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CINEMA DE PERRA GORDA

Irving Reis

CRACK-UP (1946, Irving Reis)

CRACK-UP (1946, Irving Reis)

Una película tan curiosa y de moderado interés como CRACK-UP (1946, Irving Reis), podría insertarse dentro de la deriva del noir, en la que en no pocos momentos coqueteó con el fantastique. Se trata de un contexto, en el que podría aparecer títulos tan atractivos como MINISTRY OF FEAR (El ministerio del miedo, 1944. Fritz Lang), NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947. Edmund Goulding), NIGHT HAS A THOUSAND EYES (Mil ojos tiene la noche, 1948. John Farrow), o WHIRPOOOL (Vorágine, 1949. Otto Preminger). Son estos y otros ejemplos, dentro de una corriente que, en cierto modo, era lógico que tuviera cabida dentro de un género de tanta amplitud de posibilidades. Rodada dentro de la RKO, una de las productoras más avezadas del noir, la película nos narra una historia enrevesada -adaptada de una historia de Fredrick Brown-, centrada en la angustiosa deriva vivida por el reputado y, al mismo tiempo, quisquilloso crítico de arte y experto en falsificaciones, George Steele (Pat O’Brien). Este llegará de noche, totalmente fuera de sí, a las instalaciones del museo de arte en el que trabaja, destrozando una de sus esculturas y llamando la atención de todos sus responsables y compañeros, que se encuentran celebrando un consejo de empresa. La estridente situación provocará la llegada de agentes del orden, pero el conservador de las instalaciones -Barton (Erskine Sanford)- rogará que se solape el previsible escándalo, avalando dicha petición el extraño Traybin (Herbert Marshall), que muy pronto sabremos se trata de un agente de Scotland Yard aunque no haga extensiva su condición. Aunque parece que Steele sufrió una borrachera, en realidad se encuentra en estado de schock, sometiéndole a una terapia que permitirá describir un flashback, en donde se visualizará una extraña vivencia que culminará con un aterrador accidente de tren -un episodio que deja entrever cierta herencia de situaciones más o menos similares de horror urbano, tan familiares en las producciones de Val Lewton dentro del estudio, en títulos de horror dirigidos por Jacques Tourneur o Mark Robson-. Nada que coincida con la realidad que aprecian los que se encuentran junto a él, siendo despedido de la entidad en la que ha desarrollado sus actividades, dado sobre todo sus en apariencia excéntricas peticiones, como un aparato de rayos X, para detectar falsificaciones.

A partir de ese momento, con la ayuda de su novia -Terry (Claire Trevor)- y, en menor medida, del ya citado Traybin, este intentará buscar el sentido a su experiencia pasada dominada por lo irracional, reiterando el viaje en tren que hiciera el día anterior. Ello le llevará a comprobar que ese pretendido accidente de ferrocarril, en realidad era una falsa apreciación, y descubriendo una serie de aspectos haciéndole intuir que ha sido utilizado, en medio de una extraña situación, donde se delimita la falsedad y desaparición de una serie de lienzos que proceden de aquel centro de arte. Un elemento contribuirá a enrarecer la odisea de nuestro protagonista, al ser llamado de noche por uno de los componentes del comité, para transmitirle unas novedades sobre lo que se oculta en dichas instalaciones. Hasta allí llegará Steele, encontrándose muerto a su interlocutor y apareciendo por parte de uno de los conserjes, como el autor de dicho asesinato. A partir de ese momento, la lucha de Steele será la de un fugitivo en busca de la demostración de su inocencia, así como poder establecer la realidad del oscuro contexto de las falsificaciones registrado en la entidad. Para ello, utilizará a la secretaria de la misma, a su novia, a Trabyn y a una máquina de rayos X que dictaminará que unos cuadros que se iban a enviar a Inglaterra en un buque, no eran más que copias. Todo ello irá acercándose a la evidencia de los auténticos culpables en las delictivas actividades que se han venido llevando con dichosa lienzos, que llevarán a George y a su novia al borde de la muerte.

