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CINEMA DE PERRA GORDA

PUNISHMENT PARK (1971, Peter Watkins)

PUNISHMENT PARK (1971, Peter Watkins)

Aunque en no pocos aspectos podemos incorporar ciertas similitudes, no es menos cierto que durante los últimos años sesenta y primeros setenta -básicamente el periodo de Richard Nixon como presidente- la sociedad norteamericana conoció una enorme polarización. En esos años, el rechazo sobre todo por parte de buena parte de la juventud USA ante la implicación en la guerra del Vietnam, vino acompañado por la influencia de la contracultura -pacifismo y movimiento hippy-, e incluso la incorporación de determinadas drogas. Fue todo ello la suma de un cúmulo de circunstancias. La demostración de ese malestar específico tuvo una amplia presencia en el cine de aquel tiempo. Presencia esta que en líneas generales funcionó como elemento de denuncia, pero que en más ocasiones de la deseable envejeció con demasiada rapidez, fruto de propuestas cinematográficas en las que el servilismo a una expresión visual absolutamente periclitada dominó buena parte de sus intenciones.

Nos encontramos pues, en un ámbito en el que podemos encontrar propuestas como el, a mi juicio, fallido -aunque me gustaría revisarlo- ZABRISKIE POINT (Zabriskie Point, 1970. Michelangelo Antonioni), u otras de sorprendente atractivo, como la previa MEDIUM COOL (1969, Haxkell Wexler), entre otros diversos exponentes. Junto a ellos, emergieron una sucesión de títulos inmersos en diversas variantes genéricas, que sin embargo abordaban esas constantes visuales que, a fin de cuentas, suponían lo más caduco del enunciado de esta corriente.

Sea como fuere, considero que una de las apuestas más atractivas de la misma -también de las menos conocidas, en buena medida debido a sus propias condiciones de rodaje- la propone PUNISHMENT PARK (1971), que a fin de cuentas no supone más que una nueva muestra de la inclasificable personalidad de uno de los más singulares valores cinematográficos emanados por el cine británico durante la década de los sesenta; Peter Watkins. Capaz de articular una serie de denuncias en torno a las vertientes más oscuras de la sociedad de su tiempo, utilizando para ello el lenguaje del falso documental, no cabe duda que nos encontramos ante una de sus propuestas más atrevidas, aunque no podamos señalar en su conjunto que se sitúe como la más lograda. Esa inclinación hacia el panfleto -en la acepción más noble del término- irá aparejada a su deliberada inclinación hacia la crítica hacia un contexto social concreto. Fruto de ello fue su imposibilidad de exhibición en salas norteamericanas a partir del momento de su estreno en el Festival de Cine de Nueva York de 1971.

Hasta cierto punto son comprensibles las reacciones que suscitó este grito agónico en una sociedad enormemente crispada sobre la Norteamérica de aquel tiempo. Una propuesta en la que se sigue apreciando e incluso sintiendo esa sensación de cercanía. Esa inmediatez que, a fin de cuentas, constituye la mayor cualidad de un proyecto elaborado desde la visceralidad y una convicción de exorcismo social, a partir de un limitado presupuesto de unos 95.000 euros y un reducido grupo de apenas ocho personas. Todo ello se circunscribe en 1970, en plena ofensiva de la Guerra del Vietnam y los bombardeos ejecutados por el gobierno de Richard Nixon en Camboya. En medio de ese contexto convulso, el mandatario norteamericano articula un estado de emergencia, a partir del cual autoriza a las autoridades federales a la detención de aquellos ciudadanos que consideren -sin preceptiva judicial alguna- riesgos para la seguridad nacional.

