MY LOVE COME BACK (1940, Curtis Bernhardt)
Como en tantas otras manifestaciones artísticas, y como en no pocas ocasiones me ha brindado mi deseo de ir escudriñando entre esos títulos poco conocidos, que enriquecieron y agrandaron el cine del pasado, muchas veces la Historia del Cine se escribe con renglones torcidos. Por lo menos con mimbres muy diferentes a los que la historiografía generada nos ha dado casi como inmutables. Todo ello me venía a la mente –como ha me ha sucedido anteriormente en tantas otras ocasiones-, al contemplar la deliciosa MY LOVE COME BACK (1940), una comedia sorprendente por varios motivos. En primer lugar por ser la primera realización del alemán Curtis Bernhardt –que aparece firmado aún con su nombre alemán de Kurt Bernhardt- tras su periplo parisino –fue uno más de los hombres de cine que realizó su andadura Berlín-Paris-Hollywood-. Hacerlo además en el ámbito de la comedia… y magnífica además.
MY LOVE COME BACK aparece pues, como una comedia de enredo, centrada en la figura de la joven, sensible y talentosa violinista Amelia Cornell (una encantadora Olivia de Havilland). Pese a sus dificultades económicas, su encanto y sus posibilidades artísticas, le harán granjearse problemas en torno a las condiciones que ha de cumplir, de cara a asumir la beca que le permita sus prácticas musicales. Pero al mismo tiempo, y sin que ella lo perciba, será objeto de una extraña admiración por parte del otoñal magnate musical Julius Malette (pletórico Charles Winninger). Este, fascinado al contemplarla en un concierto privado, no solo despertará de una irreprimible modorra, sino que incluso llegará a acceder a la petición de presidir dicha asociación, el comprender que con ello ayudará al mecenazgo de la muchacha, siempre que ella no se entere del mismo. A partir de esta premisa, la película irá dirimiéndose en torno a la triple atracción que Amelia suscitará entre el ya veterano Manette, entre su directivo más destacado –Tony Waldwin (Jeffrey Lynn)- y entre el propio hijo del primero, el inexperto y un tanto arrogante Paul (William Orr). Será todo ello la base para un por momentos delirante enredo, en donde la verdad, la simulación y la búsqueda, se darán de la mano en una película que –y este sería el rasgo más destacable que destaco de un estupendo conjunto-, aparece casi como un elemento puente de cara a la posterior evolución del género.
Y es que, de entrada, pese a ser la primera muestra de la implicación del cineasta dentro de la Warner Bros, lo cierto es que MY LOVE COME BACK aparece como un producto que en modo alguno aparece ligado a los parámetros del estudio. En nada recuerda cualquier aspecto sombrío de sus títulos policíacos, e incluso sus ya entonces célebres melodramas. Incluso su tono fotográfico queda dominado por una luminosidad alejada de los contrastes y claroscuros inherentes al cine de dicho estudio. Tan solo el ritmo que le proporciona su montaje, podría asumirse como un elemento habitual en el cine de la Warner. Y sin embargo, el film de Bernhardt se acerca más a unos tonos europeos y chispeantes. Perece que por momentos pudiéramos asumir que la misma podría estar rodada en ese París que casi invocan sus fotogramas, uniendo a ello una mirada irónica que, y es una referencia que personalmente considero bastante clara, podría haber servido de referencia a la posterior inclinación de Bily Wilder a la comedia irónica. Son muchos los instantes y momentos que nos inclinan a sospechar dicha influencia, pero me gustaría sobre todo destacar un momento antológico –de los mejores en una película que abunda en ellos-, como es ese breve plano que muestra a un al mismo tiempo contrariado y absorto Julius, celebrando con un violón y con toda su familia utilizando instrumentos musicales, su aniversario de boda. La expresión del intérprete, el contraste que ofrece con lo que en esos momentos está disfrutando Amelia con el recién encontrado Tony, me recuerda mucho la inserción de los planos de Jack Lemmon y Joe E. Brown en SOME LIKE IT HOT (Con faldas y a lo loco, 1959. Billy Wilder), como oposición a los escarceos amorosos de Tony Curtis con Marylyn Monroe. Pero en una comedia que por momentos parece preludiar al mismo tiempo el expléndido periodo de Lubitsch con la 20th Century Fox, que aún no había comenzado, hay otra referencia que puede ayudarnos a apostar por esa influencia en la comedia wilderiana. Me refiero a la presencia argumental del contraste entre la música clásica y las nuevas corrientes de la música popular americana, que forman parte del nudo vector del film y que, no lo olvidemos, aparece en otra vertiente, como base de la casi inmediata BALL OF FIRE (Bola de fuego, 1941. Howard Hawks), de la que Wilder y Charles Brackett fueron guionistas, y que años después surgió un menos afortunado remake con A SONG IS BORN (Nace una canción, 1948. Howard Hawks), retomando esa ingeniosa simbiosis musical que Bernhardt había ofrecido como realizador ya en 1940. Y, si se me permite la aseveración, superando a ambos títulos.
Lo cierto es que, más allá de estas significativas concomitancias, MY LOVE COME BACK es una esplendida comedia, repleta de una ironía que aparece hasta en sus últimos compases –esas miradas resignadas tras la ventana de los Malette padre e hijo al ver perdida a Amelia reconciliarse con Tony y, con ello, perder cualquier posibilidad con ella. La capacidad para mantener el enredo y el equivoco como elemento de constantes carcajadas. Su espléndida dirección de actores, y la humanidad que proyectan sus personajes, atendiendo a sus debilidades y siendo comprensivos con sus flaquezas, o el general acierto en el uso de la elipsis. La búsqueda de la dignidad en todos ellos, intentando sobrepasar cualquier convención –la esposa de Julius, siendo comprensiva de manera latente ante los devaneos de su marido, propios de alguien que no quiere resignarse a envejecer-. La ligereza de su montaje –no registra ningún descenso en su discurrir, que aparece por momentos vertiginoso- y otros recursos expresivos, como la sobreimpresión de los bailes que la protagonista y Tony mantendrán en el baile en el que se conocen, teniendo como fondo las partituras de las piezas que servirá para su rápido acercamiento y enamoramiento mutuo. Es tanto y tan bueno lo que nos ofrece esta casi desconocida comedia de Curtis Bernhardt, que resulta difícil quedarse con algo en concreto. Desde el cambio de actitud final del arisco director de orquesta, cuando estos cambian de música en la fiesta a la que asisten como animadores, la nueva actitud de Paul con respecto a Amelia, o su manera totalmente opuesta de atender a los registros de talones de cien dólares que su padre entrega anónimamente a la muchacha.. Un conjunto brillante y vitalista, amable en sus costuras pero hondo en su dirección –esa búsqueda de la violinista talentosa y de cortos recursos, por preservar su integridad a toda costa-, que ha de encontrar desde ya, un lugar de cierta preferencia, dentro del conjunto de la producción emanada por el género en aquellos años cruciales para su evolución futura.
Calificación: 3’5