EL MUNDO SIGUE (1963, Fernando Fernán-Gómez) El mundo sigue
En ocasiones el destino, también en materia cinematográfica, es caprichoso. En 1963 Fernando Fernán-Gómez rodaba la que quizá aparezca como su obra cumple -tendría que revisar la espléndida e inmediatamente posterior EL EXTRAÑO VIAJE (1964)-. Sin embargo, debido a un feroz ataque de la censura de la época, la película apenas logrará estrenarse n un cine de segunda fila de Bilbao, casi de soslayo, en 1965. Entremedias de aquellos años se sitúa 1964, año en el que el régimen franquista celebraba sus denominados ’25 años de paz’, tan exitoso como falso intento por intentar ofrecer un lavado de imagen al mismo, una vez el desarrollismo y la presencia del turismo había permitido un cierto grado de aperturismo a la nación.
Y, sin embargo, además de por sus enorme caudal de cualidades estrictamente cinematográficas, lo cierto es que EL MUNDO SIGUE (1963), aparece como una de las más contundentes y entregadas bofetadas cinematográficas a un régimen que aún seguía asumiendo en sus costuras una sociedad llena de putrefacción moral, y cuya convulsión interna y cotidiana es transmitida en imágenes con una enorme contundencia, por parte de su entregado director -y también intérprete- Fernando Fernán-Gómez-. Lo ofrecerá en esta una de las películas más dolorosas y fatalistas de la historia de nuestro cine, curiosamente emergida a partir de la novela de un reputado escritor falangista de su tiempo; Juan Antonio de Zunzunegui. Sería esa aceptación por los jerarcas de aquel tiempo, lo que quizá le permitió una mirada crítica, a partir de una prosa realista de lejana herencia galdosiana, que a su lectura por el propio realizador -y también guionista-, pronto le hizo percibir el hecho de encontrarse ante la entraña de una película.
Ambientada en el barrio de Maravillas -actual Malasaña- de Madrid, y tras una cita de Fray Luís de León, que, sobreimpresionada, avanza las líneas maestras de la película, ésta ya los en sus primeros planos accede a la descripción de una mirada cuasi documental de un barrio avejentado y alejado del más mínimo pintoresquismo. De sus calles surgirá, regresando a casa tras hacer madrugadora la compra del mercado, la madre de la familia protagonista -Eloisa (formidable Milagros Leal)- de la que pronto descubrimos su sufrimiento al acceder por las empinadas escaleras sin ascensor al ático en el que vive con limitaciones junto a su marido y dos de sus hijos. Casi de inmediato a esas limitaciones físicas se unirá el dolor interno con que sobrelleva el manejo de una familia que muestra el trauma de una sociedad rota en sus costuras. La forma su veterano marido, Agapito (Francisco Pierrá), un pobre agente municipal que descarga su frustración en su hogar con tendencia a los malos tratos. No menor será el fracaso vital de Rodolfo (José Morales), ese hijo beato que ni siquiera pudo fraguar como seminarista, y que en ocasiones de manera casi caricaturesca intenta ejercer como conciencia cristiana en la familia. Pero el gran drama de dicho entorno se encuentra entre dos hijas en todo momentos enfrentadas y dominadas en la irracionalidad. Una de ellas, Luisita (Gemma Cuervo), de aspecto provocador, no dudará en ir utilizando su atractivo en los límites de la prostitución para medrar económicamente, lo que le llevará a tener que abandonar el lecho familiar en busca de una creciente comodidad. En su oposición, su hermana Eloísa (Lina Canalejas) se ha casado con Faustino (Fernando Fernán-Gómez), un auténtico sinvergüenza que trabaja como camarero, obsesionado por las quinielas, y sin dejar de maltratar física y psicológicamente a una esposa, a la que no duda en mantener casi en la miseria, junto a sus tres hijos. En su mezquindad, conocerá un efímero momento de gloria al acertar una quiniela de catorce resultados que, finalmente, se verá de escasísima dotación económica, lo que le llevará a robar la recaudación de la tasca en la que trabaja, al tiempo que mantendrá una relación adúltera con “La Alpujarreña” (María Luisa Ponte).
Mientras tanto, Luisita irá afianzando su economía acercándose a hombres poderosos con los que no dudará en ofrecer sus encantos, llegando incluso a buscar el favor de sus padres con valiosos regalos. Ello no podrá, en modo alguno, eliminar el siempre áspero enfrentamiento entre las dos hermanas, en donde se expresarán los momentos más desaforados de la película, siempre asumiendo la herencia del folletín, y en cuya base se articulará la inesperada, trágica e impactante conclusión de la película.
