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CINEMA DE PERRA GORDA

Paul Schrader

THE WALKER (2007, Paul Schrader)

THE WALKER (2007, Paul Schrader)

Según el paso del tiempo me permite ir contemplando y completando la filmografía del norteamericano Paul Schrader, sigo ratificándome en dos aspectos muy concretos. El primero es la homogeneidad de su obra –contrariando las propias opiniones del realizador y guionista, que con bastante humildad ha cuestionado algunos de sus títulos-. El otro es proponer en su conjunto una de las aportaciones más valiosas al cine norteamericano de las últimas décadas. Quisiera que se me entendiera bien. Ninguno de los films de Schrader me parece un logro rotundo. Ni siquiera los más prestigiosos –LIGHT SLEEPER (Posibilidad de escape, 1992), AFLICTION (Aflicción, 1997)-. Sin embargo todos ellos me resultan valiosos, incluso algunos de los más cuestionados –FOREVER MINE (1999), AUTO FOCUS (Desenfocado, 2002)-. Es más, me parece que cuando se ha inclinado hacia el cine de determinados géneros, siempre ha logrado aportar una impronta personal que según pasa el tiempo, resulta desconcertante no sea valorada en toda su magnitud.

Condenado cada vez más a públicos casi marginales, el cine de Schrader sigue manteniendo su vigencia, y prueba de ello es uno de sus últimos títulos THE WALKER (2007), financiado en su mayor parte con capital británico, aunque contando con un brillante y sugestivo cast norteamericano. Dominado en sus primeros compases por un aire contemplativo y de crónica de costumbres, estos se detendrán en describir el entorno que rodea la vida diaria de Carter Page III -Car- (espléndido y sorprendente Woody Harrelson), un maduro homosexual –admirable el detalle de mostrarnos su vestuario y el peluquín que puebla su cabeza, con reminiscencias a AMERICAN GIGOLO (1980)-, caracterizado por ser acompañante de acaudaladas e influyentes damas de la alta sociedad de Washington. La primera secuencia del film nos mostrará a Car jugando una partida de cartas con algunas de sus mejores amigas, destilándose junto a ellas una enorme complicidad revestida de veneno a la hora de comentar los cotilleos de ese mundo que conocen y viven a la perfección. La descripción de la real soledad de Paige, la relación en conflicto que mantiene con un joven fotógrafo de ascendencia árabe –Emek (Moritz Bleibtreu)- nos describe en pocos minutos la decadencia de un hombre ya maduro, al que su aparente cinismo y elegancia no hace más que encubrir un ser con enormes debilidades. Unamos a ello el hecho de tener que sobrellevar ser el hijo de un hombre que gozó de un enorme prestigio en su actuación en el Watergate, pero que él conoce a ciencia cierta fue un auténtico impostor.

Ni que decir tiene que Schrader sabe plantear el atractivo de dicho material, y trasladarlo a la pantalla extrayendo del mismo sus máximas posibilidades cinematográficas. Para ello esa aparente tranquilidad –que por momento me pareció evocar la atmósfera que transmitió Clint Eastwood en la maravillosa MIDNIGHT AND THE GARDEN OF GOOD AND EVIL (Medianoche en el jardín del bien y del mal, 1997)-, se trocará en un momento dado, cuando sin tener por que hacerlo, Paige se implique en la defensa de la extraña situación vivida por una de sus grandes amigas –Lynn Lockner (excelente Kristin Scott Thomas)-, cuando descubra el asesinato del que era su amante, al visitarlo a su mansión. Lynn es esposa de un senador liberal y, para evitar un escándalo mayúsculo, Paige aparecerá como el descubridor del cadáver, aunque la existencia de una foto comprometedora en la que se encuentran el asesinado y esta, pondrá en jaque la actuación de un fiscal que desea hincar el diente la presunta intachable conducta del entorno del citado senador –encarnado por Willem Defoe, un viejo colaborador de Schrader-. Sin embargo, la trama policial y de intriga inicial, servirá para sumir a Carter en uno de esos conocidos descensos emocionales consustanciales al cine de su autor, comprobando como un hombre que en teoría era respetado y hasta temido por sus influencias –aunque él fuera consciente de que gozara de pocos afectos-, resulta molesto para todos aquellos a los que ha servido hasta ese momento. Es a partir de esos instantes, cuando la puesta en escena del director comenzará a abandonar esa falsa pero pausada narración, para adquirir unos tintes amenazadores que llegarán a poner en peligro no solo su propia vida, si no la de su amante. Una vez más, Schrader articula su enunciado temático habitual, trasladándolo a partir de ese descenso a los infiernos de un hombre que llegará a vivir algo que siempre había temido, pero quizá nunca se había ni llegado a plantear; convertido un ser indeseable para esa sociedad que lo ha utilizado durante tantos años.

