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CINEMA DE PERRA GORDA

Neil Jordan

IN DREAMS (1999, Neil Jordan) Dentro de mis sueños

IN DREAMS (1999, Neil Jordan) Dentro de mis sueños

Relegado en los últimos años a una filmografía dispersa, que le ha llevado al medio televisivo, nunca dejaré de considerar en Neil Jordan a uno de los realizadores más personales surgidos en el cine británico de las últimas tres décadas, al tiempo que sin rubor lo situaría entre los aportes más personales del cine fantástico contemporáneo. Esta inclinación de Jordan hacia dicha vertiente, se extiende en aquellas de sus películas que no abordan abiertamente dicho género –THE END OF THE AFFAIR (El fin del romance, 1999), WE’RE NO ANGELS (No somos ángeles, 1988) e incluso secuencias de MICHAEL COLLINS (Idem, 1996)-, en los que siempre se destilan detalles o atmósferas que nos remiten a un entorno fantastique y revelan a un profesional con cierta personalidad, que sabe introducir elementos oníricos dentro de la realidad cotidiana. Evidentemente, como lo fuera Tourneur, y como en muchas ocasiones se ha manifestado, el cineasta irlandés cree en lo sobrenatural –en una entrevista se llegaba a confesar como un mal católico-. Bastante de ello existe en IN DREAMS (Dentro de mis sueños, 1999), una película que no ha gozado del interés que merece, y en la que se combina con verdadero acierto esa creencia en lo sobrenatural con el principal eje dramático de su propuesta: esa extraña relación de dominio mental que se establece entre Claire Cooper –una estupenda Anette Bening en uno de los grandes papeles de su carrera-, y un extraño asesino: Vivian Thompson –el gran Robert Downey Jr.-. Un complejo entramado psicológico tomando como referente elementos extrasensoriales, que da pie a una narración sorprendente, de ritmo seguro, con secuencias excelentes, la impronta de su realizador, y a la que solo la presencia de algunos innecesarios tremendismos y un comercial epílogo final –en la línea de THE EXORCIST (El exorcista, 1973, William Friedkin)-, limitan la posibilidad de haberse convertido en un clásico del género, por más que algunos de sus fragmentos merezcan figurar entre lo mejor legado por el cine fantástico en la década de los 90.

Desde la secuencia en los títulos de crédito, Jordan nos viene proporcionando pistas –esos fascinantes planos en una población que se inunda para crear un pantano-. Detalles que se van sucediendo a lo largo de todo el metraje, como los sueños de Claire que desde el primer momento se ve poseída por visiones de futuro que muy pronto se harán realidad en el trágico asesinato de su hija –resuelto con impresionante dramatismo- y tras la secuencia en la que ella detecta su desaparición, tras una representación escolar con los niños vestidos de hadas y seres mágicos –referencia concreta a films precedentes del realizador, como posteriormente veremos-. Muy pronto, la tragedia cobrará mayores proporciones, puesto que lo que se suponían eran contactos a través de sueños se ofrecen ya entre asesino – enlace en pleno día, a través del ordenador, de la intuida presencia de su hija desaparecida en ese columpio que se balancea solo mientras el perro de la casa ladra ante su –posible- presencia (quizá el mejor instante de la película). De forma asfixiante y casi sin tregua, se van sucediendo asesinatos, predicciones, accidentes y situaciones que llevan a la protagonista a ser internada en un psiquiátrico realmente siniestro por recomendación del dr. Silverman –el siempre excelente Stephen Rea, habitual presencia para el cine de Jordan- al marido de Claire, Paul –Aidan Quinn, intérprete de escaso carisma y el personaje menos definido de la función-. En este psiquiátrico, la atormentada mujer visiona / predice la atroz muerte de su marido, al tiempo que de forma paulatina va introduciéndose en el mundo de su aterrador compañero psicológico, al que finalmente descubre en su identidad e historial, logrando de antemano que finalmente Silverman crea en lo que parecía ser una forma de locura. Es en ese momento cuando se produce el tour de force más admirable del film, al escaparse la protagonista de psiquiátrico, mientras que las imágenes se entremezclan con las producidas por ese traumatizado asesino a raíz de haber sido encadenado en su niñez cuando se produjo la inundación que nos han ilustrado las primeras imágenes de IN DREAMS. En un verdadero alarde que deja al espectador sin asidero alguno, y en el que luego comprenderemos que se entremezcla el presente y el pasado, finalmente Claire contacta con Thompson, introduciéndose en su guarida –un almacén de manzanas en el que tiene a otra niña preparada para un posible asesinato-

