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CINEMA DE PERRA GORDA

TERRAIN VAGUE (1960, Marcel Carné)

TERRAIN VAGUE (1960, Marcel Carné)

En 1960, la arrasadora onda de la Nouvelle Vague, ya había aterrizado sobre el cine francés, y el conjunto de las nuevas olas, se encontraba extendido en el conjunto del cine europeo. Al mismo tiempo, dentro de dicho ámbito de febrilidad creativa, surgía la importancia del enfrentamiento generacional, y las consecuencias de una juventud, por completo desorientada, en una sociedad que mutaba de las consecuencias de la II Guerra Mundial, a unas generaciones que vislumbraban el progreso, un cierto bienestar, y la masificación, tendría su caldo de cultivo en no pocos títulos de diversas cinematografías. Podríamos citar a este respecto, la referencia que nos proporcionaba el REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955) de Nicholas Ray. Sin embargo, en ese periodo concreto de la llegada de un nuevo decenio, podríamos consignar THE YOUNG SAVAGES (Los jóvenes salvajes, 1961. John Frankenheimr) en USA, LOS GOLFOS (1960, Carlos Saura) en España, ACCATTONE (Idem, 1961. Pier Paolo Pasolini) en Italia… Es decir, se trataba de una corriente practicada en todas las cinematografías, por encima del mayor o menor grado de interés de sus propuestas. En la propia Francia, unos de los estandartes de su renovación fílmica, lo ofrecería François Truffaut, con su extraordinario debut LES QUATRE CENTS COUPS (Los cuatrocientos golpes, 1959), aunque su vertiente argumental, quizá derivara en vertientes complementarias.

No obstante, sorprende que en aquel mismo 1960, un realizador de los denostados por los críticos y casi inmediatos cineastas de ‘Cahiers du Cinema’, como fue Marcel Carné, nos brindó una mirada revestida de nihilismo, en torno a ese contraste generaciones vivido por la juventud francesa. Será algo presente en todos y cada uno de los fotogramas de TERRAIN VAGUE (1960). No sería la primera vez con la que el veterano hombre de cine, se implicaba en una producción en torno a la problemática de la juventud. Apenas dos años antes, había formulado una mirada en torno a la misma, por medio de la apreciable LES TRICHEURS (1958). De cualquier manera, el título que centra estas líneas destaca, por un lado, por la desesperanza con la que muestra, la imposible convivencia entre los avejentados representantes de una generación cansada y vencida, que sobrevivieron a las consecuencias de la no tan alejada contienda mundial, y la incomunicación marcada con unos hijos, poco a poco inmersos en un mundo más consumista y acomodado. De otro, nos encontramos ante un relato que destaca por la valentía de su configuración cinematográfica, demostrando el buen pulso de un realizador ya veterano, al que se había denostado, quizá con demasiada ligereza, como a otras personalidades del pasado del cine francés.

TERRAIN VAGUE se inicia con una secuencia pregenérico, descrita en la sala de un juez de menores, donde este se plantea la situación del presente y reincidente Marcel (Constantin Andrieu), que se encuentra junto a su madre, exteriorizando ese estado de rebeldía ante el horizonte social que se le plantea. Habiendo sido detenido en tres ocasiones, será enviado finalmente al reformatorio. Y es curioso destacar en este inicio, la presencia de un personaje que desaparecerá, y volverá a la película, una vez esta se haya desarrollado de manera considerable. Tras un plano general nocturno, de un grupo de nuevas e impersonales edificaciones, dará paso a un largo, casi interminable, movimiento de grúa ascendente, de la madre del muchacho, que pesarosamente asciende hasta su vivienda, mientras se van insertando los títulos de crédito. Sorprendente inicio, que muy pronto nos irá describiendo los diferentes entornos sociales de los jóvenes que protagonizan el relato. Estos serán el aún pequeño Babar (Jean-Louis Bras), hijo único de una familia que apenas se comunica entre sí, la joven Dan (Danièle Gaubert), con una madre que no se preocupa de ella, y un padrastro al que desprecia. O el caso de Lucky (Maurice Caffarelli), muchacho que apenas puede resistir la opresión de vivir, sobre todo, con un padre quemado por el trabajo, e incapaz de ponerse en su pulsión existencial. Tras la presentación de los personajes, pronto se nos describirá la reunión nocturna de un amplio grupo de jóvenes, formando parte de la banda que dirige Dan, y en la que se someterá a prueba la incorporación de Babar en su seno. A este se le brindará una prueba revestida de aparente dureza, y mezclará su sangre con la propia líder del grupo, iniciándose una extraña relación con esta, que Dan definirá en él, como si fuera su hermano, aunque por parte de este, esconda una relación de fascinación apenas disimulada. Por su parte, la cabeza se encuentra enamorada de Lucky, aunque entre ellos una pátina de resentimiento impida la fluidez de sus relaciones. Y, en conjunto, los componentes de la banda, intentarán sublimar la mediocridad de sus existencias, apenas sin dinero para gastar, montando gresca en la feria -el brillante episodio de la pelea con el dueño de la atracción de feria-, asaltando una tienda de baratijas -en otro magnifico episodio, punteado y montado a modo de musical, mediante los renovadores compases del joven compositor Michel Legrand-.