Será pues, el instinto de supervivencia el que guiará –como tantos otros personajes previos de la filmografía de Schrader- a un Carter Paige III, que saldrá no sabemos si fortalecido de las dramáticas circunstancias vividas, pero sí al menos conocedor de la realidad de ese entorno que le ha rodeado con falsas adulaciones, utilizándole en su calidad de homosexual refinado dedicado al acompañamiento de damas adineradas. Esos instantes finales, en los que se adivina un nuevo y sincero giro en su relación con Emek –que hasta entonces solo tenía como compañero sexual- y, sobre todo, ese último encuentro con Lynn –que lo ha abandonado solo a su suerte cuando vivía sus instante más dramáticos por el mero hecho de ayudarla-, se verá sublimado con la melancólica sintonía de Ethan Higbee y Alec Puro, y una mirada de nostalgia a la espalda de ella, encuadrada mediante un suave ralenti que quizá indique el final de la relación con una mujer que quizá llegó a estar a punto de amar, pese a su opuesta condición sexual.

Magníficamente rodada, impregnada de unas puntillosas alusiones a la política de la administración Bush, THE WALKER es una prueba más de la valía de Paul Schrader no solo como cineasta sino, fundamentalmente, como uno de los pocos “autores” –en la significación “cahierística” del término- con que cuenta una cinematografía que, desgraciadamente, aún no ha sabido valorar y reconocer una obra quizá no todo lo extensa que debiera, pero que en el sendero discurrido ha dado sobradas muestras de su valía. THE WALKER es una nueva muestra de ello, y aunque su carrera comercial haya sido menguada, e incluso no haya llegado a España más que por edición digital, no impide que la considere como una de las obras más interesantes legadas al cine en 2012, y la ratificación de la valía del cine de su autor.

Calificación: 3’5

BLUE COLLAR (1978, Paul Schrader) Blue Collar

BLUE COLLAR (1978, Paul Schrader) Blue Collar

Se podría señalar sin temor a equivocaciones, que BLUE COLLAR (1978, Paul Schrader), supone una muestra tardía de esa interesante tendencia que el cine norteamericano de los setenta, en la que a través de diversos títulos de apariencia contrapuesta, se logró plasmar en la pantalla la crónica negra y oscura de las aparentemente democráticas instituciones USA. Supongo que cada aficionado podrá establecer una relación personal de títulos al respecto. Por mi parte, propongo dos ejemplos reveladores, que en sus líneas de conexión se acercan con este debut en la realización de Schrader. Cito a este respecto THE PARALLAX VIEW (El último testigo, Alan J. Pakula) y la casi ignorada THE NICKEL RIDE (El hombre clave, Robert Mulligan), ambas de 1974, no dudando en señalar esta última entre las obras más valiosas de su desconcertante e irregular realizador.

¿Y qué tienen en contacto estas dos películas con BLUE COLLAR? Fundamentalmente, esa mirada cuestionadota y finalmente siniestra que comparte, ante la imposibilidad de luchar contra unos mecanismos impuestos en los que incluso la presencia aparentemente necesaria de los sindicatos, no supone más que un elemento suplementario en la falsedad del trato del obrero por parte de los mandos del capital. La obra de Schrader expone, como pocas veces se ha visto en el cine norteamericano de las últimas décadas, una visión de corte nihilista –muy a tono con los postulados que el realizador aplicaría en su obra como guionista y posteriormente en calidad de director- en la que parece que en última instancia lo único que importe serán esos marcadores ubicados en el exterior de la factoría automovilística, en donde sin atender a las incidencias y conflictos de su personal, desgranan el puntual e impersonal cómputo de los vehículos construidos.

