HÔTEL DU NORD (1938, Marcel Carné)
Es preciso definirme; no soy un incondicional de la obra del francés Marcel Carné. Con ello no voy a caer en la estupidez de suscribir aquella diatriba con la que en su momento fue etiquetado por los críticos de Cahiers du Cinema –junto a tantos otros cineastas, varios de ellos de considerable calado-. Sin embargo, a tenor de lo que he podido atisbar de su trayectoria, no veo en ella la personalidad de un primerísimo cineasta, aunque sí se encuentre una profesionalidad incuestionable, al margen de saber aprovechar en su cine los elementos de producción que rodearon la parte más célebre de la misma –aquella que se centra en la segunda mitad de los años treinta-. En aquel marco brindó algunos títulos que pueden ser situados entre los exponentes más significativos de dicho contexto. La presencia de un determinado ámbito de producción y ambientación, la prestación de Jacques Prévert en sus guiones, o la frecuencia de un grupo de reconocidos intérpretes, no solo posibilitaron exponentes que han alcanzado una notable estatura en la mítica cinematográfica –quizá de ellos el más valioso sea LES ENFANTS DU PARADIS (Los niños del paraíso), culminada sin embargo años más tarde (1945)-, aunque ello haya generado la conciencia de situar a Carné en una altura que, bajo mi punto de vista, no le corresponde –es curioso que dentro de ese mismo periodo en la cinematografía francesa no se haya reconocido la filmografía de Sacha Guitry, por poner un ejemplo ligado a aquella circunstancia y, en mi opinión, uno de los grandes del cine galo-.
Es significativo que el hecho de situar lo más reconocido de la obra de Carné, dentro de los confines del denominado ‘realismo poético’ francés, de alguna manera ha servido para redescubrir su obra, de la que HÔTEL DU NORD (1938) supone uno de sus ejemplos paradigmáticos, al tiempo que en sí mismo ofrece la singularidad de ser el único de los títulos de aquel periodo, que no contó con la base dramática del mencionado Prèvert. Un reconocido referente que en esta ocasión fue –por así decirlo- sustituido por Jacques Aurenceh y Henri Jeanson, basándose en la novela del mismo título de Eugène Dabit. Es probable que la ausencia de Prèvert pudiera resentirse en el resultado, aunque en modo alguno limita el alcance de una propuesta que entronca con la imagen más habitual de la obra del director, al tiempo que suponga un exponente bastante familiar de este tipo de cine. Es decir, nos encontramos ante una propuesta coral, en la que un contexto más o menos costumbrista y ligado a sentimientos amorosos, describe ese aspecto sombrío que vaticina las turbulencias de una sociedad como la francesa dispuesta, como el resto de países europeos, a vivir la traumática II Guerra Mundial. Dichas características se vehicularán mediante una ambientación en la que la credibilidad, quedará contrapuesta con cierto contexto irreal y pesadillesco, posibilitando una expresión dramatizada de sentimientos. La película se inicia y culmina con una planificación similar. En su plano de apertura –tras unos títulos de crédito que se insertan sobre planos con fondo de mar, insinuando a modo de metáfora la presencia de sentimientos turbulentos-, una grúa describirá el devenir de una pareja con andar sombrío, dirigiéndose al hotel que centralizará la acción, situado a orillas del canal del Sena en París. Ellos son Pierre (Jean-Pierre Aumont) y Renée (Annabella), dos jóvenes amantes que no vaticinan ningún futuro en su relación y están dispuestos a poner fin a sus vidas. En la conclusión se reiterará dicho movimiento, pero en sentido opuesto. Los dos jóvenes se marchan, con la seguridad de haber encontrado una nueva oportunidad en la vivencia de sus sentimientos.
