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CINEMA DE PERRA GORDA

Douglas Sirk

HAS ANYBODY SEEN MY GAL? (1952, Douglas Sirk)

HAS ANYBODY SEEN MY GAL? (1952, Douglas Sirk)

Más allá de cualquier otra valoración o análisis, lo cierto es que HAS ANYBODY SEEN MY GAL? (1952, Douglas Sirk) es una comedia muy agradable, en la que se nota la mano, la estética y el dominio del espacio escénico de su realizador –poco antes de iniciar su periodo de esplendor dentro de su amplio contrato con la Universal-, suponiendo además una de sus escasísimas incursiones dentro del terreno de la comedia. Lo hace a partir de una historia que se desarrolla a finales de la década de los años veinte, en una localidad del estado de New York, logrando además de un estupendo tratamiento de color, cierto anticipo de los modos melodramáticos que definirían su cine, y una crónica bastante notable de la hipocresía representada en un ambiente provinciano.

 

Su argumento narra la peripecia del inmensamente acaudalado Samuel Fulton (Charles Coburn), anciano achacoso y maniático que está pensando en quien dejar como herederos de su cuantiosa fortuna, ante su ausencia de familiares. Por ello barajará la idea de hacer testamento a favor de la familia Blaisdell, descendientes de quien fuera su novia de juventud, que finalmente lo rechazó en beneficio de un modesto bibliotecario. Curiosamente, ese rechazo es el que posibilitó que con su esfuerzo alcanzara la suficiente ambición para marcharse de aquella localidad e iniciar lo que tiempo después sería su fortuna. Aconsejado por su abogado y su médico, decide viajar hasta la pequeña ciudad y, mediante un ardid, introducirse en la actual familia Blaisdell como un inquilino no deseado, y bajo el nombre ficticio de John Sims -como el protagonista de THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928. King Vidor)-. La vivencia con esta familia le permitirá descubrir un entorno más o menos feliz, en el que la ausencia del dinero es más que habitual. Espoleado por ello decide hacerles entrega de forma anónima de cien mil dólares. Lo que en principio se abre como la solución de todos sus males, muy pronto devendrá en una sucesión de conflictos y, de forma muy especial, la constatación de la inadaptación de un entorno modesto a los modos de “nuevos ricos”. Así, el matrimonio se introducirá en un entorno lleno de burgueses que no es el suyo, mientras en la localidad a través del “boca a boca” de sus vecinos, las cantidades se van aumentando hasta creer sus habitantes que la inesperada fortuna de los Blaisdell asciende a varios millones de dólares. Su hijo mayor Howard (William Reynolds), se endeuda en el juego, mientras que a su hermana pretenden hacerla casar con un caprichoso joven de adinerada familia –Carl (Skip Homeier)-, separándola de su verdadero amor, Dan (Rock Hudson).

 

HAS ANYBODY… plantea una fábula de ciertas resonancias caprianas, en la que más que buscar un cuento moralista inclinado a proyectar el sempiterno “el dinero no proporciona la felicidad”, aspira sobre todo a elaborar una metáfora sobre la necesidad del ser humano de realizarse como tal, por encima de cualquier otro condicionamiento. Supongo que esa es la intención que se marcaba en el guión de Joseph Hoffman –basado en una historia de Eleanor H. Porter-, y es la que transmite con elegancia la puesta en escena de Douglas Sirk, que ya demuestra su destreza en el manejo del color –fotografía de Clifford Stine-. Junto a ello, retendremos además la habilidad con la que integra en la historia el peso de la climatología –esas imágenes de la nieve, que pronto se harían familiares en sus películas-, la dirección de actores, el manejo de la composición de los planos y los movimientos de cámara, logrando asimismo un especial acierto en las secuencias caracterizadas por su alcance coral –especialmente tangible en la que se produce la donación, perfectamente modulada para pasar de la sorpresa, la posterior alegría, y la casi instantánea llegada de las primeras complicaciones, que enturbian la paz de la familia-.

