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CINEMA DE PERRA GORDA

LO SPETTRO (1963, Riccardo Freda)

LO SPETTRO (1963, Riccardo Freda)

Contemplando ya desde sus primeros instantes las imágenes de LO SPETTRO (1963, Riccardo Freda), cualquier espectador más o menos avezado en lo que se denominó la “escuela italiana del terror”, podrá por un lado apreciar las virtudes que hicieron de su realizador uno de sus máximo artífices –bajo mi punto de vista su exponente más valioso, por encima incluso del más reconocido Mario Bava-. Por otro lado, y aún reconociendo su innegable interés, nos encontramos con una propuesta que no solo se encuentra un par de peldaños por debajo de la más lograda L’ORRIBILE SEGRETO DEL DR. HICHCOCK (1962) sino que en un segundo término ratifica esa línea decreciente que esta corriente iría asumiendo, de forma más acusada que la manifestada en el cine británico. Y a la hora de buscar dichas deficiencias, más que centrarnos en las mostradas a nivel de puesta en escena, nos tenemos que remitir a una serie de estereotipos a nivel de guión –obra de Oreste Biancoli y el propio Freda-, que a grandes rasgos  se ofrecen como una mezcla del título precedente sobre el dr. Hichcock y THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961) de Roger Corman. Es curioso como en muchas ocasiones se ha echado en cara el hecho de la apropiación de Corman de argumentos, atmósferas y situaciones, cuando en realidad todo ello fue moneda corriente entre los practicantes del género, fomentándose entre ellos una extraordinaria simbiosis que proporcionó al cine de terror de finales de los cincuenta y la primera mitad de los sesenta una extraordinaria riqueza.

LO SPETTRO –jamás estrenada comercialmente en nuestro país- se inicia de manera abrupta, situándonos en el interior de una mansión ubicada en la Escocia de 1910. Allí se está desarrollando una sesión de espiritismo, plasmada de manera casi asfixiante, y auspiciada por el dr. John Hitchcoch (Elio Jotta). Uno de los grandes aciertos de la película es saber introducir en esos minutos de apertura una sensación de angustia casi claustrofóbica, al tiempo que describe la obsesión mórbida que el paralítico protagonista siente por la muerte. En realidad, él mismo se considera presto para discurrir tras la frontera del mas allá, aunque del mismo modo se sirva como sujeto de experimentación por parte del joven dr. Charles Livingstone (Peter Baldwin), al objeto de lograr con las medicaciones que le pone en práctica, una serie de mejoras para el futuro de la humanidad. Desde el primer instante, LO SPETTRO atesora un cuidado diseño de producción –una de las virtudes de su realizador-, manifestado en esa recargada y avejentada mansión en la que se desarrolla casi toda la narración, y que se extenderá hasta detalles tan espléndidos como la mostración de su cripta, en donde adornando todos sus nichos se encuentran ubicados cráneos que en teoría nada tendrían que ver con los restos que contienen en su interior.

A partir de dichas premisas, Freda juega abiertamente con las convenciones del género -manos que aparecen de manera inesperada, uso de tormentas y rayos, sombras, pasadizos, una gobernanta aviesa, que no me extrañaría que fuera el referente en el que se inspiró Mel Brooks para la Cloris Leachman de YOUNG FRANKENSTEIN (El jovencito Frankenstein, 1974)-, introduciendo un matiz satánico en las sentencias pronunciadas por el sacerdote que en un momento determinado advertirá a Hitchcock de le negativo de sus acciones. Resulta fácil percibir que el realizador italiano se mueve como pez en el agua dentro de unas convenciones de las que sabe extraer vida propia, conformando un conjunto atractivo que se sobrepone a la base de un guión del que se desprende una cierta sensación “déjà vu”. Ayudado por la fuerza y expresividad que manifiesta el auténtico icono manifestado por Barbara Steele (encarnando a Margaret, la esposa de Hitchcoch) –aunque no pueda decirse que se encuentre en su rol más vibrante de su carrera-, la cámara de Freda sabe discurrir por un universo pesadillesco, en el que la acción de los venenos, las constantes referencias necrofílicas, las situaciones de amenaza –ese instante en el que Margaret afeita con una cuchilla a su imposibilitado esposo; el descenso en solitario de esta por segunda vez a la cripta donde está ubicado el ataúd de su esposo, para encontrar en la parte inferior del mismo ese tesoro del difunto que se encuentra desaparecido-. Es indudable que el ya experimentado realizador sabe escrutar con la cámara todos los recovecos de las acciones de sus personajes, utilizando incluso para ello con bastante propiedad el “zoom” –aunque lo que en esos momentos se mostraba como pertinente, muy pronto sería unos de los vicios que arruinaron esta corriente del género-.

En cualquier caso, y pese a resultar un título interesante, no es menos cierto es que en LO SPETTRO se empieza a detectar un desgaste que poco tiempo después iría transformando ese modo de entender el género por el denominado “giallo” –muy apreciado por algunos, más no por un servidor-. Y esa cierta sensación se tiene al asumir lo que constituye un relato en teoría sobrenatural con una conclusión de intriga criminal, manteniendo citas muy cercanas a PSYCHO –no citaré que secuencia se trata-, o incluso planteando en clave terrorífica, una conclusión que se me antoja bastante similar a la que, con tintes paródicos, expresaba el maravilloso tandem formado por Jacques Tourneur y Richard Matheson en la espléndida THE COMEDY OF TERRORS (La comedia de los terrores, 1963. Jacques Tourneur). Y es curioso señalar todo ello a este respecto, en la medida de mostrar un final que acomete ecos de la citada THE PIT AND THE PENDULUM, reiterando esas constantes referencias que tanto los primerísimos cineastas del género en aquellos años, como aquellos situados en un peldaño inferior, fueron retomándose, bien estuvieran situados en Italia, Inglaterra o Estados Unidos. Nada hay de malo en ello, puesto que de forma inconsciente, y separados a miles de kilómetros de distancia, forjaron la última edad de oro del “fantastique” cinematográfico. El film de Freda no puede decirse que se encuentre entre la cima de lo más granado generado en aquellos años, pero en su conjunto si que ofrece los suficientes motivos de interés para ser resaltado, al tiempo que completa un estimulante díptico sobre un personaje –el dr. Hichcoch-, poco citado en las antologías del género, y que si bien en su primera aparición en la pantalla alcanzaba unas cotas de paroxismo difícilmente superables, en esta ocasión se muestra de manera más menguada aunque no por ello digna de mención.

Calificación: 3

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