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CINEMA DE PERRA GORDA

André Téchiné

LES TÉMOINS (2007, André Téchiné) Los testigos

LES TÉMOINS (2007, André Téchiné) Los testigos

Una vez más, André Téchiné ha recurrido a  varios de los temas que han ido jalonando una filmografía tan atractiva como personal. Los conflictos del sentimiento, el peso de la memoria y el irrefrenable avance del olvido, el contexto social inserto en la individualidad de sus personajes, la interacción de cada uno de ellos conformando una especie de alfa y omega, el papel de la sexualidad –con especial hincapié en el grado homosexual de esta-, el alcance de la juventud como catalizador de emociones y de ventana de descubrimiento… Facetas todas ellas insertadas de manera aleatoria en unas películas generalmente dominadas por su sutileza, una elegancia por algunos menospreciada en un atisbo de gelidez –algo que no comparto-, y una formulación narrativa contemplativa que oscila en su ejecución en función del previsible carácter de la propuesta narrada, aunque generalmente confluya en unos resultados homogéneos y satisfactorios. Cierto es que Téchiné no alcanza siempre los objetivos apuntados, pero no es menos cierto que lo que logra en buena parte de ellos logra sobrepasar limpiamente la dirección elegida. Es más, en los mejores momentos de su cine se alcanza una pureza, sencillez y autenticidad, logrando con los mínimos elementos y la más sobria plasmación cinematográfica, contagiar al espectador las emociones y evocaciones planteadas ante la pantalla.

 

Punto por punto, LES TÉMOINS (Los testigos, 2007) podría responder a las características antes señaladas. Sin embargo, y aún asumiendo este enunciado, y partiendo de mi apreciación personal de que nos encontramos con uno de los títulos más logrados de su filmografía, es indudable que estamos ante una película que aporta un plus en el retrato que ofrece de un periodo especialmente doloroso para la libre expresión de los sentimientos; la aparición de la temible enfermedad del SIDA. No se puede negar que aquella auténtica plaga tuvo muy pronto su oportuna plasmación cinematográfica –que va de LONGTIME COMPANION (Compañeros inseparables, 1990. Norman René) a PHILADELPHIA (1993, Jonathan Demme)-, sin que ello nos evite reconocer que quizá el séptimo arte perdió a no pocas de sus figuras –empezando por la avanzadilla que ofreció Rock Hudson y terminando con personalidades como el realizador Tony Richardson-, pero quizá no alcanzó a mostrar esa gran película que la crudeza y extensión del tema planteaba. En este sentido, el film de Téchiné tiene a su favor dos elementos suplementarios. Uno de ellos es la distancia que existe desde aquella terrible circunstancia –que el film plantea en el verano de 1984-, y otra el hecho –ya particular- de que el realizador francés plantee el mismo desde un prisma distanciado, y sin que su presencia altere los modos habituales del cineasta. Por eso la incorporación como latente premisa de esta circunstancia concreta, en ningún momento ha supuesto un derrotero por el que se deslizara la senda de la sensiblería o un alcance emocional suplementario de lo habitual en su cine.

 

Esto no quiere decir que, en sus mejores momentos, la película no llegue a conmover, incluso noblemente –en este sentido elegiría el instante en el que el nuevo y ocasional amante de Adrien (un eminente Michel Blanc), contempla tras salir de la ducha la imagen que se expone de Manu (Johan Liberéau). Se trata de un instante sin palabras, sostenido por miradas que lo dicen todo, captado casi al azar, y que en su dolorosa percepción –el propio joven ha perdido hace poco tiempo a su pareja durante varios años-, permitirá compartir a ambos la dolorosa ausencia del ser querido, la necesidad de mantener el recuerdo, al tiempo que la obligación existencial de sobrellevar el sendero de la vida. En ese sentido, LES TÉMOINS quizá flaquee levemente en la aplicación de esos elementos con los que Téchiné intenta apuntar la integración del relato en el contexto sociopolítico en el que este se describe. De todos modos, preciso es reconocer que en esta ocasión este elemento se encuentra mejor integrado que en referencias precedentes en su cine –cierto, en todo momento no se detecta el mismo nivel- y la existencia de una matriz dramática más o menos cercana, quizá en esta ocasión haya ido en beneficio del resultado global del relato. La película está dividida en tres partes e insertada finalmente como un conjunto que servirá de base a una novela redactada por la escritora en la que plasmará la dolorosa experiencia vivida fundamentalmente por el joven Manu, un joven desinhibido, arrollador e inocentemente narcisista, provocador en su belleza de la atracción de los hombres. En su búsqueda del contacto homosexual –un elemento quizá un tanto cogido por los pelos; resulta poco comprensible que alguien tan atractivo tenga que recurrir a ello- trabará contacto con Adrien, un gay maduro e introvertido que muy pronto lo adoptará y envolverá con el manto de su protección. Sin embargo, el muchacho pronto se emancipará de sus redes, enamorándose localmente de Mehdi (Sami Bohuajila), joven casado caracterizado por la ambigüedad en la ética de su comportamiento profesional –es agente de policía, destinado a efectuar redes en prostíbulos-, y que repentinamente –rescata a Manu de un accidente nadando y le salva la vida- iniciará con él una relación que el joven mantiene abiertamente mientras el duro policía lleva de forma por completo secreta.

