Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

NOOSE FOR A LADY (1953, Wolf Rilla)

NOOSE FOR A LADY (1953, Wolf Rilla)

Poco a poco vamos descubriendo alguno de los perfiles en la filmografía -veintiún largometrajes en dos décadas como realizador- de Wolf Rilla, realizador de origen alemán, establecido en Gran Bretaña desde sus primeros años de adolescencia junto a su familia. Hasta el momento son solo seis los títulos suyos que he podido contemplar, en una trayectoria de la que apenas se destaca la mítica que alberga su magnífica propuesta fantastique -adaptación de la novela de John Wyndham- VILLAGE OF THE DAMNED (1960). En cualquier caso, en todas aquellas propuestas visionadas hasta el momento, vislumbro por un lado una capacidad para las atmósferas sórdidas, combinadas con un acercamiento a la psicología de sus personajes, tal y como podría demostrar en este último ámbito la brillante comedia BACHELOR IN HEARTS (Bachiller de corazones, 1958) a partir de un guion casi autobiográfico de Frederic Raphael.

NOOSE FOR A LADY (1953) supone su debut en el largometraje, dentro de una producción de la Anglo-Amalgamated, auspiciada por el ya veterano Victor Hanbury. Un relato que apenas supera los 70 minutos de duración, dominado por un contexto de clara serie B -actores poco conocidos, aunque todos ellos eficacísimos, rodaje en contados, pero bien utilizados escenarios- que se inicia con un rótulo revelador, que más o menos señala "Es mejor que cien culpables escapen que un inocente sea ahorcado". La premisa dará paso a la sobria -casi valdría mejor señalar ascética- descripción- de la sentencia a la aún joven Margaret Hallam (Pamela Alam) que ha sido condenada a muerte por el envenenamiento de su esposo. Aunque ella en todo momento apela a su inocencia las pruebas son ineludibles, por lo que es encarcelada, en unos planos concisos e inapelables, que parecen adquirir una cadencia bressoniana. Hasta la cárcel se acerca su hijastra Jill Hallam (Rona Anderson), transmitiendo a Margaret su convicción de no ver en ella a la culpable, y el deseo de ayudarla, cuando queda poco más de una semana para que la horca acabe con ella.

El destino apelará a que el primo -Simon Gale (notable Dennis Price)- de la condenada acuda desde Uganda para encontrarse con ella hasta su casa, comprobando a partir del relato de Jill de las tristes circunstancias que se ciernen sobre esta, y decidiendo actuar de manera activa para intentar encontrar al auténtico culpable, convencido como está de su inocencia. Ello le llevará a una incisiva investigación que revelará los claroscuros del entorno habitual del asesinado, en donde de manera creciente se despejará el puritanismo de un entorno que representan las fuerzas vivas de la población. Basada en un guion de Rex Rienits, a partir de una novela de Gerard Verner, que previamente emergió como serial radiofónico, NOOSE FOR A LADY de entrada confirma uno de los rasgos del cine posterior de Rilla, como fue la asumida imitación de propuestas argumentales previamente ensayadas en otras producciones de mayor impacto comercial. Ello no es nada malo en sí mismo, y en esta ocasión, en sus mejores momentos, acerca la película a propuestas filmadas algunos años antes por Robert Siodmak o, en su conjunto, recuerda en su planteamiento, algún célebre título del francés Henri-George Clouzot, como fue el magnífico y ya lejano LE CORBEAU (1943).

Esa capacidad descriptiva de un personaje que derrochó perversidad durante su existencia -el asesinado- y la facultad que albergaba para mantener en sus dominios psicológicos a relevantes personas de su entorno, conocedor de los trapos sucios de su pasado, atesoran lo más valioso de esta modesta pero siempre estimulante drama psicológico. Todo ello irá ligado al seguimiento de la investigación, al interrogatorio de las víctimas, al asesinato que se producirá a un oscuro y aislado personaje que poco antes había salido de la cárcel, y a una serie de convenciones, que bien podrían hacerla parecer una nueva adaptación cinematográfica del universo de Agatha Christie, en la que Gale ejercerá como inesperada y cotidiana referencia de un novedoso Hércules Poirot. En la confluencia de ambas vertientes, el film de Rilla logra adquirir un extraño equilibrio, aunque es cierto que asume una mayor densidad en las breves pinceladas en las que muestra la creciente desesperación de la condenada, al ver cómo se va a cercando la fecha de su ejecución y no se observan avances -su grito desgarrado al sacerdote al señalar que no se produce un milagro en torno a ella dentro de su inocencia-. A partir de esas premisas, y sin desdeñar la eficacia mecánica que esgrimen todos aquellos elementos que describen las indagaciones del improvisado detective -con especial mención en la secuencia coral donde que descubrirá al auténtico asesino-, lo cierto es que adquieren un muy superior interés, aquellos pasajes confesionales e intimistas, en que varias de las personas que irán adquiriendo una progresiva condición de sospechosos confesarán a Simon las debilidades y hechos ocultos del pasado, que fueron utilizados con crueldad por el asesinado -a quien obviamente nunca conoceremos, puesto que el relato respetará siempre una estructura lineal, pero que curiosamente se encontrará presente en dichas evocaciones-. En esos momentos, descbriremos el drama que atenaza el centenar de muertos que provocó por un error en la pasada contienda, esa supuesta tía y sobrina que esconden en realidad ser una hija de la otra, o el siniestro sr. Upcott (Charles Lloyd Pack), que oculta un terrible hecho en torno a su desaparecida esposa, y cuya propia y untosa presencia física, lo hace parecer casi como uno de los personajes encarnados pocos años antes por Peter Lorre en el seno de la Warner.

En cualquier caso, junto al logro de esa atmósfera opresiva en las progresivas confesiones de los posibles sospechosos, hay ocasiones en las que Rilla brinda pinceladas de virtuosismo cinematográfico, en instantes que aparecen de entrada poco relevantes. Uno de ellos, en mi opinión el instante más valioso de la película, se ubica en el último tercio del relato, cuando Jill, que está conversando con David, le indica que le ha llamado el dr. Evershed (Ronald Howard). Este se marcha a conversar con él, diciendo que volverá, y la joven se quedará sola con una copa en la mano, acercándose hacia una mesa en la que se encuentra un retrato de la condenada, mirando desafiante la imagen, mientras la cámara describe un inquietante, elegante y revelador movimiento de cámara. La esencia de la película se encuentra representada en ese preciso momento.

Calificación: 2’5

0 comentarios