BREAKFAST ON PLUTO (2005, Neil Jordan) Desayuno en Plutón
A pesar de no ser un realizador que cotice “al alza” en los últimos años, creo que la figura del irlandés Neil Jordan merece ocupar un lugar de cierta relevancia dentro del cine europeo de las dos últimas décadas. No sabemos si ha sido por su relativa “claudicación” al cine de Hollywood –que brindó títulos tan valiosos como INTERVIEW WITH THE VAMPIRE: THE VAMPIRE CHRONICLES (Entrevista con un vampiro, 1994)-, o debido a la propia y escasa andadura filmográfica desplegada por Jordan en los últimos años. En cualquier caso, y aunque en sus primeros compases nos encontremos ante un producto en el que se puede prever una extraña combinación de extravagancia revestida de una no menos extraña blandura, lo cierto es que poco a poco, BREAKFAST ON PLUTO (Desayuno en Plutón, 2005) supone una notable muestra de la personalidad cinematográfica de este notable cineasta. Es más, la insólita propuesta emanada por Patrick McCabe, permite a Jordan una doble jugada en la pantalla. De un lado retornar a sus inquietudes e torno a la crónica sobre el conflicto irlandés presente desde décadas atrás –remontémonos para ello a la excelente y lamentablemente olvidada MICHAEL COLLINS (1996), que sigo considerando su mejor película-, y por otro recordar que nos encontramos ante un cineasta que ha buscado en su obra bordear los límites de un determinado fantastique, en unas ocasiones de manera bien directa –THE COMPANY OF WOLVES (En compañía de lobos, 1984), la ya citada INTERWIEV....- y en otras por vertientes más sinuosas y originales –MONA LISA (1986), THE CRYING GAME (Juego de lágrimas, 1992)-, un aspecto este por el que su nombre debería ir ligado en cualquier antología de directores ligados a dicho género en los últimos veinte años. Entre ambas vertientes, lo cierto es que BREAKFAST ON PLUTO permite construir una fábula de tintes amables pero fondo amargo y oscuro, y lo más valioso de esta casi imposible contradicción fílmica, es que sus resultados son –si no rotundos- si verdaderamente notables. Estructurada a base de pequeños capítulos –poco a poco más extensos en duración, y punteados por títulos ingeniosos, cierto es que en algunas ocasiones devienen un tanto innecesarios-, la propuesta de Jordan podríamos decir que bascula con “guante blanco y bola de acero dentro”. Centrada en la década de los años setenta, en dos ámbitos tan cercanos y al mismo tiempo tan enfrentados como Irlanda y Londres, narra en un insólito tono de fábula inocente, la historia de un ser “diferente” –como lo podía ser el protagonista de la ya mencionada THE CRYING GAME-. Un niño al cual su madre dejará en la puerta del domicilio del sacerdote de la pequeña localidad en la que ha nacido, huyendo con posterioridad sin dejar rastro, dejando al párroco con la tarea de dotar de un contexto en el que este crezca. Será algo que logre en sus primeros años, pero cuando este comience a introducirse en los ámbitos de la adolescencia, no dudará en insertarse por derecho propio en el derecho a su diferencia –otro de los temas esenciales del cine de Jordan-. En ello la película no incidirá en el sustrato gay de la cuestión sino, de manera muy especial, en la expresión externa de dicha inclinación sexual. Y es que desde muy joven, Patrick Kitten (Gatita) Braden –un estupendo Cillian Murphy-, discurrirá por esa vida provinciana que lo rechaza incluso en su propio y artificial círculo familiar, debido a las maneras y el aspecto exterior que ha decidido asumir con tanta ingenuidad como convicción. Que duda cabe que narrar una historia de estas características, y hacerlo además bajo los perfiles de una fábula amable e incluso entrañable, entraba casi por completo dentro del terreno de lo imposible, si con ello se quería huir tanto del terreno reivindicativo, de un cierto mal gusto o una propuesta autocomplaciente. Pues bien, el auténtico milagro de BREAKFAST ON PLUTO estriba en haber logrado orillar de manera astuta todos estos peligros, discurriendo a lo largo de sus dos horas de duración un relato en el que se narran hechos y situaciones terribles, desplegadas ante la cámara con la suavidad de quien contempla la propia existencia como un azaroso camino lleno de dificultades, en el que una simple casualidad, la propia presencia a un contexto determinado, o incluso unos condicionamientos de nacimientos ajenos al propio individuo, como un elemento determinante para sufrir contextos de auténtica tragedia. Serán todo ello –la propia gestación del muchacho, el ámbito represivo en el que se desarrollan sus primeros años, la incidencia involuntaria del conflicto irlandés que sufrirá en sus carnes-, factores nada determinantes, para que este joven tan llamativo como fascinante, tan estridente como entrañable en su dicción y comportamiento, ceje en su intento –que justificará durante toda la película- de conocer a su madre. Aquella mujer que en su momento lo abandonó en la puerta de la casa de su auténtico padre –ese sacerdote progresivamente atormentado que encarnará con maestría Liam Neeson-. Será para Patrick el objetivo más deseado de su vida, un punto de partida a partir del cual encaminar el futuro de su existencia en un destino que el espectador desconocerá, pero que adivinamos estará para él lleno de autoestima y autenticidad. Me refiero con ello a encontrarse con la mujer que lo engendró, un objetivo que le llevará a una serie de azarosos episodios que se encuentran narrados y expuestos con la ligereza que se desprenden del punto de vista de su protagonista, pero que en su mirada externa desprenden una sordidez revestida de ropajes coloristas y extravagantes, navegando por las aguas de algunos de los más bajos instintos de la condición humana.