 

Curiosa paradoja la planteada por una pasión iniciada cuando Mehdi salva la vida al joven, aunque con posteridad y de modo indirecto traslade al muchacho el virus del SIDA. Será une enfermedad que, curiosamente, advertirá Adrien cuando se enfrenta abiertamente con el joven, despechado por verse relegado en su atracción, modificando el planteamiento de la situación. Una vez Manu asume la gravedad de su enfermedad y tras un periodo totalmente aislado, abandonará todo trato con Mehdi siendo cuidado por Adrien al trasladarse a su casa. Como una especie de círculo que se cierra, todo este cúmulo de relaciones afectivas y sexuales se irá entrecruzando y depurando trágicamente con la cercanía de la muerte –que Manu lleva con tanta entereza entremezclada con el dolor de verse alguien tan orgulloso de sí mismo sometido a un deterioro inalterable-. La experiencia de su desaparición –una vez más, planteada con una elipsis tan elegante como dolorosa-, dejará huella en todos cuantos ha conocido y permanecido cerca de él, pero muy pronto la realidad de la vida transmitirá la necesidad de proseguir el camino, de hacer de ese recuerdo imborrable un referente para seguir manteniendo el orgullo de existir. Bien sea abriéndose al camino de nuevas relaciones –Adrien-, bien retomando la relación de pareja que de alguna manera interrumpieron –Mehdi y su esposa e hijo-, o quizá permitiendo que las manifestaciones y recuerdos que Manu dejó grabadas antes de morir sirvan como epicentro de una obra literaria que la mujer del policía –Sara (Emmanuelle Béart)- ha realizado en torno a dichos testimonios.

 

No se puede negar que un argumento como el que plantea LES TÉMONS era proclive a excesos melodramáticos o, en su defecto, mistificaciones pueriles. Por fortuna, ni uno ni otro hacen excesiva mella en la consistencia de un relato sensible y pudoroso, que además tiene la virtud de mostrar una pintura de personajes ambivalentes para proporcionarles la suficiente credibilidad. Como señalaba anteriormente, es probable que resulten formularios los elementos que integran la película dentro de la repercusión social e investigadora de la terrible plaga de esta enfermedad. Sin embargo, es innegable la autenticidad que proporciona la descripción del carácter posesivo que puede plantear el a primera instancia honorable Adrien, mientras que en su defecto se apuesta por incorporar matices de sensibilidad en el quizá despreciable Mehdi –la conversación que mantienen ambos en el coche del primero, poco antes de la muerte de Manu, es reveladora de esta circunstancia-, quien por último y de forma inconsciente verá en el contacto que mantiene con la hermana de Manu, una manera de prolongar la relación afectiva que mantuvo con este. Autentica y sensible, integrando adecuadamente del entorno urbano que preside la mayor parte del relato, con los pasajes en los que un contexto rural y paisajístico proporcionan el telúrico fondo de algunas de las secuencias más intensas y sensibles del mismo. Se trata de una dualidad más, de esa capacidad de matización y adecuada hondura que preside una película en la que pequeños destellos de artificio, quedan finalmente diluidos en un conjunto plasmado con el corazón.

