A SCANDAL IN PARIS (1946, Douglas Sirk) [Escándalo en París]
Lo primero que se advierte cuando se contempla A SCANDAL IN PARIS (1946) -únicamente estrenada en nuestro país por medio de pases televisivos y desde hace poco editada en DVD bajo el título ESCÁNDALO EN PARÍS- es esa inequívoca condición de film de serie B encauzado con buen gusto e inteligencia por parte de su realizador. Es un nexo bastante común el cine de los años 40, donde tantos buenos directores se hicieron cargo de películas caracterizadas por sus modestas condiciones de producción. No se trata de evocar ejemplos al respecto –hay muchos, algunos firmados por Edgar G. Ulmer-, pero lo cierto es que dentro de estos límites se encuentran encerradas películas mucho más vivas y vigentes que, por ejemplo, la mayor parte de las lujosas producciones de la Metro.
Y lo cierto es que Douglas Sirk se movió con un enorme dinamismo y capacidad de ironía a la hora de dar vida esta divertida y pícara comedia de época, desarrollada en el París de finales del Siglo XVIII e inicios del XIX, en el que se pretende una singular biografía de François-Eugène Vidocq, singular personaje de la época caracterizado por haber tenido orígenes como delincuente, y evolucionar hacia convertirse en inspector de policía. Evidentemente con ello se lograba realizar un retrato irónico de un modo de pensar y toda una época. Una ironía que está en todo momento presente al discurrir la narración mediante la voz en off del propio protagonista, estar basada la historia en las propias memorias del personaje histórico y, de forma muy especial, por la excelente labor que George Sanders realiza del personaje, en uno de sus escasos papeles protagonistas de aquel periodo de su carrera. El propio Sirk siempre habló muy elogiosamente de esta película y de la aportación de Sanders en este film –así como en las otras películas suyas en las que el actor participó-. Ciertamente no se puede entender una película de estas características sin la personalidad que Sanders logra aplicar a su personaje. Sus gestos, sus miradas, la cadencia de su dicción –es imprescindible la versión original subtitulada-, logran marcar y hacer evolucionar la narración, en la que siempre el matiz irónico, el doble sentido y el peso de una educación se hacen patentes en los pasajes de la historia.
Vidocq discurrirá por la sociedad parisina de la época logrando ironizar con sus convenciones sociales y utilizando las mismas en función de su proyección. Jugará incluso con la simbología religiosa –posar como modelo para ser pintado como San Jorge-, sexuales –tiene aventuras con varias mujeres y se dedica a robarlas, siendo considerado como un Casanova- y al mismo tiempo esa dualidad es la que poco a poco le irá permitiendo evolucionar como persona, hasta lograr retornar sobre sus propios pasos y dirigirse a una relativa integración social que vendrá dada de la mano del amor que le profesa la joven Therese (Signe Hasso). Pero hasta llegar a esa especia de irónica redención, conoceremos el amplio discurrir de su andadura vital, que está caracterizado por la continua y cínica subversión del orden social de la época.
Para ello Sirk se valdrá de la elegancia de la labor de Sanders, de una excelente movilidad de la cámara, una estupenda ambientación de interiores y exteriores –todos ellos reconstruidos en estudio y probablemente ya utilizados en otras producciones-, y una escenografía que en muchos momentos se sirve de su propio artificio para realizar una mirada distanciada a todas las convenciones de aquella época. En este recorrido veremos como según van acrecentándose los botines que alcanza Vidocq, el personaje los aplaza hasta “invertirlo” de alguna manera en otros futuros golpes de mayor enjundia y que al mismo tiempo le irán “integrando” de alguna manera en esa sociedad que con sus acciones está subvirtiendo.
Y será su último golpe el planificado atraco al Banco de París, una vez ya ha sido ascendido a comisario de la capital francesa. Para ello introducirá como personal de la entidad bancaria a los familiares de Emile (Akmim Tamirof), su fiel acompañante, pero finalmente estos igualmente se integrarán dentro de esa nueva sociedad en la que se sienten cómodos, quizá como nunca se habían sentido en su condición de delincuentes.
A SCANDAL IN PARIS tiene una parte final absolutamente admirable, en la que se produce esa relativa “redención” por amor en el personaje de Vidocq. Una parte esta que tendrá como prólogo el asesinato de la libidinosa Loretta (Carole Landis), de manos de su celoso esposo, Richet (Gene Lockhart) –en una secuencia magnífica y llena de matices expresionistas-. Es en esos momentos cuando la seriedad se adueñará de la película, con la confesión y detención del asesino por parte de Vidocq. Y será en el deseo de este de desembarazarse de su ayudante, cuando se acentuará la codicia de Emile, estableciéndose una lucha entre ambos que culminará con la muerte en defensa propia del hasta entonces fiel ayudante –en otro momento de gran belleza visual, caracterizado por el movimiento de ese extraño tiovivo que parece indicar que el devenir de la vida es imparable-.
Por esa ironía siempre latente, el cuidado de su puesta en escena, la voluntad con la que se logran soslayar a base de talento y diseño escenográfico unas limitaciones de producción, y por la propia e insólita concepción de la película, es innegable destacar una obra de las características de A SCANDAL IN PARIS, no solo para los seguidores de la obra de ese gran director que fue Douglas Sirk, sino para los amantes de las rarezas que propició la serie B del cine norteamericano en la década de los años 40.
Calificación: 3
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