ROGER & ME (1989, Michael Moore) [La crisis de Flint]
Prácticamente relegado al olvido en nuestros días, como representante de un progresismo combativo, bastante más valioso y comprometido por cierto que los que en nuestros tiempos representan ese temible, hueco y dañino mundo ‘woke’, lo cierto es que cuesta reconocer en la figura del agitador Michael Moore, a quien fuera entronizado como el ariete combativo de la segunda legislatura del nefasto George M. Bush. Algo que hizo que títulos como el atractivo, aunque desigual BOWLING FOR COLOMBINE (Bowling for Colombine, 2002) -Oscar al mejor documental- o la inferior y más demagógica FARENHEIT 9/11 (Farenheit 9/11, 2004) -Palma de Oro del Festival de Cannes- gozaran en el momento de su estreno una acogida casi entusiasta. Han pasado dos décadas desde entonces, las costuras cinematográficas de Moore pronto quedaron diluidas, y desde la intuición de su mirada a la Norteamérica de su tiempo, al menos se puede destacar el acierto en una predicción personal; haber vaticinado la llegada de Donald Trump a la Presidencia USA en 2016.
Sin embargo, si tuviera que destacar una propuesta por la que el frágil aporte cinematográfico de Moore alcanzara una vitola de perdurabilidad, no dudaría en hacerlo con el que fue su primer largometraje-documental. ROGER & ME (1989), que ni siquiera tuvo estreno comercial en nuestro país -la descubrí hace largos años en un pase de madrugada en el Cine Club de TVE2- y que, sin embargo, me parece un obra profundamente sincera, divertida, terrible y que, con sus virtudes y sus defectos -que los tiene- obedece a una voluntad personal de denuncia de una situación que, esta vez sí, atenazaba a alguien que tenía algo que contar. Y lo ofrecía además con frescura e ironía, al tiempo que sus imágenes permitían brindar una mirada inmisericorde al mal gusto americano. Es como si el desaparecido Frank Tashlin se dispusiera a ofrecer una sátira sobre cierta Norteamérica de aquel tiempo, bajo las costuras de un tardío cinèma-verité.
ROGER & ME se inicia con una serie de pequeños pasajes fílmicos que revelan la singular personalidad que, desde niño, ha caracterizado al propio Moore, verdadero demiurgo del relato y demostrando ya en aquel entonces su cierta y extraña tendencia narcisista. Ese recorrido por las estrafalarias inquietudes de su juventud, su viaje temporal para hacerse cargo como redactor de una publicación, y su no demasiado tardío retorno a su ciudad natal de Flint, en el estado de Michigan. Será el nuevo contexto en que detectará la creciente crisis vivida en la misma, a partir de que el magnate de la General Motors -Roger Smith, de ahí el título de la película- que desde décadas atrás había fortalecido el tejido industrial del territorio con la factoría de elementos automovilístico que, de manera repentina, y buscando sobre todo unos creciente beneficios económicos -instalar estas factorías en tierras mejicanas, con el consiguiente ahorro de salarios en sus trabajadores-, serán paulatinamente desinstaladas en Flint, provocando una creciente crisis que dinamitará la fortaleza económica de la misma. Fruto de esa ira, Moore con un casi invisible equipo cinematográfico, a lo largo de varios meses intentará buscar un contacto directo con Smith -algo que solo se producirá de manera fugaz y anecdótica en los últimos instantes de la película- describiendo con tanta ironía como demoledora lucidez, las creciente consecuencias que este desmantelamiento industrial -fruto del capitalismo más salvaje- provocará en una ciudad media y hasta entonces admirada en Estados Unidos, y en pocos años convertida en uno de los mayores focos de delincuencia de la Norteamérica urbana.
El gran acierto de ROGER & ME proviene, por encima de todo, por la sinceridad con la que Moore expresa el malestar social que le rodea. Y su mira siempre resultará iconoclasta y revestida de un perfil poliédrico, acertando al seguir pequeñas subtramas que aparecen casi de manera imprevisible -esa miss local de paupérrimas condiciones intelectuales que será coronada Miss América; el ejecutivo que en diversas declaraciones justificará las decisiones empresariales de Smith y que finalmente será despedido; las ruinosas medidas para intentar convertir a Flint en un atractivo turístico-.
Todo ello se encuentra medido y aderezado de una extraña y afortunada mezcla de ironía, sentido crítico y mirada demoledora. Lo hará a través de una sucesión de pequeñas secuencias entremezcladas con un levísimo hilo espacio temporal -los intentos del director y protagonista por acercarse a la figura del magnate Smith-. Es un recorrido en el que quizá se echen de menos ciertos datos más o menos precisos sobre como se encontraba la ciudad antes del desmantelamiento industrial, y como se quedó en las postrimerías de la filmación de este insólito documento. No hace falta. En el fondo, lo que percibimos es una mirada acre y nihilista que extiende su radio de acción a su propio epicentro argumental, para, en última instancia, proponer un mosaico demoledor en torno a las consecuencias de la diáspora capitalista emanada en la era Reagan. Y lo hará a través de un admirable trabajo de montaje, que al mismo tiempo destaca por una aparente espontaneidad en su configuración final.
En cualquier caso, hay un aspecto que resulta de especial interés, a la hora de asistir a este tan incómodo como divertido e influyente producto cinematográfico; su capacidad para mostrar personajes extravagantes e incluso rechazables, pero a los que sabe aportar una extraña capa de ternura. Y si bien es cierto que la visión que se ofrece de la insolidaridad de esos maduros adinerados de Flint que consumen su tiempo jugando al golf, destacará por el contrario esa capacidad de ser cruel y tierno al mismo tiempo, con seres que son verdugos y víctimas de la situación vivida. Como es el ejemplo del veterano alguacil negro, encargado de llevar a cabo los constante desahucios por impagos que se decretan en la ciudad, y que en los minutos finales vivirá la Navidad -probablemente solo- como un pequeño descanso a la ingrata labor que asume con estoicismo. O esa mujer a punto de entrar en la madurez, que para sobrevivir tiene que vender crías de conejos o a los ya criados muertos para ser comidos. Esa capacidad de cierta ternura, no le impedirá proponer una mirada demoledora en aspectos que configuran esa querencia por el kitsch en la sociedad americana -el desfile por la ciudad, la ya señala miss, ese empresario del teatro que acoge la actuación de artistas venidos a menos-, que tendrá un capítulo especial en la cáustica visión que se ofrece del ya maduro cantante Pat Boone -de quien se destaca su lejana implicación con el contexto publicitario de la General Motors- y en el que de alguna manera -y con mucha más atinada pertinencia-, Moore ensaya ese sentido crítico que, bastantes años después, prolongó de manera vergonzosa con Charlton Heston en la ya citada BOWLING FOR COLOMBINE.
Pero dentro de esa asombrosa complejidad, lo cierto es que ROGER & ME se degusta en su escaparate casi chispeante. En su contante mezcla de ironía, de crítica y de denuncia, no puedo ocultar que se me queda en la memoria ese interminable y perturbador travelling lateral por una sucesión de viviendas ruinosas, tomando como fondo el inmortal ‘Wouldn’t It Be Nice’ o esos interminables títulos de crédito -con la misma canción- repletos de pequeños gags, y que culminará con un aviso; ROGER & ME no se proyectó en Flint… por la ausencia en la ciudad de salas de cine. Realizado con muy escasos medios, enormemente influyente, hasta el punto de abrir el sendero de una nueva manera de plasmar el documental, considero este debut de Michael Moore, una de las mejores propuestas legadas por el cine americano en la tan desigual década de los ochenta.
Calificación: 4
0 comentarios