 

Calificación: 3’5

LES TEMPS QUI CHANGENT (2004, André Téchiné) Otros tiempos

LES TEMPS QUI CHANGENT (2004, André Téchiné) Otros tiempos

El seguimiento de la estimulante y ya considerable filmografía del francés André Téchiné, me ratifica observar en su figura uno de los más interesantes realizadores galos surgidos en las últimas tres décadas, y al mismo tiempo un cronista delicado y por momentos doloroso del amor y el sentimiento. Al mismo tiempo, su obra se encuentra salpicada de numerosas obsesiones, que pueden ir desde la rememoranza de un pasado en donde el amor estuvo presente, al descubrimiento de la sexualidad –sea esta hetero u homosexual-, la fuerza de la juventud, o incluso la presencia de detalles que integran la singularidad de sus historias en un contexto social bien preciso, bien sea este actual o inserto en marco concreto –y generalmente traumático- del pasado. En este sentido, la presencia de LES TEMPS QUI CHANGENT (Otros tiempos, 2004) supone un exponente coherente en la filmografía de su artífice, ubicado tras la excelente LOIN (Lejos, 2001) –en mi opinión, su mejor película- y la atractiva LES ÈGARES (Fugitivos, 2003). De ambas retoma esa manera de insertar sus ficciones en un contexto convulso, aunque bien es cierto que el título que nos ocupa está más ligado al primero de los dos precedentes citados. Sin embargo, como si se tratara de una apuesta consciente de su realizador, LES TEMPS… ofrece su rasgo de personalidad propia. Una singularidad que se establece en sus imágenes por la originalidad narrativa del relato –que estimo permitirá que más de un comentarista se rasgue las vestiduras ante el seguimiento de la herencia del dogma que ofrece su propuesta-, pero que poco a poco, de manera tan consciente como aparentemente descuidada, permitirá al cineasta componer un preciso tapiz en el que la coralidad de su conjunto irá aparejada por la diversidad de mentalidades y formas de concebir las relaciones. Ello sin olvidar el apunte sociopolítico del momento –a mi modo de ver, quizá lo más forzado del relato, mostrándonos diversas alusiones al conflicto de Irak o la dura situación de los emigrantes norteafricanos a Europa; algo que se erigía como uno de los rasgos más significativos de la mencionada LOIN-. El film de Téchiné –autor también de guión, junto a Pascal Bonitzer y Laurent Guyot-, se desarrollará en la ciudad de Tánger, mostrando inicialmente de manera inconexa un conjunto de seres dominados por su diversidad generacional y de procedencia, que poco a poco revelarán las circunstancias que los unen, al tiempo que dan a conocer la dimensión de sus conflictos, todos ellos dominados por el contraste de sus sentimientos con la realidad que les rodea.

 

Será algo que intentará contrarrestar el ya maduro –y acomodado- Antoine Lavau (un por momentos conmovedor Gerard Depardieu, en uno de los mejores papeles de su carrera). Se trata de un promotor de construcción que finalmente ha logrado ser destinado en Tánger, al objeto de acelerar la construcción de un centro audiovisual. La realidad para nuestro protagonista se centra en un acercamiento con Cécile (Catherine Deneuve), quien fuera más de treinta años atrás su primer y único amor. La realidad es que esta es una mujer feliz en apariencia. Casada con un médico y madre de un hijo, se desarrolla profesionalmente como responsable y locutora de un programa de radio. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Cécile no es una mujer feliz ni satisfecha, escondiendo bajo una máscara de frialdad y aparente escepticismo una vaciedad vital que no llena ni el retorno de su hijo –Sami (Malik Zidi)- desde Paris –acompañado por su compañera Nadia pero escondiendo una homosexualidad que su madre siempre ha intuido-. Esa insatisfacción no será óbice para que la ya madura protagonista se muestre sensible al volver a contemplar la persona que más de tres décadas atrás ocupó un lugar en su corazón ¿O si? La progresión de la historia conducirá a un sendero de reconocimiento de sus conflictos por parte de los personajes de LES TEMPS…, revelando el deseo de todos ellos de lograr un lugar para las verdadera experiencias positivas en sus vidas y, para nuestra pareja protagonista, una insólita manera de retorno al pasado, dominada por una brutal, hermosa y callada patina de romanticismo.

 

A la hora de recrear este su décimooctavo largometraje, André Téchiné planteó el mismo dentro de una especie de rompecabezas temporal –en algunos momentos algo confuso; la reiteración del accidente que sufrirá Lavau, innecesaria aunque ciertamente percutante en los instantes iniciales de la función-. No obstante, con estas variaciones, pese a estas elecciones formales quizá algo discutibles –y que a mi modo de ver impiden que la película alcance la homogeneidad y el nivel general que llegan a apuntar sus momentos finales-, lo cierto es que de nuevo nos encontramos con una historia sensible, en la que las miradas, las emociones, la sinceridad a la hora de exponer relaciones y sentimientos lacerados y esa manera tan especial de intercalar el apunte social y el marco colectivo se encuentra patente. Téchiné quiere a sus personajes, a unas criaturas duras y débiles al mismo tiempo, cuya fragilidad sabe exponer con tanto sentido de la verdad cinematográfica, y con una cercanía y personalidad tan reconocible.