No voy a ocultar que esta parte final –ofrecida tras las deslumbrantes secuencias que le han precedido, y pese a la brillante prestación de un, pese a todo, muy contenido Robert Downey Jr.-, desmerece del complejo entramado psicológico que ha presidido el film hasta el momento, y en buena medida entra dentro del terreno de lo convencional, por más que su resolución narrativa sea impecable. Sin embargo, no puedo ocultar la emotividad que produce el instante en el que –finalmente-, la protagonista muere, un momento coherente y liberador y en el que Jordan muestra, una vez más en su obra, su creencia en lo sobrenatural con abierta serenidad, de forma infinitamente superior al tramposo y chapucero Robert Zemeckis de la casi coetánea WHAT LIES BENEATH (Lo que la verdad esconde, 2000). Pese a ese desenlace, no puedo ocultar que la secuencia que cierra el film a modo de epílogo me parece tremendista e innecesaria, dejando un cierto mal sabor de boca y la sensación de imposición comercial realmente desafortunada –al tiempo que nada ligada con el encuentro de la paz que ha logrado por fin Claire-.

Al margen de todo ello, en IN DREAMS se ofrecen evidencias claras de un realizador con personalidad y, además de todo ello, leves citas que nos remiten a sus anteriores films. La más curiosa de ellas es la referente a la citada MICHAEL COLLINS –en mi opinión su mejor obra y una de las mejores películas de los noventa-, cuando el personaje de Stephen Rea busca en los archivos del psiquiátrico (Rea era en el anterior film salvaguarda del archivo de la policía secreta británica). Referencias que se extienden a uno de sus exponentes más desafortunados –WE’RE NO ANGELS-; todas las secuencias acuáticas, en especial la final en la cascada del embalse y, evidentemente, a THE COMPANY OF WOLVES (El compañía de lobos, 1984) y INTERVIEW WITH THE VAMPIRE (Entrevista con un vampiro, 1994) –lugares sórdidos, la perversidad del subconsciente, el papel jugado por los niños, etc.- Afortunadamente, todas estas referencias están bien integradas y juegan más en favor de un realizador con sello propio, que en la simple cinefilia gratuita que tanto circula en nuestros días. En su conjunto, creo que IN DREAMS debe de ser rescatada del rápido e injusto olvido con que fue despachada en su cercano estreno. Pese a sus –no muy ostentosas- debilidades, alberga tensión, un planteamiento inquietante y denso (al que no debe ser ajeno el original literario en que se basa), y una puesta en escena valiosa en la que junto a sus mencionados –y contados- tremendismos y cierta tendencia a lo convencional en su parte final, atesora una lección de buen cine y una mirada original e inquietante dentro del fantastique.