Estamos situados en la hoy depauperada Detroit. En el ámbito de una factoría automovilística, donde conviven un gran número de trabajadores. Entre ellos se encuentran Zeke –un sorprendentemente eficaz Richard Pryor-, Jerry (Harvey Keitel) y Smokey (Yaphet Kotto), tres representantes del amplio entramado laboral que mantienen una estrecha  amistad. Ambos se caracterizan además por lo ajustado de sus economías, que en bastantes ocasiones les llevarán a situaciones complejas –a Zeke se le presenta un inspector de Hacienda que le detecta una deuda de más de dos mil dólares, y Jerry tiene una hija a la que se han recetado unos correctores en la boca, llegando a hacerlos ella misma con unos alambres, con resultados desastrosos. Ante este sombrío panorama, surge la posibilidad de robar la caja fuerte del sindicato, que finalmente llevarán a la práctica, alcanzando un botín exiguo. Una vez efectuado el atraco –supondrá para ellos una auténtica “Caja de Pandora”-, Zeke revisará el libro de cuentas que se encontraba en el interior de la mencionada caja fuerte, revelándose prácticas de préstamos a intereses abusivos. Una prueba de manejos turbios que de inmediato soliviantará el entorno del sindicato donde por otra parte, muy pronto tendrán noticias de los autores del hurto y, por ende, depositarios del singular y comprometedor botín. Es a partir de esos momentos, cuando los tintes de BLUE COLLAR van adquiriendo unos perfiles más siniestros y amenazadores, hasta desembocar en una mirada de creciente desolación en la que la muerte, la traición a unos orígenes de clase y la renuncia a una amistad entrañable, revelará una visión llena de crueldad sobre la condición humana.

Pero más allá del alcance adquirido por esta pintura moral que culminará con un eficacísimo y catárquico congelado de imagen subrayado por el revelador comentario de un veterano compañero de factoría, esta primera película del hasta entonces guionista Schrader, revela a ese director con personalidad que desde el primer momento perfiló, desarrollando una de las obras fílmicas más interesantes del cine USA de las últimas décadas. Ya desde esta obra de debut demuestra la hondura de su discurso temático, pero al mismo tiempo esta circunstancia, experimentada en guiones que han pasado a la pequeña historia del cine de la década de los setenta, despliega una textura visual reconocible, bastante alejada por cierto de los tics propios de la época. En su oposición, demuestra un especial cuidado –en perfecta sintonía con el operador de fotografía Bobby Byrne-, e incorpora también una tendencia a la abstracción, que permite incluso en nuestros días, que la película resulte pasablemente renovadora. No hay más que contemplar como se encuentran filmados los exteriores diurnos, o la singularidad que preside la extraña secuencia del frustrado atraco. Pero por encima de todas estas referencias. Por encima incluso de la excelente y sobria labor del trío protagonista, hay dos secuencias contrapuestas que pueden formar parte de la hipotética galería de lo mejor que ha filmado Schrader en toda su trayectoria. Una de ellas es la reunión de los amigos en la que Pryor confiesa con amargura “no tengo suerte para el dinero, y eso que he trabajado mucho para lograrlo”. La  resignada revelación resulta tan sincera y honda, que el espectador forzosamente mostrará su simpatía por un personaje que más adelante hará gala de su nulo sentido de la ética. El otro gran momento es el del asesinato de Smokey dentro de un recinto donde se pintan coches, y cuya puerta queda bloqueada por una máquina de gran tamaño. Allí el pintor irá asumiendo progresivamente el horror de la situación, además en un recinto que se tornará claustrofóbico que, finalmente, le costará la vida.

Película de bajo coste, reveladora de un estadio de las cosas nada claro en la sociedad USA y, sobre todo, puesta de largo de un guionista que aquí probaba sus armas como mettre en scène, BLUE COLLAR es un título insólito, valiente y de alcance demoledor, primer paso en una de las filmografías más valiosas y menos apreciadas en su conjunto del cine norteamericano generado a partir de ese momento.