Antes lo señalaba. Lo mejor, lo más perdurable de esta apreciable cinta de ese interesante realizador que fue Irving Reis, reside en su coqueteo con el lenguaje del fantastique. Lo más valioso de CRACK-UP se da cita, además de lo noqueante de su secuencia inicial, en la creciente inquietud que se va asumiendo en ese relato en flashback, que desembocará en la subida nocturna en tren del protagonista, donde se irá apoderando de él una creciente angustia, hasta vivir en carne propia, el paroxismo de lo que en apariencia ha supuesto un terrible accidente. Será un episodio revestido de una densidad casi física que, unido al repentino retorno a la conciencia, sumirá al espectador en una extraña incomodidad. Será una lograda atmósfera que irá acompañando el deambular del personaje, una vez reitera ese viaje en tren viviendo de nuevo la aterradora experiencia previa, pero logrando ir más allá de la misma. O en la secuencia donde se verá implicado en un crimen, dominada por una nocturnidad de interiores casi espectral, y pudiendo solo contemplar el charco de sangre del asesinado. O, en definitiva, en el episodio descrito dentro de un buque, donde se encuentran escondidas esas obras tan buscadas, viviendo un extraño incendio del que logrará escapar al mismo tiempo que de la persecución por las autoridades, que en principio lo consideran autor del crimen antes señalado. Todo ello, que duda cabe, permite que nos encontremos con un conjunto de cierto interés, en el que destacará de manera poderosa atmósfera brindada por la iluminación en blanco y negro de Robert de Grasse, teniendo una especial incidencia en todos aquellos episodios donde la fuerza de la oscuridad o el contraste lumínico con esta, permitirá que dichos episodios alcancen una considerable fuerza dramática.

Lamentablemente, esa fuerza se irá diluyendo en función del seguimiento de un argumento embarullado y, lo que es peor, desprovisto de densidad. De tal forma, todo lo que se gana en los pasajes antes señalados tiene su contrapeso negativo en el seguidismo a una serie de personajes carentes de la más mínima profundidad. En definitiva, será introducirnos en un suspense, basado en su parte final por una serie de artificiosos y poco creíbles giros que, en buena medida, diluyen esa cierta tensión e interés generado previamente, concluyendo con una secuencia desprovista de la más mínima tensión. Es decir, nos encontramos bastante lejos del Fritz Lang, de la antes citada MINISTRY OF FEAR quedándonos, por el contrario, en ese término de un conjunto más o menos agradable, interesante en sus mejores momentos, pero al que su propia irregularidad convierte en un título de fácil olvido.

Calificación: 2’5

ONE CROWDED NIGHT (1940, Irving Reis)

ONE CROWDED NIGHT (1940, Irving Reis)

Como si se planteara una hipotética mezcla de la previa THE PETRIFIED FOREST (El bosque petrificado, 1936. Archie L. Mayo)  y la muy posterior LA RONDE (La ronda, 1950. Max Ophuls), ONE CROWDED NIGHT (1940) se articula este curioso, por momentos entrañable, en otros -quizá demasiados- artificioso drama rural, articulado en una sola noche en un indeterminado emplazamiento en el desierto. Un lugar en donde se dispone un pequeño y desvencijado motel, un surtidor de gasolina e incluso un pequeño restaurante. La película supuso el debut de Irving Reis (1906 – 1953) en el terreno del largometraje, ejecutando una producción de complemento de programa doble –apenas sobrepasa la hora de duración- para la R.K.O. No he podido contemplar muchos de sus títulos, pero existe en su no muy amplia filmografía ejemplos que demuestran una cierta sensibilidad fílmica, que se encuentra ya presente –aunque de modo intermitente- en este su primer título.

 

Bajo una premisa que se reiterará en diversas ocasiones a lo largo del metraje -“siempre es más tarde de lo que piensas”-, ONE CROWDED... se articula en torno a una curiosa concatenación de personajes y situaciones enmarcadas en el discurrir de pocas horas en el escenario antes descrito sobre el que girará toda la acción. El lugar de carretera está gestionado por los componentes de una familia que decidió hace varios años regentarlo para huir de su lugar habitual de residencia, puesto que el padre de familia fue acusado de asesinato y condenado a prisión. Casi de forma fortuita, el pasado se tornará presente en aquel lugar, ya que allí acudirán de forma fortuita no solo varios de los protagonistas de aquella situación –entre ellos, el propio condenado-, sino una serie de personajes aparentemente inconexos, cuyo destino se verá entrelazado. Entre ellos destacará un charlatán que en un momento dado recuperará su abandonada condición de médico, un joven matrimonio separado -él es un marine que ha desertado y ha dejado a su esposa embarazada-, un par de “gangsters” relacionados con el preso y padre de la familia fugado y retornado a junto a los suyos, una pareja que se encuentra a punto de casarse, y cuya novia esconde algún elemento poco claro en su pasado, e incluso dos agentes de policía que acuden en la búsqueda –no se sabe si de los delincuentes o del fugado-. Con ese contexto, desde su insólito plano de apertura –un zoom de retroceso desde un plano dispuesto en la lejanía de una colina, seguido de una panorámica que antecede a otro zoom de acercamiento al lugar donde se desarrollarán los acontecimientos –quizá anticipando el carácter de confrontación que vamos a presenciar a lo largo del metraje-, pronto contemplaremos la cotidianeidad del funcionamiento de aquel marco con la llegada de los autobuses, el divertido gag de las hamburguesas que se servirá a todos esos viajeros que no se ponen de acuerdo en lo que pedir, o el detalle de esas dos mujeres que identificarán a la esposa del preso –Mae Andrews (la siempre magnífica Anne Revere)-, avanzando al espectador las circunstancias por las que vive la familia.