Calificación: 3

THE BRAVE ONE (2007, Neil Jordan) La extraña que hay en ti

THE BRAVE ONE (2007, Neil Jordan) La extraña que hay en ti

Resulta sintomático de como van los tiros en el terreno de la afición cinematográfica, comprobar la indiferencia con la que se recibió una propuesta tan provocadora como la  planteada en THE BRAVE ONE (La extraña que hay en ti, 2007. Neil Jordan). Ni la confluencia de un realizador con el suficiente aval a sus espaldas, ni el protagonismo de una actriz del prestigio de Jodie Foster –en esta ocasión ocupando de forma paralela tareas de producción, y brindando una performance extraordinaria- ni, por descontado lo polémico del tema tratado, impidieron que la película se estrellara en su carrera comercial norteamericana –donde también sufrió una tibia acogida crítica-. Sería una tendencia que quedó ratificada en su estreno en nuestro país, donde algunas voces se levantaron en contra del supuesto reaccionarismo de la misma, mientras que otras tímidas pero cualificadas, destacaban lo que de transgresor y lucidez emergía de un conjunto que una mirada miope podría tildar de actualización –en femenino-, de aquella olvidable sucesión de “fascipoliciales” que protagonizarían estrellas tan divergentes como Charles Bronson o Chuck Norris. Sin embargo, no hace falta tener demasiada intuición para entender que un cineasta como Neil Jordan no se iba a dejar engullir por dichos referentes, proponiendo una mirada que, a poco que uno advierta, se entronca de manera muy clara con su andadura previa. Sus imágenes y, sobre todo, el retrato de su protagonista, unen THE BRAVE ONE a la galería de esos extraños personajes que poblaron buena parte de la andadura del cine de Jordan. Desde el transexual que interpretaba Cillian Murphy en la previa y estupenda BREAKFAST IN PLUTO (Desayuno en Plutón, 2005), hasta el más lejano Stephen Rea de THE CRYING GAME (Juego de lágrimas, 1992), lo cierto es que la filmografía de Jordan está poblada de personajes extravagantes, en ocasiones lindantes con la irrealidad, en otras en extremo torturados, como si su cine se planteará en más de una ocasión como una extraña actualización del universo melodramático y bizarro del lejano Tod Browning. Justo sería, llegados a este punto, defender la aportación de Jordan al fantastique en diversas de sus vertientes, una de las cuales sería precisamente esa querencia a la hora de inclinarse por el tratamiento de temas que bordean lo melodramático hasta rozar lo extremo.

No será una excepción el título que nos ocupa, y es probable que encuadrándolo en dicho contexto, y conociendo el gusto del director irlandés por asumir riesgos en sus películas, podamos apreciar en la medida que merece esta interesante propuesta, que aunque a mi modo de ver en algunos momentos se deje llevar por ciertas facilidades visuales o su conclusión no adquiera la dureza que emana de su discurrir, no deja de suponer un film atrevido y absorbente. Una película que demuestra que incluso desde unos márgenes genéricos más o menos peliagudos, se puede aunar la reflexión con la tensión, generando una considerable dosis de desasosiego emocional. Esa será la condición que, casi de manera repentina, vivirá nuestra protagonista, la joven locutora radiofónica Erica Bain (Foster), destacada observadora tras las ondas del universo newyorkino, que se dispone a vivir uno de los instantes más esperados de su vida; su boda. Con ella se encuentra a punto de consolidar la relación que mantiene con David Kirmani (Naveen Andrews), un joven de rasgos étnicos africanos con el que ha consolidado su estabilidad emocional. Sin embargo, en el seno de aquella ciudad que conoce como pocas, su marco de estabilidad se verá brutalmente diezmado con el ataque que la pareja vivirá en un parque, siendo atacados por un grupo de desalmados que les propinarán una brutal paliza, asesinando en el ataque a David. Erica recobrará el conocimiento semanas después e introduciéndose en un nuevo marco existencial que, siendo como era el que hasta entonces había vivido, se planteará como la entrada en una nueva dimensión, sórdida y desequilibrada. Toda la seguridad de la que hasta entonces había hecho gala se desmoronará y, con ella, la noción que hasta entonces había tenido de su contacto con la ciudadanía. A partir de ese momento, Erica se verá imbuida en una espiral de siniestros contornos. Con la destreza que siempre ha caracterizado a Jordan para bordear los límites del efectismo visual, sin caer en excesos que en manos de otro cineasta menos diestro tendría resultados calamitosos, este logrará expresar el desconcierto de su protagonista, ayudado por la magnífica prestación de la Foster, y transformando con ello ese marco habitual de New York definido como ejemplo de convivencia, en un marco sombrío donde los miedos más ocultos del ser humano emerjan con inusitada consistencia. Como si Erica se transformara en un trasunto femenino y actualizado del Roderick Usher de Poe, en ella se percibirá una hipersensibilidad, capaz de transformar en temor y recelo el mismo contexto que hasta antes del traumático suceso que transformará su vida, suponía casi un paraíso cotidiano.

