THE BATTLE OF THE RIVER PLATE (1956. Michael Powell & Emeric Pressburger) La batalla del río de la plata
Si tuviera que valorar el grado de interés de THE BATTLE OF THE RIVER PLATE (La batalla del río de la plata, 1956. Michael Powell & Emeric Pressburger), en función de la valía de su base argumental, hay que reconocer que el balance sería bastante magro. En realidad, sus dos horas de duración describen una anécdota nimia, en torno al enfrentamiento de tres barcos ingleses, a la hora de contraatacar y, finalmente, destruir, al acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Speel, durante 1939, cuando en definitiva se estaban dando los primeros pasos de la II Guerra Mundial. Una premisa tan sencilla y convencional como previsible, que de entrada nos permite comprobar la belleza visual que proporciona el formato VistaVision. Así pues, unos planos generales en la inmensidad del mar, nos adentra en ese contexto inquietante, en el que el acorzado alemán, destruirá el barco Africa Shell que comanda el capitán Dove (Bernard Lee). Para la sorpresa de este, el encuentro con el mando del destructor teutón, le pondrá cara a cara con el capìtán Hans Langsdorff (Peter Finch). Un hombre juicioso y amable, que huye por completo de la parafernalia nazi, y que ha llevado a cabo una serie de tácticas de espectacular resultado para evitar ser localizado por las fuerzas enemigas. De inmediato se planteará una corriente de simpatía entre ambos mandos, dejando a las claras las auténticas intenciones del relato de Powell & Pressburger, que no es otro que establecer un drama descrito con sorprendente elegancia, en el que el tratamiento psicológico de sus personajes, vaya acompañado por una cierta mirada irónica, y una plasmación de los pasajes físicos -combates navales-, descritos con una extraña fuerza visual.
A partir de la situación de partida, la película describirá el plan de las fuerzas británicas para intentar contraatacar al buque alemán, sabiendo de entrada la inferioridad de condiciones con las que cuentan. Para ello, se guiarán de la intuición del comodoro Harwood (Anthony Quayle). Él será quien dirija y conforme un plan diseñado para que con la anuencia de tres naves británicas, se pueda hacer frente al enemigo alemán. Una base sin duda previsible, que sin embargo se articulará con un interesante juego de caracteres y, llegado el momento, la expresión física y terrible de un combate, aspectos ambos en los que el film de The Archers adquirirá personalidad propia. De un lado, en ese atractivo desarrollo de personajes -todos ellos magníficamente interpretados-, en donde no puedo dejar de destacar a unos extraordinarios Anthony Quayle y, en un ámbito de receptividad, al capitán Woodhouse, encarnado por el veteranísimo Ian Hunter. Junto a ello, el relato adquirirá una inusitada intensidad física, a la hora de describir con un cierto grado de originalidad, la casi insoportable fuerza con la que se manifiesta un combate a vida o muerte. Serán pasajes en las que sus directores jugarán con un montaje espléndido, una planificación afilada, e incluso apelando a esa fuerza colectiva, como esa sucesión de planos que describen los intentos de la tripulación del Exeter, a la hora de cumplir las órdenes de su mando, el capitán Bell (John Gregson).
Llegados a este punto, es evidente que Powell y Pressburger intentaron ante todo hacer progresar THE BATTLE OF THE RIVER PLATE, como una sincera apuesta visual. Una película que experimenta con el uso del color y la construcción espacial de sus encuadres, tanto en las secuencias descritas en interiores, como incluso en aquellas que se describen en el exterior de las mismas. No cabe duda que en aquellos años, el tándem de cineastas ya se habían destacado en esa clara apuesta por la experimentación cromática, teniendo una vez más el extraordinario apoyo del gran operador británico Christopher Challis -algún día se reconocerá el aporte de este magnífico operador de fotografía-, brindando una fuerza cromática y visual, parangonable a los mayores avances registrados en aquellos años -pienso en la experimentación con el mismo, presente en dichos años, por el director japonés Yasujiro Ozu-. Pero es que, además, la película conecta con esa vertiente marcada en el cine del tandem, destinada al análisis de algunos de los episodios más significativos de la terrible contienda mundial. Fue algo que tendría su primera -y original- expresión rotunda, con 49th PARALLEL (Los invasores, 1941) -dirigida en solitario por Powell-, y tendría su culminación con la inmediatamente posterior ILL MET BY MOONLIGHT (1957). Todas ellas, conformando un inusual ciclo, que al tiempo que se integraban dentro de la riqueza que el cine de las islas brindó a los dramas de ascendencia bélica, emergerían con personalidad propia, y como pleno exponente de la singularidad de la pareja de cineastas.
Será algo que se manifestará en el sorprendente giro argumental descrito, a partir de la llegada de la tripulación del artillero alemán, seriamente dañado, con los supervivientes del mismo, así como los correspondientes a las fuerzas británicas. Lo harán hasta la ciudad de Montevideo -magnífico el montaje cromático que describe los luminosos nocturnos de la ciudad, ligándolos con las escenas de transición urbana del ya señalado cine de Ozu-, e integrando la película en una irónica y disolvente encrucijada, describiendo una intriga diplomática entre representantes de ambos países, a la hora de buscar el apoyo de las autoridades uruguayas, que actúan en aquel momento como país neutral. Será un fragmento en donde la ironía, ciertos instantes de comedia, e incluso la plasmación de una población distanciada con el hecho de la guerra -las portadas de prensa, ese locutor americano que describe las incidencias desde una vieja tasca, comandada por un nervioso Christopher Lee, un par de años antes de alcanzar la inmortalidad encarnando al conde Drácula-. En concreto, esas secuencias de ambiente costero, en donde las multitudes de Montevideo se amontonan en su entorno marino, disfrutando, disfrutando casi como una novedad, de este enfrentamiento, por momento parecen preludiar, por su composición de cromatismo, a las plasmadas por el Alexander Mackendrick en los primeros minutos de su excepcional SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huida hacia el sur, 1963). Esa sensación de ruptura con una existencia rutinaria, será sublimada en esos pasajes finales, donde finalmente la nave alemana herida sea destruida, generando una gigantesca explosión, sin que ello evite concluir la película con una nueva mirada a esos dos personajes – Dove y Langsdorff- ahora descritos en situación opuesta -el alemán aún no ha asumido la derrota de sus métodos y actuaciones-, plasmando en elos el eco de una amistad que ha trascendido sus enormes diferencias de origen, teniendo como fondo la imagen de un luminoso atardecer.
Calificación: 3
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