7 FACES OF DR. LAO (1964, George Pal)
¿Se imaginan una producción que aúne en su metraje el más sombrío Disney, suponer un adelanto del SOMETHING WICKED THIS WAY COMES (1984), escrito por Bradbury y llevado a la pantalla en 1984 por Jack Clayton, evocar en alguno de sus momentos el encanto de STARS IN MY CROWN (1950) e incluso albergar la textura de THE COMEDY OF TERRORS (1964) –las dos últimas de Jacques Tourneur-? Pues bien, esta insólita amalgama ejemplifica el no menos insólito 7 FACES OF DR. LAO (1964), la última y quizá más valiosa película dirigida por George Pal, en la que se vislumbraba la posibilidad de que este se adentrara en una serie de proyectos de más hondo calado dentro del fantastique. Y es que el título que comentamos, en realidad se ofrece como una extraña mezcla de cuento moral y combinación de cine de fantasía y Americana, que no es de extrañar fuera recibido con desapeguen su momento –como curiosamente sucedió con todos los títulos citados-, quizá pensando en que se trataba de extrañas mixturas de género en las que la presencia de un perverso componente infantil –salvo en THE COMEDY OF TERRORS- ahuyentara a ese público potencial.
7 FACES OF DR. LAO surge de la imaginación de Charles G. Finney, transformado en guión por parte del especialista Charles Beaumont, quien fue precisamente el que trasladó a Pal una historia por la que quedó fascinado. No es para menos, ya que a partir de un diseño de producción bastante sobrio y una narrativa basada fundamentalmente en sencillos planos fijos con escasos movimientos de cámara, el director se basa ante todo en la magia que emana de la historia ofrecida. En el cromatismo de sus imágenes, obra de un brillante Robert Bronner y, ante todo, la simplicidad de una historia que tiene mucha más miga que la que en apariencia puede ofrecer una visión superficial de la misma. La llegada del envejecido Dr. Lao (Tony Randall) a la ciudad de Abalone en Arizona supondrá ¿consciente o inconscientemente? un revulsivo para una población que se encuentra sometida a los dictados del terrateniente Clint Stark (Arthur O’Connell, encarnando a un sorprendente rol de malvado). Este oculta el plan de la llegada del ferrocarril a la misma, proponiendo comprar las viviendas a todos sus propietarios, bajo la excusa de una rotura de tubería de imposible pago por parte de estos.
A partir de la sencillez de dicho argumento, la llegada del circo del Dr. Lao –en el que Tony Randall ofrece un extraordinario tour de force, encarnando a siete de los personajes del circo; incluso aparecerá en un cameo como público- ejercerá como un elemento mágico, como una auténtica piedra filosofal, centrado en ese escenario –magnífico su diseño de producción- que aparece sin carruajes, ofreciendo exteriormente una texturas fantasmagórica, y apareciendo interiormente con unas dimensiones mucho más amplias de su apariencia exterior. Pero es que nos adentramos en un terreno en donde la fantasía campa por sus respetos, y en cuyo interior se internan una serie de personajes de extraña procedencia, que interactuarán con los espectadores de un evento revestido de maravillosos personajes, pero en realidad recubierto de un alcance sombrío para todos aquellos seres caracterizados por su mezquindad –será el caso del propio Stark, o de la madura solterona a la que la vida ya nada puede ofrecer-. Por el contrario, este lugar que en realidad servirá para que sus visitantes se encuentren a sí mismos, ejercerá como detonante para que se produzca el deseado acercamiento amoroso entre Ed Cunningham (John Ericson), el joven y valiente editor del periódico local y único opositor de Stark, y Angela Benedict (Barbara Eden), una muchacha que, desde la muerte de su novio, decidió no comprometerse con nadie más. Pero nada de ello podrá con la influencia de este extraño Dr. Lao, quien incluso aleccionará a ese pequeño muchacho, deseoso de introducirse en el mundo del circo que este comanda, y que aprenderá junto a él, que en realidad la vida es una función vivida en la experiencia diaria.
Esa amalgama de sensaciones que proporciona el delicioso film de Pal, la podemos apreciar en el instante en el que el Dios Pan se convierte por un instante ante Barbara en Ed –excitándola de forma tangible-. En la tristeza que emiten las predicciones de Apollonius –que por momentos me recordó el alter ego de Vincent Price en THE MASQUE OF THE RED DEAD (La máscara de la muerte roja, 1964. Roger Corman)-, en la contemplación del terrateniente de esa serpiente humanizada ¡con su propio rostro!, en la compasión que proporciona contemplar como el famoso Mago Merlin falla la demostración de su magia –aunque en un momento determinado esta resulte efectiva de pleno-… Todos estos roles mitológicos y mágicos, conforman un conjunto en el que la fantasía se aúna con lo bizarro, alternándolo con la problemática que la población vive, cuando se encuentra prácticamente a punto de decidir su propia desaparición como tal. Será algo que impedirá Lao en la última sesión del circo, ofreciendo a sus habitantes la filmación de un hecho del lejano pasado -¿Quizá utilizando imágenes de ATLANTIS: THE LOST CONTINENT (La Atlántida: El continente perdido, 1961) del propio Pal?-, en el que describirá como la codicia destruyó un pueblo próspero –con una inevitable y un tanto chirriante semejanza con el propio Stark-. La remembranza dejará noqueados a los habitantes, asistentes a la sesión, que de manera repentina se verán trasladados a la biblioteca de la población, renunciando a vender sus propiedades, e incluso Stark agradecerá poder vivir su existencia de otra manera. Personalmente solo considero inocuo el episodio en el que la pequeña mascota marina se convierte en el monstruo del Lago Ness –una concesión al gusto tradicional de Pal-. Sin embargo, ello no me impide reconocer la delicadeza y el poder transformador que logra transmitir a través de la imagen, en esa súbita desaparición del circo, que ha transformado a sus habitantes y, sobre todo, ha abierto a la madurez a ese pequeño fascinado por ese viejo y sabio personaje.
Calificación: 3’5
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