DOCTORS DONT TELL (1941, Jacques Tourneur)
“Detesto esta película: es la peor de las que he dirigido”. Así de rotundo se manifestaba Jacques Tourneur, en una de las escasísimas entrevistas que protagonizó en los últimos años de su vida, a la hora de calificar DOCTORS DON’T TELL (1941), el cuarto de sus largometrajes norteamericanos, entremezclados en una notable colección de cortometrajes, rodados en el seno de la Metro Goldwyn Mayer. Nos encontramos, asimismo, con el título previo, al encuentro de Tourneur con el productor Val Lewton, en el seno de la RKO, dando vida a uno de los equipos creativos más relevantes del cine de su tiempo -unamos a ellos, los nombres de Mark Robson y Robert Wise- y, sobre todo, consolidando una novedosa e inquietante reformulación de los postulados del fantastique.
La película, de poco más de 70 minutos de duración, supone el encuentro de Tourneur con la Republic, tras su bagaje en el departamento B de la Metro, y antes de dar el salto a la RKO. Dentro de dicho ámbito de producción, en uno de los estudios donde costó más encontrar títulos dominados por su alcance e inventiva, y pese a la crítica sin matices planteada por su director, por lo general, tan severo con la mayor parte de su obra, una mirada desprejuiciada a esta modesta película, revela dos cosas muy importantes. La primera, que antes de ligarse de manera creativa a Val Lewton, Tourneur era ya un realizador que sabía manejar el arte de la imagen, albergando en su seno una notable capacidad de síntesis -herencia de su aprendizaje previo en el corto-. También, era ya capaz de albergar de manera incipiente, su capacidad como generador de atmósferas. El caso es que viendo DOCTORS DON’T TELL, uno percibe todo ello, entendiendo lo que de providencial tuvo el encuentro de nuestro cineasta con Lewton, para forjar su inimitable personalidad creativa.
La película se inicia de noche, con un juego de panorámicas opuestas, dando paso al rápido discurrir de una ambulancia. Por un momento, parece que nos detengamos en un relato policiaco, pero el film de Tourneur pronto derivará en un drama centrado en el ámbito médico, en medio de unas secuencias iniciales, caracterizadas por lo ajustado de su discurrir dramático. La máxima de una idea por plano, aparece plasmada en esos primeros instantes donde, de la ambulancia se trasladará al recinto hospitalario, a la joven Diana Wayne (Florence Rice), cantante de night club, que ha sufrido un accidente, y precisa de una intervención quirúrgica, que coarte el derramamiento de sangre interno que sobrelleva. A pesar de que queda un día para su definitiva graduación como médico, Ralph Sawyer (Tom Beal), entenderá que debe responsabilizarse de dicha operación, máxime cuando en el tiempo en que un quirúrgico podría acudir al recinto, la vida de la muchacha se perdería. El hermano de esta -Tom (Bill Shirley)-, rogará al aspirante a doctor que lleve a cabo dicha intervención, decidiéndose este finalmente a ello, y efectuando la misma con éxito. Ello le llevará, pese a las normas, el aplauso de sus superiores, y junto a su compañero y amigo Frank Blake (Edward Norris), otro m-edico mucho más temeroso y una enfermera, a abrir un gabinete médico, en el que esperan desarrollar su futuro dentro de la medicina. Pasa el tiempo, y los clientes no llegan, aunque contarán con la ayuda de Joe Grant (Douglas Fowley), un extorsionador, al que siempre acompaña el violento Barney Millen (War Bond), quienes, de manera involuntaria, proporcionarán una considerable clientela a los recién instalados sanitarios, procedentes toda ella del mundo del hampa. Todo sucederá a partir de la herida de bala que curará Blake a Barney, orillando a la policía su obligada notificación. Ello permitirá al joven doctor estabilidad económica, en un momento en el que ha ido estrechando su relación con Diana, pese a que, de manera secreta, Ralph se haya sentido fascinando por ella desde el preciso momento en el que la operara, y esta, agradecida, le señalara que, en buena medida, tras su operación, parte de ella le pertenecía. A partir de ese momento, irán aflorando poco a poco las tensiones, sobre todo cuando este último, intuya la connivencia que su compañero ha ido manteniendo con los bajos fondos, al tiempo que asuma que nada puede hacer, para lograr el amor de Diana. Por ello, abandonará el centro médico, al tiempo que dejará de lado a la cantante, mientras que, en un momento de despecho, Barney matará al anciano comerciante que lo hirió en el pasado, en defensa propia, poniendo en entredicho a su jefe, Joe, que por sus características físicas -posee una cicatriz en su rostro-, pudo ser identificado por el fallecido, antes de morir. Por ello, Joe intentará la ayuda de Blake para que, mediante una pequeña operación, pueda eliminarle dicha cicatriz y, con ello, escapar a las descripciones policiales. Curiosamente, en medio de dicha operación, Diana descubrirá el juego que su prometido mantenía, marcando el inicio de su alejamiento con él. Pese a la intervención, Joe Blank será detenido y sometido a juicio, por un asesinato que, en realidad cometió su fiel ayudante, quien intentará destrozar las pruebas existentes en contra del acusado, que alberga Ralph, en un momento en que decidirá salir en defensa de su amigo.