Calificación: 3

HARDCORE (1979, Paul Schrader) Hardcore: un mundo oculto

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Hay ocasiones en el mundo del cine para las que el paso del tiempo es la mejor aliada. Si bien en no pocos exponentes es la prueba más palpable del envejecimiento, en otros ofrece la señal inexacta para debilitar prejuicios que sobre ellos recayeron en su momento. Y creo que esa afirmación le viene como anillo al dedo a una película tan incómoda de abordar como HARDCORE (1979, Paul Schrader) –en España con el añadido de HARDCORE: UN MUNDO OCULTO-. Segunda de las realizaciones de Paul Schrader, en su momento y desde entonces tuvo que sobrellevar el sambenito de “reaccionaria”. Una calificación que ciertamente solo podría proceder de mentes para las cuales solo existe el “blanco” y el “negro”, aspecto en el cual otros preferimos elegir la complejidad de la infinita gama de grises.

Y aludía al paso del tiempo, puesto que el posterior devenir de la obra de este interesantísimo realizador y guionista –de la cual he podido ponerme afortunadamente casi al corriente en los últimos tiempos- ha demostrado no solo en la profundidad que sus postulados imposibilitaban una visión tan reduccionista, y al mismo tiempo evocan en su conjunción –y más allá de las relativas oscilaciones de nivel, algo habitual en cualquier obra cinematográfica por otra parte-, una andadura esta ciertamente compacta y que poco a poco viene siendo reconsiderada en su conjunto.

Es por ello que se puede contemplar HARDCORE con mayor objetividad que en el momento de su estreno, como se pueden evocar esas descripciones cuasi rurales con fondo nevado –que adelantan la atmósfera física de AFLICCIÓN (Afliction, 1997)-, o como la presencia en una panorámica urbana del letrero de una sala cinematográfica anunciando LA GUERRA DE LAS GALAXIAS (Star Wars. 1977, George Lucas) adquiere hoy día un carácter casi de testimonio. Es por ello que una mirada limpia a la segunda película de Schrader hay que dirigirla valorando en primer lugar la arriesgada apuesta que el norteamericano plasmó, atreviéndose a descender casi a las cavernas de un submundo en el fondo tan cercano. Dejando a la altura del betún posteriores acercamientos a ese mundo como la cuasi lamentable ASESINATO EN 8 MILÍMETROS (8mm, 1998, Joel Schumacher) o incluso la española TESIS (1995, Alejandro Amenábar), Schrader no tiene empacho de ofrecer una mirada indudablemente moralista a un universo lleno de luces de neón, de aspectos oscuros, de reglas, chulos y macarras, de perversión incluso, que en buena medida emergen quizá por elementos culturales y religiosos que dan como resultado seres humanos como el respetable ciudadano Jake Van Dorn (un excelente George C. Scott). Acomodado fabricante de muebles en una pequeña localidad de Utah, caracterizado por su fundamentalismo religioso de ascendencia calvinista –idéntica procedencia que la de Schrader-, de la noche a la mañana ha de adentrarse en un mundo paralelo que existía y al que simplemente ni siquiera se había planteado a penetrar –para él el sexo tiene una muy corta importancia y un matiz negativo-, al comprobar que su hija se ha fugado de su entorno y poco después descubra –en un momento de casi dolorosa fuerza dramática- que ha participado en la filmación de en una película porno de aspecto lamentable.

A partir de ahí su universo se va desmoronando poco a poco y sus objetivos se centrarán en la búsqueda de su hija Kristen. Primero contratará a un detective (interpretado por Peter Boyle), poco después él mismo decidirá recorrer las ciudades y rincones en los que la presencia de clubs, tiendas de artículos pornográficos y casas de citas se convertirán en moneda corriente en sus pesquisas. Jake incluso se disfrazará y simulará ser un rico empresario interesado en invertir en films pornográficos. De forma paulatina con su descenso a ese particular infierno, inconscientemente irá mostrando una especial mirada que comporta el haber entrado en un mundo que no existía para él, por más que de alguna manera conociera su existencia. Y del mismo modo que el espectador va conociendo de su mano y por medio de una narrativa muy fluida y adecuada -cuando este se va acercando al paradero de su hija- Jake encontrará la inesperada ayuda de Niki (Season Hubley), una joven prostituta que paulatinamente revelará mucha mayor integridad que el aparentemente intachable padre de Kristen. Pese a que ese contraste de personalidades ejerza en un momento determinado como motivo de reflexión para Jake, es evidente que llegado el momento de la resolución de la búsqueda, ambos personajes retornarán a sus mundos respectivos, disociándose esas dos líneas diagonales que en un momento determinado se cruzaron en la jungla de la sociedad norteamericana.

