UNTER DEN BRÜCKEN (1946, Helmut Käutner) [Bajo los puentes]
De entrada, sorprende en plena posguerra encontrarse ante un título tan jovial y lleno de vida como UNTER DEN BRÜCKEN (1946), uno de los títulos más reconocidos en la obra de Helmut Kaütner, un director que aunó su enorme calidad al hecho de ofrecer una extensa obra desarrollada durante varias décadas y, lo que es más importante, logró plantear en plena salida de la II Guerra Mundial, y bajo su aparente amabilidad y corto alcance, uno de los más transgresores melodramas triangulares del cine de su tiempo. De entrada, lo que sorprende en la película es que sus imágenes devengan plácidas, melancólicas, incluso divertidas en ocasiones, pero en modo alguno destilen el adverso y complejo entorno en que fueron rodadas, puesto que el film de Käutner se rueda en 1944, aunque fuera estrenada dos años después. Por ello, más allá de sus intrínsecas cualidades, que no son pocas, esta magnífica película aparece casi como mecida por las aguas plácidas que rodean sus secuencias, hasta embadurnarla de una hermosa pátina de irrealidad.
En el plácido rio Havel, que atraviesa buena parte de Alemania, se encuentra un enorme remolcador que conducen de manera eternamente amistosa Hendrik (Carl Raddatz) y Willi (Gustav Knuth). Ambos viven en las propias dependencias de la barcaza consumiendo su rutina laboral, e intentando avistar hermosas jóvenes bajo los puentes, o intentando plantearse de manera perezosa la lejana compra de un motor, para poder rentabilizar más su negocio. Ese tiempo plácido que discurre ante ellos lo adornarán entonando canciones, o jugando con la gansa que mantienen como mascota. Durante una noche, entre la niebla, vislumbrarán a una joven que tira lo que se supone es una nota y se encuentra sobre un puente, al parecer con intención de suicidarse. La pareja protagonista se acercará a Anna (magnífica Hannelore Schroth, esposa de Carl Raddatz en el momento de rodaje de la película). Esta les negará que pretendiera acabar con su vida, aceptando con escaso entusiasmo dormir en el remolcador, y viajar con sus dos tripulantes hasta Berlín, para lo cual estos simbólicamente le cobrarán ese billete de diez marcos que esta había tirado al mar. Muy pronto se establecerá una cierta corriente de simpatía entre Hendrick, Willi y la recién incorporada. Una especie de tonteo establecido entre dos hombres que se aprecian, apenas han tenido relaciones sentimentales, y que deambulan como niños ante una mujer joven, aunque caracterizada por una notable madurez. Al llegar a Berlín, y enfadada al contemplar como ese ganso que conoció en el barco ha sido cocinado, abandonará el mismo y dejará solos a sus dos ocupantes. A partir de ese momento, Hendrick irá tras su búsqueda logrando encontrarla en su casa, puesto que hurgó en su bolso antes de que se fuera para conseguir su dirección. También se sustanciará la rivalidad de los dos amigos en torno a Anne, quedándose finalmente con ella Willi, quien decidirá trabajar en una grúa marítima mientras su compañero prosiga durante varios meses un largo viaje de trabajo, y asumiendo las tareas del remolcador. Pasado el tiempo retornará a Berlín, donde llegará a desafiar a Anne con una manifiesta declaración de amor, que tendrá que asumir finalmente su eterno amigo, aunque todo ello derive en una insólita cohabitación entre ambos.
Antes lo señalaba, el encanto, la sensibilidad, la melancolía incluso que brinda UNTER DEN BRÜCKEN proviene de una estupenda combinación de factores, que Käutner combina con verdadera inspiración. Será algo de especial relevancia -asumiendo además las complejas circunstancias de rodaje- en esta adaptación del relato de Leo de Laforgue. Es por ello que llega a asombrar que su plasmación cinematográfica aparezca tan alejada al entorno de las postrimerías del nazismo. Por el contrario, la película se ofrece como un canto a la amistad… y al mismo tiempo una mirada muy abierta en torno a la sinceridad de las relaciones amorosas, brindando en última instancia una conclusión abierta y transgresora, en la que los dos vértices masculinos compartirán el futuro de sus vidas con Anne en el remolcador, por más que Hendrick sea el que se case con ella. En no pocas referencias se ha ligado esa textura casi onírica de la película, con la previa y mítica L’ATALANTE (1934, Jean Vigo) -a la que, bajo mi punto de vista, no tiene nada que envidiar-. Esa querencia por los ecos del denominado realismo poético francés, debería ser compartida con la presencia paralela en el cine británico de la igualmente estupenda -e injustamente olvidada- producción de la Ealing PAINTED BOATS (1945, Charles Crichton).
A partir de estas premisas Käutner conforma un relato delicado y liviano, en cuyo seno se inserta una insólita aura poética, y en el que, sobre todo, se observa de manera constante, el talento y arrojo cinematográfico de su realizador. En cierto modo y contemplando sus imágenes, uno observa el constante intento del cineasta por enriquecer la sencillez de una historia provista de diversas capas, y envuelta finalmente con abundantes destellos de virtuosismo fílmico. Es algo que se encontrará presente en esa ya descrita inclinación de los dos protagonistas por contemplar a jóvenes muchachas cuando discurren por bajo de los puentes. En la sorprendente movilidad de cámara que desplegará en numerosas ocasiones. En el brillantísimo uso del primer plano. En la utilización del agua o sus propios reflejos, para potenciar ese elemento ensoñador que alberga la película. En la capacidad para recuperar el montaje vanguardista una vez el barco llega a Berlín, describiéndose un admirable documental a base de montaje y audaces sobreimpresiones, que plasmará una urbe sorprendentemente llena de vitalidad. Pero esa apuesta cinematográfica de Käutner, se plasmará de manera muy especial en la divertida incomodidad de la secuencia de la comida del ganso que han matado, la no menos divertida plasmación de la visita separada y paralela de los dos amigos al museo de pintura, donde intentarán encontrar pistas sobre la actuación de modelo de Anne. O la propia búsqueda de Hendrick del estudio en donde Anne ejerció como modelo, y desarrollándose en sus dependencias, unos de los episodios más libres de la película.
Esa búsqueda de sorprendentes giros narrativos y visuales, encaminados a proporcionar personalidad propia al conjunto, se prolongará a la resolución del bloque de conclusión, con el retorno de Hendrick, con ese instante en el que no dudará en besarla apasionadamente, o el momento en el que Anne y Willi se reencuentran, con la presencia de ese nuevo perro mascota culminado con el apresurado ascenso de esta a su modesto apartamento -Käutner filmará sus pies veloces, ascendiendo la escalera central-. Esa capacidad para ir bandeando esa aura dramática que, en el fondo, impregna las imágenes de esta historia de soledades compartidas, tendrá unos muy divertidos instantes de cierre, al contemplar como el transbordador en el que convive Anna con los dos amigos -aunque se encuentre relacionada sentimentalmente con Hendrick-, aparece surcado de parte a parte por un enjambre de ropas tendidas.
Calificación: 3’5
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