THE ROAD TO HONG-KONG (1962, Norman Panama) Dos frescos en órbita
Como admirador convicto y confeso que soy, de la comedia americana de los años cincuenta y sesenta, nunca he ocultado mi moderada simpatía a la figura de Norman Panama (1914 – 2003). Conocido por su estrecha colaboración junto a Melvin Frank, hasta el punto de firmar al alimón varios títulos, e incluso repartiéndose las funciones, hasta que entrada la década de los sesenta, el tándem se disolvió, lo cierto es que en Panama se da cita -junto a otros nombres como George Sidney, Michael Gordon, David Swift…-, ese corpus de realizadores que, sin situarse en la cima de la corriente que llevó al género a su último periodo de esplendor -Lewis, Tashlin, Donen, Edwards, Wilder, Minnelli, Edwards, Quine-, sí a un profesional medio que apostó de manera decidida en el mismo, brindando a mi juicio al menos dos exponentes notables: THAT CERTAIN FEELING (1956) -ésta firmada conjuntamente con Frank- y la muy posterior NO WHIT MY WIFE, YOU DON’T! (Bromas con mi mujer… no, 1966). Pues bien, no se puede decir lo mismo de THE ROAD TO HONG-KONG (Dos frescos en órbita, 1962), séptimo y último de los Road to… rodados por la pareja formada por Bob Hope y Bing Crosby. Y todo ello, una década después de hacerlo con ROAD TO BALI (Camino a Bali, 1952. Hal Walker). Fueron todas ellas, productos diegéticos que lograron gran éxito en el momento del estreno en su país de origen, coincidiendo con la segunda contienda mundial, en la que los espectadores americanos necesitaban propuestas amables de esparcimiento.
Es evidente, que los primeros años sesenta, suponían un ámbito en el que propuestas como estas, hay que reconocer no tenían ya cabida, con una producción de género que había abierto enormes horizontes, brindando algunos de los mejores títulos de toda su historia, al tiempo que un nivel medio de gran nivel. En cierto modo, intuyo que Panama y Frank -partícipe al alimón de la génesis de la película-, eran conscientes de dichas dificultades, y la llevaron a cabo con la evidente sensación de apelar a una mixtura de homenaje y deliberado anacronismo. Es algo que nos transmiten sus instantes iniciales, con esa evocación escenográfica de las anteriores citas de este pequeño ciclo, antes de presentarnos a la pareja protagonista, mediante un brillante y ágil número de vaudeville. Con ello, y los brillantes y divertidos títulos de crédito de Maurice Binder, nos adentramos a una voz en off que nos introduce a la multitudinaria imagen que el cine ha brindado de Hong-Kong y, sobre todo a la llamada desesperada de la joven Diane (Joan Collins), que narrará a las autoridades norteamericanas allí desplazadas, el peligro que corre una pareja de actores de baja estofa. La acción describirá un extenso flashback, donde descubriremos las andanzas de Harry Turner (Crosby) y Chester Babcock (Hope), dos pobres sinvergüenzas, habituales en engaños varios que, debido a un error, se verán inmersos en una peligrosa andadura, que les llevará delante ante el peligroso y megalómano líder de la tercera potencia (Robert Morley), para el que hasta entonces trabajaba Diane. La pareja se enfrentará inesperadamente a una peligrosa fórmula que ha llegado hasta ellos en el ya mencionado equívoco. Todo ello, después de que Chester haya perdido la memoria de un accidente, teniendo que acudir hasta un monasterio en el Tibet, para ingerir un bebedizo que le devuelva la misma. Ello les hará poseedores de otro producto que permitirá a este albergar, por el contrario, una memoria prodigiosa, albergando en su mente, de manera inesperada, esa fórmula que persiguen los hombres del líder, para poder lanzar un vehículo espacial, con el cual apoderarse del mundo. No olvidemos que en aquel tiempo, el fantasma de la guerra fría, se encontraba muy presente.
Se tratará, en definitiva, de una débil base argumental, para que la conocida pareja pueda desarrollar su conocida y ya un tanto anacrónica complicidad, en un nuevo marco exótico -que curiosamente se utiliza poco-, combinando en ella esa escenografía de última tecnología. Sin embargo, esa condición de anacronismo, campa por los respetos con un resultado poco estimulante. Y ese muy limitado interés aparece, a mi juicio, en la pobreza de su base argumental, que solo podía haber sido subvertida, acentuando precisamente sus elementos anacrónicos. Y es algo que, es evidente, aparece en algunos de sus instantes. Pero uno echa de menos esa maestría que articulaba un Frank Tashlin, a la hora de extraer oro, de materiales de base tan pobres como el que nos ocupa.
En cualquier caso, dentro del cierto tedio que desprende THE ROAD TO HONG KONG, cuando su discurrir se inserta dentro de dichos parámetros, su alcance cómico llega a proponer cierta efectividad. Los instantes en los que la pareja se ríe abiertamente de la nulidad de su argumento -el cambio del vestuario chino de estos en plena persecución en las calles, o las órdenes a los responsables de la película, en su conclusión, o las propias puyas que Dorothy Lamour les brindará en torno a la recepción de los críticos-. O la divertida presencia de cameos como los de Peter Sellers -como un astuto doctor hindú-, el hilarante David Niven, como uno de los novicios del monasterio tibetano, o la inesperada presencia final de Frank Sinatra y Dean Martin -que aludirán irónicamente a la película de Crosby GOING MY AWAY (Siguiendo mi camino, 1944. Leo McCarey)-, serán detalles que elevarán a la comedia de un cierto letargo. Como lo harán sus canciones y números musicales. En especial el que interpretarán junto a la ya citada Dorothy Lamour, dentro de una divertida secuencia, en la que los peces que sobresaldrán de la ropa del disfrazado Hope, proporcionen quizá los instantes más divertidos de una función, eso sí, envuelta con el elegante y cómplice fondo sonoro de Robert Farnon. Muy poco, sin embargo, para un periodo glorioso para la comedia USA. E incluso para un cineasta modesto, pero capaz de resultados mucho más estimulantes.
Calificación: 1’5