TURN THE KEY SOFTLY (1953, Jack Lee) Mujeres en la calle
Cada vez tengo más claro que, si por algo ha sido grande el cine británico, es precisamente por aquello por lo que fue despreciado durante décadas. Me explico. Frente a todos aquellos que lo denostaron por su supuesta falta de pasión, algunos lo defendemos de manera ardiente precisamente por ello, ya que nos adentramos en el paraíso del matiz. Los pequeños problemas, las acciones cotidianas, tuvieron en la cinematografía de las islas su exponente más preclaro, poblando las pantallas con el reflejo más directo, de esa cotidianeidad que, en un primero, segundo o tercer plano, contribuyó a ofrecer, con mimbres revestidos de nobleza. Fue una premisa que articuló no pocos de sus títulos más célebres, pero también caracterizó otros muchos, que por las circunstancias que fueran, pronto -e injustamente-, fueron quedando pasto del limbo del olvido. Es curioso señalar, que durante la década de los cincuenta del pasado siglo, y antes de que con la eclosión del Free Cinema, en realidad no se hiciera más que una renovación y actualización de códigos genéricos ya existentes, el cine de las islas propusiera un importante y valioso ‘corpus’ de dramas psicológicos que, en buena medida, no dejan de suponer precedentes de los posteriores kitchen sink.
Propuestas estas, en un porcentaje muy elevado llenas de un enorme grado de interés, en las que se centró el primer -y magnífico- periodo de la andadura de un realizador posteriormente tan decepcionante, como fue John Lee Thompson, y del que encontramos exponentes de verdadera valía, en un director de obra más limitada -apenas 9 largometrajes-, al margen de aportaciones en el terreno del documental, como fue Jack Lee (1913 – 2002). TURN THE KEY SOFTLY (Mujeres en la calle, 1953) aparece, dentro de este contexto, como una estupenda aportación que, en letra pequeña, logra conciliar diversas vertientes argumentales y temáticas, y brindando, bajo su ajustado metraje de poco más de 80 minutos, una valiosa lectura. Una mirada coral que, más allá del retrato de sus protagonistas femeninas, y determinados personajes secundarios, permite efectuar una radiografía más o menos profunda, de aquella Inglaterra urbana de los primeros años cincuenta, que había dejado atrás la tragedia de la II Guerra Mundial.
Están a punto de anunciarse las ocho de la mañana de un día cualquiera en la desaparecida prisión Holloway de Londres, destinada fundamentalmente a mujeres. De diferentes celdas son reclamadas tres de sus reclusas, ya que para ellas se cumplen sus respectivas condenas. Ellas son la elegante y distante Mónica Marsden (Yvonne Mitchell), la bondadosa y ya anciana Grandy Quilliam (Katleen Harrison), y la joven y pretenciosa Stella Jarvis (Joan Colins). A esta última le espera en la puerta de la prisión, un joven pretendiente -conductor de autobús-, con el que espera estabilizar su vida, alardeando de ello antes las que han sido sus dos compañeras. Mónica en realidad, cumplió su condena de un año, por haber participado involuntariamente en un delito cometido por su amante, David (Terence Morgan), un hombre sin escrúpulos. Por su parte, la bondadosa Grandy ha sido reiteradamente detenida, por pequeños e insignificantes hurtos, siendo en realidad una mujer, que ya no tiene un lugar en un mundo cada vez más insensible.
Partiendo de un magnífico guion del propio director y Maurice Cowan -también productor de la misma-, a partir de la novela de John Brophy, TURN THE KEY SOFTLY engancha casi de inmediato en el espectador, a través de una puesta en escena que combina la severidad de algunos de sus momentos -los primeros planos, descritos en el interior de la prisión-, con el acierto que alberga, a la hora de plasmar esos exteriores de la gran urbe londinense, donde casi se puede palpar el bullicio contrapuesto de sus habitantes, ayudado de manera muy especial, por la contrastada y húmeda iluminación en blanco y negro, alcanzada por el gran Geoffrey Unsworth. Será el marco vivaz, bullicioso en ocasiones, elegante en otras, sórdido en los momentos más duros, en los que se insertará el devenir de las tres reinsertadas convictas, en el plazo que va desde esa mañana en que son liberadas, hasta la primera noche que pasen en libertad. Todo ello, discurrirá en un asumido y creíble contraste generacional, describiendo como la vanidosa e inmadura Stella, estará a punto de recaer en el mundo que le llevó a la prisión, como la entrañable y casi desahuciada Grandy, en realidad solo tendrá el apoyo de Johnny -el recuerdo de la muy cercana y extraordinaria UMBERTO D. (Umberto D, 1952, Vittorio de Sica), deviene pertinente-, el perro que ha estado esperándola pacientemente durante su forzada ausencia de medio año. Y el momento de la duda para Mónica, inicialmente decidida en iniciar una nueva vida -es aceptada esa misma mañana, para emplearse como administrativa-, pero que no podrá zafarse de un nuevo encuentro con David, quien volverá a utilizará de nuevo para sus fechorías.
