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CINEMA DE PERRA GORDA

THE SIGN OF THE RAM (1948, John Sturges) El signo de Aries

THE SIGN OF THE RAM (1948, John Sturges) El signo de Aries

Pese al discurrir del tiempo, quedan no pocos cabos sueltos, a la hora de ir recuperando los primeros exponentes en la filmografía del norteamericano John Sturges (1910 – 1992), de quien se recuerda su valiosa aportación al western, o también su incursión ya en la década de los sesenta, en diferentes superproducciones, tan exitosas, como vilipendiadas por la crítica. Y he de señalar que, pese a los altibajos de su andadura fílmica, incluso en esa etapa más bien comercial, se encuentran exponentes de interés, al tiempo que, en sus primeros años, aparecen pequeños títulos, dotados de un nada desdeñable atractivo que, en ocasiones, sobrellevan propuestas narrativas sorprendentes. Pienso en la inusual estructura narrativa de MYSTERY STREET (1950). En el ejercicio de suspense que proporciona JEOPARDY (Astucia de mujer, 1953), o en la propia singularidad que desprende THE CAPTURE (1950). Son varios los exponentes de esta primera etapa, que aún esperan el limbo de un necesario visionado. Por ello, poder acceder a THE SIGN OF THE RAM (El signo de Aries, 1948), no solo nos permite completar otra pieza del rompecabezas incompleto de su filmografía sino, que en sí misma considerada, aparece como una magnífica película, que revela nuevos vértices en la versatilidad de su realizador, al tiempo que brinda una mirada complementaria, con personalidad propia, dentro de ese corpus de producciones de suspense psicológico, delimitado en escenografías de ecos góticos y victorianos, que se adueñaron de las pantallas cinematográficas, durante la década de los 40.

La película, dominada por un bellísimo y evocador tema musical de entrada, hace especial hincapié, en destacar por parte de la Columbia, el retorno a la pantalla de Susan Peter siendo esta, a la postre, la que supondría su última presencia cinematográfica, ya que falleció prematuramente en 1952, a los 31 años de edad. Y su metraje se iniciará, entremezclando la llegada de una nueva secretaria, desplazada desde Londres -Sherida (Phyllis Taxter)-, a la mansión St. Aubyn, en plena costa de Cornualles. Ya en el trayecto en coche, en el que esta es trasladada por el joven Logan -uno de los hijos de la familia propietaria-, se advertirá la impronta que preside un marco tan impactante, capaz de transmitir lo mejor y lo peor a quienes hasta allí se internan. Muy pronto, llegarán hasta aquella tan suntuosa como vieja mansión, en donde por momentos parece vivirse en un mundo separado. Es algo, que desprenderá la impronta de quien, realmente, domina aquel microcosmos. Se trata de Leah St. Aubryn (Susan Peter), una mujer elegante, segunda esposa de Mallory (Alexander Knox), auténtico dueño de la hacienda, y padre de los tres hijos que, fruto de su anterior esposa, forjan su descendencia. Un año después de enviudar se casaría con Leah, mucho más joven que él, quien, durante un accidente de mar, adquirió la invalidez que le hace ir postrada en silla de ruedas, al salvar a sus hijos políticos.

A partir de dicho marco de partida, THE SIGN OF THE RAM aparece, en última instancia, en un muy valioso antecedente de esos títulos que, bastantes años después, encarnarían viejas estrellas como Bette Davis o Joan Crawford, interpretando a severas y torturadas matriarcas, destinadas a torturar psicológicamente a sus descendientes. Pero lo que, en estos últimos casos, aparecerá como fácil concesión al grand guignol, destinado al lucimiento de sus míticas y decadentes estrellas, en el film de Sturges aparece delimitado en un relato dotado de elegancia, perfidia y una capacidad de penetración psicológica, que se dará de la mano con una elegante y precisa puesta en escena, que no solo utiliza con pertinencia la magnífica escenografía de la mansión protagonista, y una imaginativa iluminación de Burnett Guffey, en la que se dirimen los claroscuros de un argumento en apariencia inocuo, pero que muy pronto deja entrever la casi enfermiza influencia que Leah, ejerce sobre todo su entorno.

Así pues, no veremos en THE SIGN OF THE RAM grandes alardes, aunque los hay. Ya que el drama que encierran esas casi opresivas pareces, se muestra en todo momento en letra pequeña. En las sutiles inflexiones que irá marcando Leah, cada vez que algo no resulta como ella cree que debe quedar establecido. Cuando comprueba que Logan, el mayor de sus hijastros, se va a casar, con una amiga de toda la vida, o cuando otra de sus hijastras, decida casarse con el joven Dr. Simon Crowdy. En realidad, le queda el dominio, casi rayano en la sumisión, que mantiene con la aún adolescente Christine, que la seguirá en todo momento, y llegará a intentar atentar contra la vida de Sherida, cuando Leah indirectamente insinúe, que esta se ha convertido en una rival en el amor hacia su esposo.

De manera creciente, aunque siempre sin alzar el tono, el film de Sturges va desprendiendo esa venenosa dependencia de todos, hacia una mujer sensible y, en el fondo, amargada, que sabe reconocer, en un momento determinado, y a través de esos poemas que escribe bajo seudónimo, que incluso el amor va unido en ocasiones al egoísmo. La efectividad de esta historia del experto Charles Bennett, adaptando la novela de Margaret Ferguson, reside en la capacidad de trasladar cinematográficamente, el caudal de sugerencias emanadas, en una casa y un entorno, en el que el espectador llega a palpar, en algunos momentos, la insania que desprende, el poderoso influjo de su protagonista. Todo ello, mediante una puesta en escena precisa y arrojada en sus mejores momentos, dominada por una movilidad con la cámara, casi como si orquestara una ceremonia de la malignidad, interpretado y descrito por la partitura de un ser tan sensible y consciente, como pérfido en sus intenciones, para ella por otra parte, dominadas por la lógica.

En una obra tan desconocida, deudora de su tiempo y, al mismo tiempo, tan personalísima, se podrían entresacar, no pocos instantes dominados por la brillantez. Ese inesperado cambio de plano, mientras que Sherida y Logan charlan en el coche que les acerca a la mansión, encuadrando la fiereza y el misterio del mar y la costa. La sutileza con la que la recién llegada, descubre la invalidez de Leah. Ese instante magistral, en el que Leah intuye la inesperada fascinación de su esposo por la recién llegada secretaria, al descubrir que le ha regalado otra flor de su crianza, como ha hecho antes a ella. Las secuencias descritas en esa vieja mina abandonada, en la última de las cuales a punto estará de surgir la tragedia, y en las que esa aparente fuga del epicentro de la tensión -en ella nunca podrá introducirse Leah-, no impedirá que esas tensiones establecidas en el conjunto del relato, tengan su oportuna prolongación. Sin embargo, si algo resulta inolvidable, es la conclusión de la película, no por predecible menos vibrante en su leve aureola fantastique, describiendo la casi inevitable inmolación de Leah, una vez descubierta la perfidia de su juego insano, arrojándose hasta el acantilado, envuelta y casi engullida, por la intensidad de la niebla. Unos momentos de una casi abrasadora intensidad cinematográfica, culminando una obra de enormes cualidades, que mereces salir con urgencia, del olvido a que ha sido sometida durante décadas.

Calificación: 3’5

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