 

En esta ocasión, LES TEMPS… quizá interese más en lo que se deja en el off narrativo que lo que se relata en la pantalla. Es por ello que ese estilo discontinuo –que no parece haber sido una elección improvisada- finalmente tiene algo de mirada demiurgica a la hora de enfrentarse al mosaico de conflictos, intereses y sensaciones de esos personajes aparentemente inconexos, aunque poco a poco ligados por lazos que en ocasiones ni ellos mismos sabrán que existen. Será el contexto adecuado para que todos ellos revelen la verdadera faz de sus existencias con la renuncia final a falsas imposturas, e intentando que esta ligazón que establece su realizador, ejerza como auténtico apólogo moral. Téchiné lo muestra con delicadeza, procurando huir de cualquier exceso melodramático, pero al mismo tiempo aportando una mirada limpia y comprensiva, adulta e implacable. Serán elementos todos ellos que centrará en esa insólita historia de amor, enterrada como por momentos quedará la propia figura de su protagonista por un accidente laboral, pero que sin pretenderlo Cécile marcará el futuro devenir de su vida. Es a partir de ahí cuando la hasta entonces fría y acomodada mujer de mundo, modificará toda su manera de entender la vida. De la noche a la mañana pondrá en tela de juicio todos sus criterios y preferencias, comprobando sin pestañear que aquel amor que abandonó de la noche a la mañana hace ya tanto tiempo en realidad ha quedado ahí, escondido pero nunca apagado, y hora es de retomarlo hasta sus últimas consecuencias. Minutos finales admirables y casi deslumbrantes en su asombrosa y conmovedora configuración, dejando para el fuera de campo sus perfiles en primera instancia más emotivos y, con ello, permitiendo que ese retorno entre ambos aparezca con una extraña y conmovedora textura. Personalmente, tan solo me sobran en esos planos la nueva inserción de recuerdos del accidente de Antoine, pero estos tampoco me nublan en absoluto una de las conclusiones más rotundas y hermosas del cine de André Téchiné, en la que no es una de sus mejores obras, pero que en todo momento mantiene intacta la esencia de su cine.

 

Calificación: 3

LES ROSEAUX SAUVAGES (1994, André Téchiné) Los juncos salvajes

LES ROSEAUX SAUVAGES (1994, André Téchiné) Los juncos salvajes

Aunque su trayectoria precedente ya lograra llamar la atención de público y crítica francesa, quizá cabría citar LES ROSEAUX SAUVAGES (Los juncos salvajes, 1994) como el inicio de un nuevo periodo en la andadura cinematográfica del francés André Téchiné. No se si esta precisión pueda andar totalmente acertada –mi conocimiento de la filmografía del francés no es tan extenso como quisiera; he podido contemplar hasta el momento casi la mitad de su veintena aproximada de largometrajes, lo que no me impide reconocerlo como uno de los realizadores franceses más interesantes de las últimas décadas-, pero lo cierto es que el éxito del título que nos ocupa, quizá permitió al cineasta ahondar en un terreno donde la sensibilidad, la aparición y el reconocimiento de la sexualidad, o la propia confrontación de todas estas sensaciones dentro de un entorno natural, tenían buena parte de elemento autobiográfico.

 