 

Todo ello, así como su alcance descriptivo, contribuye a hacer de su resultado una comedia de costumbres en todo momento agradable, y en algunos instantes realmente brillante. Sin embargo, creo que ello no puede permitir hacer considerar la misma como un título especialmente recordable –lo que no debe dejar de hacernos manifestar la injusticia de su inexistente estreno comercial en España, que solo algunos pases televisivos y la reciente edición en DVD han logrado subsanar-. Y cuando hago ver ese relativo corto alcance, me refiero en su conjunto a lo liviano de su propuesta, sin que dicha insustancialidad logre ser compensada por otros objetivos dramáticos o puramente cinematográficos. No se puede decir que su conjunto sea original en sí mismo –cuantos títulos han imitado a otros precedentes y pese a ello lograron un alto nivel de calidad-. Pero en este caso, parece que Sirk no logra trascender las limitaciones de su planteamiento argumental, que incluye esas posteriormente reconocidas referencias estéticas -.el peso de la pareja de desnudos escultóricos que se inserta en la nueva mansión de los Blaisdell-. La presencia en su primera mitad de algunos momentos musicales y canciones resultan un auténtico pegote y, con ser brillante su aportación, la película se nota demasiado que está al servicio del registro del veterano Charles Coburn –no hay más que ver como se prolongan los cierres de varias de sus secuencias, prestos para que Coburn efectúe algún tic cómico de complicidad. Si a ello unimos su apresurada y poco matizada conclusión –que casi hace ver que el personaje del veterano millonario ha supuesto una especie de ángel que llegó hasta la familia protagonista-, podremos detectar esas insuficiencias que en su conjunto impiden que HAS ANYBODY… alcance a consolidarse en esas cotas de calidad que sí demuestran sus mejores momentos, y que en su conjunto le llevan a ser una comedia francamente poco habitual para la producción de la Universal en aquellos años.

 

Dos últimas anotaciones. Todos sabrán de la fugaz presencia de un jovencísimo James Dean dentro de la cantina en la que se sirven helados. Una leve panorámica nos desvela las mayores armas que como actor pondría en práctica poco después; una sobreactuación sin medida. En su oposición, esta sería la primera de las tres colaboraciones del joven y atractivo William Reynolds dentro del elenco de secundarios de sus películas ¿Cómo este actor no se consagró como galán y una gran estrella, demostrando mayor talento que Rock Hudson y John Gavin? Misterios de la Universal.

 

Calificación: 2’5

SLEEP, MY LOVE (1948, Douglas Sirk) Pacto tenebroso

SLEEP, MY LOVE (1948, Douglas Sirk) Pacto tenebroso

En muchas de sus declaraciones, Douglas Sirk confesaba tener muy poco aprecio por buena parte de las películas que forjaron los primeros años de su obra norteamericana. No deja de ser una apreciación excesivamente autocrítica –algo que le honraba, por otra parte-, cuando en ella se dan cita títulos incluso de notable interés, reveladores además de una personalidad cinematográfica que heredaba su experiencia escénica alemana, y que prefiguraba sus grandes éxitos en la década de los cincuenta. En cualquier caso, lo cierto es que SLEEP, MY LOVE (Pacto tenebroso, 1948) no puede considerarse uno de los títulos de especial interés en ese inicial periodo hollywoodiense, por más que en ella se pueda y deba destacar el esfuerzo visual y de atmósfera logrado y la presencia de una excelente actriz como Claudette Colbert.


 