Todo ello, en medio de unos escenarios exteriores, que transmiten con gran sensibilidad, al igual que sus personajes, ese contraste generacional, en este caso entre las antiguas viviendas, que aparecen de manera envejecida, contraponiéndose con las enormes nuevas e impersonales edificaciones, insertas en un contexto por completo carente de infraestructura. La inesperada llegada de Marcel, fugado del reformatorio, romperá el equilibrio de la banda, llegando a acaparar el liderazgo de la misma, planificando el asalto a la gasolinera en la que trabaja Lucky. Ello provocará que Dan se separe del colectivo, en el que el recién llegado utilizará su maligna influencia, implicando en ello a un antiguo amigo -en donde se adivina una pasada relación homosexual-. Lucky, finalmente, se desembarazará del previsto golpe, que no se realizará en el último momento, huyendo Marcel, y provocando la ira del conjunto de la banda, que correrá en contra del citado Lucky, y también del pequeño Babar, al que acusarán de haberse chivado del mismo. Todo ello, no será más que el inicio de una espiral de tensión y violencia, que culminará, a partes iguales, entre la tragedia y la esperanza -sus conmovedores planos finales-. Todo ello, dentro de unos minutos de conclusión, dominados por una irrefrenable aura de desesperanza, aunque en ellos, tenga lugar, la oportunidad del florecimiento, en el amor entre Lucky y Dan.

Es cierto que a TERRAIN VAGUE, se le puede reprochar una cierta querencia en ocasiones, a la hora de incurrir en tópicos del cine de pandilleros -una de las plagas de este subgénero-. Es más, la elección de jóvenes debutantes, dejará entrever no pocas elecciones irritantes -entre ellas, al intérprete del maligno Marcel-. Sin embargo, nos encontramos ante una película valiente, física -la casi insoportable pelea final entre Lucky y el representante de la banda, una vez Marcel la ha abandonado; la espesura que adquiere ese solar, en donde finalmente, tendrá acto de presencia la tragedia-. Una mirada, provista de desesperanza, en el que, sin embargo, tendrá lugar, la presencia de ese singular Gran Jefe (Roland Lesaffre), maduro vendedor de objetos usados, que aparecerá en cierto modo como receptor de una mirada compasiva, a las inquietudes y rebeldías, de una juventud, que su entorno no sabe percibir.

Y en medio de un relato que, en sus minutos finales, adquiere por momentos una tensión casi inabarcable -sobre todo, lo que rodea la persecución física y moral que los pandilleros aplicarán al sensible Babar-. En un conjunto donde la música de Legrand -firmada al alimón con Francis Lemarque, pero que lleva su estilo en todo momento-, aparece como uno de sus principales vectores dramáticos, uno no puede más que elegir un instante diferente. Un momento relajado y romántico, en medio de un conjunto sombrío. Será ese plano, descrito en el interior de la vivienda del Gran Jefe, donde Lucky pedirá a Danm que se ponga uno de los vestidos allí existentes, marcadamente femeninos, rompiendo con la imagen andrógina de la muchacha. Allí, con el fondo de un bellísimo tema de Legrand, se escenificará la sinceridad de la mutua relación de amor entre ambos.

TERRAIN VAGUE es una película olvidada. Extraña en medio de un cine francés en el que parecía ya no tener cabida, aunque se rebelaba quizá más valiosa, que otros títulos más reconocidos en su tiempo. Tiempo aquel, que demostraba la capacidad de adaptación, y la sensibilidad, de un cineasta aún con cosas que decir.

Calificación: 3

 

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