Son bastantes los elementos a destacar en HARDCORE. Por un lado esa ya mencionada línea narrativa que logra que en todo momento el guión –obra del propio Schrader- fluya sin altibajo alguno. Su planificación es siempre medida –algo que hay que destacar dadas las viciadas formas visuales de aquellos años- y el ritmo adecuado, logrando trasplantar en la pantalla las diferencias de los ambientes rurales y cerrados que se desarrollan en las secuencias de apertura –dominadas además con un tono fotográfico neutro aunque con la aplicación de ciertas notas de color –especialmente en los mobiliarios- de tonos pastel. En su oposición, una vez centrada la acción en las zonas urbanas nocturnas destinadas a los centros de pornografía, el predominio de las luces de neón, los colores estridentes y ambientes casi asfixiantes serán el denominador común. A estas utilización dramática de la iluminación –estupenda fotografía del posterior y efímero director Michael Chapman-, hay que añadir la de espejos que en diversas ocasiones servirán para reforzar el sentido y la dualidad de algunas secuencias.

No se puede ocultar el eco que de la estupenda TAXI DRIVER (1976, Martin Scorsese) hay en hiHARDCORE –Michael Chapman fue igualmente el operador de fotografía en aquel caso-, también es cierto que nunca se apreciará lo suficiente la aportación de Schrader en la célebre película del newyorkino. En este caso ese descenso al submundo de la venta del sexo en sus diversas y más sórdidas variantes adquiere una tonalidad diferente, en la que incluso se aportan ciertas notas humorísticas y que chirría en algunas ocasiones, fundamentalmente en aquellas secuencias que muestran el mundo del rodaje de películas porno –tanto la caracterización de sus productores y directores como los propios momentos de rodaje-.

En cualquier caso y pese a estos pequeños baches, el balance de HARDCORE es altamente positivo. Esa bajada a otro nivel de la sociedad de consumo creado en buena medida por mentalidades conservadoras, ese viraje a otra realidad realizado por un individuo de cerrada mentalidad religiosa, tiene secuencias fascinantes envueltas en angostos pasillos tímidamente iluminados con estridentes contrastes de color, con alusiones incluso al propio artificio cinematográfico –ese momento de la persecución final al cowboy por medio de frágiles y sórdidos decorados del mundo sadomasoquista que son destrozados por la ingerencia de perseguidor y perseguido, y en la que esa búsqueda de redención personal de Jake Van Dorm –“lo tengo que hacer solo” llegará a decir a su cuñado y mejor amigo-, ofrece momentos tan memorables como esa sincera conversación a pleno día y en un banco de paseo con la joven Miki, en la que revela el muro infranqueable que separa a dos mentalidades en apariencia opuestas pero finalmente más cercanas de lo que pudiera parecer, y en donde quizá la joven prostituta se muestra mucho más noble en sus afectos y capacidad de ayuda que el aparentemente intachable ciudadano. Sin duda una llamada de atención de una sociedad enferma y llena de prejuicios, en la que la apariencia pocas veces se corresponde con la realidad, puesto que es la hipocresía y la falsedad de una moralidad puritana la que, como siempre suele suceder, crea situaciones, entornos y perversiones como las que muestra esta HARDCORE. Una película más acertada, valiente y transgresora de lo que se quiso ver en su momento, y un paso adelante en la trayectoria de un Paul Schrader que con el paso del tiempo se puede considerar de las más valiosas del cine norteamericano de las últimas generaciones.

Calificación: 3

LIGHT SLEEPER (1992, Paul Schrader) Posibilidad de escape

LIGHT SLEEPER (1992, Paul Schrader) Posibilidad de escape

La oportunidad de poder ir recuperando la filmografía de Paul Schrader de forma desordenada no hace más que confirmarme la presencia de un cineasta personal, severo en sus formas, coherente con sus contenidos, que quizá no contenga ningún título perfecto en su filmografía pero que en su conjunto revela un muy notable nivel de interés –muy superior al de colegas suyos bendecidos por los “inciensos” mediáticos-. Este es el octavo de sus films que he podido ver –entre los 14 títulos que hasta la fecha ha puesto en escena, uno de ellos para televisión-, y puedo afirmar que se encuentra entre los mejores, aunque bien es cierto que entre los visionados no he encontrado todavía un mal título.