 

A todo ello, hay que unir ese tono cotidiano que se logra apreciar a lo largo de este cuadro costumbrista, cuya rutina será alterada por la propia confluencia de estos personajes, hasta lograr una resolución no por esperada menos efectiva, conciliando las intenciones de un contexto coral en el que el elemento dramático tiene un contrapunto humorístico en diversas de las andanzas de ese charlatán –impagables las utilidades que manifestará ese líquido milagroso que expende en todo momento; desde insecticida hasta combustible de vehículo-. Todo ello, servido por un competente reparto y, de manera muy especial, por la sensibilidad que Reis manifiesta en la inserción de los primeros planos. Se trata de una cualidad que podremos atisbar en momentos tan clave como el que muestra al charlatán cuando este ha de acometer su forzoso –y finalmente triunfal- retorno a la medicina, en la emocionada expresión de Gladis (estupenda Billie Seward) ante su prometido, describiendo en su semblante esa despedida que ella sabrá es definitiva –aunque por fortuna su intuición no se cumpla-, o en el plano casi alucinante –potenciado por la iluminación a contraluz-, en el que uno de los dos gangsters descubrirá por las ingenuas manifestaciones del hijo del preso fugado, que este se encuentra en dicho emplazamiento.

 

No son pocas, por tanto las cualidades que esgrime este pequeño retrato colectivo, pero cierto es que muy pronto el espectador adquiere conciencia de que la acumulación de peripecias y personajes que se van sucediendo a lo largo del metraje, obedecen a una sucesión un tanto caprichosa. En realidad, ahí está la principal limitación de este sencillo largometraje, la de necesitar una más amplia duración, que hubiera permitido perfilar mejor el trazado de toda la tipología expuesta –algunos de sus ejemplos son demasiado estereotipados; por ejemplo, los dos gangsters adolecen de la más mínima entidad-. Esa ausencia de mayor profundidad, de reposo incluso en las situaciones planteadas y en no pocas ocasiones resueltas sin sentido de la progresión –el tiroteo final-, es donde reside la principal limitación de una propuesta con todo apreciable, y que sin duda en otro contexto de producción que simplemente le hubiera proporcionado un metraje superior, hubiera permitido un resultado de superior entidad. Con todo, lo logrado no es nada desdeñable.

 

Calificación: 2’5

ENCHANTMENT (1948, Irving Reis) [Hechizo]

ENCHANTMENT (1948, Irving Reis) [Hechizo]

Tenía bastante expectativas puestas llegado el momento de contemplar ENCHANTMENT (1948, Irving Reis) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país, aunque emitida en pases televisivos con el título de HECHIZO-. A las buenas referencias que algunos aficionados me habían transmitido, se unía el hecho de estar firmada por el poco conocido Irving Reis (1906 - 1953), quien unos años antes logró a mi juicio una estupenda comedia romántica con THE BIG STREET (Su última danza, 1942). Si a ello unimos el hecho de encontrarnos ante una película enclavada dentro de esa amplia producción de posguerra, en la que el “fantastique” estaba tamizado por una visión romántica y amable de la muerte –por la que tengo una cierta debilidad-, entenderán que esperaba encontrarme ante una pequeña delicatessen. En este sentido, he de reconocer que mis expectativas han quedado relativamente defraudadas. El film de Reis me parece un título atractivo y con algunos fragmentos magníficos, pero creo que en su conjunto la mezcla de géneros y el conjunto de influencias que alberga su metraje, no siempre alcanza la debida homogeneidad.

