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CINEMA DE PERRA GORDA

I BELIEVE IN YOU (1951, Basil Dearden & Michael Relph)

I BELIEVE IN YOU (1951, Basil Dearden & Michael Relph)

Sorprende contemplar en el seno de la producción de la Ealing, una película como I BELIEVE IN YOU (1951, Basil Dearden & Michael Relph) –este último habitual productor de Dearden, y director de otros tres títulos posteriores más-. Una propuesta que desde su aparente modestia emerge con grandeza, ya que su ámbito argumental plantea la perspectiva de la base dramática propuesto por los propios Dearden y Relph, unidos a Jack Whittingham, tomando como referencia la historia de Sewell Stokes. Este contexto aparece en definitiva como una mirada global, que podría trasladarse a cualquier ámbito espacio temporal, sin que su vigencia pierda un ápice. Es decir, que nos encontramos con una película en la que el espectador, puede encontrar lo que yo denomino ‘la vida’. Es algo que se produce tan de tarde en el cine, que por ello no dudo en considerar esta poco conocida película, entre las cumbres del cine de su tiempo –no solo el de las islas-, por la capacidad que alberga de ofrecer una mirada global en torno al conjunto de la sociedad, centrada en esos hombres y mujeres que se encuentran al margen de la misma.

I BELIEVE IN YOU, como otras producciones británicas, se inicia y concluye de similar manera. La primera secuencia será un plano de grúa que se acercará al petulante juez Pyke (Godfrey Tearle), percibiendo en sus manifestaciones un cierto desdén e ironía hacia Phipps (Cecil Parker). Sin embargo, la película culminará con un travelling en retroceso de esa misma grúa, reiterando las manifestaciones. Sin embargo, hemos descubierto que en ellas hay autentica admiración hacia este hombre, que muy pronto iniciará sus recuerdos en un flashback, ocupando la casi totalidad del metraje. La historia se remontará a un año atrás, cuando tras su retorno como oficial de colonias, Phipps percibe lo ocioso de una vida por otro lado acomodada. Por medio de su sincero relato en off, describirá como un delito cometido al pie de su vivienda, le hará entrar en contacto con Matty (Celia Johnson), una destacada colaboradora como ayudante de un juzgado, a la hora de vigilar, entre otros, a la joven Norma (Joan Collins). De manera inesperada, este se insertará en un contexto inicialmente poco adecuado para él; el del personal voluntario de ayuda a los calificados en libertad condicional. Es más, aunque sus progresos serán evidentes en sus gestiones, en ellos se verá una mirada altiva, de alguien de una clase social elevada, en torno a unos seres al margen de la cotidianeidad de la vida diaria. Esta circunstancia le causará no pocos sinsabores hasta que. en una extraordinaria secuencia, reflexione sobre la necesidad de comprender a esos seres a los que en teoría debe ayudar. Se trata del conmovedor momento en el que acepte repasar el viejo álbum de una alocada anciana, donde descubrirá que en su juventud esta fue una cotizada modelo de pintura. Ante la presencia del otro gran personaje del relato –Mr. Dove (un excepcional George Relph)-, le preguntará que busca alguien como esta mujer. Este, con la sabiduría del conocimiento del ser humano a sus espaldas, le responderá que solo quiere que le escuchen, ya que se han hecho viejos. Será un instante de asombrosa sinceridad cinematográfica. Todo un punto de inflexión para que Phipps –al que en su entorno le denominan con ironía ‘Chipps’, como en la célebre novela-, quien a partir de ese momento adoptara una sincera implicación con todos estos desplazados de la sociedad, e incluso limará las asperezas que hasta entonces mantenía con Matty.

