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CINEMA DE PERRA GORDA

I KNOW WHERE I’M GOING! (1945, Michael Powell y Emeric Pressburger)

I KNOW WHERE I’M GOING! (1945, Michael Powell y Emeric Pressburger)

Siempre es positivo no cerrarse a criterios preconcebidos –también a la hora de valorar cualquier obra cinematográfica-. Viene esto a colación por la grata impresión que me ha producido el visionado de una de las primeras obras que surgieron en el seno de la productora The Archers, que marcaron las realizaciones de Michael Powell y Emeric Pressburger. Recientemente comentaba  muy recientemente las limitaciones y elementos que a mi juicio me impedían adherirme a la reciente mitificación de la obra de Powell –se suele citar a Pressburger como auténtico convidado de piedra-. Sin embargo, es grato comprobar como en ocasiones y sin renunciar a nuestros planteamientos, se pueden producir verdaderos descubrimientos. Personalmente encuentro en I KNOW WHERE I’M GOING! (1945, Michael Powell y Emeric Pressburger) –sin ver en él una obra maestra- uno de ellos.

La película narra fundamentalmente el proceso que permitirá la evolución de Joan Webster –una magnífica Wendy Hiller, de la que solo sorprende el escaso apego que tuvo al cine en su carrera interpretativa-, joven que desde su infancia destacó en su inclinación hacia lo material. Joan se va a casar con un magnate y para ello ha de viajar a una pequeña isla en Escocia, donde le espera su prometido. Sin embargo, la contingencia de un temporal le obligará a permanecer en un pequeño pueblo costero hasta que la tempestad amaine. Este hecho en apariencia intrascendente no será más que la piedra de toque para la transformación de su personalidad y dar entrada en ella al amor representado en Torquil MacNeil (Roger Livesey) –magnífico el contacto de ambos con sus manos, e iluminando sus ojos mientras el resto de sus cuerpos se filma en penumbra-, al cual casi llevará al naufragio en un obstinado intento por llegar a la pequeña isla y con ello huir de esa palpable variación de perspectivas en su personalidad y en unos criterios materialistas hasta entonces firmemente arraigados en ella.

¿Qué razones son las que, a mi juicio, permiten valorar mucho más positivamente esta película que otras del tandem Powell–Pressburger –o Powell en solitario-? Creo que se trata de un compendio de varias. En primer lugar habría que destacar que esa inclinación de ambos directores por ambientes marcadamente exóticos y atractivos visualmente, logró en esta historia ambientada en Escocia un marco idóneo y al propio tiempo más cercano al propio entorno geográfico británico y, con ello, de mayor sinceridad cinematográfica. Con todos los reparos que me merece el hecho de no haber visto aún bastantes de sus realizaciones, creo que esa tendencia mágica, fabuladora y telúrica de sus películas –muy cercana al “fantastique”; la invocación a una leyenda marina, la presencia del habla gaélica...-, adquiere en esta ocasión una textura por momentos admirable, potenciado por una magnífica fotografía en blanco y negro de Edwin Hillier. Es así que casi podemos sentir y vivir con los personajes protagonistas el crepitar de la tormenta, la intensidad del viento, la humedad del paisaje –esa cabina telefónica ubicada al lado de una cascada, cuyo ruido ensordecedor impide el normal desarrollo de una conversación-, o lo frondoso del entorno rural. A ello habría que añadir el peso atávico de sus personajes cotidianos y anónimos –la presencia de ese castillo abandonado y en ruinas que alberga una maldición que será determinante para la conclusión de la historia-, los bailes, uniformes y gaitas típicamente escocesas.

Todo ello tendrá en I KNOW... una especial homogeneidad al estar centrado en una historia sencilla –de atisbos melodramáticos-, que es narrada sin alzar la voz y ajustando al máximo su duración –no se llegan a alcanzar los noventa minutos-, cuando la mayor parte de títulos de esta pareja de realizadores se caracterizaban por extensos metrajes.

Y otra de las singularidades de la película que nos ocupa, estriba indudablemente en la deliberada oscilación del tono que adquiere la misma una vez la protagonista llega a la costa escocesa y allí asume y se imbuye –casi a pesar suyo- de la placidez de aquel entorno donde la gente “tiene menos dinero pero no lo necesita” y en el que encontrará a Torquil. Y es que el sorprendente arranque y los primeros minutos se definen como una irónica comedia que se inicia ya en los mismísimos títulos de crédito que se van insertando en el mobiliario y decorados de los pequeños fragmentos que nos van mostrando –subrayado por una irónica voz en off-, algunos de los rasgos de Joan en distintos momentos de su niñez y adolescencia. Poco después, en su trayecto en distintos medios de transporte hasta intentar llegar a la isla, el primer plano de un sombrero se convertirá en una sirena de barco, mientras la protagonista no deja de mirar el vestido de novia que tiene colgado en una percha y envuelto en una funda de plástico.

Son todos ellos unos rasgos humorísticos que nunca abandonarán por completo la película –esos rezos para lograr deseos contando las vigas del techo-, pero que muy pronto adquirirán un matiz mucho más secundario, para dar paso al proceso de “reconversión” de Joan, mediante el descubrimiento de una nueva y más auténtica manera de sentir y vivir la vida, en la que el amor será su máximo valedora, y en la que antiguas maldiciones familiares medievales no harán más que ratificarlo y dejarlo sentado cara al futuro.

Calificación: 3

2 comentarios

Feaito -

Este filme para fue una gran descubrimiento para mi, con una Wendy Hiller y un Roger Livesey de primer nivel. Excelente.

nike shox o'nine -

Sit not sad because that time a fitful aspect wearied