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CINEMA DE PERRA GORDA

THE CURSE OF THE WEREWOLF (1961, Terence Fisher) [La maldición del hombre lobo]

THE CURSE OF THE WEREWOLF (1961, Terence Fisher) [La maldición del hombre lobo]

Con un repicar de campanas, la llegada de un mendigo -encarnado por el indispensable Michael Ripper- y la narración de un personaje que luego tendrá una especial importancia en los minutos siguientes –Alfredo Coraso (Clifford Evans)- se inicia THE CURSE OF THE WEREWOLF (1961, Terence Fisher) en el marco de una ambientación española –bastante respetuosa en líneas generales (incluso los carteles que se muestran figuran en castellano), aunque el aroma british sea lógico que asome por su metraje-. Este extraño mendigo acude a una posada a pedir caridad, enviándole sus clientes a la boda del marqués Siniestro –Anthony Dawson (el asesino/asesinado de DIAL M FOR MURDER (Crimen Perfecto, 1954. Alfred Hitchock)-. El despótico noble humilla al mendigo sin piedad hasta que finalmente lo envía a prisión, donde con el paso de los años le cuidará una niña muda que crecerá y que, airada en un momento dado por los intentos de escarceos de un ya viejo noble, es encerrada en la misma celda donde se encuentra ya envejecido el mendigo. Este la viola y finalmente la muchacha escapa de la celda perdiéndose en el bosque hasta que la recoge Alfredo Coraso, acogiéndola bajo sus cuidados y los que le proporciona su sirvienta, la fiel Teresa. La huída ha quedado embarazada del viejo mendigo y, pese a los temores de las supersticiones del lugar, su hijo nace en nochebuena, falleciendo la madre. El niño se criará en este hogar bajo el nombre de León, y ya en la ceremonia de su bautizo se sucederán hechos extraños en el templo. Sin embargo, cuando este crece unos años ya sufre del mal que le convierte en un hombre lobo. Se trata de una maldición que según el sacerdote de la localidad, solo se cura con el amor de una mujer.

Con el paso del tiempo León se convierte en un fuerte y atractivo joven (Oliver Reed, en uno de sus primeros papeles cinematográficos importantes) y decide independizarse, trabajando para un cultivador de vinos. Allí pronto se enamorará de la hija del dueño –Christina (Catherine Fuller)-, cuyo amor le sirve para no volver a recaer en su maldición. Sin embargo, una noche de luna llena en la que acude junto a su compañero de oficio a un prostíbulo, se produce su temida conversión, que concluye con una serie de asesinatos por su parte, entre ellos el de su propio compañero. A partir de esos momentos se producirá una espiral de acontecimientos y, ante todo, la tragedia interior del joven, que es finalmente apresado y desea que lo maten para no cometer más crímenes. Ni la llegada de Christina evitará que finalmente, en el campanario del templo, su padre adoptivo cumpla con el deseo del atormentado joven, poniendo fin a su existencia.

El presente recorrido argumental más o menos pormenorizado, nos sirve para hacernos una idea de la densidad que alcanza esta producción de Hammer Films, que ya de antemano diré que no sitúo entre los trabajos cumbres del gran Terence Fisher. Esta afirmación no me impide dejar de destacarla como una magnífica película ¿cuántos realizadores hoy día serían capaz de hacerla? y, sin duda, una de las mejores versiones que el cine ha propuesto sobre el viejo mito del hombre lobo –desde luego bastante superior a las ingenuas realizaciones de la Universal-. Quizá incidiendo de antemano en las escasas limitaciones del film, habría que señalar la pobre interpretación de la joven muda de la que surge el protagonista, la excesiva caracterización del envejecido marqués Siniestro –además recogida por un zoom innecesario cuando está realizando un castillo de naipes- y, fundamentalmente, el hecho de que el propio mito tratado no tenga las posibilidades de otros barajados por el célebre estudio británico y generalmente puestos en escena por el propio Fisher.

De cualquier manera, THE CURSE OF THE WEREWOLF demuestra desde el primer momento el sello de un maestro. Desde ese primer plano cerrado sobre la mirada del hombre lobo que llora en los títulos de crédito –que prefigura sus instantes finales-, hasta el impecable mosaico clasista que ofrece –la taberna con hombres rústicos y nada generosos; esa clase aristocrática que se divierte humillando a los más débiles-. Como en cualquier film de Fisher, cada causa tiene efecto. Cada secuencia está interrelacionada con el resto del film. En su cine no hay lugar para las gratuidades y sí para la progresión dramática ejemplarmente expuesta. Pero también hay espacio para los miedos, los atavismos, las supersticiones, el papel en este caso mediador de la iglesia o la presencia del amor como redención de una maldición. Estamos hablando de cine y en esta película hay constantes ejemplos que demuestran la talla de su autor. Destaquemos algunos de ellos; la mirada amenazante del mendigo al marqués Siniestro antes de que este lo encarcele. El hermoso fundido encadenado que convierte a la niña muda en una mujer, mostrando en un instante una elipsis de varios años. El terrible momento en que se oscurece el cielo y se ilumina una escultura diabólica durante el bautizo de Leon. El extraordinario primer plano sobre el niño ya más crecido mientras relata las pesadillas que sufre en sus primeros contactos con la maldición que va a condicionar su vida y que culmina mostrando sus brazos llenos de vello. Los juegos de luces y sombras en las conversaciones entre Coraso y el sacerdote dentro del templo al tratar sobre la maldición de un ser que ambos quieren. No podemos olvidar el gusto por el detalle de Fisher –ese crucifijo de plata sobre el que el guarda confeccionará una bala que servirá finalmente para acabar con la agonía del joven protagonista-, ni tampoco omitir la enorme fuerza de sus secuencias finales con Leon transformado en hombre lobo –Fisher tiene además el acierto de mostrar muy poco su caracterización para que esta adquiera suficiente impacto-.

Sin dejar de reseñar la existencia de algunas ingenuidades propias de una producción de serie –como ese improbable prostíbulo con una ruleta que parece sacada de otra época y otro país-, no me gustaría cerrar este comentario sin consignar dos posibles influencias que quizá sean casualidad pero que la fecha de este film permite invitar a la intuición. La primera de ellas es reseñar el enorme parecido que algunas secuencias de exteriores –sobre todo ese traslado del optimista Leon cuando ha abandonado su hogar y discurre por el campo en busca de su nuevo trabajo- con algunos momentos de la posterior y por mi admirada TOM JONES (Tom Jones, 1963. Tony Richardson). Por otra parte, el conjunto de humillaciones y degradación moral que se produce en las primeras secuencias durante la boda de Siniestro, recuerdan poderosamente la atmósfera que Roger Corman insufló a la estupenda THE MASQUE OF THE RED DEAD (La máscara de la muerte roja, 1964). Sean o no simples coincidencias las semejanzas existentes, existe un hecho irrefutable. Tiene que llegar el momento en que de una vez por todas el consenso admita que la figura de Terence Fisher ha aportado la obra más honesta, amplia y coherente de toda la historia del cine fantástico.

Calificación: 3’5

1 comentario

Luís -

Una película extraordinaria.Creo que hay una serie de películas en la filmografia de Fisher que deben ser revisitadas con urgencia. Además de ésta, la de las dos caras del Dr. Jekyll y la del fantasma de la ópera, gemas escondidas dentro de su filmografia