El inicio de la película es atractivo. Sobre el viaje impetuoso de un tren se despierta la atractiva y sofisticada Alison Courtland (Colbert). Sobresaltada por verse en un escenario impensable para ella, pronto se la recuperará en Boston, desde donde a instancias policiales se la devolverá en vuelo hacia New York. Allí vive habitualmente con su esposo –Richard (Don Ameche)-, en un entorno de pareja económicamente acomodada. En el vuelo de regreso, Alison conocerá a Bruce (Robert Cummings), un joven y simpático soltero con quien pronto entablará amistad, y que a la llegada a su retorno llegará a contactar con ella en varias ocasiones. Sin embargo, algo pasa en nuestra protagonista; una serie de sucesos extraños permiten pensar que se encuentra presa de alteraciones mentales. La visión de un extraño sujeto provisto de unas prominentes gafas, y ciertas actitudes complementarias, hacen dudar de la salud mental de la Sra. Courtland. Es algo que incluso llega a intuir Bruce, pero cuando acude junto a ella a la boda de su hermano adoptivo chino, permitirá que sus sentimientos hacia ella sean más profundos, y con ello sus dudas sobre la posibilidad de que ella se encuentre enferma mental. A partir de ahí se irán conociendo los detalles que describen el plan urdido por Richard y otros, para deshacerse de Alison, heredar su fortuna y casarse con Daphne (Hazel Brooks), una joven sensual y llena de vulgaridad. Un plan que finalmente se desviará de sus intenciones iniciales, en buena medida por las gestiones de Bruce –quien en un momento determinado llega a salvarla de saltar por el balcón de su casa, inducida hipnóticamente por su propio marido-, y que llevará a poder llegar a la luz pública en la resolución de este plan criminal.


 

Evidentemente, el sucinto relato del argumento nos permite comprobar que nos encontramos ante un producto que sigue la estela de melodramas de índole psicológica que tanto proliferaron en aquellos años, mostrando diversas características de los exponentes más conocidos de esta corriente –desde el Alfred Hitchcock de SUSPICION (Sospecha, 1941), hasta el George Cukor de GASLIGHT (Luz que agoniza, 1944), sin olvidarnos por supuesto del referente británico de este mismo film, filmado en 1940 por Thorold Dickinson-. En cualquier caso, quizá en esta ocasión nos situemos más cerca del apenas evocado y muy interesante MY NAME IS JULIA ROSS (Joseph H. Lewis, 1945), con la que comparte una serie de características que van desde encontrarnos ante un producto de presupuesto limitado –pese a encontrarnos con un reparto de estrellas de cierto relieve-, la presencia de una ambientación opresiva y anticuada en las formas conforme al entorno temporal en el que se desarrolla el film, y la recurrencia a villanos que en todo momento esconden su auténtica personalidad.


 

Sin embargo, lo cierto es que esos rasgos tienen en SLEEP, MY LOVE una escasa incidencia. Y es que pese a estar basada en la obra de un autor al parecer caracterizado por sus tramas ingeniosas –Leo Rosten-, lo cierto es que el interés argumental de la película resulta prácticamente nulo. Desde el primer momento –y pese al intento de ofrecer a la excelente Claudette Colbert un personaje interesante para desarrollar un personaje atormentado-, ninguno de ellos goza de interés psicológico alguno. Son, en realidad, meros títeres, además de resultar tremendamente antipáticos de cara al espectador. Y en esa línea debemos destacar al cargante Don Ameche -que en esta película parece un atildado precedente de Eduardo Zaplana-, y que desde el primer momento sabemos está tramando algo, pero esa sensación de desapego como personaje, la adquirimos también con la presencia de Robert Cummins –eficaz pese a la blandura de su aspecto, que siempre le hizo acreedor de muy poca estima como intérprete-, e incluso nos llega a resultar sin interés alguno la chirriante amante de Richard, que viste y adquiere unos ridículos aires de “femme fatal”, sin que su presencia en la película tenga ni lógica ni, lo que es peor, carisma alguno.


 

