato, aunque su cadáver se encuentre desconocido. Pese a encontrarse casi entre las cuerdas de una posible detención, finalmente se la dejará excluida de cualquier acusación, aunque tras quedar exonerada de un crimen que ni ha cometido, ni en realidad se ha producido, pronto descubra con sorpresa la reaparición de Tony.
De entrada, cabe destacar en MANDERLEY, la capacidad que alberga Curtiz, para describir con enorme sensualidad, la atmósfera recargada del club que dirige Nick. Esa mezcla de erotismo nada soterrado, la agilidad del realizador de mostrarlo con atrevidos movimientos de cámara, en ciertos momentos podría articularse como un precedente de su capacidad para albergar atmósferas recargadas. Todo ello quedará plasmado con extraordinaria sensualidad en la coreografía de la actuación que contemplaremos a la entrada en un recinto repleto de extraños personajes. Será el entorno en el que, forzada a partir de la huída de Evans, Tanya se convertirá en un auténtico mito erótico, adquiriendo la denominación de Spot White, y desplegando una desbordante sensualidad, que tendrá su máxima presencia en la sumamente erótica secuencia de la visita ante la autoridad militar. Allí lucirá un espectacular e insinuante diseño blanco, llegando a chantajear al adusto militar, que insinúa su repatriación hasta Rusia, mostrándole una serie de objetos que obran en su poder, fruto de un antiguo encuentro con este en un baile de carnaval. En esos instantes, el film de Curtiz ya se habrá adueñado de una atmósfera mórbida y malsana, que se prolongará hasta la fuga de la protagonista, rumbo a un destino inesperado en medio de un crucero. Un involuntario corte con un cristal –significativamente, se cae el retrato que porta de Tony-, aparecerá como nada solapada metáfora, que hablará de una supuesta ruptura con el pasado, representada en el encuentro con Burton. Será a partir de esos instantes, cuando la película dejará de lado esa atmósfera turbadora, para transformarse de manera inesperada en un sensible melodrama. El encuentro de esas dos personalidades fracasadas y sin futuro, unidas en un destino común que sirva como redención a sus comportamientos pasados, será expuesto por Curtiz con una extraordinaria delicadeza, en unos pasajes que asumen un extraño romanticismo, ayudado por la cálida labor de sus dos intérpretes. De nuevo, por instantes parece que MANDALAY se inserta como un preludio de CASABLANCA (Idem, 1942. Michael Curtiz), en la sinceridad con la que se describe esa nueva oportunidad que se inserta en esta joven pareja, que de manera indeseada, se verá interrumpida con el retorno del siniestro Evans, que Tanya contemplará mientras se encuentra de cena con el médico.
A partir de ese momento, se reanudará ese tono sombrío y bizarro, al volver a vivir esa aura de pasión malsana representada en el contrabandista de armas que, a pesar de los deseos de la joven, no puede rehuir de su propia personalidad. Será una pendiente autodestructiva, que se subrayará cuando este le proponga huir juntos y que, de manera inesperada, marcará un interludio, cuando este sepa por mensaje cifrado que va a ser detenido por las autoridades. Lo hará recreando una falsa –y un tanto rebuscada argumentalmente- evidencia de suicidio, que finalmente se revelará de enorme incomodidad para Tanya, al servir las mismas como evidencia de su posible culpabilidad. En cualquier caso, es a partir de ese momento, cuando MANDALAY adquiere un carácter subversivo, cuando la propia representación de autoridades en el barco, a instancias de Burton, sugiera la exoneración de toda culpabilidad en una muerte que –pese a no haber cometido en realidad-, todas las evidencias y su falta de sinceridad, implican de manera decidida.
Y cuando la normalidad se aplica de nuevo en la relación de esta con el médico, una nueva e inesperada situación se presentará ante la antigua corista, al reaparecer Tony, explicando la estratagema urdida para burlar el acoso de la autoridad. Ello dará pie a un algo artificioso flashback que, sin embargo, se antojará de pertinente evidencia, para introducir el elemento transgresor con el que culminará esta película de Curtiz, con ese plano de esa inesperada pareja, paseando felizmente a su nuevo destino juntos, liberando a la protagonista de juicio moral alguno por haber llevado a cabo la reprobable acción de eliminar a ese hombre que había marcado, para mal, su vida, y que ya se daba por desaparecido. Todo lo forzado que se quiera, pero esos planos finales, pueden calificarse entre los más transgresores rodados en el cine de su tiempo. Sin duda de los más libres del cine de Curtis, en una película que alberga algunos de sus pasajes más románticos y perdurables, en un periodo de su vasta filmografía, lleno de títulos que precisan una necesaria revisión.
Calificación: 3
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