Todo este proceso, esa mirada a un contexto en el que la represión es moneda corriente, en el que el violento conflicto entre Irlanda e Inglaterra planea como elemento siempre determinante, y en el que el conflicto de la religión con la sexualidad aparece revestido como elemento de dolor y infelicidad, se expresa en BREAKFAST ON PLUTO con la sutileza de quien está contando una fábula liviana –algunos comentaristas hicieron referencia, no sin lógica, a ecos de “Alicia en el país de las maravillas”-, envuelta en los colores pasteles brindados por la excelente fotografía de Declan Quinn, en el atinado montaje de Tony Lawson o, de manera muy especial, en la extraordinaria selección musical de conocidos temas que todos mantenemos en el recuerdo, que sirven como contrapunto en ocasiones doloroso -como en la secuencia en la que Patrick se ve a punto de ser asesinado por un psicópata en su coche, mientras resuena la bellísima balada Feelings- a la peripecia vital y su búsqueda casi a contracorriente. Una búsqueda que le acercará a un extraño mago –maravilloso Stephen Rea-, a una extraordinaria secuencia en la que su padre –aquel sacerdote que nunca se atrevió a decirle cara a cara que era su auténtico padre-, le relatará tras una cabina de un peep show los orígenes de su gestación y los datos que le permitirán reencontrarse con su madre-, o al propio, conmovedor y al propio tiempo singular reencuentro con esta y con su propio hermano. Todo ello, supondrán episodios que en otras manos quizá hubieran encontrado el escollo de lo estridente o incluso lo apenas creíble. Sin embargo, y es este uno de los grandes méritos de la película, lo cierto es que estos aparecen insertos con una dulce coherencia –no olvidemos que surgen como si fueran relatados por el propio protagonista- llegando incluso en un impactante momento, esa negación de la felicidad que podría haberle supuesto a Patrick el encuentro en una discoteca con un joven con el que iniciará un baile, interrumpiéndose el mismo con el trágico estallido de una bomba, de la que además aparecerá como incomprensible artífice –y más incompresible aún aparecerá el hecho de que más adelante simpatice con los propios agentes que lo han torturado, añorando la tranquilidad que aparecía en su “celdita”-.
No cabe duda que lograr un resultado tan notable de un material de partida que se prestaba con tanta certeza al exceso, con un sentido de la progresión tan plausible, planteando en él una llamada a la humanidad de unos personajes que, en el fondo, y tras lo cuestionable de sus comportamientos –con especial mención a la dirección de actores-, encierran sus virtudes, y además, proponer con ello un relato original, nostálgico en un sentido, de denuncia en otro, acercándonos a los confines de la fábula, aunque ella se encierre dentro de un contexto bien real, son elementos más que suficiente para destacar sin dudarlo una cinta que no solo aporta un punto de vista arriesgado y novedoso sino que, sobre todo, lo lleva a buen puerto, confirmando el buen estado de forma de su cineasta. No he visto hasta el momento su posterior y controvertida THE BRAVE ONE (La extraña que hay en ti, 2007), pero tras el magnífico sabor de boca que me deja esta película, espero tardar poco en hacerlo.
Calificación: 3’5
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