Puede parecer a tenor de lo expuesto, que SLEEP… es un film despreciable. Y no es así. Desde el primer momento se revela el gusto del realizador por intentar incorporar al conjunto una impronta que muy pronto se haría característica de su cine. Desde la recurrencia a los espejos, es reseñable en su metraje el interesante juego escénico que se logra en el interior de la mansión de los Courtland, logrando mediante la planificación y la iluminación un entorno por momentos asfixiante, en el que destaca la movilidad de la cámara, su recurso a angulaciones que provocan un barroquismo siniestro, y la utilización dramática de las escaleras del edificio, que finalmente serán el centro de la resolución del relato. De destacar es la extraña prestación de George Coulori, como uno de los colaboradores del plan de Richard, o los eficaces apuntes de comedia recreados por Cummings cuando decide visitar el despacho del marido de los Courtland. Sin embargo, de quedarme con algunos de los elementos de su conjunto –que tiene algunas debilidades argumentales tan pueriles como la visita de Bruce al negocio de fotografía, en donde de forma nada creíble encuentra las gafas y el manual fotográfico que pueden determinar la veracidad de las visiones de la atormentada protagonista-, sin duda optaría lo logrado que se encuentra el objetivo de describir una mansión abigarrada, anticuada y recargada en su ambientación de época, que contrasta con un New York contemporáneo, urbano y nocturno. Ese contraste en apariencia tan anacrónico, la garra de sus momentos iniciales, la secuencia en la que Alison está a punto de morir tirándose por el balcón –un momento, por cierto, en el que se resaltan los contrastes de ambientación ya señalados-, o la elegancia de la fiesta que se celebra en la propia mansión –y que suponen un auténtico avance de aquellas que mostrara en sus más famosos melodramas de la década siguiente-, son los elementos más perdurables de un título finalmente discreto, incluso irritante en algunos de sus frentes –todo lo que rodea al personaje de Richard-, pero al que no cabe pedir mas de lo que ofrece, configurándose finalmente como un producto menor, aunque revelador de las posibilidades del realizador, partiendo de un material de base francamente poco atractivo.

 

Calificación: 2

BATTLE HYMN (1956, Douglas Sirk) Himno de batalla

BATTLE HYMN (1956, Douglas Sirk) Himno de batalla

Incluso por los más fervorosos del cine de Douglas Sirk, a la hora de mencionar BATTLE HYMN (Himno de batalla, 1956), o bien se mira hacia otro lado o abiertamente se la cita como una obra auténticamente bastarda ¡Ahí es nada!; dar vida  un proyecto encaminado a ensalzar las hazañas bélicas y humanísticas del coronel Dean Hess (Rock Hudson), antiguo combatiente en la II Guerra Mundial atormentado por haber bombardeado un orfanato de niños, convertido en predicador metodistas en ciernes, aquejado de crisis espiritual y alistado en la Guerra de Corea. Allí alternará la lucha bélica aérea, con el salvamento de cientos de pequeños huérfanos, a los que alejará de una muerte segura. 

Indudablemente, la propuesta que emana del guión de Vincent B. Evans y Charles Grayson, alcanza un tono apologético ya presente en la misma presentación inicial del film y en buena parte de la película –que contó en el rodaje con la persistente presencia del propio coronel Hess, lo cual pareció incomodar bastante al director-. Es lógico afirmar que todos estos condicionantes y las convenciones de género bélico que se desarrollan, pesan considerablemente a la hora del resultado final del film. Pero con BATTLE HYMN me ocurre personalmente un poco lo mismo que con AMERICAN GUERRILLA IN THE PHILIPPINES (Guerrilleros en Filipinas, 1950) en la obra de Fritz Lang. Son encargos indudablemente alejados del mundo expresivo y las inquietudes de sus realizadores, en líneas generales quizá hasta impersonales, pero que de forma esporádica consiguen dotar de interés a base de intensidad cinematográfica.

En este caso, Sirk señalaba que intentó abordar en esta película la contradicción y dualidad del protagonista, entre ese guerrero que mata y luego se dedica a ofrecer sus mayores esfuerzos a salvar vidas, y apostaba por el misticismo o la extrema espiritualidad. Cierto es que una audacia de esta índole la consiguió previamente en su obra,  y de forma más lograda, con MAGNIFICENT OBSSESSION (Obsesión, 1953), pero pese a todas sus convenciones sí alcanza en bastantes momentos ofrecer la transformación que en Hess ejerce la manera y serenidad de entender la filosofía que plasman los orientales. Una vertiente en la que incide poderosamente el personaje del viejo tallista que se incorpora a la labor del coronel en la tarea de la protección de esos niños que se alojarán en las ruinas de un viejo santuario budista. Es en su interior, donde se ofrecerán quizá los mejores momentos de la película, caracterizados por el gusto y la intensidad de las composiciones visuales tan inherentes a la personalidad cinematográfica de Sirk, siempre de la mano de la brillantez y el cromatismo de la fotografía de Russell Metty, que alcanzan momentos de gran intensidad con esos colores saturados casi procedentes de un mundo plenamente espiritual.

