DEATH IN SMALL DOSES (1957, Joseph M. Newman)
Dentro del recorrido de ese amplio corpus de realizadores que tuvieron su acomodo en el febril Hollywood de la década de los cincuenta del pasado siglo, quizá haya llegado el momento de realizar una mirada provista de un cierto interés en torno a la aportación de Joseph M. Newman, o Joseph Newman en otros momentos, artífice de una filmografía que supera la veintena de largometrajes, antes de abandonar la pantalla grande para dedicarse en exclusiva al medio televisivo. Especialmente dotado para el tratamiento de géneros físicos y tersos -el western y el policiaco y noir, lo cierto es que en lo que he podido contemplar de su producción, se dan cita un notable conjunto de atractivos títulos, en los que destaca una considerable fuerza y tensión interna, y acertando en la imbricación de dichas cualidades dentro de una atmosférica fisicidad narrativa. Buena parte de ello lo podemos evidenciar en la ignota DEATH IN SMALL DOSES (1957), rodada por Newman para la Allied Artists es decir, el estudio por excelencia de la tardía serie B. En el relato destaca la relativa audacia de su planteamiento general -a partir de un artículo de Arthur L. Davis, transformado en guion de la mano de John McGreevey-; una historia que se basa en el consumo de anfetaminas entre los camioneros. Pese a no pocos buenos momentos, lo cierto es que se trata de una película que adolece de un guion dominado por la simpleza y la carencia de contrastes, que no siempre su realizador acierta a contrarrestar con su destreza ante la cámara.
DEATH IN SMALL DOSES se inicia con una secuencia pregenérico dominada por su desasosiego -en la que no se pueden obviar las referencias a la cercana KISS ME DEADLY (El beso mortal, 1955. Robert Aldrich)-. En ella, un atribulado conductor de camión se encuentra conduciendo su vehículo de manera pesarosa durante la oscuridad de la noche. Recurrirá al consumo de unas anfetaminas que muy pronto modificarán su visión, convirtiendo la conducción en algo casi tormentoso y de imposible normalidad, que concluirá de manera trágica. Un percutante comienzo que no tendrá la debida continuidad cuando el argumento comience tras los créditos, en donde conoceremos el encargo policial al agente de la FDA Tom Kaylor (eficaz Robert Graves) para que se traslade a Los Angeles, y allí infiltrarse como falso camionero para poder seguir la pista del negocio de las denominadas ‘Bennys’, pastillas destinadas a conservar la euforia de esos camioneros que se responsabilizan de grandes desplazamientos. Atendiendo el objetivo, Kaylor se desplazará a dicho contexto, donde se hospedará en la casa que dirige la viuda del camionero muerto -Val Owens (Mala Powers)-. Allí conocerá como hospedado a Mink Reynolds (Chuck Connors), un conocido conductor caracterizado por su personalidad extrovertida, con quien se irá introduciendo en un ámbito dominado por las tabernas nocturnas y el de otros compañeros de la profesión, en el que se integrará con rapidez. Su primer copiloto será el veterano Wally (Roy Engel), como el que poco a poco irá entablando amistad e incidiendo de manera paulatina en su conocimiento sobre dicho comercio de pastillas. Algo en lo que este, pese a sus renuencias, irá transmitiéndole todo aquello que sabe, aunque se muestre reacio a que Tom vaya introduciéndose a un entorno que considera indeseable para nuestro protagonista. Las pesquisas del protagonista le llevarán a una taberna frecuentada por transportistas, en la que observará que una de sus jóvenes camareras -Amy (Merry Anders)- es vendedora de dichas pastillas. Será un contexto que se verá ampliado por la progresiva cercanía del agente camuflado con Val, llegándose a mostrar secretamente celoso de la atención que esta muestra hacia Steve (Harry Lauter), esposo de su amiga.
Todo ello cobrará un tinte trágico cuando en el descanso de un largo transporte conjunto Wally sea apaleado y muera, y la propia Amy huya del café donde trabajaba temerosa de verse enfrentada a los cerebros grises que sobrellevan la distribución de las peligrosas pastillas. Al mismo tiempo, un nuevo hecho alertará al agente convertido en conductor; en un transporte sobrellevado con Mink, ya convertido en su nuevo compañero de cabina, este sufrirá un grave ataque de ansiedad que estará a punto de acabar con su vida. Una vez trasladado al hospital y tras sobrellevar su primera noche de ingreso, este le revelará quien es el responsable del tráfico. Será el inicio de la resolución de la intriga, en la que nuestro protagonista se verá sometido a un peligroso y determinado giro de guion.
Antes lo señalaba. Lo más prescindible de DEATH IN SMALL DOSES -en la que detectaremos del mismo modo ecos del igualmente reciente THE MAN WITH THE GOLDEN ARM (El hombre del brazo de oro, 1955. Otto Preminger)- reside de entrada en la escasa enjundia que propone un relato destinado a denunciar el tráfico de una droga más o menos peligrosa, aunque a mi modo de ver de escaso atractivo dramático. Unamos a ello la simpleza con la que se nos presenta a su protagonista, sin trazar en su carácter rasgo previo alguno, o la excesiva rapidez con la que se introduce en el contexto de la acción, su conocimiento de Val o la casi inmediata incorporación en el ámbito del mundo del transporte. Todo ello resulta a mi modo de ver poco creíble, apareciendo descuidados elementos como la inesperada desaparición de escena de Amy -a la que jamás se recuperará en el relato, más que con la presencia de una misiva- o el estridente miscasting de la presencia del siempre eficaz Chuck Connors, en el rol del nuevo amigo del protagonista.
En cualquier caso, no son motivos estos para despreciar DEATH IN SMALL DOSES, aunque sí limiten su alcance, al compararla con otros títulos más logrados de su realizador. De entrada, la oscura iluminación en b/n de Carl Guthrie logra imprimir al conjunto una atmósfera sombría -algo característico a la producción del modesto pero estimulante estudio-. Destacaremos también esa aura cercana a lo documental a la hora de describir el contexto del mundo de los camioneros, con secuencias provistas de notable veracidad y cercanía, en la que destacará asimismo la presencia de veteranos intérpretes de carácter que complementarán dicha intención. Como no podría ser de otra manera, quizá el principal punto fuerte de la película será la escenificación de sus episodios de violencia o tensión dramática. Más allá del percutante y ya señalado pregenérico, constataremos pasajes como esa inesperada convulsión que provocará la muerte de otro conductor en el momento en que Tom se incorpore en su fingido deseo laboral. La película albergará nuevos fragmentos dominados por esta tensión, como un dramático episodio nocturno describiendo la paliza nocturna que acabará con la vida del veterano Wally, el estallido que sufrirá de manera inesperada Minj o, como no podría ser de otra manera, el clímax vivido por el descubierto agente, en una nueva situación nocturna cuando su vida está a punto de vivir un serio riesgo, por medio de una brillante planificación que logra insuflar interés a un episodio del que, en cualquier caso, intuimos cual va a ser su resultado.
De todos modos, si tuviera que elegir un elemento concreto de esta discreta producción, no dudaría en quedarme con esa ingeniosa metáfora visual que reflejará la evolución de la insólita relación romántica entre el agente protagonista y Val, para la que se utilizará la referencia del apagado de la luz del salón de la residencia, trasladándonos con ello la diferente y esperada culminación de la misma.
Calificación. 2
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