DUNKIRK (1958, Leslie Norman)
No es la primera ocasión en la que me refiero a que la vertiente británica del cine bélico, disociándola de la expresión de dicho género en el cine norteamericano, muestran su oposición a unas producciones USA, donde quizá se vislumbra de manera más clara un cierto alcance apologético y, del mismo modo, una vertiente más física en su expresión. Mi creciente interés hacia un género que abominé durante muchos años, me ha permitido valorar en una gran medida buena parte de un tipo de producción inglesa, dominado por relatos de supervivencia, centrando estos en una de las grandes especialidades del cine de las islas, su maestría en el drama psicológico.
DUNKIRK (1958, Leslie Norman), jamás estrenada en nuestro país, ni siquiera recuperada en las cada vez más menguantes ediciones digitales, cobró hace unos años una relativa actualidad -fuera de España- en 2017, con motivo del estreno de la magnífica DUNKIRK (Dunkerque) de Christopher Nolan. Ambas trataron el mismo hecho; el retorno de las fuerzas británicas a su país en 1940, tras la invasión nazi a Francia y Bélgica. En ambos casos nos encontramos con sendas superproducciones propias de su tiempo, aunque en el título que comentamos predomine el retrato psicológico, antes que el despliegue de acción y de masas, sin obviarla en aquellos momentos que lo requiera el relato. Lo importante, lo realmente relevante para esta producción de Michael Balcon para la Ealing Studios, reside en el hecho de combinar el drama exterior y el interior, pero, ante todo, brindar una mirada honda en torno a sus principales protagonistas.
Y para ello, no pudo ser más afortunada la elección del británico Leslie Norman (1911-1993), más conocido en su dilatada y reputada andadura televisiva, pero que entre los años 40 y 60 albergó una nada desdeñable andadura -una decena de largometrajes- como realizador cinematográfico. Se trataba de un hombre de cine especialmente dotado para el tratamiento psicológico de sus personajes, y que quizá alcanzara con el título que comentamos el máximo exponente de su trayectoria. DURKIRK se inicia con los melodiosos compases del score del gran Malcolm Arnold, y apuntando ciertos aires de superproducción. Sin embargo, desde sus primeros compases la película claramente por el intimismo, al tiempo, y es esta a mi juicio la principal cualidad de la película, por insertar de inmediato su compleja estructura narrativa. Algo que me permite considerarla como una de las cimas del género en el cine inglés, lo cual equivale en este caso a extenderla en dicha vertiente cinematográfica a secas, ámbito en el que se erige como una de sus muestras más singulares y, al mismo tiempo, valiosas.
Esa complejidad narrativa se manifiesta ya en sus primeros minutos, a partir de la proyección de un documental que nos introduje de inmediato en la realidad política inglesa, ante la contemporización de Chamberlain en torno a Hitler en 1940. Ese audaz punto de partida nos llevará a las dos líneas narrativas del relato. Una primera, centrada en el contexto de la política británica y la mirada social, en torno a la implicación bélica de su ejército, narrada en tono de crónica dramática, de apariencia convencional, pero muy pronto mostrando la densidad de su propuesta. Lo hará por un lado, a través de la implicación emocional y profesional del periodista Charles Foreman (un portentoso Bernard Lee). Alguien que apuesta decididamente por la incorporación inglesa en la lucha contra el nazismo, y que desde el primer momento, en vista de la invasión alemana, vislumbra la necesidad de recuperar las fuerzas inglesas que se encuentran en tierras francesas, que desprotegerían las islas de una posible invasión alemana. En su oposición se encontrará la representación del inglés medio, en este caso representado por John Holden (magnífico Richard Attenborough). Se trata de un pequeño empresario, que ha logrado un creciente impulso económico sirviendo al ámbito bélico, pero que se muestra reacio a acercarse a la contienda, en buena medida debido a una esposa dominante, que no quiere que se aleje de su entorno familiar.