 

Una voz en off ocupa en los pasajes iniciales el punto de vista de la propia casa protagonista. Una vieja mansión ubicada en pleno Londres del apogeo de la II Guerra Mundial. En su interior reside el viejo sir Rolland Dane –“Rollo”-, veterano general que se encuentra atendido por el también veterano mayordomo Proutie (Leo G. Carroll). “Rollo” se encuentra dominado por los recuerdos del que siempre fue el amor de su vida, y a quien no ha visto desde hace muchos años, aunque parezca que telepáticamente se comunica con ella. Los recuerdos y las añoranzas tendrán inesperadamente –o quizá no tanto-, la presencia sorprendente de la joven Grizel Dane (Evelyn Keyes), sobrina del militar. Pese a recibirla con cierta aspereza, Dane acogerá a su sobrina, lo que motivará que los viejos recuerdos cobren vida propia en el devenir de la historia. Es así como iremos conociendo la manera por la que la pequeña Lark Ingoldsby (Teresa Wright) se introduce en el seno de la familia protagonista –esta ha quedado huérfana de sus padres de manera traumática-. A partir de ese momento su vida se unirá en un contexto familiar contando con la admiración de los dos hermanos, ligada a la animadversión mostrada por la única mujer de los Ingolsdsby –Selena (Jayne Meadows)-. Será esta quien siempre verá a Lark como una advenediza, indigna de ocupar el más mínimo peso social y resintiéndose del éxito que el encanto de la muchacha va adquiriendo en las fiestas londinenses. Una circunstancia que le acercará hasta el marqués De Laudi (Shepperd Strudwick), quien paulatinamente se verá atraído hasta la joven, a quien finalmente pedirá en matrimonio. La muchacha agradecerá el gesto, pero en ella siempre ha quedado marcada su secreta atracción por “Rollo”, quien en un momento determinado le pedirá igualmente en matrimonio. Ambos parece que van a vivir una vida feliz, pero un impedimento hará imposible tal deseo; un ambicioso destino del militar en Afganistán que le separará de ella durante cinco años. Tal circunstancia y la intervención de Selena, llevarán finalmente a Lark a abandonar la casa y casarse con el marqués. Han pasado ya bastantes años; Rolland parece que desea unirse en otra dimensión con su amada, pero habrá un elemento que parece ejercer como continuidad en esta historia de amor; la relación que su sobrina ha mantenido de forma casual con el joven soldado estadounidense Pax Masterson (Farley Granger). Este ha acudido a la mansión por una promesa que hizo a Lark, a la que conoció poco tiempo atrás. Parece que el destino viene a cerrar el círculo; cuando los dos jóvenes están a punto de separarse, tal y como hicieron décadas atrás “Rollo” y Lara, finalmente el veterano militar logrará convencer a Grizel de la necesidad de su apuesta con el estadounidense, corriendo ella a su encuentro en pleno bombardeo, contemplando ambos como una de dichas bombas destruye la mansión, y llevando a su dueño a reencontrarse con su amada en el más allá, fallecida un mes atrás.

 

Ni que decir tiene que el relato de su base argumental –procedente de la novela Take Three Tenses, de Rumer Godden, trasladado en forma de guión por John Patrick-, resulta sumamente atractivo. Parte de ese interés se traslada a la pantalla, pero creo que esas intenciones no están debidamente armonizadas en un conjunto a mi juicio desigual, con instantes provistos de gran sensibilidad, mientras que otros a mi juicio no alcanzan la intensidad buscada. En este sentido, cabría señalar en primer lugar la fuerte personalidad que imprime la excelente fotografía en blanco y negro de Gregg Toland, incidiendo en la tan famosa profundidad de campo experimentada en sus colaboraciones con Orson Welles o William Wyler. En este sentido, sinceramente creo que dicho rasgo de personalidad –con ser excelente en sí mismo-, de alguna manera deviene chirriante en el conjunto. Además de esta circunstancia, lo cierto es que la oscilación de géneros no siempre se encuentra bien integrada –como sí sucedía en la mencionada THE BIG STREET-, y la manera con la que se integra pasado y presente en el relato –con el uso de panorámicas que relacionan objetos y situaciones en uno u otro plano temporal-, con ser eficaces, no dejan de devenir finalmente recurrentes.