Es cierto que DOCTORS DON’T TELL alberga no pocas convenciones, algunas de ellas rozando lo inverosímil -que Diana descubra el doble juego de su novio, contemplándolo en plena operación, o la propia facilidad de dicha operación-. O que algunos apuntes de comedia, en modo alguno encajen con pertinencia -ese bufonesco tercer médico agregado al equipo, al que, en el fondo, le da terror practicar la medicina-. Pero asumiendo estas y otras limitaciones, encuentro que nos encontramos ante una extraña mixtura de melodrama triangular, inserta dentro de una crónica de gangsters, e incorporada dentro del temible subgénero de médicos y hospitales. A la previsible base argumental de Theodore Reeves e Isabel Dawn, a partir de una historia de la primera, se incorpora la decidida tarea de un Tourneur, empeñado en insuflar precisión, ligereza y rimo cinematográfico, a un relato decididamente endeble que, en manos de un realizador más convencional, hubiera diluido en un conjunto insignificante. Sin embargo, el artífice de la posterior OUT OF THE PAST (Retorno al pasado, 1947), consigue insuflar una extraña y, al mismo tiemp0o, serena atmósfera, en el tramo inicial descrito en el hospital, incluso una vez que se ha consumado la operación. Se percibe una planificación dinámica intentando, en todo momento, romper con la pesadez inherente a las producciones de dicho estudio y, al mismo tiempo, intentar acercar al espectador, a la reducida galería de personajes que dominarán el relato, buscando una extraña humanización que les permita huir del estereotipo. Es por ello, que el contexto dramático de la película resulta extrañamente ligero, huyendo de ese alcance sombrío que, por ejemplo, podría proporcionar cualquier producción de la Warner de años atrás. En su oposición, el film de Tourneur apela a una mirada limpia en la definición de esa relación a tres bandas, de esa joven cantante, que quedará enamorada de un joven que la ha deslumbrado, sin intuir quien realmente, desde el momento en que le salvó la vida, ha quedado prendado de ella.
Pese a su aparente escasez de pretensiones, lo cierto es que DOCTORS DON’T TELL brinda una curiosa configuración, logrando aunar ese elemento melodramático con apropiada ligereza, e incluso ese elemento sombrío de la crónica del mundo del hampa, pese a sus esquematismos, brindará momentos tan estupendos, como la inesperada respuesta del veterano comerciante, que responderá con una pistola al intento de extorsión, o el propio e impactante momento del asesinato de este, en un torpe arrebato de Barney. Sin embargo, nada resultará más contundente, que la impactante conclusión del relato, en la que tanto tendrá que ver ese detalle inherente a la personalidad insegura de Ralph -el sempiterno gesto de atarse los cordones de los zapatos-, para resolver de forma violenta, y con una percutante definición visual, una resolución que, argumentalmente, no daba para demasiado. Es en detalles y momentos como los señalados, y la película atesora una estela considerable de ellos -las sombras que proyectan las persianas, acentuando el aura claustrofóbica de las secuencias descritas en el interior del palacio de justicia, los constantes destellos de Tourneur, a la hora de insuflar dinamismo, e incluso cierta densidad al conjunto, los que nos permiten percibir a un realizador tan modesto como inquieto, que acierta al elevar un argumento pulp de escasísimas posibilidades, y que se encaramaba, entonces sin él mismo saberlo, a situarse en la cima del arte cinematográfico.
Calificación: 2’5
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