No cabe duda que encuentro en esa nueva mirada la clave de las intenciones de los responsables del film, siendo la plasmación de los asesinatos cometidos por la locutora, como un asidero argumental para escenificar una de las películas que, en los últimos años del cine norteamericano, ha sabido expresar con mayor acierto las traumáticas consecuencias que el 11M provocó en su sociedad –sobre todo urbana-. En esa línea se encontrarán momentos tan reveladores como el plano que firma a la locutora, junto al detective Mercer (un notable Terrence Howard), encuadrándolos en su reflejo en el espejo de un restaurante, mientras este revela los indicios que le hacen sospechar que detrás de los crímenes se encuentra esta. Por momentos, THE BRAVE ONE parece retrotraernos al universo visual y temático expuesto por Martin Scorsese y –sobre todo- Paul Scharder en TAXI DRIVER (1976, Martin Scorsese). Existe un paralelismo con esa búsqueda de un descenso a las cavernas más profundas y ocultas del comportamiento humano, manifestado también por medio de una ambientación que nos recuerda propuestas como DOG DAY AFTERNOON (Tarde de perros, 1975. Sidney Lumet), aunque Jordan logre actualizar dicho contexto, e incluso actualizarlo y dotarlo de mayor complejidad que el último de los referentes citados. Esa capacidad para alternar la terrible, contundente –y sobria- materialización de los asesinatos, irá acompañado de la cualidad más destacable del metraje; la convicción para plasmar la forzada ambivalencia y desconcierto de su protagonista, que alcanza momentos tan extraordinarios, como ese primerísimo plano sobre el micro en el que esta se decida, en un momento dado, a exteriorizar en su retorno al programa de radio, esa aterradora contradicción interna que se ha adueñado de su personalidad. En ese sentido, hay que reconocer que el film de Jordan alcanza unas mayores cuotas de brillantez cuando se adentra en el terreno de la abstracción existencial de su protagonista, que en la materialización de esa violencia –por otro lado, magníficamente filmada-. Cierto es que THE BRAVE ONE culmina de un modo algo ambiguo, pero no es menos evidente que dicha arriesgada –y polémica- conclusión, de alguna manera reafirma el riesgo acometido al dar un vida un relato tan fácil de atacar desde el prisma de su superficial apreciación, pero que en sus costuras alberga no solo complejidad, sino una mirada provista de desoladora esencia, en torno a la casi invisible frontera que puede alterar los patrones de comportamiento habituales en los –así denominados- seres civilizados.