 

Con todas estas objeciones, no quisiera que se viera en ello una visión negativa de la película. ENCHANTMENT es una película agradable, que alcanza a mi juicio sus máximas cualidades en todo cuanto rodea al personaje de Lark, encarnado espléndidamente por la gran Teresa Wright. En su entorno se puede valorar desde una crítica al clasismo aún imperante en la sociedad inglesa, o el aura romántica que su figura representa. A ello debemos unir la elegante partitura de Hugo Friedhofer, la competente labor del conjunto de actores –magnífica la dualidad del que representa David Niven-, o el aprovechamiento de una escenografía de interiores, en la que numerosos detalles, sombras y elementos, ayudan a potenciar el alcance dramático de la historia. Sin embargo, incluso en el cast de la película, podemos llegar a aborrecer la presencia de un Farley Granger más inadecuado que nunca y poblado por un ridículo bigote. En definitiva, el buen sabor de boca que nos puede proporcionar el film de Reis, no debe en ningún momento hacernos olvidar las posibilidades que su material de base les permitía, y que en el contexto de este tipo de cine, ofreció exponentes tan valiosos como PORTRAIT OF JENNIE (Jennie, 1948. William Dieterle) o la menos conocida THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel).

 

Calificación. 2’5

THE BIG STREET (1942, Irving Reis) Su última danza

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Tal vez para un espectador medio del cine en nuestros días, las cualidades que atesora un film como THE BIG STREET (Su última danza, 1942. Irving Reis) puedan ser menospreciadas, valorándola una trasnochada versión y variación del cuento de Cenicienta. Sin embargo, creo que para el amante del cine clásico no resultará muy esforzado no solo disfrutar las cualidades de la película, en la que parecen fundirse ecos del Leo McCarey de LOVE AFFAIR (Tu y yo, 1939), el sentido melodramático de un Frank Borzage, el posterior de un Douglas Sirk o el Frank Capra de la excelente LADY FOR A DAY (Dama por un día, 1933) –que sigo considerando la obra cumbre de su realizador, por encima del por otra parte magnífico remake POCKETFUL OF MIRACLES (Un gangster para un milagro, 1961) que sirvió como cierre de su trayectoria-.

Es por otra parte innegable esa influencia, ya que la película parte de una historia de Damon Runyon, el gran cantor de los bajos fondos newyorkinos, que contribuyó con sus obras a servir de base estupendos títulos como el díptico capriano antes mencionado o GUYS AND DOLLS (Ellos y ellas, 1955) de Mankiewicz. En este caso esa preponderancia se manifiesta ya en unos títulos de crédito que destacan prácticamente la “autoría” del film, y se trasladan en todo momento en esa impagable galería de personajes característicos: pequeños estafadores, ladrones... que son retratados, descritos, dialogados e interpretados por un cast a la mayor altura posible –entre ellos el orondo Eugene Pallete y la espléndida Agnes Moorehead- dentro del cine de Hollywood.

Pero con esta importante –y positiva influencia de Runyon- creo que no sería justo analizar las cualidades de esta singular comedia romántica, que alcanza incluso en sus pasajes finales tintes trágicos, sin reconocer que en ella se nota la mano de un realizador generalmente poco recordado –Irving Reis- que en esta ocasión realiza un realmente inspirado trabajo de puesta en escena que le sirve fundamentalmente para lograr un muy difícil equilibrio entre el elemento de comedia –a veces incluso screewall- que esta posee, con los tintes de melodrama en ocasiones bastante duros que afloran en las secuencias. Lograr que estas dos vías dramáticas se integren y desarrollen de forma armónica y al mismo tiempo sirvan una de contrapeso a los posibles excesos de la otra, creo que ya habla por si mismo de esa implicación de Reis.

Y es que desde sus primeros minutos, THE BIG STREET prácticamente desconcierta al espectador en cuanto a las intenciones de su historia. Desde contemplar ese concurso de glotonería, el despido de Little Pinks (el ya excelente en su juventud Henry Fonda) y su encuentro con Gloria Lyons (una Lucille Ball mucho mejor actriz de lo que siempre se le ha reconocido). Será Gloria una cantante de club nocturno –que siempre se ha caracterizado por su carácter despótico con las personas de baja extracción social-,  el objeto de la admiración ciega por parte de Pinks, hasta que en un golpe brutal, el gangster que la mantenía hará que esta sea hospitalizada y quede paralítica de sus piernas. En el periodo de su recuperación solo permanecerán junto a ella Pinks y la fiel criada de la cantante, y esta progresivamente tendrá que asumir su nueva condición y acabará teniendo aceptar la oferta de este para residir en la pensión en la que lo hace igualmente su fiel admirador.

