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CINEMA DE PERRA GORDA

A THUNDER OF DRUMS (1961, Joseph M. Newmann) Fort Comanche

A THUNDER OF DRUMS (1961, Joseph M. Newmann) Fort Comanche

Cuando se realiza al amparo de la Metro Goldwyn Mayer A THUNDER OF DRUMS (Fort comanche, 1961. Joseph M. Newmann), el western –al igual que el resto de géneros tradicionales- se encuentra a punto de iniciar la última fase de su andadura como género; lo que denominaríamos como su periodo crepuscular. Sam Peckimpah ya había firmado la notable RIDE THE HIGH COUNTRY (Duelo en la alta sierra, 1962), John Huston había jugado la baza del patetismo muy poco antes con THE MISFITS (Vidas rebeldes, 1961), mientras que otros de los grandes exponentes del cine del Oeste –Ford, Hawks, Walsh, Hathaway…- aún aportarían nuevas propuestas al mismo, poco a poco bañadas de ese tinte casi elegíaco que iba acompañado las últimas muestras de estos grandes cineastas que, con las mismas, iban transmitiendo la cercanía del final de sus propios periplos vitales.

Claro es que la película que comentamos, discurre un poco al socaire del enunciado señalado, erigiéndose como un producto modesto, firmado por un competente artesano que quizá brindó al género lo mejor de sus posibilidades como cineasta, y que tiene su punto más débil en el servicio a la blanda presencia del entonces emergente George Hamilton. Podríamos señalar que algo parecido sucedió con el Raoul Walsh de A DISTANT TRUMPET (Una trompeta lejana, 1964), al introducir en él al aún más endeble Troy Donahue… aunque bien es cierto que el engranaje de este último título era bastante más sólido que el que centran estas líneas. A THUNDER OF DRUMS se inicia de manera percutante –creo detectar que Newman tenía como una de sus posibles costumbres en los westerns que realizó, plantear secuencias progenérico con garra, para con ello enganchar al espectador. La de esta película no es una excepción, describiendo el ataque de lo que serán unos apaches, a una familia, en la que serán asesinados todos sus componentes, al tiempo que violadas las que eran mujeres, quedando la más pequeña traumatizada al contemplar el hecho. La planificación del episodio, el uso de las sombras y su magnífico montaje, unido a la ruptura de la misma con la llegada del teniente McQuade (Hamilton) al fuerte, proporcionan un atractivo comienzo. McQaude es un joven apuesto y elegante –es algo que algunos de los inquilinos ironizarán en no pocas ocasiones-, hijo de un prestigioso militar y formado en academia. Sin embargo, ello no será más que un elemento detonante de cara a las relaciones que mantendrá con el alto mando de dichas instalaciones; el capitán Maddocks (un excelente, como siempre, Richard Boone). Hombre veterano y viudo, caracterizado por lo hosco de su carácter –que en el fondo encubre un pasado familiar que desea dejar en el un obligado olvido-, solo tiene como objetivo vital el cumplimiento de sus deberes militares. Estos se pondrán en estado de alerta al ir conociéndose el ataque recibido no solo en la familia que hemos contemplado al inicio del metraje, sino contra un destacamento que del mismo modo ha sido atacado y en el que han sufrido diversas bajas. En medio de dicha coyuntura, la llegada de McQuade supondrá en cierto modo un revulsivo, ejerciendo este como chivo expiatorio al encontrarlo como una oposición frontal a sus métodos de trabajo. Sin embargo, sobre el joven teniente –que arrastra fama de mujeriego- llegará otro elemento de contrariedad al reencontrarse de manera inesperada con la joven Tracey Hamilton (Luana Patten), una novia con la que perdió el contacto por una serie de avatares, y que se encuentra comprometida con uno de los militares del fuerte –aunque también a este Maddocks le haya recomendado que renuncie al matrimonio, al encontrarlo un inconveniente para el ejercicio de su profesión como militar-.

A partir del guión de James Warner Bellah, A THUNDER OF DRUMS alterna su devenir en el cruce de estas tres líneas vectoras –la oposición del veterano mando y el joven militar, el reencuentro de este último con un antiguo romance y la presión que ejercerán unos apaches camuflados como comanches –indios protegidos-, en el entorno del árido fuerte. En realidad, el film de Newmann, contrapone dos modos de entender la vida, el final de unas maneras quizá autoritarias pero sin duda sabias, y la llegada de otras en la que la preparación se contrapone a la intuición. Y será algo que será puesto de manifiesto en la extraña relación que irá derivándose entre Maddock y McQuade que, en definitiva se erigirá como lo más atractivo de esta pequeña propuesta, caracterizada en su competente uso de la pantalla ancha, en la fisicidad que le brinda la fotografía en color de William Spencer –donde se palpa la aridez del paisaje y los interiores donde se desarrolla la acción-, y en la aceptable combinación que se establece entre el relato interno de sus personajes, con la descripción de la dureza de la vida militar en el Oeste, o incluso la crueldad de sus manifestaciones.

Es evidente que con A THUNDER OF DRUMS no asistimos a ningún exponente memorable del western, pero dentro de su limitado alcance si encontramos ciertos elementos que la hacen ser reseñable, más allá de lo percutante del inicio antes descrito. El plano en el que vemos la auténtica masacre que se ha producido entre el destacamento comandado por el prometido de Tracey –que también fallecerá entre ellos, tras haber descubierto poco antes la relación que su novia había mantenido con McQuade-; el episodio en el que el grupo capitaneado por este se insertará en un valle para atraer a los apaches, proporcionando una emboscada por parte de estos, el bellísimo plano –subjetivo- que nos permitirá contemplar la aridez del desierto extendido en estilizados cactus, o los planos “a dos” que nos describirán el paulatino acercamiento que se irá estableciendo entre el veterano militar y el recién llegado que en principio no contaba con su más mínimo aprecio. “No deje que le maten”, le dirá Maddock cuando lo envíe a esa importante misión final de engaño contra los apaches. Pero quizá donde se encuentre el fragmento más memorable de la película, es en la conversación última de ambos, una vez ganada la batalla con los apaches, y aún a costa de sufrir numerosas bajas entre ellos. Será en una secuencia en la que el fondo del viento meciendo la hierba, presidirá la conversación de ambos con un especial protagonismo por parte del curtido militar, demostrando a ese joven al que siempre había despreciado, una sensación de ver en él a un auténtico sucesor.

Dentro de la aún abundante y valiosa producción de cine del Oeste registrada en la época, no puede decirse que A THUNDER OF DRUMS se encuentre entre lo más valioso generado en la misma. Sin embargo, y dentro de la aceptación de sus clichés y el servilismo derivado a su joven estrella –a la que Vincente Minnelli ya había puesto en bandeja el magnífico melodrama HOME FROM THE HILL (Con él llegó el escándalo, 1960)-, nos encontramos ante una película que no aspira a la gloria, pero sí engrosa las honrosas estanterías de lo estimable.

Calificación: 2

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