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CINEMA DE PERRA GORDA

LE PASSAGER DE LA PLUIE (1970, René Clément) El pasajero de la lluvia

LE PASSAGER DE LA PLUIE (1970, René Clément) El pasajero de la lluvia

LE PASSAGER DE LA PLUIE (El pasajero de la lluvia, 1970) -rodada por René Clément tras cuatro años sin pisar los platós- es una película hecha a contracorriente, aunque entre sus imágenes se destile aquí y allá la dependencia a determinadas corrientes y referencias visuales del cine de su tiempo. En cualquier caso, lo que resulta indudable es que, en sus imágenes, por encima de estas circunstancias, esta producción hoy día totalmente olvidada revela la personalidad de un cineasta que en aquellos años había caído en desgracia, y quien apenas rodaría tres títulos más hasta su muerte en 1996, remontándose hasta 1975 con su última obra; LA BABY SITTER (La cicatriz, 1975), que fue estrenada en España casi de tapadillo, muchos años después de su realización.

Nos encontramos con un guion -obra de Sébastien Caprisot y Lorenzo Ventavoli- que entronca la querencia de Clément por mórbidos thrillers, cuya consecuencia más reconocida fue la excelente PLAIN SOLEIL (A pleno sol, 1959) y que tendría su continuidad con la a mi juicio no menos magnífica LES FÉLINS (Los felinos, 1964). En esta ocasión, el argumento se centra en una localidad del Sur de Francia. Allí reside de manera cómoda Mèlancolie ‘Mellie’ (una excelente Marlène Jobert). Se trata de una mujer que se encuentra casi en la antesala de la madurez, casada con Tony (Gabriele Tinti) un piloto de malas maneras y comportamiento machista, que apenas atiende a su esposa y se encuentra embebido en su profesión. Pero más allá de esta desafección, Mellie se encuentra sometida por su madre, la adusta Juliette (Annie Cordy), con la que mantiene una relación de cierta inferioridad, ya que cuando ella era niña por una imprudencia provocó que su padre abandonara a Juiliette, al enterarse que esta le había sido infiel.

La película se iniciará con la plasmación de la humedad de ese entorno plácido y costero, como contexto telúrico en el que, casi desde sus primeros compases, Mellie contemple a ese siniestro personaje que ha llegado hasta allí, y que aparece como una presencia turbadora que fractura la mediocre cotidianeidad de su entorno. Los encuentros con este ser taciturno y sombrío se harán constantes, hasta que una noche en la que la protagonista se encuentra sola en su lujosa vivienda, el recién llegado se introduzca en la misma y, cubierto el rostro con una media, se decida a violar a la protagonista, quien nada podrá hacer para evitarlo. Decidida a denunciar el hecho, en el último momento renunciará a ello, quizá pretendiendo evitar el escarnio público. Sin embargo, en un extraño giro, la agredida comprobará como su violador se encuentra aún escondido en el sótano de su casa. En un momento en el que el agresor la amenace de nuevo, esta el descargará dos tiros con una escopeta, matándolo y trasladando su cadáver hasta la costa, desde donde se deshará de él despeñándolo por un acantilado.

Aquello no será más que el inicio de una extraña pesadilla, puesto que de entrada Mellie deberá interiorizar el trauma vivido antes entre su madre y su esposo. Pero más allá de ello, la situación cobrará otro nuevo giro con la inesperada presencia del que pronto conocerá, se trata de un coronel americano -Harry Dobbs (Charles Bronson)-. Se trata de alguien que irá presionando psicológicamente a Mellie desde ese momento, al demostrar que no solo conoce la realidad de la traumática vivencia de esta, sino que incluso la obligará a entregar una bolsa de deporte que contiene 60.000 dólares. Ella negará la mayor -nunca reconocerá el asesinato que ha protagonizado- pero sí ayudará a Dobbs en la búsqueda del dinero, y estableciéndose entre ellos una estrecha relación que servirá fundamentalmente para que nuestra protagonista alcance una madurez emocional de la que hasta entonces carecía, y aunque para ello tenga que vivir peligrosos episodios que llegarán a poner en riesgo su vida.