La llegada allí será marcada por sus moradores en una recepción emotiva de Gloria pero ella nunca dejará de manifestar su desagrado y despotismo al considerarse humillada estando en compañía de gentes de clases sociales inferiores. Una vez al vivir allí cierto tiempo y ante la llegada del invierno, los dos protagonistas se plantarán el viajar hasta Florida para disfrutar de un clima más cálido y favorecer su recuperación. Serán los amigos de Pinks los que recaudarán dinero para lograr costear el viaje, hasta que finalmente los protagonistas tendrán que hacerlo prácticamente en auto stop –ella haciéndolo en su silla de ruedas. Una vez allí la antigua cantante retornará en sus aires de superioridad y le pedirá a Pinks que actúe como si fuera su criado, intentando inútilmente recuperar el romance que mantenía con un atildado joven que la abandonó cuando fue agredida, y que poco después de su forzado reencuentro descubrirá en ella su parálisis en las piernas –en un momento revestido de gran intensidad-.

La situación forzará la ruptura entre Gloria y Pinks –harto este ya de ser constantemente humillado-, hasta que poco después le anuncien a este que ella ha recaído de su enfermedad y estar completamente hundida al comprobar la imposibilidad de recuperar su antigua vida. A partir de ahí el ferviente admirador –que ha recuperado su profesión de camarero- forzará una fiesta a la que acudirá toda la alta sociedad de Florida camuflada con sus amigos de las clases más humildes, al objeto de propiciar en la convocatoria un intento para que la cantante sienta su esplendor perdido. Así llegará a suceder e incluso la muchacha finalmente agradecerá a Pinks la devoción que le manifestó desde el momento que la conoció. Sin embargo, los tintes trágicos marcarán el final de la película.

Como se puede ver, THE BIG STREET es una insólita propuesta  en la que los giros de su trama son constantes, donde el timming es realmente brillante y en la que, fundamentalmente, los elementos melodramáticos puestos de manifiestos logran, a mi juicio, los momentos más intensos de una película realmente brillante. Entre ellos, no puedo dejar de destacar la incomoda emotividad del instante en el que dentro de su cama del hospital la protagonista descubre al compás de una música tropical escuchada por radio, que sus pies no le acompañan; la llegada de la antigua cantante a la pensión donde es recibida por sus moradores es un prodigio de delicadeza; la secuencia en la que nos damos cuenta de la llegada del crudo invierno está llena de sensibilidad, iniciándose con un plano exterior mostrando corrientes de aire en un nocturno urbano y ya dentro de la habitación Gloria incide en las frías temperaturas. Su diálogo sincero será concluido por Reis con un plano exterior en el que se ve a los dos personajes tras su pequeña ventana, mientras en el exterior vuelve a incidir en esa incidencia del viento frío. Por supuesto, a la hora de citar esos momentos de fuerza melodramática no se puede dejar de destacar el ya señalado del descubrimiento de la invalidez de la cantante por parte de su antiguo, efímero y acaudalado amante –quizá el más logrado de toda la película- y la elegíaca musicalidad de las secuencias finales, que tienen una conclusión que hacen pensar en cierta inclinación hacia el fantastique –esa subida por las escaleras del cuerpo sin vida de la cantante por parte de Pinks para que logre por fin estar cerca de las estrellas-, y que nos acerca relativamente al mundo manifestado por nombres como el ya mencionado Borzage o el Mitchell Leisen de DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934), a lo que contribuye la transparente labor en la iluminación del film, obra de Russell Metty, años después uno de los mejores colaboradores del ya señalado Sirk.

Ciertamente puedo ser algo exagerado a la hora de valorar las cualidades de esta película, pero lo cierto es que su conjunto atesora algunas de las mejores corrientes que circulaban entonces por Hollywood, y entre ellas también se integran momentos humorísticos que en buena medida conviven con el entrañable retrato de personajes emanado de la pluma de Damon Runyon. En todo caso, las mayores virtudes de THE BIG STREET demuestran en su conjunto la eficacia de la combinación de diferentes tendencias existente en el cine de aquellos tiempos, aplicadas con equilibrio y sensibilidad en un producto realmente inspirado.

Calificación: 3