RUMBLE ON THE DOCKS (1956, Fred F. Sears)
Si hubiera que definir en pocas palabras, RUMBLE ON THE DOCKS (1956, Fred F. Sears), sería muy sencillo hacerlo, al perfilar en su entraña dramática, una nada solapada mixtura, en un formato cercano a la serie B, de dos títulos de reciente impacto en el cine americano, como fueron ON THE WATERFRONT (La ley del silencio, 1954. Elia Kazan) y, de manera muy especial, REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray). No cabe duda que el eco del film de Ray, fue muy pronto fagocitado por la industria cinematográfica, planteando decenas de producciones que exponían, muy lejos de la entraña dramática y romántica del inmortal título protagonizado por James Dean, pero sí hablando de las tensiones y la rebeldía de la juventud USA de aquel tiempo, las más de las veces de manera edulcorada, y sirviendo dichas discretas ficciones, para lanzar a jóvenes estrellas juveniles, cuya fugaz fama, les abandonó cuando los efluvios y atractivos de su juventud, dejaba paso a una madurez, que en buena medida se encontraba carente de talento. Dicho esto, dos consideraciones personales. He de reconocer que el cine de pandilleros, siempre ha suscitado en mí una considerable aversión. Por otra parte, preciso es reconocer que dicho ámbito, proporcionó propuestas estimables -no mucho más-, firmadas por unos primerizos Martin Ritt o John Frankenheimer, o el ya más experimentado Don Siegel.
Pues bien, dentro de sus considerable limitaciones, de su irregularidad, y de su clara condición de servir como vehículo, para el debut cinematográfico, del melifluo James Darren -que protagonizó en estos años numerosos títulos de este subgénero-, he de reconocer que este melodrama juvenil, realizado por el destajista Sears -que fallecería de manera inesperada, al año siguiente-, bajo el auspicio del no menos destajista y astuto productor Sam Katzman, pese a sus limitaciones, no deja de parecerme una aproximación tan discreta como eficaz al universo de esa juventud turbulenta. En esta ocasión, se centrará en la ubicada dentro del entorno del puerto de New York, en Brooklyn, estando expresada la misma en dos pandillas -adelantando el igualmente melifluo conflicto de la posterior WEST SIDE STORY (Amor sin barreras, 1961. Robert Wise & Jerome Robbins)-. Unos serán los ‘Diggers’, sus rivales, los ‘Stompers’. Desde el primer momento, a través de la física secuencia inicial, descrita en el interior de un andén portuario, donde varios ´Stompers´, se deciden a abusar de la joven Della (Laurie Carroll), que ha retornado a este entorno, tras varios años ausente. Su hermano pequeño, asustado, pedirá ayuda al joven Jimmy Smigelki (Darren), líder de la banda rival, quien logrará liberarla de sus acosadores tras una pelea, en una secuencia bastante bien rodada. Tras ello, y pese al carácter hosco que demuestra el muchacho, fruto de un determinado angs existencial, poco a poco se irá acercando a ella. Jimmy procede de una familia polaca, manteniéndose distanciado de su padre, que sobrelleva una grave lesión en la espalda, fruto de un accidente, sufrido -supuestamente- en el entorno del mafioso Joe Brindo (Michael Gringer), que controla la actividad obrera portuaria. Por ello, este se manifiesta amargamente y rechaza cualquier ofrecimiento venido por parte del turbio personaje.
No obstante, Jimmy se mostrará más posibilista, observando con cierta delectación el universo corrupto de Brindo, en la medida que, para él, representa la posibilidad de una riqueza material y, sobre todo, emerger de ese contexto de rutina existencial en el que vive. Y es que nos encontramos, con un muchacho pese a todo, provisto de cierta vertiente reflexiva, y que sublima sus deseos de alcanzar su madurez como ser humano -un anhelo de estudios y una profesión creativa-, representados metafóricamente en ese periscopio, con el que se dedica a observar las distancias, intentando escapar a su destino. El entorno portuario, iniciará la organización de un nuevo sindicato, legal y al margen del imperio de Brindo. Sin embargo, en torno a la actividad de este, que el joven protagonista contemplará con desapego, surgirán incidentes violentos, posibilitando la definitiva ruptura del muchacho con su padre y, sobre todo, acercándose de manera progresiva al entorno de Brindo, llegando a postularse como falso testigo, en un asesinato que podría poner en peligro el entorno delictivo del peligroso dirigente.
En la lucha de ese deseo por protagonizar con Brindo nuevas y lucrativas experiencias, y el creciente cariño que sentirá por Della, se desenvolverá este RUMBLE ON THE DOCKS, que se beneficiará desde el primer momento, por un apreciable uso del formato panorámico, y la fisicidad que proporciona la húmeda fotografía en blanco y negro de Benjamin H. Kline. A partir de ese momento, el protagonismo de Darren nos lo ofrece como otro ejemplar ‘jamesdeanesco’, con su camisa blanca, su cazadora de cuero y sus botas de biker. No faltarán esos recovecos románticos con su partenaire femenina, y hay que reconocer, que algunas de las secuencias que mantienen ‘a dos’ la pareja de muchachos, adquiere una cierta autenticidad, sobre todo merced a la elegante planificación que brinda Sears. A partir de ello, la película oscila entre la fisicidad y el tópico. Entre el servilismo al subgénero de pandilleros, y los rasgos más populares de los dos títulos que le sirven de base argumental. Una dependencia que, en este caso, no permite anular los menguados pero perceptibles valores de esta pequeña película, que en su propia modestia logra hacerse simpática. Por ello, se percibe una cierta frescura, una franqueza todo lo pueril que se quiera, pero que en este caso, adquiere un cierto grado de veracidad.
En cualquier caso, a mi juicio, lo realmente atractivo, lo que brinda cierta personalidad a RUMBLE ON THE DOCKS, deviene en esa y mutua atracción, existente entre Brindo y el joven Jimmy. Está claro que, para el muchacho, el jefe mafioso representa esa oportunidad de emerger de una vida gris y, de manera más sutil, sustituir en él, la figura fracasada y fría de su padre. Sin embargo, no hace falta ser muy agudo, para ver que para Brindo, se establece una nada solapada nuance homosexual en torno al muchacho -las miradas lúbricas que le ofrece Michael Grande, y diálogos insinuantes que le brinda cuando este se encuentra en su lujosa vivienda, definen con claridad esa subtrama-. Será algo, que los rasgos faciales pulidos y el propio atractivo, casi femenino, de James Darren, contribuyen a afianzar. En definitiva, nos encontramos ante una película deudora de éxitos precedentes, que aúna conflictos generaciones, frustraciones, rebeldía juvenil, y rasgos de cine noir, pero que soto vocce, brinda esa mirada oculta, que es posible no fuera contemplada por los responsables de la Columbia pero que, hoy por hoy, demuestra, que aún en un contexto de producción tan convulso, como el que brindaría las postrimerías del maccathysmo, había capacidad de colar a modo de contrabando, una cierta mirada transgresora.
Calificación: 2
0 comentarios