A partir de estas premisas, el film de Watkins se dirime en una articulación de diversos elementos inmersos en el ya señalado ámbito del falso documental, el cinéma vérité, e incluso adelantando rasgos en torno a determinados modos de rodaje que anticipaban varias décadas inesperados éxitos como THE BLAIR WITCH PROJECT (El proyecto de la bruja de Blair, 1999. Daniel Myrick & Eduardo Sánchez). La película se articula a varios niveles temporales paralelos -asumiendo de manera muy particular la impronta de TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen)- pero acentuando en todo momento el sendero de la inmediatez y la crispación emocional, ya que todo su enunciado dramático se articula en un ámbito espacio temporal muy estrecho. Así pues, la película se expresa en realidad en dos marcos. Uno de ellos será la realización de juicios ‘express’ a una serie de jóvenes activistas de diferentes vertientes de la sociedad norteamericana del momento. Juicios efectuados en unas carpas y ante nulas garantías procesales, pese a encontrarse en ellos abogados defensores. Por otro lado, la escenificación de la trampa ofrecida a esos mismos condenados, que parten de una condenas tan injustificadas como excesivas, brindándoseles la posibilidad de conmutar dichas penas a través de una dura prueba en el desierto -el denominado Punishment Park, en realidad rodado en el El Mirage Dry Lake de California- donde durante tres días tienen la posibilidad de intentar alcanzar un objetivo situado a más de 80 kilómetros de distancia, donde se encuentra una bandera americana -oportuna metáfora- para la cual las fuerzas policiales apenas les otorgan tres horas de margen.

La singularidad del film de Watkins reside en la voluntaria incardinación de ambos elementos combinandolos de manera aleatoria, aunque con una clara voluntad de vincular elementos aislados de una u otra vertiente. Es decir, pasajes de las distintas vistas efectuadas, se verán ligados a momentos de la desesperada huida de los condenados en medio de la abrasadora incidencia y aridez del desierto. Todo ello, siendo filmado por parte del propio gobierno en los poco escrupulosos juicios, y por unos documentalistas europeos en la lucha de los condenados por alcanzar su libertad. Será un siniestro juego que no deja de aparecer como una curiosa actualización del conocido relato de Richard Connell ‘The Most Dangerous Game’. A partir de ese punto de partida, la propuesta del británico funciona por una clara apuesta de concienciación basada en una acumulación de elementos que apelan más a la emoción que al raciocinio. Puede que su discurrir oscile con una cierta ausencia de lucidez -aunque en sus imágenes se inserten oportunos elementos que apelan a un cierto nihilismo; esa acusación que los agentes de clara tendencia fascista ofrecen a los documentalistas, cuando los primeros se encuentran eliminando de manera clara a los condenados perseguidos-. Pero no es menos cierto que este deliberado panfleto funciona por bandear con eficacia el esquematismo de su fauna humana, sobre todo en aquellos estereotipos enmarcados y que descaradamente se denuncian.

Se percibe la opción por un grano fotográfico, por un teleobjetivo evidente, por el uso indiscriminado del zoom a modo de improvisado rodaje. En la abundancia de voces en off e incluso rótulos explicativos. También en la manipulación de la banda de sonido, en la que en buena parte de su metraje no dejaremos de escuchar sonidos de explosiones. Todo ello confluirá en un conjunto siempre percutante, destinado a estimular la conciencia de un espectador de entrada ya proclive a entrar en el juego. Es cierto que Watkins acierta al articular todos resortes para confeccionar un conjunto que respira una notable vivacidad, y en el que uno asume con mayor cercanía la angustia que ofrece ese relato entrecortado del intento cada vez más frustrado de los condenados por intentar llegar al objetivo y con ello conmutar sus condenas, en medio de un terreno del que se acierta a transmitir su abrasadora presencia. Por el contrario, todo aquello que se centra en las apresuradas vistas, en más ocasiones de las deseables desprenden una cierta sensación de esquematismo.

En cualquier caso, el resultado funciona. Lo hace sobre todo en ese auténtico e intermitente vía crucis descrito en el desierto. Es la creciente agonía de los condenados, en su progresiva debilitación física. En los ataques recibidos por unos agentes que, en el fondo, están decididos a eliminarlos a todos a balazos. Pero también se ofrece en instantes como el primer plano sostenido sobre ese jovencísimo agente -con un aspecto All American Boy- que asume incluso con lágrimas como su vida va a quedar condicionada en el futuro por haber liquidado a algunos de los huidos -quizá el momento más sincero y doloroso de la propuesta-. O en esa secuencia en la que algunos supervivientes la emprenderán con piedras contra sus atacantes -al parecer en unos instantes en los que sus propios actores actuaron de manera espontánea, dada la tensión que se generó de manera improvisada en rodaje-. Serán destellos de vida propia en un conjunto datado y fruto de su tiempo, pero que. gracias a su decidida entrega y consustancial talento, mantiene en nuestros días su virulencia y buena parte de su efectividad como denuncia.

Calificación: 3

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