LES ROSEAUX… se sitúa en una localidad rural del sur de Francia a principios de la década de los sesenta. En el contexto de un pequeño instituto, al tiempo que se baila al compás de célebres canciones autóctonas y también de origen norteamericano, se sienten los ecos de la incidencia de la guerra de Argelia. Y allí surgirán los interrogantes del amor, de la aparición de la sexualidad, del dolor al ser rechazado, de la propia sensibilidad y amor a la cultura, e incluso de la concienciación de la difícil aceptación de la realidad de la existencia. Todo ello es expuesto por la cámara de Téchiné –bien servido por un material de base de enorme riqueza, obra del propio realizador, junto a Olivier Massart y Pilles Taurand-, a través del retrato de la confluencia de los jóvenes François (Gaël Morel), Serge Bartolo (Stéphane Rideau), Henri Mariani (Frédérick Gorny) y Maïté Alvarez (Élodie Bouchez). Ambos representan diferentes maneras de acercarse a la madurez. El primero de ellos es un ser sensible que se verá abocado al reconocimiento de su homosexualidad y a un sentimiento de amor no correspondido con Serge. Éste, por su parte es un joven arrogante y despreocupado, que vivirá en carne propia la traumática desaparición de su hermano mayor, víctima de la mencionada contienda. Henri es un muchacho nacido precisamente en Argelia y educado en París, provisto de una mirada pesimista y dominado por sentimientos cercanos a la ultraderecha. Finalmente, Maïté es hija de la entrañable profesora del conjunto de muchachos, que mantiene una estrecha amistad con François y que, sin ella pretenderlo, se abrirá al disfrute de la sensualidad de la adolescencia, de la mano insospechada del atormentado Mariani. La aparente felicidad que podría emanar de un entorno bucólico y dominado por verdes parajes, en el fondo no es más que el contrapunto en un común y doloroso camino de atisbo de la madurez, para cuatro muchachos a los cuales, de una u otra manera, les cuesta asumir su ya necesaria acepción de ser mayores de edad. Y quizá por ello se sucederán situaciones trágicas –la muerte del hermano de Serge-, junto a otras simplemente dolorosas –la huella que ha quedado en François la ocasión en la que pudo hacer el amor con Serge, faceta que este jamás reiterará; los escarceos de Mariano en la sede del partido comunista que pretende incendiar, y que le permitirá encontrarse con Maïté-.

 

En cualquier caso, y aunque en la película se muestran incidencias de  de todo tipo, lo cierto es que el principal activo de LES ROSEAUX… reside en la sinceridad con las que se muestran todos estos elementos, en líneas generales extensibles para muchos colectivos de estudiantes de nuestros días. En ese sentido, la elección de los cuatro personajes esenciales, no logra menguar el contexto con el que la película ha sido planteada. Es decir, el devenir de estos muchachos siempre estará ligado a un periodo tenso y concreto en la vida francesa, aunque todos ellos en realidad vivan en un pequeño paraíso. Y es en este aspecto, donde emergerá la fuerza, la sensualidad y la inocencia de los personajes principales de la narración. Todo ello en esa búsqueda de la sexualidad o, en su defecto siendo renuente a la misma, pero sintiendo todos ellos una extraña sensación de transformarse. Casi sin que se den cuenta, todos alcanzan una edad adulta, y ello supondrá un elemento de melancolía a esos jóvenes que por un lado se sienten más importantes al llegar a la mayoría de edad, pero que se encuentran desconcertados al comprobar que su infancia y adolescencia ha de dejar paso a una irrenunciable madurez.

 

Ambos perfiles son narrados por Téchiné con una delicadeza y sinceridad cinematográfica realmente admirable. Provisto de una enorme capacidad como director de actores, esta se ha manifestado por un lado en la intuición mostrada a la hora de hacer debutar a jóvenes intérpretes, que por lo general han consolidado trayectorias dentro del cine francés, y que bajos sus manos despliegan una naturalidad y sinceridad interpretativa poco común, que quizá en algunos momentos nos podría recordar el referente del cine de Bresson. No es, por otra parte, la única referencia que une a Téchiné con el maestro galo, ya que una de las virtudes de LES ROSEAUX… es el especial cuidado mostrado en el off narrativo y, sobre todo, en un especial cuidado en la banda de sonido, que en muchos momentos se erige como auténtico protagonista de la película. Un conjunto que revela en todo momento un alcance intimista, un pudor a la hora de mostrar la desazón, el pálpito de unos sentimientos que afloran en sus jóvenes protagonistas, pero que también alcanza a varios de sus personajes secundarios, como ese hermano mayor de Serge, quien se casa en buena medida para intentar evitar regresar a esa guerra que finalmente le costará la vida, o en la maestra madre de Maïté, que vivirá un estallido emocional de enorme significación al enterarse de la muerte de este, al que había recriminado en su actitud. Vida y sentimientos encontrados, que bajo la mirada de Téchiné transmiten una inusitada intensidad, una delicadeza posteriormente ratificada en su cine, escondida bajo una puesta en escena aparentemente transparente. En ella, cualquier movimiento de cámara, cualquier plano de detalle, cualquier panorámica, lejos de apostar por el esteticismo, revela la intensidad dramática implicada en sus personajes. En esos jóvenes en ocasiones joviales, en otras atormentados, y que tienen a mi juicio su expresión más depurada en el espléndido personaje de Mariano –la secuencia en la que confiesa sus sentimientos tras su encuentro con Maïté, resulta casi sobrecogedora-. Un joven sensible oculto bajo la mentalidad del escéptico y el descreído, que poco a poco va dejando de lado los reproches que ha ido forjando su pasado vital. A su alrededor prácticamente se puede representar toda una generación de jóvenes franceses, dominados por un entorno social conflictivo.

