BROKEN CITY (2013, Allen Hughes) La cita
Producida por Mark Wahlberg, su principal estrella, BROKEN CITY (La cita, 2013. Allen Hughes) -pésima titulación en español- supone una curiosa y más que estimable mixtura de relato de acción de clara raíz comercial. Todo ello, con el intento de apechugar de un argumento de cierta complejidad, actualizando esa valiosa corriente de crítica institucional instaurada en la década de los setenta, que ha tenido su continuidad en periodos posteriores, fundamentalmente reiterado en valiosas cintas firmadas por los más destacados representantes de la ‘Generación de la televisión’- -Lumet, Schaffner, Pakula-. Entremedias de ambas vertientes, la película se resiente quizá de su excesiva querencia por los modos y manera del thriller de acción definido en los últimos años. Pero ello no impide que su conjunto aparezca lo suficientemente atractivo, que entre esos servilismos de producción -que por sí mismo tampoco hay que ubicar siempre en un casillero negativo- en numerosas ocasiones se imbriquen con las posibilidades reales de un relato que muestra el lado oscuro de la política norteamericana.
BROKEN CITY se inicia en la ciudad de Nueva York, epicentro de su base argumental. Pronto nos insertaremos no solo en el diagrama en el que se desarrollará la película; en torno a la figura del prestigioso alcalde Hostetler (Russell Crowe). Entre el staff de su entorno se encuentra el joven agente Billy Taggart (Whalberg), que se ha visto envuelto en un turbio caso de la muerte accidental de un delincuente, en su momento absuelto de un asesinato. Aunque la vista del homicidio no salga adelante por falta aparente de pruebas, el regidor si accederá a algunas de ellas, recomendando que Billy tenga que abandonar el entorno en que se ha desarrollado su trabajo. Ello le llevará a tener que deambular como paupérrimo detective privado, indagando en casos de infidelidades -faceta que la película tratará con tanto patetismo como sentido de la ironía-, e incluso teniendo que incidir de manera penosa en los pagos sobre sus servicios. Siete años después de su cese, será de nuevo Hostletler -que se encuentra en pleno periodo de campaña electoral para revalidar su cargo, y que se ha encontrado con un rival de creciente ascendencia; Jack Valliant (Barry Pepper)- quien reclamará sus servicios. Pero contra lo que el ilusionado Taggart presume, se trata de un encargo muy particular -también muy bien remunerado; 50.000 dólares-; que descubra la identidad del supuesto amante de su mujer -Cathleen (Catherine Zeta-Jones)-. Este se pondrá manos a la obra -de nuevo visualizaremos sus habilidades- a la hora de dar con el paradero de este, que pronto dilucidará se trata de Paul Andress (Kyle Chandler), nada menos que el jefe de campaña de Valliant. Antes de entregar las imágenes que certifican la relación, la esposa del alcalde le rogará no haga entrega de las mismas, ofreciéndole una cantidad similar. Sin embargo, Billy cumplirá con el encargo, aunque pronto comprenderá que algo oscuro se esconde bajo la simple misión, y que se certificará de manera trágica con el asesinato -en apariencia por un delincuente callejero- de Andrews. Todo ello, irá unido a la crisis sentimental vivida por el detective con su novia, que estallará en el estreno de una película independiente, donde esta protagonizará una secuencia de sexo, suponiendo el punto de partida de un implícito sentimiento de redención por parte del atormentado protagonista.
A partir de la muerte de Andrews, y la decidida intención del detective -una vez comprueba la realidad del desolado Valliant- de virar en su deseo de encontrar las razones del juego sucio del alcalde, la película se irá incardinando en una espiral de turbiedad, con un predominio de secuencias nocturnas, y atisbándose una maraña de intereses, luchas y tensiones, que irán de la mano con los últimos pormenores de una campaña electoral que de entrada tenía ganada el veterano alcalde, pero que poco a poco pondrá a prueba el cinismo, los recursos de viejo zorro, e incluso los temores del regidor, al verse progresivamente acorralado por un contrincante que alberga lo que él hace tiempo se dejó abandonado; la dignidad. Todo ello se dirimirá en una atractiva, aunque irregular, sucesión de acontecimientos, en la que destacará la presencia de un ritmo impecable que permite que el espectador siga con interés el relato. Sí que es cierto que este alcanza sus mayores cuotas de interés en sus secuencias intimistas y ‘a dos’. No solo se establecerán en las que protagonizan sus dos principales intérpretes -ambos espléndidos- y en los que el uso de la steadycam se revela pertinente a la hora de envolver y proporcionar auténticas chispas dramáticas a sus encuentros -en especial, el último que sostendrán, en el que se dirimirá el futuro que deparará a ambos-. Dentro de este recorrido de instantes, no se puede dejar de destacar la secuencia mantenida entre Billy, el desnortado candidato oponente y el jefe de policía, poco después del asesinato de su jefe de campaña, o incluso la evolución que se alberga entre el detective y su secretaria, que irá oscilando de la ironía entre ambos, hasta establecerse la frontera de una sólida relación de futuro. Destacaremos también las escenas que el detective compartirá con la esposa del alcalde, o incluso el -aparentemente casual- encuentro que mantendrá en un tren con Andress, quizá el instante en el que este se apercibirá de la humanidad del estratega. Sin embargo, dentro de este cómputo de pasajes, no puedo dejar de destacar el que considero mejor instante de la película; la visita inesperada de Taggart a los padres de su hasta entonces novia, en donde con sutileza y una ejemplar utilización de la planificación y la dirección de actores, se dirime un punto sin retorno en el protagonista, incapaz de mantener la relación con su pareja, y quizá a partir de ese momento planeando la búsqueda de una redención personal. Lo hará precisamente exorcizando de manera definitiva ese hecho que marcó su pasado, y en el que se sostiene la relación con su novia -hermana de la víctima del delincuente absuelto que mató accidentalmente-.
Y en ese sentido, hay que reconocer que esa búsqueda de redención se articula de manera superficial en el relato, como aparecerá también en un segundo término el trasfondo homosexual en la relación del asesinado Andrews, el candidato a quien alienta, e incluso el hijo del magnate inmobiliario, eje de las corruptas prácticas de Hostetler. Todo ello se encuentra en el debe de una película, con todo, atractiva, que en algunos instantes se dirime en el terreno del cine de acción. En este capítulo encontraremos la secuencia más inverosímil del relato; el descubrimiento entre la basura por parte de Billy, de unos planos del proyecto inmobiliario –qué casualidad-, eje de las prácticas corruptas del alcalde, prólogo de una percutante persecución, que culminará con la certeza de que aquellos documentos eran irrelevantes -¡!-.
BROKEN CITY culmina de manera cálida, con la asunción de Taggart de un futuro en el que deje atrás las pesadillas de su pasado, envuelto en una temperatura emocional que solo en pocas ocasiones hemos contemplado en el metraje previo. No por ello hemos de dejar de reconocer la dignidad y el apreciable resultado de una película que funciona como relato mainstream y que, al mismo tiempo, en algunos momentos apunta a una hondura de planteamientos, eso sí, en pocas ocasiones alcanzados con plenitud.
Calificación: 2’5
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