Se puede decir que el film de Carné queda descrito como la plasmación de una parada, de un estacionamiento. Un punto de encuentro que se manifiesta inserto en ese universo coral, donde transcurre el devenir de tantas personas que en su seno conviven, como si se dispusiera en sus dependencias un microcosmos. En él se puede encontrar una amplia tipología de seres, entre los que –además de la muchacha que contemplamos al inicio; su amante será ingresado en prisión acusado de haber intentado asesinarla-, las imágenes se centrarán en la desapacible pareja que forman la ya madura Raymonde (Arletty), prostituta que vive junto al extraño e hierático Edmond (Louis Jouvet), un hombre sin trabajo que desea introducirse en el mundo de la fotografía. La base dramática de la película centrará el punto de incardinación de ambas parejas, a partir de la consumación del intento de suicidio que pondrán en práctica de manera fallida los dos jóvenes amantes, siendo Edmond testigo de la autoría del disparo de Pierre sobre su amada, y protegiéndolo de manera incomprensible al permitirle huir, aunque poco después este se entregue a la policía, mientras la joven logrará ser recuperada de las heridas. En realidad, la esencia de HÔTEL DU NORD tiene su oculto punto de inflexión, en la secreta fascinación que en el personaje encarnado por Jouvet con su habitual hieratismo, provoca la figura de la bella Renée, contemplada dentro de un contexto que hará aflorar en este el recuerdo de su antigua personalidad. En realidad, este era Paulo, un antiguo delincuente delator que modificó los rasgos de su pasado, a la hora de sobrevivir, y al cual la vivencia del intento de suicidio presenciado, le ha llevado a un reencuentro consigo mismo. No se producirá dicha revelación hasta la llegada de una secuencia magnífica –el encuentro de este en la nocturnidad del banco de un parque, con la muchacha que ha turbado su poco grata cotidianeidad-, descrita con un plano largo encuadrando el rostro iluminado de la joven, mientras Edmond se encuentra en una penumbra rota con el encendido de un cigarro.
Bajo mi punto de vista, la película de Carné cobrará en este último tercio la auténtica égida de su intensidad. Hasta entonces, sus imágenes se mostrarán oscilantes entre la efectividad que describe esa atractiva ambientación, en la intensidad de un contexto existencial que casi se puede percibir físicamente, mediante la fotografía en blanco y negro de Louis Née y Armand Thirard, y el diseño de producción del mítico Alexander Trauner, oponiéndose al cierto pintoresquismo de la galería coral que describe el contexto en donde se centra su acción. En uno u otro caso, se trata de un ámbito bastante habitual dentro de la valiosa corriente del cine francés donde se inserta, en cuya cima no creo que se encuentre el título que comentamos, aunque ello no nos impida contemplar en ella suficientes elementos de interés, que en esa parte final ofrecen la medida de lo que su conjunto podría haber alcanzado. La fuerza que adquiere ese episodio en el que el desconcertante Edmond y la joven desorientada coinciden, se reencuentran y confiesan –con enorme intensidad y un alcance existencial casi perceptible, además de mostrar una hermosa modulación en la interpretación de Jouvet-, iniciará una sucesión de instantes magníficos, como la conversación que ambos sostienen cuando van a viajar en barco hasta la lejana Port Said, intuyendo en ellos una ligazón sentimental que para él siempre ha supuesto un anhelo interior, mientras que en la joven no será más que un intento de olvidar el sincero amor que siente por Pierre, preso en la cárcel y que le ha rogado que se separe de él. En esa secuencia –como en tantos otros momentos del film- el reflejo del agua sobre los rostros y los fondos de la secuencias, ejercerán como sutil metáfora de esa desestabilización que intentarán encontrar ambos, aunque en realidad solo lo consiga Renée, en una decisión que marcará el destino último de ese hombre, decidido a poner fin a su trayectoria vital, precisamente de manos de quien durante este tiempo lo ha estado buscando, y merced a la traición que le brindará la resentida Raymonde –de destacar es la sordidez con la que se muestra su relación con Nazarède, uno de los gangsters que buscaban a su antiguo amante-. Dicha trágica conclusión se expresará en una magnífica elipsis, integrada dentro del disfrute de la fiesta del 4 de julio, dentro de un baile que emergerá como sublimación de una tragicomedia que dentro de la desigualdad de sus logros, cabría destacar también en la fuerza que adquieren algunos de sus diálogos –“Gracias por haberme dado tres días de tu vida”, le dirá Raymond a Renée antes de despedirse para siempre de ella-, o la alusión que en una de sus secuencias iniciales se ofrece a la incidencia de la guerra civil española, en el contexto de la turbulenta sociedad francesa de aquel tiempo.
Calificación: 2’5
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