BACHELOR OF HEARTS (1958. Wolf Rilla) Bachiller en corazones
“La comedia menos divertida de una época que no fue divertida en absoluto, el vehículo de ruedas cuadradas que transportó a un actor alemán a un olvido temporal”. Así de -injustamente- expeditivo, de mostró en su momento el norteamericano de convicción europeísta Frederick Raphael, a la hora de definir BACHELOR OF HEARTS (Bachiller en corazones, 1958. Wolf Rilla), un encargo que sumió de la Rank, centrado ante todo en el lanzamiento como estrella, del joven actor alemán Hardy Krüger. Si bien no dejo que apreciar en la medida que merecen, algunos de los guiones por él elaborados -especialmente el de la excepcional TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen)-, no dejo de distanciarme de buena parte de las impresiones que ha ido dejando, en torno a los productos cinematográficos en los que colaboró, o bien descartó. Pero bueno, no dejan de ser apreciaciones interesantes, en la medida de plantear, como es en este caso, la impresión generalizada que se tenía sobre el cine inglés de aquel tiempo, que ya compartía su presencia con el arrollador empuje del Free Cinema.
Pero sucede que, a seis décadas vista, la perspectiva varía y pone en cuestión la supuesta escasa valía del aporte de comedia del cine inglés de aquel tiempo, más allá de las obras brindadas por los cineastas espoleados en los estudios Ealing, o las reivindicables sátiras de los hermanos Boulting. Una mirada desprejuiciada a ese cine, digámoslo así, puente, entre dos ámbitos, de entrada, revela que la evolución de las formas y corrientes de la cinematografía inglesa, aparece más conectada de lo que se suele reconocer a primera vista. Y una propuesta en apariencia inocua como BACHELOR OF HEARTS, percibe de entrada la mano de un cineasta como el alemán Wolf Rilla -otro más. de los profesionales de otros países, que desarrollaron su obra en tierras británicas, como Alberto Cavalcanti, Alexander Mackendrick, o Karel Reisz-. Creo que es llegada la hora de poner en valor la obra de este realizador. Este es el quinto largometraje suyo que veo, de los 21 que rodó para la gran pantalla, y puedo decir que su obra es bastante más valiosa, que la de ser simplemente el realizador de la estupenda VILLAGE OF THE DAMNED (1960). En la mirada de Rilla detecto un cierto fatalismo, una mirada muy precisa al entramado de sus personajes, y una utilización muy personal de los recursos del lenguaje cinematográfico, destinados a profundizar en esa vertiente psicológica, en la que no se ausenta la audaz presencia del montaje. En definitiva, que nos encontramos ante un profesional que tenía cosas que decir, en muchas ocasiones a partir de presupuestos y productos claramente orillados en la serie B británica.
Como antes señalaba, BACHELOR OF HEARTS se erige, de entrada, como un producto puesto al servicio estelar de Hardy Krüger, y también de entrada aparece como una sencilla comedia coming on age, de ambiente estudiantil universitario, describiendo la andadura de un joven alemán -Wolf Hauser (Krüger)-, durante un curso en la Universidad de Cambridge. Un leve hilo conductor -elaborado por el ya citado Rapahel junto al posterior letrista musical Leslie Bricusse-, que servirá para una comedia que, de entrada, se plantea con una estructura discontinua, a modo de pequeñas viñetas o secuencias y, con ello, adelantando sus postulados a los que, muy poco tiempo después, establecería, de manera más rotunda aún, el gran Jerry Lewis, en su andadura como realizador cinematográfico. Primera singularidad, en un relato que aparece en todo momento dominado por un aura de nostálgica levedad, como si en todo momento se tuviera la sensación de asistir a un ámbito espacio temporal, que el protagonista vivirá como un capítulo más de su formación como individuo: la conclusión, en la que se evidencia que su relación con Ann Wainwright (Sylvia Syms) pronto quedará en el recuerdo, deviene paradigmática este respecto.
Así pues, el film de Rilla aparece desplegado en una sucesión de viñetas, que en el fondo no se distancia de tantas y tantas comedias juveniles. Lo que le hace destacar, y mucho, de las mismas, es la mirada que en ellas pone en práctica el cineasta. Y en ella se vislumbra que no se encontraba ajeno a las corrientes y el bullir cinematográfico que entonces vivía el cine de las islas. Embellecido por el hermoso cromatismo que le brinda el technicolor de Geoffrey Unsworth, BACHELOR OF HEARTS destaca por elementos como la incorporación de episodios que afirman la presencia de la corriente documentalista -la descripción de la Fiesta de la Amapola, las regatas anuales-. En otros la película adquiere una casi asombrosa musicalidad dentro de su coreográfica concepción de la comedia. Estoy pensando en el sensacional episodio, que describe las casi impensables peripecias de Wolf, a la hora de sortear el plan de las seis muchachas que ha cortejado, para que a partir de medianoche sean ofrecidas a sus compañeros de universidad. O en el previo y no menos delirante pasaje, que describe la prueba que han de disputar -sin que ellos lo sepan, de manera colectiva- los componentes del club, invadiendo por la noche una residencia femenina.
Son probablemente estos los pasajes más memorables de una propuesta que, inicialmente intenta adoptar los modos del cine de Tatí, y que no desaprovecha la ocasión para marcar una singular mirada, plasmando en la manera que tiene de describir a sus personajes episódicos. Y que – esto es algo que nunca se ha reconocido, en esta casi desconocida película-, preludia con mayor acierto cinematográfico, esa corriente iconoclasta, que por lo general ha tenido como referente en las primeras y caducas comedias filmadas por Richard Lester. Esa mirada revestida de ironía y cierto desapego, ante una sociedad que se vislumbraba ya inmersa en un cambio generacional de jerarquías, se encuentra presente en esta comedia, en apariencia plácida y acomodaticia, probablemente puesta en marcha para intentar consolidar el lanzamiento británico de Kruger -que, pese a demasiados forzados primeros planos, para resaltar su apostura, sale más que airoso del envite-. En su recorrido narrativo, se atisba la inquietud de un cineasta personalismo que, de forma quizá inconsciente, alterna dos elementos que enriquecen su conjunto. De un lado, proponer una mirada revestida de lucidez, en torno a esa sociedad inglesa, en aquel entonces dominada por la ebullición y el rupturismo. Y de otra, adelantar diversas corrientes cinematográficas, tal y como hemos señalado con anterioridad. Y, sobre todo, ratificar la mirada inquieta de este extraño outsider cinematográfico, en una obra pequeña pero magnífica, que curiosamente mantiene en dos pequeños roles, a la pareja que un par de años después protagonizaría la inolvidable LA MASCHERA DEL DEMONIO (La máscara del demonio, 1960. Mario Bava); Barbara Steele y John Richardson, ambos británicos.
Calificación: 3’5
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