LIGHT SLEEPER (1992) –rebautizada en España como POSIBILIDAD DE ESCAPE-, fue realizada tras la muy interesante –y en su momento masacrada por la crítica- THE COMFORT OF STRANGERS (1990) –EL PLACER DE LOS EXTRAÑOS-, y podría definirse de forma muy escueta como una variación posibilitada del mundo mostrado en TAXI DRIVER (1976) –la consagración de Scorsese basada en las fuentes literarias y temáticas de Schrader como guionista-, combinada con las formas visuales y estéticas aplicadas por el propio realizador en la estupenda AMERICAN GIGOLO (1980). Es igualmente uno de sus títulos más compactos, inspirados y medidos tanto en su estructuración dramática, la sencillez de su trazado, la sutileza de la evolución de su personajes y la coherencia con su mundo personal tanto a nivel de contenidos como de plasmación visual. Personalmente creo que cabe ubicarlos a la altura de los dos referentes antes señalados.

POSIBILIDAD DE ESCAPE nos cuenta la historia de John LeTour (un extraordinario Willem Defoe en la que quizá sea la mejor y más mesurada interpretación de su carrera) un camello de alto standing de 38 años de edad que trabaja a las órdenes de la vitalista Ann (estupenda, como siempre Susan Sarandon) desenganchado del mundo de la droga pese a vivir de su tráfico y que de repente descubre que busca una oportunidad para reiniciar su vida. Ello se le brinda con el reencuentro fortuito con su fugaz ex-mujer –Marian (Dana Delany)- que enciende su pasión y reaviva ese deseo de abandonar un submundo aparentemente lujoso pero realmente vacío en su existencia. LeTour escribe sus impresiones de forma desordenada en cuadernos que posteriormente tira a la papelera. En realidad es un ser solitario para el que la vida tiene difícil acomodo.

Leyendo estas líneas nos daremos muy pronto cuenta de la familiaridad que esta leve línea argumental nos reúne con ese mundo de personajes propio de Schrader que de alguna manera buscan una redención de sus pasadas conductas –siempre ese referente del francés Robert Bresson tan adorado por el norteamericano-. La especial virtud de esta película es que las intenciones y objetivos temáticos de la película tienen una adecuada plasmación en unos tintes sombríos pero nunca tremendistas a través de una textura visual muy cuidada y con una oportuna temperatura emocional adecuada en los momentos álgidos del metraje.

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Viendo POSIBILIDAD DE ECAPE se nota de forma rápida el esmero en la composición de sus planos, la utilización dramática del color –esos fondos de lívidos azules para los momentos más emocionales; excelente la labor del operador Edward Lachman-, la presencia de objetos en el encuadre que ayudan a comprender mejor la trastienda de la evolución de los personajes –pienso por ejemplo en el excelente plano en el que LeTour visita amaneciendo y por segunda vez a la prestigiosa vidente y esta finalmente le dice lo que quiere oír sin verdadera convicción por su parte; por ello la cámara la excluye del encuadre y sin embargo vemos su rostro reflejado en el espejo junto al semblante inquieto de nuestro protagonista-. Ejemplos como ese se suceden a lo largo de una película en la de nuevo Scharder nos habla del azar, el destino (“Se me ha ido la suerte...”, llega a reflexionar LeTour cuando las circunstancias le son adversas), las inquietudes religiosas, la posibilidad de redención, la soledad y la apuesta final por un amor posible que finalmente se atisba en una hermosa y sencillísima –quizá por ello sea tan emotiva- secuencia final en la que LeTour y Ann conversan estando el primero en la cárcel cumpliendo su condena tras la experiencia vivida en su particular y casi necesario “descenso a los infiernos”. Una expiación que le liberará de su pasado y brinda una pequeña luz de una vida futura con la mujer con la que tanto ha convivido como jefa de operaciones. Esa Ann que quizá hasta entonces no había podido ver como verdadera amante, por más que ella en algunos momentos sí demostrara a lo largo de su relación profesional sentir algo más por él.

