ENCHANTED APRIL (1935, Harry Beaumont) [Un abril encantado]
Probablemente algunos recuerden la ya un poco lejana en el tiempo ENCHANTED APRIL (Un abril encantado) dirigida en 1991 por el aplicado Mike Newell, en un previsible -nunca la he contemplado- vehículo al servicio de un cast esencialmente femenino, dentro del ámbito de la agradecida qualité británica de fin de siglo. En cualquier caso, todos aquellos que pudieron contemplar aquel título hoy día olvidado, estoy seguro que no se pararon a pensar que más de seis décadas atrás, dentro del ámbito de la primitiva RKO ya se había llevado a la pantalla una primera adaptación de la novela de Elisabeth von Arnim. Un melodrama inmerso dentro de la querencia de dicho estudio en aquellos años, por una particular visión del género caracterizada por un determinado grado de serenidad y contención. Así pues, ENCHANTED APRIL (1935, Harry Beaumont) aparece enmarcada dentro de dichas coordenadas, y también en las de suponer uno de los productos de aquel tiempo puestos al servicio de la personalísima Ann Harding. Curiosamente la película fue un sonoro fracaso de público, lo que propició el inicio de la decadencia de la actriz.
En cualquier caso, lo cierto es que nos encontramos con un relato que asume de entrada el retrato de dos mujeres sensibles e insatisfechas, a las que el destino ha reunido una tarde de lluvia en el aburrido club de casadas al que pertenecen. Una de ellas es Lotty Wilkins (Harding), casada con un empleado de biblioteca -Mellersh (un joven Frank Morgan)- al que logró convencer que se convirtiera en escritor anónimo, y que gracias a sus consejos ha alcanzado la fama, a consecuencia de la cual prácticamente tiene abandonada a su esposa. El otro personaje femenino es Rose Arbuthnot (Katharine Alexander), que se encuentra en similares circunstancias, ya que su marido el adinerado abogado Herbert (Reginald Owen) apenas le presta atención. Pese a que ambas apenas se conocen, Lotty convencerá a su nueva a amiga a vivir un mes de vacaciones en una villa que se alquila en la localidad italiana de San Salvatore. El temor a que sus esposos les censuren haberse gastado en ello sus ahorros, permitirá que compartan la residencia rural con otras dos inquilinas -Lady Caroline Dester (Jane Baxter) y la anciana y atildada Phoebe Fisher (Jessie Ralph)-. Curiosamente, estas últimas llegarán primero al mágico recinto y utilizarán las habitaciones y salones más destacadas, lo que provocará cierta incomodidad entre ambas parejas, que poco a poco se irá disipando. A partir de ese momento, nuestras dos protagonistas vivirán una especie de tregua a la mediocridad de sus vidas. Rodeadas de un entorno tan señorial como decadente y del servicio abnegado de los lugareños, lo cierto es que parece que hasta respiran un poco mejor. Incluso hasta allí llegará Herbert, el esposo de Rose, sobre todo con la intención de albergar contactos con las dos hospedadas de alta alcurnia. Poco después aparecerá de manera inesperada Mellersh, respondiendo a los anhelos de su esposa, que incluso le había escrito para pedirle que viniera. Sin embargo, este en realidad lo hacía con otro motivo, más inconfesable…
De entrada, ENCHANTED APRIL acierta al describir el entorno de grisura y mediocridad que rodea a esas dos protagonistas que se van a encontrar en ese club. La planificación de Beaumont deviene ajustada y, sobre todo certera en el tempo de la plasmación de esa resignación, a la que ayudará ese fondo de lluvia que se vislumbra fuera de los cristales. A partir de ese momento, hay que reconocer que lo mejor de esta película tan liviana deviene en la interrelación de sus dos protagonistas femeninas, a las que la Harding y Katherine Alexander proporcionan un marchamo de sinceridad. Sus diálogos, sus miradas, interacciones, e incluso la sutil lucha que proporcionan inicialmente a las que se convierten en sus compañeras de alquiler -muy pronto disipadas- proporcionan a esta sencilla película de menos de 70 minutos de duración un marchamo casi mágico, Y es que las secuencias desarrolladas en el entorno de la villa, o el de los propios exteriores de San Salvatore logran escapar a ese acartonamiento al que con mucha facilidad hubieran estado condenadas. Por fortuna, ello no sucede, y la peripecia de ambas queda revestida de verdad, algo que se extenderá de manera menos intensa en su relación con sus compañeras de residencia.
Sin embargo, hay no pocos elementos que limitan el alcance de la película. El aspecto pintoresco del servicio de la villa aparece excesivamente caricaturesco. La presencia de ese horrible y remilgado actor que fue Ralph Forbes encarnando al dueño del edificio y como remedo de galán romántico, añade un trazo de cursilería al conjunto. Como lo harán de zafiedad las ridículas gracietas de Herbert, capaces casi de destrozar ese entorno liviano y sutil que articulan sus personajes femeninos. Sin embargo, y cuando estos elementos se encontraban a punto de lastrar parte de la entraña de la película, esta eleva el vuelo en sus minutos finales con la inesperada llegada de Mellersh a la casona. Lo que a ojos de todos -incluso de su propia esposa- aparece con un retorno y reencuentro de un matrimonio mortecino, pronto descubriremos que obedece a una casualidad, ya que este es amante de Caroline. Un curioso quiebro dramático que hay que reconocer llega a incomodar al espectador, y que tendrá su consecuencia en la secuencia de la cena, sin duda la mejor de la película. En ella la realidad de la confusa relación del ahora respetado escritor, y el doloroso apercibimiento de su esposa de que este le es infiel, conformarán unos instantes casi irrespirables y aún hoy de dolorosa vigencia que, de manera inesperada, ejercerán como inesperada catarsis para que las cenizas de ese matrimonio moribundo renazcan. Por un momento, la emotiva conclusión de esta con todo discreta y olvidada película, entronca con las mejores muestras del género en aquel tiempo, y la eleva hasta unas extrañas cotas de sinceridad cinematográfica. La huella de Borzage, en esos instantes, no se encuentra lejos.
Calificación: 2
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