Película tan intensa, tan plena de sugerencias y tan a flor de piel en su delibrada propuesta dramática, EL MUNDO SIGUE aparece, de entrada, como el auténtico reverso de un determinado tipo de comedia costumbrista que se había forjado desde la segunda mitad de los cincuenta, una de las corrientes más saludables de nuestro cine. Así pues, revirtiendo esa vertiente entre satírica y sainetesca, nos encontramos ante un melodrama que no abjura de su mirada descriptiva en lo costumbrista, que se alía de manera decidida con el melodrama más tremebundo en sus instantes más sórdidos pero que, al mismo tiempo, nunca deja de abordar una mirada documental, que llevará aparejada una visión crítica de una sociedad embrutecida por un aún reciente pasado traumático. Una colectividad en la que aún no ha aparecido la televisión -los ciudadanos se comunican en la película por radio o prensa-. Donde incluso los vehículos tienen escasa presencia en las calles del Madrid castizo. Y donde el espectador, a través de la abrasadora iluminación en blanco y negro de Emilio Foriscot -uno de los principales aliados en la hipnótica y desagradable impronta visual de la película-, siente la miseria, la humedad y la putrefacción de un mundo alienado y, en el fondo, traumatizado, que desahoga sus penas en bares y tascas -la película muestra una gran variedad de estos establecimientos, a cual más deteriorado-, lleno de hombres reprimidos y dominados por un generalizado embrutecimiento. En los de mayor nivel, Luisita irá consolidando su ascenso social a costa de ofrecer sus encantos, mientras en los más degradados deambulará Eloísa, siempre en la búsqueda de su esposo, teniendo que soportar bajo su personalidad puritana tanto el acoso de transeúntes, como incluso el del dueño del bar en el que trabaja su marido -encarnado por un lúbrico José Calvo-. Y es que la galería de hombres y, en conjunto de seres que pueblan la película, se caracterizará por su generalizada abyección. Más que asistir a una traslación de un tardío mundo galdosiano, por momentos parece que contemplamos una adaptación cinematográfica, actualizada en el tiempo. del periodo negro de la pintura de Goya. Esa despreciable condición se extenderá en los adinerados hombres que pretenderán los favores de Luisita -todos ellos manteniéndola como amante. Seres emergentes de la nueva casta social favorecida por el franquismo de la época, en el que incluso alguien de entrada provisto de una cierta nobleza como Rafa (magnífico Fernando Guillén, ya entonces esposo de Gemma Cuervo), pronto revelará la auténtica brutalidad de su personalidad, al insinuar Luisita en la trampa que le ha brindado, la posibilidad de abortar del niño del que, falsamente, se encuentra embarazada. Solo habrá una excepción en el relato, la mirada compasiva, respetuosa y al mismo tiempo crítica de Andrés (maravilloso Agustín González), siempre secretamente enamorado de Eloísa, y que ve con tristeza la deriva existencial de la que pudo ser la mujer de su vida.
Dominada por una puesta en escena tan crispada y nerviosa como valiente y cercana, EL MUNDO SIGUE destaca por su voluntad de duro y amargo retrato colectivo, sin contemplaciones, aspecto por el cual esos determinados excesos melodramáticos siguen adquiriendo una considerable fuerza. Esa desolación constante, dominada por el afán de medrar, de alcanzar un dinero rápido, de emerger de un auténtico nido de serpientes. De llegar incluso a asumir humillaciones -salvo en el caso de la víctima final del relato-, está planteado con mano maestra por un Fernán-Gómez que hunde su espada hasta la empuñadura, en ese inmenso y al mismo tiempo sobrecogedor relato colectivo, en el que el director en algunos momentos no duda en incurrir en imperfecciones, pero que al mismo tiempo llega a proponer sorprendentes soluciones de puesta en escena. De ellas, destacaremos el imaginativo uso de la voz en off de sus personajes, que en no pocos momentos aciertan a trasladar esa furia interna que ya delatan sus rostros. Sin embargo, destaca en esta vertiente esa casi centelleante sucesión de brevísimos flashbacks -describiendo momentos significativos de su vida-, que se irán superponiendo mientras Luisita asciende por las largas escaleras de la vivienda de sus padres, hasta reencontrarse con ella.
En el debe, y casi de manera exclusiva, la película se resentirá en algunos momentos de la carencia de justificación dramática para determinados avances narrativos, que pueden inducir a pensar en determinados cortes de censura, como al ver a Luisita charlando tranquilamente con sus padres, sin mediar una justificación en la reconciliación con su padre, o contemplar a Eloísa con el bebé de su cuarto hijo en brazos, sin estar presente alusión alguna a su parto. Son, sin embargo, objeciones menores, en una película capaz de set pièces tan alucinantes y oscuros, como la descripción del proceso del miserable robo de la caja del bar en que trabaja Faustino, dominado por la espléndida gradación de claroscuros, sobre los que destacará el rostro alucinado en casi abrasador primer plano del propio Fernán-Gómez.
Otro de los principales elementos dramáticos de EL MUNDO SIGUE lo ofrece el explosivo e irrenunciable enfrentamiento de las dos hermanas, fruto quizá de una íntima decepción existencial de cada una de ellas, que ve en su alter ego respectivo aquello que ella no ha elegido. En Luisita, la renuncia a una vida convencional y su cercanía a la prostitución a cambio de dinero fácil, reprochará interiormente en su hermana la relativa integridad de su personalidad. Por parte de Eloísa, que en su pasado vivió la oportunidad de ser elegida miss, despreciará en Luisita todo ello, pero en el fondo de su puritanismo -y el espléndido tratamiento ofrecido a su personaje, unido a la propia performance de la Canalejas- se esconde un secreto deseo de emularla, por más que su condicionamiento social le haya impedido dar ese paso. Confieso que, aún situándonos ya en los primeros setenta, en mis primeros años de adolescencia he podido conocer ambientes relativamente cercanos a los descritos en esta admirable película. De ahí que sienta muy de cerca elementos ante los que otros espectadores podrían mostrarse más distanciados. Por ello, y por la propia garra dramática que Fernán-Gómez brinda a esta película surgida desde las entrañas, en la que todo su equipo técnico y artístico se imbrica hasta el fondo, la tremenda e impactante conclusión surge como un puñetazo sin posibilidad de redención para unos personajes lacerantes, en la que, sin duda, es una de las cimas absolutas de nuestro cine.
Calificación: 4
1 comentario
Gonzalo Aróstegui Lasarte -
Saludos.