 

Como antes señalaba, Téchiné seguiría explorando con el paso del tiempo los recovecos de la adolescencia, del amor no correspondido y la búsqueda de la propia identidad en posteriores títulos de su filmografía. Es por ello que, además de valorar en su propio resultado la valía de LES ROSEAUX SAUVAGES, hay que hacerlo como auténtico punto de partida, mostrando toda una sinfonía de sentimientos, emociones y desazones, servida con tanta delicadeza como dominio a la hora de plasmarlo de manera cinematográfica. Señalemos finalmente que el sendero iniciado con esta película, tuvo una concreta continuidad fílmica con la aportación del sensible actor Gaël Morel, quien en su brillante debut como realizador –À TOUT VITESSE (Sin respiro, 1996)- abordaba una temática similar, contando igualmente con la prestación del estupendo Stéphane Rideau.

 

Calificación: 3’5

LES ÉGARÉS (2003, André Téchiné) Fugitivos

LES ÉGARÉS (2003, André Téchiné) Fugitivos

El visionado de LES ÉGARÉS (Fugitivos, 2003) me permite ratificar mi consideración hacia André Téchiné como uno de los más valiosos, sensibles y personales realizadores con que cuenta el cine francés desde hace ya algunos años. Una vez más, en esta historia que parte del marco genérico de la invasión nazi a Francia en 1940, Téchiné adopta su tendencia de desarrollar historias sencillas e intimistas, partiendo de una base en un trasfondo dramático –como puede ser la inmigración norteafricana en la excelente LOIN (Lejos, 2001)-. En esta ocasión, pocos minutos bastan para introducirnos en los cuatro personajes que nos acompañarán durante toda la película. Se trata de Odile (Emmanuelle Béart), una mujer aún joven que se ha quedado recientemente viuda en esta guerra, a la que acompañan sus dos hijos –Phillippe y Cathy-. El primero de ellos es ya casi un adolescente y la hermana se encuentra aún en edad infantil. Los tres sufrirán un bombardeo, siendo ayudados por Yvan (Gaspard Ulliel), otro joven de aspecto tan atrayente como inquietante, junto al que lograrán establecerse en una vieja mansión evacuada por la contienda. Será para ellos un tiempo “detenido” –la imagen de ese reloj de pared que se encuentra parado en la casa, es reveladora a este respecto-, en el que todos los personajes permanecerán unidos. Y entre ellos, entre una mirada rural y casi telúrica, entre el fragor del paisaje, y la sensación de mantenerse al margen del mundo, es cuando realmente se van definiendo las relaciones psicológicas entre todos ellos. Es así como Odile mostrará desde el primer momento su rechazo a Yves, aunque cuando vaya descubriendo las habilidades de este su opinión negativa irá perdiendo fuerza, hasta desembocar paulatinamente en afecto e incluso pasión. Por su parte Phillippe demuestra ser un joven bastante sensato y de alguna manera mediará para que su madre acepte la presencia de Yvan, y también desea a toda costa hacerse amigo de él, ya que quizá vea en su valentía a la hora de adentrarse en situaciones peligrosas, algo que envidia interiormente. Por su parte, la pequeña no deja de vivir en ese entorno telúrico, jugando con ranas y siempre partícipando de diversiones en el campo, proporcionando esa nota casi panteísta que solo podría pertenecer a una pequeña.

