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CINEMA DE PERRA GORDA

DANCE, FOOLS, DANCE (1931, Harry Beaumont) Danzad, locos, danzad

Pese a su general olvido -quizá debido a estar avalada por un realizador tan poco conocido como Harry Beaumont, del que solo conozco la discreta pero apreciable ENCHANTED APRIL (1935)-, ello no hace justicia al que con toda justicia habría que citar, como un verdadero precedente. Un precursor de esa mixtura de cine de gangsters y melodrama precode, DANCE, FOOLS, DANCE (Danzad, locos, danzad, 1931) quizá ya había albergado algún exponente más primitivo, pero que muy pronto se iría consolidando, a partir de las dos vertientes que alberga esta película -el melodrama y su génesis como cine de gangsters. Dicha incipiente corriente tendrá otro exponente más rotundo ese mismo año, por ejemplo, con la admirable THE PUBLIC ENEMY (1931, William A. Wellman)-.

Nos encontramos en las vísperas de la Gran Depresión. La película se inicia en un buque tripulado por personas adineradas, cuyos padres juegan a las cartas, dejando expresar los primeros y aún lejanos indicios del crack de 1929, y sus hijos se encuentran en la cubierta, bailando de manera despreocupada, como plena representación de esos ‘felices años veinte’, que se encuentran a punto de concluir de manera abrupta. La cámara pronto destacará a la desprejuiciada Bonnie Jordan (Joan Crawford), que baila junto al igualmente adinerado Robert Townsend (Lester Vail), mientras su hermano, el superficial Bob (William Bakewell) no deja de definirla con la chica con la que baila. Lo que en principio podría aparecer una variable de esos melodramas acartonados Made in Metro, muy pronto dejará ver una notable capacidad de observación en sus diálogos, unido a una querencia con la elipsis, que nos llevará casi de inmediato a la expresión física del inicio de la Gran Depresión, marcada desde una sesión de bolsa. En ella, que caerá fulminado de un infarto Stanley Jordan (William Holden, no confundir con el conocide intérprete), el patriarca familiar, al percibir que ha quedado arruinado. Sus dos hijos se tendrán que enfrentar a la pérdida de todos sus bienes, algo que asumirán con cierta ligereza, lo que para Bonnie supondrá renunciar al ofrecimiento de matrimonio de Townsend y, en definitiva, dejar de lado el entorno snob que le rodeó hasta entonces, independizándose y trabajando como periodista. Por su parte, y aunque vivan juntos, su hermano preferirá dedicarse a la venta fraudulenta de alcohol, lo que en un momento dado le acercará hasta el jefe de uno de los gangs de venta de bebida, el tan temible como carismático Jake Luva (un Clark Gable derrochando carisma pese a su juventud). Luva le encargará la búsqueda de nuevos clientes, iniciando una ofensiva contra la banda rival que culminará con una matanza, en la que el muchacho apenas actuará como conductor, mostrando en ese momento su debilidad de carácter. Esa debilidad es la que, de manera involuntaria, le hará confesar algunos detalles de lo ocurrido al periodista Bert Scranton (Cliff Edwards), casualmente el compañero más estrecho de su hermana en la redacción. Esta circunstancia supondrá, prácticamente, la sentencia de muerte del reportero, que Luva encargará a un aterrorizado Bob, que finalmente ejecutará, iniciándose en el rotativo la búsqueda del culpable, cuya responsabilidad asumirá Bonnie, sin saber en ese momento las implicaciones familiares que lo ocasionaría. Se infiltrará en el entorno del gangster como bailarina de su club -donde se reencontrará con un atónico Townsend-, acercándose a un Jake cada vez más seducido por la recién llegada. A partir de ese momento, todo discurrirá con enorme rapidez, en un ámbito donde la venganza, la redención e incluso la apuesta por un nuevo futuro, se dirimirá entre sus principales personajes.

DANCE, FOOLS, DANCE se ofrece, pues, como una muy atinada crónica, en torno a la llegada del crack del 29 y a los primeros pasos de la Gran Depresión, dentro de un relato que se inicia de manera burbujeante, pero en el que de manera progresiva se va instalando en el marasmo de una crónica criminal, capaz de romper una estructura familiar ya dañada de manera irreversible con la inesperada muerte de su patriarca, que en su momento fue incapaz de proporcionar a sus vástagos la capacidad de saber andar por el mundo con responsabilidad propia. A partir de esas premisas, resalta en la película el retrato, rebelde y decidido, de su protagonista femenina, esa joven que en el fondo, con esta circunstancia tan trágica, ha logrado romper con ese superficial entorno social con el que no se encontraba cómoda. Y hay que reconocer que, ayudado por el dinamismo -también algunos excesos- que proporciona la performance de una joven Crawford, se acierta al describir a uno de esos atractivos y activos roles femeninos, frecuentes en numerosos relatos precode. Ella será el verdadero anclaje de una película que destaca por una notable frescura, en la que se entremezcla la sequedad narrativa de los primeros años del sonoro, con un acertado uso de la elipsis, aciertos de ambientación, sobre todo en su vertiente urbana y, finalmente, no pocos hallazgos narrativos.

Y es que casi desde sus primeros instantes, en el film Beaumont se abandonan los vicios del estudio, al inclinarse tras la visualización del drama que articulará el destino de los dos hermanos, en una precisa descripción de ambientes -el cabaret de Luva y, muy en especial, la redacción del periódico en que trabajará la protagonista-. Todo ello irá articulado por precisas elipsis -de destacar es la magnífica que tras el infarto que costará la vida al padre, la película fundirá con el primer plano de esa tarjeta de condolencia de Townsend, que Bonnie lee, para ratificar la muerte de este. O el travelling lateral que iniciará una secuencia, anticipándonos y describiendo con enorme originalidad el trasiego de la rotación del periódico en el que esta ha empezado a trabajar. Mucho más adelante, tras el asesinato de Scranton, gran amigo de Bonnie, podremos contemplar otro travelling lateral, mostrando lo que los reporteros escriben del asesinado, hasta que la cámara recorra la máquina solitaria que utilizaba este.

La película, por tanto, mantiene la frescura de ese sentido de la crónica de un contexto y un entorno convulso, centrado en su tercio final en el ámbito tan sórdido como fascinante de Luva. Un entorno de dominio por parte de este, donde la mujer solo se ofrece como sujeto de su disfrute, donde un gesto o una mirada suya supondrá siempre una orden. Y donde, en un momento dado, este sucumbirá a los encantos que le brindará una camuflada Bonnie, a partir de su explosivo debut como bailarina en el club. Será, sin embargo, el preludio a una catarsis, en la que los dos hermanos -sobre todo Rob, en un gesto postrero- intentará redimir su pasado. Será el momento en donde se plasmará la última expresión de esa cierta relación incestuosa latente entre ambos -se besarán amorosamente en la boca antes de que el muchacho expire-.

DANCE, FOOLS, DANCE culminará con el relato sincero de la periodista en su cabecera, renunciando prolongar su andadura en la profesión. Será el momento de plasmar ese emocionante travelling de retroceso en plano general, mientras Bonnie recibe de manera latente el cariño y reconocimiento de los que fueron sus compañeros. La película no evitará recaer finalmente en la convención del happy end, aunque lo hará insertando una cierta ironía en torno a los compañeros del rotativo que va a abandonar.

Sin embargo, conviene mantener en la retina, la dureza del instante más percutante de la película; la enrome fuerza que reviste el asesinato de Scranton, de manos de un atormentado Bob. Una secuencia de potencia eléctrica, que culmina con la caída del cadáver por la boca de un metro.

Calificación: 3

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