Se acercará con afecto hacia el joven Hooker (Harry Fowler), del que conseguirá encarrilar su personalidad conflictiva, teniendo un apoyo importante en ello la relación que mantendrá con Norma. Pero en su casi permanente acción, nuestro protagonista ayudará a ese sensible muchacho, protegido por su afectada madre, que ha robado una cantidad para acudir a la feria -¿Intuición de una latente homosexualidad del joven?. Llegará a visitar a Miss Mackin (Katie Johnson), quien reiteradamente ha denunciado que sus vecinos querían envenenar a su gato, descubriendo que lo único que reclamaba esta mujer es un poco de atención –en una secuencia que podría aparecer como la base de la posterior THE LADYKILLERS (El quinteto de la muerte, 1955. Alexander Mackendrick), con actores que luego se reiterarían en dicha comedia-. A esa sensación de incapacidad para poder atender las constantes demandas de los desplazados de la ciudad, de verse sobrepasados al adentrarse por los viejos pasillos de las dependencias señaladas. Y en ella se encontrará la labor absoluta brindada por Matty, por un Phipps cada vez más consciente e implicado. Y también por el anciano Mr. Dave, del que se adivina el fin de sus días, pero que desoirá los consejos de los médicos para prolongar una vocación que aparecerá como el único objetivo de su vida. Nunca conoceremos si alberga o no familia –se presupone que no-, pero se intuye en su comprensiva actitud, la de alguien que logró en esta ingrata tarea un objetivo existencial.

En algunos de los escasos comentarios que he tenido ocasión de leer sobre esta película, se habla de la presencia de un planteamiento paternalista. No puedo estar más en desacuerdo. La propia inercia de su progresión argumental, impide por completo la querencia por un planteamiento moralista, como podrían ejemplificar las soflamas del padre Flanagan producidas en USA e interpretadas por Spender Trracy. Por el contrario, se percibe en todo momento en la película un aura subversiva, al mostrar una juventud casi sin asidero posible, que podría llevarnos a planteamientos cercanos al Buñuel de la muy cercana LOS OLVIDADOS (1950). Es más, por momentos esta película podría resultar precursora en el análisis de esa falsa caridad, que tan bien representaría el Berlanga de la posterior PLÁCIDO (1061). Sin embargo, por encima de la pertinencia y el alcance global de la mirada expuesta. De la sensación de impotencia que solo se mitigará cuando se puedan alcanzar algunos de los objetivos marcados. De la ironía o distanciación que aparecerá incluso en las ocasiones más inesperadas –el escondite de Phipps y Hooker debajo de un camión, para esquivar ser cazados por la policía-. Por encima de ello, lo verdaderamente conmovedor de esta extraordinaria I BELIEVE IN YOU, se centra en esas conversaciones ‘a dos’, donde la película logra alcanzar una insuperable y al mismo tiempo humilde temperatura emocional. Es en esos numerosos instantes, cuando el film de Dearden y Relph abandona su propia condición de representación, para adquirir una sensación de sinceridad y verdad que, por momentos, nos permite sentirnos privilegiados espectadores de situaciones irrepetibles.

Provista de un sentido de la neutralidad y una mirada por momentos casi documental. Ayudada por un conjunto de actores en estado de gracia –atención a las miradas del extraordinario Cecil Parker-, I BELIEVE IN YOU sabe encontrar siempre la oportuna inflexión, el detalle casi inadvertido que avala esa capacidad para transmitir la inflexión y humanidad con sus personajes –ese plano de Pyke en solitario, tras escuchar la dimisión de Phipps, transmitiendo su comprensión de lo que este le pide, y reconociendo implícitamente lo equivocado de su proceder previo-. Pero, sobre todo, alcanza casi el grado de logro absoluto al ofrecer una de las miradas más sinceras y dolorosas que el cine de su tiempo planteó hacia esa otra sociedad paralela, agazapada en el aparente progreso de las sociedades civilizadas, y que apenas contaba para las instituciones, debido sobre todo a su incapacidad de comprender conductas paralelas, al margen de lo establecido como adecuado. Una película conmovedora en sus pasajes más íntimos, dura en el alcance de su diatriba y, sobre todo, revestida de esa mirada cotidiana típicamente británica, aunque, en esta ocasión, imbuida de una asombrosa lucidez. Un film admirable, de obligada reivindicación, que nos reconcilia con el ser humano.

Calificación: 4

1 comentario

Juan Manuel -

Se me hizo un nudo en la garganta en la escena final, con el juez pronunciando por fin bien el apellido del protagonista y con una mirada de aprecio, mientras éste lleva el maletín de su antecesor. Una de las mejores películas que habré visto nunca.