Y es que, en esencia, lo que plantea LE PASSAGER DE LA PLUIE supone la escenificación de la definitiva llegada a la madurez de una mujer, traumatizada de manera implícita por ese hecho del pasado que enfrió la relación con su madre, con la que siempre ha mantenido una relación dominada por la frialdad. Todo ello será la base para el desarrollo de esta extraña charada en la que lo mórbido, lo irónico, lo bizarro e incluso lo romántico, oscila casi de un plano o de una situación a otra. A partir de la equivocación que protagonizará Hobbs se dirimirá este extraño huis clois, que de manera indirecta servirá para que Mellie reflexione consigo misma, y le sirva para romper ese muro de cristal emocional que le ha impedido hasta ese momento consolidarse como persona. Todo se vehiculará en un argumento extraño, en el que aflorará el sentimiento de culpa de la protagonista, incapaz de asumir ese asesinato en defensa propia, al tiempo que viéndose por completo superada por la seguridad que le transmite Hobbs en todo momento, hasta el punto de parecer un vigilante invisible, de la inesperada tragedia que ha tenido que vivir de manera dramática.

Antes lo señalaba, el film de Clément alberga ciertas referencias de títulos coetáneos de realizadores como Claude Chabrol, pero alcanza personalidad propia. Más allá de algunas secuencias en las que se observa cierta morosidad narrativa, lo cierto es que nos encontramos ante un relato que alberga escenas dominadas por una percutante planificación; el terrible episodio de la violación, que destaca por la importancia de los detalles -esas nueces que introducirá Hobbs, y cuyo juego ejercerá como metáfora en la evolución de la relación de la pareja protagonista; la importancia de ese botón en el vestido de Mellie, que aparecerá en el último instante como motivo de su liberación final; el juego de bolsas deportivas que ejercerá como extraño mcguffin-. Incluso la presencia de una elíptica dualidad de asesinados conferirá a su conjunto una extraña textura, en la que tendrá una especial inflexión ese viaje de la protagonista hasta París -aterrizará al pie mismo de la Torre Eiffel- al objeto de intentar certificar la inocencia  de una mujer que ha sido acusada injustamente del crimen, lo que le llevará a unas extrañas, lujosas y decadentes instalaciones regentadas por la inquietante Tania (maravillosa Corinne Marchand), donde vivirá unas angustiosas secuencias, y será rescatada por Hobbs como si una nueva versión de Orfeo salvando a Eurídice se tratara.

Será todo ello la punta del iceberg de la catarsis para nuestra protagonista pero también para este norteamericano que la ha ido utilizando, llegando a establecerse entre ambos una extraña relación, mezcla de afecto, deseo y simpatía. Hobbs en realidad erró en su diagnóstico inicial al imbricarse a la protagonista en una enrevesada circunstancia que se unirá a su drama personal. Sin embargo, en el último momento ello le servirá para emerger como mujer madura y consciente. De sentirse liberada de una vez por todas. De poder exteriorizar el cariño hacia ese marido que quizá no la merezca. Y, por encima de todo, recuperar el cariño de su madre, en los mejores instantes de la película, cuando su progenitora exteriorice el afecto larvado que ha mantenido ante ella, al evocar su auténtico nombre ‘Melancolie’, en ese sobre que se ha enviado ella misma desde Paris, punto de inflexión para recuperar de forma definitiva su afecto. Será quizá el momento para que Mellie deje de morderse la uñas. Que haya crecido, y que René Clément culmine esta obra tan atractiva como en algunos momentos irregular, reveladora de una capacidad para introducir su enorme destreza para la introspección psicológica, que penetraría con singular sutileza en los diferentes meandros del cine galo de quien, conviene señalarlo con valentía, se convertiría en uno de sus cineastas mayores.

Calificación: 3

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