Calificación: 3

BREAKFAST ON PLUTO (2005, Neil Jordan) Desayuno en Plutón

BREAKFAST ON PLUTO (2005, Neil Jordan) Desayuno en Plutón

A pesar de no ser un realizador que cotice “al alza” en los últimos años, creo que la figura del irlandés Neil Jordan merece ocupar un lugar de cierta relevancia dentro del cine europeo de las dos últimas décadas. No sabemos si ha sido por su relativa “claudicación” al cine de Hollywood –que brindó títulos tan valiosos como INTERVIEW WITH THE VAMPIRE: THE VAMPIRE CHRONICLES (Entrevista con un vampiro, 1994)-, o debido a la propia y escasa andadura filmográfica desplegada por Jordan en los últimos años. En cualquier caso, y aunque en sus primeros compases nos encontremos ante un producto en el que se puede prever una extraña combinación de extravagancia revestida de una no menos extraña blandura, lo cierto es que poco a poco, BREAKFAST ON PLUTO (Desayuno en Plutón, 2005) supone una notable muestra de la personalidad cinematográfica de este notable cineasta. Es más, la insólita propuesta emanada por Patrick McCabe, permite a Jordan una doble jugada en la pantalla. De un lado retornar a sus inquietudes e torno a la crónica sobre el conflicto irlandés presente desde décadas atrás –remontémonos para ello a la excelente y lamentablemente olvidada MICHAEL COLLINS (1996), que sigo considerando su mejor película-, y por otro recordar que nos encontramos ante un cineasta que ha buscado en su obra bordear los límites de un determinado fantastique, en unas ocasiones de manera bien directa –THE COMPANY OF WOLVES (En compañía de lobos, 1984), la ya citada INTERWIEV....- y en otras por vertientes más sinuosas y originales –MONA LISA (1986), THE CRYING GAME (Juego de lágrimas, 1992)-, un aspecto este por el que su nombre debería ir ligado en cualquier antología de directores ligados a dicho género en los últimos veinte años. Entre ambas vertientes, lo cierto es que BREAKFAST ON PLUTO permite construir una fábula de tintes amables pero fondo amargo y oscuro, y lo más valioso de esta casi imposible contradicción fílmica, es que sus resultados son –si no rotundos- si verdaderamente notables. Estructurada a base de pequeños capítulos –poco a poco más extensos en duración, y punteados por títulos ingeniosos, cierto es que en algunas ocasiones devienen un tanto innecesarios-, la propuesta de Jordan podríamos decir que bascula con “guante blanco y bola de acero dentro”. Centrada en la década de los años setenta, en dos ámbitos tan cercanos y al mismo tiempo tan enfrentados como Irlanda y Londres, narra en un insólito tono de fábula inocente, la historia de un ser “diferente” –como lo podía ser el protagonista de la ya mencionada THE CRYING GAME-. Un niño al cual su madre dejará en la puerta del domicilio del sacerdote de la pequeña localidad en la que ha nacido, huyendo con posterioridad sin dejar rastro, dejando al párroco con la tarea de dotar de un contexto en el que este crezca. Será algo que logre en sus primeros años, pero cuando este comience a introducirse en los ámbitos de la adolescencia, no dudará en insertarse por derecho propio en el derecho a su diferencia –otro de los temas esenciales del cine de Jordan-. En ello la película no incidirá en el sustrato gay de la cuestión sino, de manera muy especial, en la expresión externa de dicha inclinación sexual. Y es que desde muy joven, Patrick Kitten (Gatita) Braden –un estupendo Cillian Murphy-, discurrirá por esa vida provinciana que lo rechaza incluso en su propio y artificial círculo familiar, debido a las maneras y el aspecto exterior que ha decidido asumir con tanta ingenuidad como convicción. Que duda cabe que narrar una historia de estas características, y hacerlo además bajo los perfiles de una fábula amable e incluso entrañable, entraba casi por completo dentro del terreno de lo imposible, si con ello se quería huir tanto del terreno reivindicativo, de un cierto mal gusto o una propuesta autocomplaciente. Pues bien, el auténtico milagro de BREAKFAST ON PLUTO estriba en haber logrado orillar de manera astuta todos estos peligros, discurriendo a lo largo de sus dos horas de duración un relato en el que se narran hechos y situaciones terribles, desplegadas ante la cámara con la suavidad de quien contempla la propia existencia como un azaroso camino lleno de dificultades, en el que una simple casualidad, la propia presencia a un contexto determinado, o incluso unos condicionamientos de nacimientos ajenos al propio individuo, como un elemento determinante para sufrir contextos de auténtica tragedia. Serán todo ello –la propia gestación del muchacho, el ámbito represivo en el que se desarrollan sus primeros años, la incidencia involuntaria del conflicto irlandés que sufrirá en sus carnes-, factores nada determinantes, para que este joven tan llamativo como fascinante, tan estridente como entrañable en su dicción y comportamiento, ceje en su intento –que justificará durante toda la película- de conocer a su madre. Aquella mujer que en su momento lo abandonó en la puerta de la casa de su auténtico padre –ese sacerdote progresivamente atormentado que encarnará con maestría Liam Neeson-. Será para Patrick el objetivo más deseado de su vida, un punto de partida a partir del cual encaminar el futuro de su existencia en un destino que el espectador desconocerá, pero que adivinamos estará para él lleno de autoestima y autenticidad. Me refiero con ello a encontrarse con la mujer que lo engendró, un objetivo que le llevará a una serie de azarosos episodios que se encuentran narrados y expuestos con la ligereza que se desprenden del punto de vista de su protagonista, pero que en su mirada externa desprenden una sordidez revestida de ropajes coloristas y extravagantes, navegando por las aguas de algunos de los más bajos instintos de la condición humana.