Ni que decir tiene que POSIBILIDAD DE ESCAPE funciona estupendamente como thriller, con una latente presencia de imágenes violentas y con una textura que remite en algunos momentos al cine hipolar francés practicado de forma especial por Jean-Pierre Melville y que se manifiesta especialmente en una deliberada frialdad y cierto escepticismo en su desarrollo. Una vez más y desde una puesta en escena muy sólida que sirve impecablemente las posibilidades de su guión, con la humildad con que Scharader ha acometido toda su trayectoria como realizador y una excelente dirección de actores en la que cabe incluir todo su reparto, se desarrolla un film realmente magnífico que si a mi juicio no llega a ser absolutamente redondo es por elementos como una en ocasiones inadecuada utilización de la banda sonora y quizá también porque su director tampoco se plantea configurar “películas definitivas”. Es por ello que quizá su obra tenga un nivel tan homogéneo, aunque cierto es señalar que en esta ocasión su intensidad y convicción haya llegado a una de sus cotas más elevadas.

Calificación: 3’5

AUTO FOCUS (2002, Paul Schrader) Desenfocado

AUTO FOCUS (2002, Paul Schrader) Desenfocado

No me extraña que en el momento de su estreno AUTO FOCUS (2002) –DESENFOCADO en España-, fuera ignorada casi por completo por crítica y público. Vivimos en unos tiempos –que tienen su lógico reflejo en el cine- en el que incluso plantear temas polémicos o de aparente dureza han de estar revestidos de elementos autocomplacientes que hagan asequibles al espectador, aficionado o comentarista lo que ve. Se me ocurren muchos ejemplos al respecto para ilustrar esta aseveración –que no es nada nueva por otra parte- pero lo cierto es que AUTO FOCUS carece de ellos. En los últimos tiempos esta misma sensación de asistir a una película norteamericana incómoda de contemplar –aunque por otras razones-, me lo proporcionó la brillantísima POR AMOR AL ARTE (The Shape of Things, 2003. Neil LaBute).

Y es que pese a todo lo mencionado anteriormente, considero AUTO FOCUS una película realmente brillante, atrevida, coherente con el mundo temático y visual propuesto por la trayectoria precedente de su realizador y guionista –aunque curiosamente en esta ocasión este segundo cometido se encuentre ausente (el origen procede del libro de Robert Graysmith trasladado a guión por Michael Gerbosi); no obstante es evidente que Paul Schrader se encontró como pez en el agua ante un proyecto que personalmente considero en su resultado como la película más lograda de entre las siete que he visionado hasta ahora de su filmografía.

De nuevo recorriendo por los recovecos de personajes atormentados y que deben discurrir por un infierno personal para llegar a la ascesis, aunque sea en este caso pagándolo con su propia vida. Esta es, en definitiva, la historia que propone AUTO FOCUS con la trayectoria vital de la estrella televisiva Bob Crane (un excelente y matizado trabajo de Greg Kinnear) –recuerdo de pequeño algún programa televisivo suyo que nunca me llamó la menor atención-. A partir de la narración de su trayectoria profesional y vital –la película inicia su andadura en el Hollywood de 1964-, nos va contando la evolcuión profesional de Crane –inicialmente perfecto ejemplo de hombre felizmente casado-, triunfador en aquellos años merced a la serie televisiva Hogan’s Heroes. En plena vorágine de su éxito llega su encuentro con un extraño personaje precursor en la venta de vídeos y caracterizado por su bisexualidad –John Carpenter (Willem Dafoe)-, que paulatinamente va haciendo realidad las obsesiones sexuales de Crane que se abren tanto en orgías, fotografías y grabaciones en vídeo de contenido sexual. Esos incipientes vídeos que Carpenter va vendiendo como una enorme novedad entre celebridades como Elvis Presley o Rock Hudson.

En la compañía de una esposa puritana –Anne (Rita Wilson)- y de marcado carácter religioso, ello no es óbice para que Crane descienda por la pendiente de un sexo compulsivo en el seno de una sociedad y un mundo que le rodea lleno de represión y doble moral. De forma gradual las inclinaciones de la estrella televisiva y su escasa propensión a ocultar sus inclinaciones serán elementos que irán facilitando la caída de su carrera tanto en el terreno profesional como el familiar, hasta llegar finalmente al inicio de una posible redención que no podrá cumplir al producirse su asesinato.