En esa conjunción de elementos y un entorno rural lejanamente amenazado de bombardeo, sus cuatro protagonistas –sobre todo Yvan- intentarán aplicar una normalidad a su situación, descubriendo el privilegiado status de que gozan dentro de un contexto bélico latente, pero que para estos personajes apenas tiene incidencia. En un momento determinado, la llegada de los combatientes de forma casual, permitirá descubrir algunos elementos oscuros en el comportamiento de Yves –se demuestra que cortó las líneas telefónica y de radio, así como los robos efectuados a los cadáveres de los soldados-, pero de forma paralela su propia ausencia –está de caza cuando los dos soldados pasean un día con la familia-, lleva a Odile a descubrir y poner en práctica su deseo sexual con Yvan, con quien mantendrá una hermosa secuencia de pasión y deseo –algo por otra parte latente en el conjunto de la película-.

Este aparente triunfo del sentimiento no durará, no obstante, demasiado. Yvan será detenido acusado de fugarse de un orfanato, mientras la familia de Odile es enviada a los campos de ocupación, donde podrán vivir de cerca el horror de la guerra. Así se adentrarán en la vivencia de las lacras que conlleva toda guerra. Algo que hasta entonces para ellos no fue más que una singular vivencia llena de tranquilidad y sensualidad, en una mansión que les permitió la oportunidad de vivir y sentir ese “tiempo aparte”.

Ya en esos últimos instantes, Odile conocerá el trágico final de aquel joven inicialmente altanero, pero cuya presencia fue un auténtico revulsivo para una familia que no tenía aún asumido el drama y las consecuencias de la guerra, y que logró que Phillipe se adentrara y convirtiera en un ser adulto, al tiempo que posibilitó que en su madre renaciera la pasión y el sentimiento.

Evidentemente –y aún sin ser este uno de los títulos más brillantes de la trayectoria del realizador-, Téchiné pone en practica una mirada desapasionada y bucólica en ocasiones. Una mirada que de alguna manera surge a contracorriente del efecto dramático habitual en este tipo de películas, y que camina por un sendero muy peculiar, marcado por la sensualidad, el placer que proporciona bañarse en una vieja alberca, el reparto de la comida, o conseguir identificarse con los propietarios que dejaron provisionalmente la casa, visualizando todos sus escritos y fotografías. Esa mirada precisa, sensible, bucólica, y terrible por estar marcada por la invasión alemana a Francia, está tratada por el realizador francés con la delicadeza del entomólogo, poniendo en práctica su magnífica y personalísima dirección de actores. En especial de esos jóvenes descubrimientos a los que sabe modelar –en esta ocasión, el ejemplo lo ofrece Gaspard Ulliel-, y que a partir de su experiencia con el realizador, ya se encuentran preparados para formar parte de la galería de los mejores intérpretes jóvenes galos.

Calificación: 3

 

LES SOEURS BRONTË (1979, André Techiné) Las hermanas Brontë

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Sin ser un especial seguidor del cine francés en sus últimas décadas, he de reconocer que si tuviera que citar un realizador que procuro seguir en la medida de mis posibilidades este es André Techiné. Este interés no he podido verlo compensado con un mayor acercamiento a su obra ya que mi “descubrimiento” de su obra es ciertamente tardío y ello ha motivado que hasta la fecha no me haya podido acercarme más que un porcentaje minoritario de sus títulos, que se inició cuando hace pocos años me sorprendió la fuerza que manifestaba RENDEZ-VOUS (1985). Ya en aquella ocasión pude detectar su intensidad, talento cinematográfico, experta dirección de actores y, fundamentalmente, una especial sensibilidad que le hacía huir de las corrientes imperantes, plasmando una trayectoria todo lo discutible que se quiera pero indudablemente personal, que ha dado como fruto más o menos reciente una película excelente como LEJOS (Loin, 2001) –todo un ejemplo como tomar como base la problemática de la inmigración norteafricana en España para trazar un hermoso relato de pasiones, evocaciones y nostalgias-.

LAS HERMANAS BRONTË (Les soeurs Brontë, 1979) es una de las primeras películas de Techiné y ciertamente la menos lograda de las cuatro suyas que he podido ver hasta la fecha. No por ello voy a señalar que se trate de un resultado olvidable, pero de alguna manera en él se detectan bastantes de sus virtudes como realizador, por más que aún coexistan elementos que denotan una ausencia de las sutilezas que posteriormente definirán obras posteriores. La película narra la novelización de la aventura vital de los jóvenes hijos de la familia Brontë, que tienen su único exponente masculino en la admirada figura masculina de Branwell (Pascal Gregory), a la que acompañan sus tres hermanas; Emily (Isabelle Adjani), Charlotte (Marie-France Pisier) y Anne (Isabelle Hüppert). Todos ellos se han criado en un ambiente represivo al ser hijos de un viejo pastor (Patrick McGee), en el contexto de una Inglaterra rural y provinciana del siglo XIX. Ambos igualmente dan señales de una inusual sensibilidad artística que se patentiza en una disposición para la pintura de Branwell y a la literatura por parte sus tres hermanas, con especial mención en la figura de Emily, contraria en todo momento a que se publiquen sus escritos.