Douglas Sirk comentaba que en su película –que no le gustaba especialmente-, no se tomaba una opinión sobre la pertinencia o no de la Guerra de Corea, pero no deja de resultar curiosa y, hasta cierto punto, chirriante, que esa dualidad del coronel sobre el que gira la historia, no adquiera una mayor significación dramática. Es evidente que los intereses de la película van por otro lado, pero no se alcanza una suficiente abstracción –el film tampoco se distancia de ofrecer una crónica hagiográfica-. En su defecto, BATTLE HYMN se decanta por los contrastes y la angustia espiritual de Hess, línea que alcanzará instantes brillantes en secuencias como aquella en la que sus compañeros de destacamento descubren que ha sido pastor metodista, la previa en la que durante la celebración navideña este no se ha atrevido a pronunciar unas palabras de acción de gracias –él es el mando superior del grupo-. Pero sobre todo esa tendencia tendrá su máxima expresión en el momento en que su amigo y compañero, es alcanzando en pleno vuelo tras protagonizar ambos una acción bélica. Gracias a los consejos de Hess –que viaja en otro avión- este logrará aterrizar. Pocas veces en el cine se ha expresado mejor una situación semejante. Una vez rescatado el herido este conversará con su compañero pidiéndole un apoyo espiritual –sabe que va a morir-, que este le concederá y permitirá que el piloto fallezca en paz y con plena aceptación.

Del mismo modo, no se puede ocultar la especial relación que se establece entre Hess y la joven coreana que ayuda a los huérfanos. Pero todos sabemos que nuestro protagonista es un hombre casado y espera un hijo, y cualquier espectador intuirá que dicho personaje deberá desaparecer de escena de una forma dramática. Así será, y protegiendo a un niño en un bombardeo, será acribillada y perderá la vida –un plano posterior mostrará la prolongación de la huída de los niños, mientras una panorámica nos lleva ante la sencilla tumba de arena de la anónima heroína-.

BATTLE HYMN destaca finalmente en una combinación de géneros, ya que junto al propiamente bélico, podemos hablar de un melodrama, un porcentaje de espiritualidad y misticismo y, finalmente, algunos apuntes de comedia –las secuencias en las que los soldados logran captar provisiones de Marina para alimentar a los niños- que logran una mayor cercanía al espectador.

Calificación: 2’5

A SCANDAL IN PARIS (1946, Douglas Sirk) [Escándalo en París]

A SCANDAL IN PARIS (1946, Douglas Sirk) [Escándalo en París]

Lo primero que se advierte cuando se contempla A SCANDAL IN PARIS (1946) -únicamente estrenada en nuestro país por medio de pases televisivos y desde hace poco editada en DVD bajo el título ESCÁNDALO EN PARÍS- es esa inequívoca condición de film de serie B encauzado con buen gusto e inteligencia por parte de su realizador. Es un nexo bastante común el cine de los años 40, donde tantos buenos directores se hicieron cargo de películas caracterizadas por sus modestas condiciones de producción. No se trata de evocar ejemplos al respecto –hay muchos, algunos firmados por Edgar G. Ulmer-, pero lo cierto es que dentro de estos límites se encuentran encerradas películas mucho más vivas y vigentes que, por ejemplo, la mayor parte de las lujosas producciones de la Metro.