Son varios los factores que permiten considerar la brillantez del film de Lee. De entrada, la precisión de su material de base, que logra elevarse de las convenciones inherentes a los títulos corales, logrando confluir en un conjunto atractivo y, sobre todo, revestido de verosimilitud, sin que en ningún momento se tenga la impresión de asistir a estereotipos. Esa querencia por la letra pequeña, por el matiz que señalaba al inicio de estas líneas, es el que permite contemplar un conjunto que respira verdad cinematográfica, sobre todo, a la hora de proporcionar credibilidad en sus personajes. Incluso en el que interpreta Joan Collins -encarnando el rol que vendría reiterando en tantos títulos posteriores de aquel tiempo en Inglaterra-, que por otro lado es el de menor importante de los tres, la agudeza de su director, nos hace creer en su trio protagonista, en uno encontrando una esperanza de futuro, en otro una nueva oportunidad, mientras que en el último de ellos, la confirmación amarga de su ruptura de amarras con la existencia.
Para ello, la cámara de Lee se centra en las vivencias de ambos, en muchas ocasiones, a través de pequeños e inaprensibles detalles, fundados en una magnífica dirección de actores -la felicidad con la que Mónica degusta su primer cigarrillo en libertad, o sus miradas a la hora de intentar explicar en sus entrevistas de trabajo, su condición de antigua presa, que no se expresarían de la misma manera, si en ellos no estuviera presente, la convicción de esa excelsa actriz que fue siempre Yvonne Mitchell-. Esa capacidad se extiende a lo largo de esta extraña, por momentos entrañable, en otros dolorosa ronde de sentimientos compartidos. Como la casi elegíaca felicidad que se expresa en la cena de las tres compañeras, cuando Grandy brinda por Mónica, o esa tentación de Stella, al quedar maravillada por unos estridentes pendientes -reveladores de su personalidad-, mirándolos en el escaparate, sin poder resistir la tentación, de gastarse en ellos, las tres libras que le entregó su novio, y que finalmente recuperará, mediante un ingenioso giro de guion. O la sorprendente felicidad que albergaremos, al comprobar que ese Johnny que tanto señala Grady, en realidad se trata del perro, que correrá hacia ella, una vez regrese a la miserable habitación alquilada, que su patrona le ha reservado a mala gana. Y será en ella, donde se expresará uno de los instantes más dolorosos de la película, cuando acuda a visitar a su hija y nieta, mostrándose la primera totalmente esquiva en torno a su madre -una secuencia y un personaje, que preludian, más de una década antes, la igualmente magnífica THE WHISPERERS (1967, Bryan Forbes).
TURN THE KEY SOFTLY vivirá un extraño climax, dejando de lado las tribulaciones de sus protagonistas, y describiendo como en el mejor cine noir, la persecución de David por parte de la policía, en medio de los tejados de unos edificios -lo que permitirá asistir a una mirada desoladora sobre la insensibilidad de la multitud; “¿Usted no se ha equivocado nunca?”, le dirá Mónica uno de estos espectadores-. Sin embargo, el film de Jack Lee culminará, casi como en una oposición al ya citado UMBERTO D., en un conmovedor final, en el que, junto a las lágrimas del rostro sin vida de Grady, se sucederá una inesperada llamada a la esperanza, de esa mujer que a punto estuvo de retornar a la cárcel, al no poder resistirse al empuje de un amor insano e interesado.
Calificación: 3’5
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