La otra vertiente narrativa de la película, que se muestra ya desde la propia proyección cinematográfica, se centra en la realidad bélica luchada en tierras francesas, inclinada sobre la figura del modesto coronel ‘Tubby’ Bells (espléndido John Mills, prototipo del héroe anónimo inglés). Se trata de un soldado que, sin pretenderlo, y movido por las circunstancias, tendrá que asumir de manera forzada el mando de un pequeño comando en dichas tierras, hasta que llegue a la playa de Dunkerke. Será el contrapunto de la letra pequeña y la cotidianeidad de la contienda, que Norman acertará a describir en un tono semi documental, obviando en sus imágenes la incorporación de banda sonora.
En esa confluencia, DUNKIRK va asentando su engranaje dramático de manera precisa e inspirada, hasta llegar a ese tercio final que tiene su marco en la playa eje de aquel suceso, que aparece como auténtico colofón del relato en un largo, denso y, por momentos, casi asfixiante bloque narrativo, perfectamente delineado por Norman a partir del guion de David Divine y W. P. Lipscomb, tomando como base, referentes literarios previos. Esa duplicidad de puntos de partida, sin duda enriquece el conjunto de la película. Lo hace tanto en la deriva de ese héroe a pesar suyo que es Bells, como en la creciente entrega de Foreman, así como la reversión de la interesada abulia de Holden. Todo ello será plasmado por medio de un admirable tiralíneas dramático, que confluirá en ese ya señalado tercio final, dotado tanto de una irresistible mezcla de fuerza dramática, como de intensidad casi metafísica.
De toda la peripecia del personaje encarnado por Mills se pueden retener, más allá de esa espesa iluminación en blanco y negro de Paul Beeson, que brinda un plus de autenticidad a sus imágenes, la brutal autenticidad del bombardeo que aniquila a numerosos labradores que huyen -esa mujer que queda muerta en primer plano en la cuneta, con un niño revoloteando a su alrededor-. La fuerza de la llegada a una granja abandonada, a la que pronto se acercarán soldados alemanes, formando una violenta escaramuza. El conflicto del indeseado mando con sus soldados, que se mostrarán a punto de desertar de una lucha a la que entienden han sido dejados abandonados. O incluso antes, atender a la orden de un superior, que pronto comprobarán se trataba de algo que les iba a permitir salvarse. Esa mirada en la que se combina lo casi documental, el instinto de supervivencia y un creciente sentido de la responsabilidad como ejército, se encuentra delimitada en este segmento narrativo, con una autenticidad única.
En la subtrama más ligada a la narración convencional, DUNKIRK se centra en el creciente equilibrio mostrado en la actitud de dos actitudes inicialmente tan antitéticas como las de Holden y Foreman -atención a la influencia que para los dos tendrán sus esposas-, hasta que ambos se incorporen para tripular sus respectivas barcas, cuando han sido una de las muchas incautadas para rescatar a soldados de la playa de Dunkerke. Todo ello se irá consolidando sin elevar nunca el tono. En ocasiones a través de simples miradas y gestos entre ellos y otros personajes que les rodean, se va tejiendo esa tela de araña de relaciones y complicidades, que se estrechará una vez todos se adentren en el Canal de la Mancha.
Será en dicha playa donde ambas vertientes narrativas confluirán, encontrándose los tres personajes principales en medio de un pavoroso y extenso episodio, que combina con maestría la gran producción con la apuesta con el intimismo. Y que, en medio de una amplísima figuración, insertará la implicación del trio protagonista en medio de una transformación que, para el entregado periodista de opinión, devendrá mortal. Todo ello se expresa en pasajes donde queda perfectamente descrita la masacre contra soldados ingleses por los bombardeos aéreos nazis. Ese equilibrio en las dolorosas escenas de masas, tendrá su contrapunto en las penalidades de las criaturas que allí sufren desamparadas. En lo terrible de las masas de soldados allí desparramados a la intemperie. O en el ruego colectivo de muchos de ellos ante un improvisado servicio religioso… que será interrumpido de nuevo por los bombardeos.
Pese a esos breves instantes, en los que las fuerzas retornadas son aclamadas por la población, DUNKIRK es un relato tan valiente como lacerante. Una mirada honda en torno a la relatividad del comportamiento heroico, incluso ante la percepción sobre el hecho bélico, lamentablemente olvidada en nuestros días, pero que supone una de las más admirables propuestas brindadas por el cine de las islas en este género.
Calificación: 4
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