El relato de las andanzas mostradas en AUTO FOCUS realmente no se puede calificar como algo novedoso. Pero si la película se caracteriza y adquiere su fuerza es fundamentalmente por la implicación personal de Schrader en su puesta en escena que se traduce no solo en el propio terreno de la realización, sino que se extiende en aspectos como la ambientación –un elemento importantísimo en el film-, la dirección de actores e incluso la iluminación. Pero vayamos por partes.

Hay un elemento en el que el director acierta de pleno de AUTO FOCUS y es la perfecta ambientación sixtie en la que se desarrolla buena parte de su metraje –que tiene su brillante inicio con unos excelentes títulos de crédito dignos de la más clásica de las comedias del periodo-. Ahí donde hasta Steven Spielberg no logra alcanzar su objetivo –ATRAPAME SI PUEDES (Catch Me If You Can, 2002)- o por exceso en la comedia ABAJO EL AMOR (Down with Love, 2003. Peyton Reed), en este caso el logro es total. Y no solo eso sino que la progresión cronológica de la historia permite que esa evolución en la ambientación se extienda hasta la década de los setenta, variando hasta el tono fotográfico y correspondiéndose además esta oscilación del tono amable de los pasajes iniciales hasta el hundimiento de su protagonista con una fotografía quemada y fuertemente contrastada.

Esta circunstancia tiene su correspondencia con los métodos narrativos, puesto que Schrader inicia la andadura de Crane bajo los ropajes de comedia elegante y una planificación sencilla basada en planos generales, colores pasteles y escasos movimientos de cámara. Paulatinamente y coincidiendo con el devenir de su personaje protagonista la planificación irá adquiriendo un tono más inquietante hasta llegar casi al tono nervioso de sus últimas secuencias, caracterizadas por su aire incómodo y desasosegador.

Pero por encima de todo –e incluso de ciertos altibajos-, si algo caracteriza este AUTO FOCUS es la demostración de una moral hipócrita en la que el sexo siempre está definido como algo pernicioso, casi obligando a que un personaje singular en sus debilidades sea excluido de una sociedad aparentemente amable pero en el fondo caracterizada por su castrante visión de la libertad. Hay detalles visuales claramente reveladores en las secuencias iniciales pero me gustaría destacar uno de ellos. Se trata de un plano en el Anne –su primera esposa- le habla a Crane sobre cuestiones sexuales desde el pasillo y ante lo que parece ser un cuadro moderno. En un contraplano ya frontal ese cuadro alberga un relieve de la Virgen. A elementos como este –que son numerosos a lo largo del desarrollo de la historia- o la importancia que adquieren los fundidos en negro en momentos claves del film, no se pueden omitir ni la crónica del ascenso y caída de una celebridad en el mundo de Hollywood, la importancia de la televisión, la llegada del vídeo y numerosos detalles colaterales que logran una considerable densidad a este producto realmente contracorriente.

Me gustaría destacar igualmente un momento espléndido -este en uno de los pasajes finales del film-, como es el último y casi angustioso encuentro de Crane con su representante. En él, la cámara nerviosa de Schrader transmite una sensación confesional y casi de compasión hacia un personaje que se ve vencido ante una sociedad como la norteamericana de aquellos años –y sobre todo el mundo de Hollywood de entonces-, transmitiendo la enorme hipocresía ante los comportamientos sexuales.

Pese al excesivo rasgo caricaturesco del personaje encarnado por Defoe en la segunda mitad del film –cuando este se desarrolla en la década de los 70-, conseidero que AUTO FOCUS es un título estupendo y que podría unirse a otros ya lejanos en el tiempo como BUSCANDO AL SR. GOODBAR (Looking for Mr. Goodbar, 1977. Richard Brooks) o incluso la británica ÁBRETE DE OREJAS (Prick Up Your Ears, 1987. Stephen Frears) en la plasmación de unos modos y costumbres siempre ligadas a la conquista de unas determinadas libertades sexuales. Pero al mismo tiempo y casi retomando el inicio de comedia del film, la irónica voz en off del protagonista una vez muerto –como el Joe Gillis de EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (Sunset Boulevard, 1950. Billy Wilder) redondea una película atrevida y valiente, máxime teniendo en cuenta que se trata de un producto integrado en la industria de Hollywood y realmente el retrato que ofrece de una parte de su pasado no muy lejana en el tiempo es cualquier cosa menos complaciente.

Calificación: 3’5