Y lo cierto es que Douglas Sirk se movió con un enorme dinamismo y capacidad de ironía a la hora de dar vida esta divertida y pícara comedia de época, desarrollada en el París de finales del Siglo XVIII e inicios del XIX, en el que se pretende una singular biografía de François-Eugène Vidocq, singular personaje de la época caracterizado por haber tenido orígenes como delincuente, y evolucionar hacia convertirse en inspector de policía. Evidentemente con ello se lograba realizar un retrato irónico de un modo de pensar y toda una época. Una ironía que está en todo momento presente al discurrir la narración mediante la voz en off del propio protagonista, estar basada la historia en las propias memorias del personaje histórico y, de forma muy especial, por la excelente labor que George Sanders realiza del personaje, en uno de sus escasos papeles protagonistas de aquel periodo de su carrera. El propio Sirk siempre habló muy elogiosamente de esta película y de la aportación de Sanders en este film –así como en las otras películas suyas en las que el actor participó-. Ciertamente no se puede entender una película de estas características sin la personalidad que Sanders logra aplicar a su personaje. Sus gestos, sus miradas, la cadencia de su dicción –es imprescindible la versión original subtitulada-, logran marcar y hacer evolucionar la narración, en la que siempre el matiz irónico, el doble sentido y el peso de una educación se hacen patentes en los pasajes de la historia.

Vidocq discurrirá por la sociedad parisina de la época logrando ironizar con sus convenciones sociales y utilizando las mismas en función de su proyección. Jugará incluso con la simbología religiosa –posar como modelo para ser pintado como San Jorge-, sexuales –tiene aventuras con varias mujeres y se dedica a robarlas, siendo considerado como un Casanova- y al mismo tiempo esa dualidad es la que poco a poco le irá permitiendo evolucionar como persona, hasta lograr retornar sobre sus propios pasos y dirigirse a una relativa integración social que vendrá dada de la mano del amor que le profesa la joven Therese (Signe Hasso). Pero hasta llegar a esa especia de irónica redención, conoceremos el amplio discurrir de su andadura vital, que está caracterizado por la continua y cínica subversión del orden social de la época.

Para ello Sirk se valdrá de la elegancia de la labor de Sanders, de una excelente movilidad de la cámara, una estupenda ambientación de interiores y exteriores –todos ellos reconstruidos en estudio y probablemente ya utilizados en otras producciones-, y una escenografía que en muchos momentos se sirve de su propio artificio para realizar una mirada distanciada a todas las convenciones de aquella época. En este recorrido veremos como según van acrecentándose los botines que alcanza Vidocq, el personaje los aplaza hasta “invertirlo” de alguna manera en otros futuros golpes de mayor enjundia y que al mismo tiempo le irán “integrando” de alguna manera en esa sociedad que con sus acciones está subvirtiendo.

Y será su último golpe el planificado atraco al Banco de París, una vez ya ha sido ascendido a comisario de la capital francesa. Para ello introducirá como personal de la entidad bancaria a los familiares de Emile (Akmim Tamirof), su fiel acompañante, pero finalmente estos igualmente se integrarán dentro de esa nueva sociedad en la que se sienten cómodos, quizá como nunca se habían sentido en su condición de delincuentes.

A SCANDAL IN PARIS tiene una parte final absolutamente admirable, en la que se produce esa relativa “redención” por amor en el personaje de Vidocq. Una parte esta que tendrá como prólogo el asesinato de la libidinosa Loretta (Carole Landis), de manos de su celoso esposo, Richet (Gene Lockhart) –en una secuencia magnífica y llena de matices expresionistas-. Es en esos momentos cuando la seriedad se adueñará de la película, con la confesión y detención del asesino por parte de Vidocq. Y será en el deseo de este de desembarazarse de su ayudante, cuando se acentuará la codicia de Emile, estableciéndose una lucha entre ambos que culminará con la muerte en defensa propia del hasta entonces fiel ayudante –en otro momento de gran belleza visual, caracterizado por el movimiento de ese extraño tiovivo que parece indicar que el devenir de la vida es imparable-.

Por esa ironía siempre latente, el cuidado de su puesta en escena, la voluntad con la que se logran soslayar a base de talento y diseño escenográfico unas limitaciones de producción, y por la propia e insólita concepción de la película, es innegable destacar una obra de las características de A SCANDAL IN PARIS, no solo para los seguidores de la obra de ese gran director que fue Douglas Sirk, sino para los amantes de las rarezas que propició la serie B del cine norteamericano en la década de los años 40.

Calificación: 3