Todo este proceso, esa mirada a un contexto en el que la represión es moneda corriente, en el que el violento conflicto entre Irlanda e Inglaterra planea como elemento siempre determinante, y en el que el conflicto de la religión con la sexualidad aparece revestido como elemento de dolor y infelicidad, se expresa en BREAKFAST ON PLUTO con la sutileza de quien está contando una fábula liviana –algunos comentaristas hicieron referencia, no sin lógica, a ecos de “Alicia en el país de las maravillas”-, envuelta en los colores pasteles brindados por la excelente fotografía de Declan Quinn, en el atinado montaje de Tony Lawson o, de manera muy especial, en la extraordinaria selección musical de conocidos temas que todos mantenemos en el recuerdo, que sirven como contrapunto en ocasiones doloroso -como en la secuencia en la que Patrick se ve a punto de ser asesinado por un psicópata en su coche, mientras resuena la bellísima balada Feelings- a la peripecia vital y su búsqueda casi a contracorriente. Una búsqueda que le acercará a un extraño mago –maravilloso Stephen Rea-, a una extraordinaria secuencia en la que su padre –aquel sacerdote que nunca se atrevió a decirle cara a cara que era su auténtico padre-, le relatará tras una cabina de un peep show los orígenes de su gestación y los datos que le permitirán reencontrarse con su madre-, o al propio, conmovedor y al propio tiempo singular reencuentro con esta y con su propio hermano. Todo ello, supondrán episodios que en otras manos quizá hubieran encontrado el escollo de lo estridente o incluso lo apenas creíble. Sin embargo, y es este uno de los grandes méritos de la película, lo cierto es que estos aparecen insertos con una dulce coherencia –no olvidemos que surgen como si fueran relatados por el propio protagonista- llegando incluso en un impactante momento, esa negación de la felicidad que podría haberle supuesto a Patrick el encuentro en una discoteca con un joven con el que iniciará un baile, interrumpiéndose el mismo con el trágico estallido de una bomba, de la que además aparecerá como incomprensible artífice –y más incompresible aún aparecerá el hecho de que más adelante simpatice con los propios agentes que lo han torturado, añorando la tranquilidad que aparecía en su “celdita”-.

 

No cabe duda que lograr un resultado tan notable de un material de partida que se prestaba con tanta certeza al exceso, con un sentido de la progresión tan plausible, planteando en él una llamada a la humanidad de unos personajes que, en el fondo, y tras lo cuestionable de sus comportamientos –con especial mención a la dirección de actores-, encierran sus virtudes, y además, proponer con ello un relato original, nostálgico en un sentido, de denuncia en otro, acercándonos a los confines de la fábula, aunque ella se encierre dentro de un contexto bien real, son elementos más que suficiente para destacar sin dudarlo una cinta que no solo aporta un punto de vista arriesgado y novedoso sino que, sobre todo, lo lleva a buen puerto, confirmando el buen estado de forma de su cineasta. No he visto hasta el momento su posterior y controvertida THE BRAVE ONE (La extraña que hay en ti, 2007), pero tras el magnífico sabor de boca que me deja esta película, espero tardar poco en hacerlo.

 

Calificación: 3’5