LAIR DE PARIS (1954, Marcel Carné) El aire de París
En torno a la figura del francés Marcel Carné (1906-1996) me viene sucediendo algo curioso. Habiendo accedido a parte de su obra de manera salteada y aleatoria, no puedo por menos que señalar una impresión opuesta a la general. Es decir, que partiendo de la premisa de ser un cineasta interesante -sin entrar ni en los entusiasmos disparados por algunos, ni la anatemización de otros- considero que sus tan célebres títulos enclavados en el denominado ‘realismo poético’ francés son atractivos más no memorables. Del mismo modo, los exponentes de su filmografía posterior que he podido contemplar, en modo alguno son dignos de menosprecio, al marcar la continuidad de un hombre de cine que cuidaba las atmósferas de sus películas, y sabía ser un cronista de pequeñas historias, llenas de humanidad. Sobre todo, cuando estas se desarrollaban en viejos ámbitos urbanos, en buena parte de ellos inmersos dentro de colectivos cercanos a la marginalidad. En definitiva, Carné se encontraba bastante a gusto al narrar historias de perdedores. Y se encontraba igualmente en buena forma, pese a que la égida de su éxito le fuera abandonando de forma gradual. L’AIR DE PARIS (El aire de París, 1954) es una buena muestra de la vigencia de ambos enunciados, y a título anecdótico, cabe señalar que permitió a Jean Gabin obtener el premio al mejor actor en el Festival de Venecia aquel año.
De todos modos, nos encontramos ante una película de amistad, de descubrimiento y de redención. Todo ello descrito en el entorno de un destartalado gimnasio ubicado en los barrios populares de la capital francesa, donde el ya veterano Victor Le Garrec (Gabin) desarrolla la rutina de su vida, a través de ese vetusto recinto en donde se entrenan una amplia galería de seres marginales, a los cuales ni les cobra, como espejo de unas ya alejadas ilusiones de evocar su frustrado pasado como boxeador. Su esposa Blanche (magnífica Arletty) ha regresado de Niza, donde ha aceptado unas propiedades de una herencia, e intentando convencer a su esposo para dejar la poco estimulante vida parisina y vivir cómodamente lo que les quede de existencia. Sin embargo, de manera inesperada se planteará una nueva ilusión en su esposo; el encuentro con un joven obrero del ferrocarril -André Ménard (vitalista Roland Lesaffre)- en el que intuirá una serie de posibilidades para promoverlo en la carrera boxeística. Pese a un debut desastroso, su intuición se revelará certera. Este seguimiento en la preparación del muchacho facilitará un distanciamiento de su esposa -con la que por otra parte siempre ha mantenido una relación tirante-, lo que hará que esta contemple con recelo a André. No obstante, la llegada de un cierto reconocimiento coincidirá en el muchacho con el acercamiento hacia la joven Corinne (Marie Daëms), una sofisticada muchacha encaminada por su mentora para que se case con un hombre acaudalado. Pese a la distancia que separa a la pareja, estos se entregarán a una apasionada relación que facilitará un desapego del púgil del entorno que lo ha alentado al triunfo, y donde se encontrará en un lugar muy discreto la joven Maria (maravillosa María Pia Castillo, la sirvienta de la inolvidable UMBERTO D. (Umberto D, 1952. Vittorio De Sica)), secretamente enamorada de André, sin que él no vea en ella más que una amiga.
Esta será la entraña dramática de una película que en sus primeras imágenes ya deja entrever, a través de esas las acciones paralelas que nos presentan a Corinne -con ese amuleto que le lanzará por la ventana a André, sin conocerlo aún- y a Blanche, en sendos trenes, como cruzándose en el destino. A partir de ese momento, Carné apostará de manera directa en su capacidad para transmitir la autenticidad de esos contextos urbanos que describirá como nadie. Calles populares, viviendas avejentadas y personajes ya de vuelta de la vida. Todo ello, punto por punto, se plasmará con precisión en esta atractiva película que funciona a partir de estas premisas de base, por la garra con la que se encuentran delimitados sus personajes, la presteza con la que aparecen entrelazados y, como no podría ser de otra manera, la brillante dirección de actores articulada. Será una vez más, la alquimia que aplicará su realizador para tejer con acierto ese magma emocional de un hombre encaminado a la vejez que busca una ráfaga de ilusión y atractivo a su vida. La de un muchacho con un horizonte vital penoso, posibilitado a un futuro de fama y fortuna. Y también de una muchacha que ha sido aleccionada para acceder a un dinero y estatus que, por el contrario, lleve aparejado la renuncia al amor. Esa mezcla de deseos y anhelos confluye en un relato atractivo, provisto de una considerable autenticidad, y enganchándonos desde muy pronto al plantear una historia que bien podría incurrir en los designios de la vulgaridad pero que, por el contrario, se encuentra expresada con una enorme convicción, atendiendo a gestos y miradas -serán muy reveladoras la reacciones hostiles de la mujer de Victor hacia André, al verse relegada por su esposo, o la creciente decepción de María al comprobar resignada que el muchacho no es capaz de corresponder el amor que ella siente por él-, valorando el gusto por el detalle -la importancia de ese amuleto que recorrerá toda la película; esa bata que Víctor regala a su pupilo, bordada con sus iniciales; ese inesperado espejo que se romperá, preludiando el final del efímero romance entre el boxeador y Corinne- o la búsqueda de nuevos horizontes existenciales -tanto para el entrenador como para el púgil-.
Uno de los aspectos más curiosos a nivel narrativo de L’AIR DE PARIS reside en la ubicación de la catarsis del relato, en el centro del mismo. Me refiero a la insuperable narración del combate de boxeo que supondrá la revelación de André. Un combate a tres asaltos descrito casi en tiempo real, que puede considerarse una de las más memorables set pièces jamás filmados por Carné, y probablemente del subgénero boxeístico, en el que junto a la dureza de un combate que es descrito con largos planos que no ocultan la crueldad de los golpes de los púgiles, irá alternando con el punto de vista de sus asistentes. El ánimo de los entusiastas de André, que se encuentra hundido y presto a perder, al haber escuchado las palabras en contra suya de Blanche. Sin embargo, la inesperada presencia de Corinne en la pelea le levantará el ánimo revertiendo una segura derrota, lo que será mostrado en la pantalla en unos minutos que llegan a emocionar por su intensidad.
En su oposición, L’AIR DE PARIS planteará en sus minutos finales un enfrentamiento de sentimientos y decepciones. Una generalizada experiencia del dolor y la experiencia, ante la que ganará la amistad entre el viejo entrenador y el joven pupilo. Ambos han aprendido en el camino, y ambos se unirán de nuevo. Al margen de sus cualidades, las imágenes del film de Carné revelan una cierta sensación de puente cinematográfico, entre el pasado que atesoró su obra precedente y las nuevas formas de entender el drama psicológico.
Calificación: 3
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