A partir de estas premisas y por medio de una excelente recreación formal y cuidadísimo tono fotográfico, vemos discurrir, el devenir de unas vidas marcadas por un aliento trágico. En efecto, su recorrido está marcado por una mirada sensible y llena de tristeza. Una mirada que habla de la rebelión contra las convenciones de la moralidad de la época –Emily se rebela contra ellas en un momento dado vistiéndose de hombre y retozando en el campo; Branwell tiene una apasionada historia de amor con la esposa de un acaudalado terrateniente que lo ha contratado como profesor de francés para sus hijos-, resultando incluso desasosegadora en su contemplación por su tristeza y determinismo.

Sin embargo, si por algo destaca este film es por detectarse en el mismo una ya más que incipiente sensibilidad cinematográfica por parte de Techiné. Aunque logre solo parcialmente desembarazarse del territorio del cine de qualité a la francesa –con el lastre de ubicarnos dentro de una ambientación británica-. Cierto es que a lo largo de su metraje este especial esmero formal es evidente y favorece la intensidad dramática de su conjunto. A ello contribuye la excelente dirección de actores del conjunto del reparto –en el que siento tener que excluir a una Isabelle Adjani que me resultó molestísima con sus mohines y aires de incipiente “monstruo sagrado”-, y contribuye igualmente la dirección de la planificación y montaje del film, que combina secuencias intimistas e intensas con la presencia de paisajísticos planos generales y panorámicas que permiten dotar de respiración el conjunto, pero al mismo tiempo complementa ese aire mortuorio y triste de su conjunto.

LAS HERMANAS BRONTË al mismo tiempo incorpora en su discurrir una nada solapada reflexión sobre la importancia de la mujer, de la individualidad, del derecho a ser libre y traspasando todo ello a la personalidad de la expresión artística como catalizador de todos estos sentimientos. Una simbiosis de todo ello se puede trasladar en el film cuando se publican las primeras obras de Emily que firman con pseudónimo las tres hermanas, y cuya fuerza literaria los expertos elucubran no pueden haber sido elaborada por un hombre.

Entre los elementos que lastran el conjunto de esta realización de Techiné podría citarse una muy palpable morosidad narrativa –algunas secuencias habrían ganado en fuerza con un mayor ajuste de metraje-, hay una excesiva dispersión entre sus principales personajes –las andanzas de las tres hermanas carecen de densidad en conjunto-, y es evidente que el look imita títulos cercanos en el año de producción como es el BARRY LYNDON (1975) de Stanley Kubrick o el más cercano LOS DUELISTAS (The Duellists, 1977) de Ridley Scott, con la que afortunadamente se desmarca de su esteticismo de índole publicitaria.

Ciertamente y pese a que la película se centra en la vertiente femenina del film, creo que el personaje mejor trazado del mismo es el del único hermano varón. La figura de Branwell, su relación con la acaudalada Mrs. Robinson –atención a los primeros planos de la interpretación de Gregory en la secuencia en que se sincera con ella- conforma algunos de los elementos más interesantes de la película. Al mismo tiempo resultan especialmente reseñables los detalles macabros que salpican sus secuencias, en especial la plasmación de las diferentes muertes que jalonan su andadura. Desde la presencia de la anciana cuidadora cuyos sufrimientos antes de fallecer evoca con angustia Branwell, la propia muerte de este –con el detalle de morir con la boca abierta y siendo imposible esta de ser cerrada una vez muerto- o la mejor imagen de la película; esa intensa presencia del cadáver de Emily desnudo y sentado en una silla presto para ser amortajado –antes de fallecer esta se ha puesto la chaqueta de su hermano ya desaparecido, siendo presta de un ataque de angustia-.

Es justo destacar en LAS HERMANAS BRONTË un tercio final excelente –la primera media hora es por el contrario algo morosa-, redondeando en su conjunto una película finalmente interesante, mas en la configuración de la obra de un director realmente brillante que por su carácter deudor de la qualité de la época, siquiera tenga una especial sensibilidad en su desarrollo.

Calificación: 2’5