ROMANCE (1930, Clarence Brown) Romance
Recuerdo como hace ya casi una década, un amigo amante del cine, me comentaba en una tertulia que el mito que tenía sobre Greta Garbo se le vino abajo cuando la oyó hablar. No voy a compartir una sensación similar, en la medida que nunca me he visto embargado por matiz alguno de esa supuesta mítica generada por “la divina”, pero no por ello dejo de reconocer que, a ocho décadas vista de su realización, uno de los principales lastres que se enseñorean en torno a ROMANCE (1930, Clarence Brown), reside en la ridícula manera con la que la Garbo pronunciaba sus largos parlamentos, hasta tal punto que hoy día llegan a provocar no solo la distanciación sobre la historia narrada, sino incluso una cierta hilaridad, que puede transformarse en indignación cuando, por motivos mucho menores, la carrera de John Gilbert fue cercenada basándose en el mismo concepto –cierto es que la Garbo tuvo la suficiente honorabilidad para imponer al actor en la que quizá sea su película sonora más importante; QUEEN CRISTINA (La Reina Cristina de Suecia, 1933. Rouben Mamoulian)-. Pero por encima de este hecho concreto –que por desgracia tiene en la película más peso del que sería de desear, justo es reconocer que el film de Brown –que, por cierto, no aparece acreditado en el film- solventa una de las cuestionas más peligrosas de los primeros pasos del sonoro –máxime en el seno de la Metro Goldwyn Mayer-. Me estoy refiriendo a ese estatismo que durante los primeros años treinta constituyó toda una losa para el progreso de ese séptimo arte que muy poco tiempo antes –en las postrimerías del periodo silente-, había logrado conquistar pasos de gigante.
En este sentido, me es grato reconocer que ROMANCE logra superar ese lastre, erigiéndose como un melodrama provisto de la suficiente ligereza cinematográfica, y estoy tentado a pensar que, de no haber mediado su servilismo hacia la figura de la Garbo, nos encontraríamos con un resultado bastante más valioso del logrado que, sin ser en exceso estimulante, sí al menos deviene de cierto interés. Se trata de algo que ya contemplaremos en los primeros instantes del film que, con un montaje dominado por su dinamismo, nos muestra la celebración del año nuevo en New York. Sin recurrir a diálogos, la película logra muy pronto prender por el ritmo que sobrelleva, contemplando la llegada de un joven de buena familia –Harry (el posterior director Elliott Nugent)-, deseoso de anunciar a su tío –que es obispo- su intención de casarse. Ello dará pié a que este se remonte medio siglo atrás, relatando en “flash-back” –una elección eficaz, pero que de alguna manera deviene discutible al narrar acontecimientos que no ha vivido directamente- las circunstancias que le llevaron en su juventud –el pastor Tom Armstrong (Gavin Gordon, un actor excesivamente blando, al que sin embargo el director logra extraer un partido adecuado)- a enamorarse perdidamente de la joven cantante de ópera Rita Cavallini (Garbo) –atención al plano en picado que une a los dos personajes en su primer encuentro en una escalera-. Será el débil germen argumental de una película que no esconde estar destinada al lucimiento de la Garbo, exhibida una vez más como devora hombres y finalmente presta al sacrificio renunciando a la destrucción de las personas a las que ama. Por fortuna, ROMANCE cuenta con la mediación de un director sensible y delicado –ya ligado a la filmografía de “la divina”-, experimentado en el cine mudo y que, gracias a ello, logra que este argumento banal y convencional mantenga aún hoy día una cierta vigencia.
Es algo que se manifestará en esos instantes de apertura, pero muy pronto oscilará una vez conozcamos el reencuentro de Harry con su tío obispo, y este despliegue una vieja flor que mantiene guardada en un pañuelo, mientras con sus miradas y gestos nos permite intuir que tras ello se encierra una historia de amor que dejó huella en su juventud. A partir de ese momento, la película, adquiere una cualidad importante, como es evitar el estatismo que sería previsible en los films de este periodo. Por el contrario, y aún contando con el lastre marcado por los risibles parlamentos de su protagonista, lo cierto es que en todo momento sus secuencias están impregnadas de un dinamismo interno, utilizandose para ello la expresividad y la ubicación de los actores dentro del encuadre. Es decir, no nos encontramos con una propuesta en la que abunden los ostentosos movimientos de cámara –aunque sí se ofrezcan episodios en los que la presencia de figurantes puedan inducir al espectáculo “pompier”, que Brown logra evitar con inteligencia-, pero sí contemplaremos en su lugar un melodrama sencillo, sin especiales aristas en su desarrollo, pero del que en su fuero interno emerge en su lugar un determinado grado de verdad cinematográfica. Es por ello, cuando la solemnidad del personaje de la frívola cantante –que mantiene un extraño romance con el veterano Corny Van Tuyl (Lewis Stone)-, se rinde a la ternura y el sincero amor que le brinda el joven pastor, la película logra brindar un grado de sinceridad en algunos momentos notable. Se trata, no cabe duda, de formas dramáticas y expresivas que habían sido planteadas con gran éxito en el cine mudo, y que el buen director que siempre fue Brown, tuvo la intuición y el acierto de prolongar en sus primeras películas sonoras. Es precisamente por ello, por lo que esta película aún mantiene un nada desdeñable grado de vigencia e incluso sensibilidad, en instantes y episodios como el encuentro tras la ventana de un grupo de músicos ambulantes italianos, quienes recibirán del joven Tom un donativo y que con sus sones y palabras de ánimo, transmitirán una extraña sensación de fugaz felicidad –a lo que contribuirá la presencia de la nieve-, que no solo llegará a impregnar a los dos amantes, sino que contagiará al espectador.
Unamos a ello, el dinamismo que su director proporciona a secuencias y episodios como el que muestra el concierto de despedida de la Cavallini –en el que un plano furtivo nos advertirá que el relegado Tom se encuentra entre el público-, demostrando que aún en aquellos años de retroceso para el cine norteamericano, supo demostrar la suficiente agilidad para lograr que un producto de consumo inmediato y rápido olvido, albergara los suficientes elementos de interés específicamente cinematográficos, demostrando que el caso de Clarence Brown es el de un cineasta al que convendría una atenta retrospectiva. Cada vez tengo más claro que con ella descubriríamos un realizador de primera fila.
Calificación: 2
1 comentario
Natalia -
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